domingo, 1 de marzo de 2009

Era Van Gogh

Julio de 1880

Mi querido Theo:
Te escribo un poco a disgusto, no habiéndolo hecho después de tanto tiempo y esto por muchas razones. Hasta cierto punto te has convertido para mí en un extraño, y yo mismo lo soy para ti , tal vez más de lo que piensas; tal vez sería mejor para nosotros no continuar así. Es posible que no te hubiese escrito si no tuviese la obligación, la necesidad de escribirte, si, como te digo, tú mismo no me hubieses puesto en esa necesidad. He sabido en Etten que me habías enviado 50 francos; y bueno, los he aceptado. Ciertamente en contra de mi voluntad, con un sentimiento bastante melancólico, pero estoy en una especie de callejón sin salida o de ciénaga. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Por eso, para darte las gracias, te escribo.

Involuntariamente me he convertido en la familia en una especie de personaje imposible y sospechoso, en todo caso, alguien que no merece confianza. ¿A quién podría serle útil yo de alguna manera?

Esto justifica que sea ventajoso, lo más conveniente y razonable, que me vaya y viva a distancia, que sea como si no existiese.

Es lo que la muda para los pájaros, el tiempo en que cambian las plumas, la adversidad o la desgracia, los tiempos difíciles para nosotros, los seres humanos. Se puede permanmecer en este tiempo de renovación, se puede también salir como renovado, pero de todos modos esto no se hace en público, es bastante interesante, por esta razón conviene eclipsarse. Bueno, que así sea.

Ahora, aunque se trate de una dificultad desesperante el recuperar la confianza de una familia, tal vez no del todo desprovista de prejuicios, no obstante no desespero del todo, aunque poco a poco, lenta y seguramente, el entendimiento cordial sea restablecido con unos o con otros. Entendimiento cordial vale infinitamente más que malentendido.

Debo aburrite ahora con algunas cosas abstractas, pero quisiera que tuvieras paciencia para comprenderlas. Soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o menos insensatas, de lo cual me arrepiento a medias. Me pasa a menudo que hablo u obro con demasiada precipitación cuando sería mejor esperar con más paciencia. Creo que otras personas pueden también algunas veces cometer imprudencias semejantes.

Ahora, ¿qué hay que hacer, debo considerarme como un hombre peligroso e incapaz de cualquier cosa? No lo creo. Se trata de sacar por todos los medios de estas pasiones un buen partido. Por ejemplo, para nombrar una pasión entre otras, tengo una pasión más o menos irresistible por los libros y tengo necesidad de comer mi pan. Tú podrás comprender esto. Cuando estaba en otro ambiente de cuadros y cosas de arte. Sabes bien que sentí entonces por ese ambiente una violenta pasión que iba hasta el entusiamo, y no me arrepiento, y todavía, ahora, lejos del país, siento a menudo la nostalgia por el país de los cuadros.

Ahora no tengo más aquel ambiente, pero ese algo que se llama alma no muere jamás, vive siempre y busca siempre todavía. En vez de sucumbir de nostalgia, dije: «el país o la patria está en todas partes». En ves de dejarme llevar por la desesperación, he tomado partido por la melancolía activa mientras sintiera la necesidad de actuar; en otras palabras: he preferido la melancolía que espera y aspira y busca, a la que, abatida y estancada, desespera.

He estudiado más o menos seriamente los libros a mi alcance, como la Biblia y la Revolución Francesa de Michelet, y el invierno pasado Shakespeare, un poco Victor Hugo y últimamente Esquilo y después algunos otros.

Así, cuando uno vive absorbido por todo esto, a veces resulta enojoso para otros y, sin quererlo, más o menos peca contra ciertas formas, usos y convenciones sociales. Por ejemplo, sabes bien que a veces he descuidado mi aseo, lo admito, y admito que eso es desagradable. Pero he aquí que la molestia y la miseria existen para algo: son un buen medio de asegurarse la soledad necesaria, para poder profundizar más o menos tal o cual estudio que nos preocupa. Hoy resulta que llevo 5 años tal vez, no lo sé exactamente, viviendo más o menos desarraigado, errante. Ustedes han dicho: ¿después de tal época te has rebajado, te has extinguido, no hiciste nada? Esto es completamente cierto.

Es verdad que a veces gané mi pedazo de pan, a veces un amigo me lo dio por lástima, he vivido como pude, lo mismo bien que mal, como se presentaba. Es verdad que perdí la confianza de algunos y es verdad que mis asuntos económicos se encuentran en un triste estado. Es verdad que el porvenir es bastante sombrío, es verdad que habría podido hacerlo todo mejor, es verdad que nada más que para ganarme el sustento perdí demasiado tiempo. Es verdad que mis estudios siguen en un estado bastante triste y desesperante, y que es más lo que me falta que lo que tengo. Pero, ¿a eso le llamas descender, a eso le llamas no hacer nada?

Dirás tal vez: ¿por qué no seguiste por el camino de la universidad? No contestaré nada, salvo esto: ese porvenir no era mejor que el presente que ando siguiendo. Pero en el camino en que me encuentro tengo que seguir. Si no hago nada, si no estudio, si no busco más, entonces estoy perdido. Entonces, desgracia sobre mí.

Así es como encaro las cosas: seguir y seguir, eso es lo necesario.

Pero, ¿cuál es tu propósito definitivo?, dirás tú. Este propósito se vuelve más definido, se dibujará lenta y seguramente como un croquis se hace esbozo y el esbozo cuadro a medida que se trabaja más seriamente, que se profundiza más la idea, en principio vaga, el primer pensamiento fugitivo, a menos que se haga fijo.

Debes saber que entre los predicadores ocurre lo mismo que entre los artistas. Hay una escuela académica a menudo execrable, tiránica, la abominación de la desolación, en fin, hombres que tienen como una coraza, una armadura de prejuicios y convencionalismos; estos, cuando se hallan a la cabeza de los negocios, disponen de los empleos y tratan de mantener a sus protegidos y excluir a los hombres sencillos.

Su Dios es como el Dios del borracho Fastaff de Shakespeare: «el interior de una iglesia», the inside of a church; en realidad algunso señores predicadores se encuentran por extraña coincidencia puestos en el mismo punto de vista que un tipo borracho en cuanto a cosas espirituales. Pero parece poco probable que su ceguera se cambie en clarividencia.

Este estado de cosas tiene su lado malo para el que no está de acuerdo con todo esto y que con toda su alma y todo su corazón y toda la bronca de la que es capaz, protesta en contra.

Por mí, respeto a los académicos que no se parecen a esos otros académicos; pero los respetables son más raros de lo que parece. Ahora, una de las causas por las que he estado fuera de lugar, porque durante años estuve desplazado, es simplemente porque tengo otras ideas que la de esos señores que dan los puestos a los sujetos que piensan como ellos. No es una sencilla cuestión de toilette, como se me ha reprochado hipócritamente, es una cuestión más seria, te lo aseguro.

¿Por qué te digo todo esto? No es para quejarme, no es para disculparme, sino para decirte que: cuando me visitaste el verano pasado, cuando estábamos paseando cerca de esa zanja abndonada que llaman La Bruja, me recordaste que en otro tiempo también paseábamos cerca del viejo canal, «y entonces –tú decías- estábamos de acuerdo sobre muchas cosas pero –agregaste- desde entonces tú has cambiado mucho, ya no eres el mismo». Y bien, no es del todo así, lo que ha cambiado es que entonces mi vida era menos difícil y mi porvenir menos sombrío en apariencia; pero en lo interior, en mi manera de pensar no he cambiado: sólo, si acaso hubiera un cambio, es que ahora pienso y creo y amo más seriamente de lo que entonces pensaba, creía y amaba.

Sería entonces un malentendido si tú persistieses en creer que, por ejemplo, ahora sentiría menos entusiasmo por Rembrandt, por Millet o Delacroix, porque es al revés: hay muchas cosas que se trata de creer y amar, hay algo de Rembrandt en Shakespeare y de Delacroix en Victor Hugo; y después hay algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt. Todo se vuelve más o menos lo mismo con tal de que se entiendan las cosas como buen entendedor.

Por lo tanto, no debes pensar que reniego de esto o aquello; soy una especie de fiel en mi infidelidad y aunque cambiado soy el mismo y mi tormento no es otro que este: ¿para qué podría yo servir? ¿no podría yo ser útil de alguna manera? ¿Cómo podría yo saber más y ahondar tal o cual tema? Ya ves, esto me atormenta continuamente y uno se siente prisionero en su tormento, excluido de participar en tal o cual obra. Por esta causa no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría haber amistades y altos y serios afectos, y la fatalidad parece poder poner una barrera a los afectos y una marea de náuseas sube a la garganta. Y en seguida se dice: ¿hasta cuándo, Dios Mío?

¿Qué quieres? Lo que pasa adentro parece que ocurriera afuera. Fulano tiene un gran fuego en su alma y nadie se acerca a calentarse, y los que pasan advierten un poco de huno en lo alto y siguen su camino. Ahora, ¿qué hacer?, ¿fomentar ese fuego interior, esperar pacientemente en que alguien quiera venir a sentarse a a vivir allí? Qué sé yo, el que crea en Dios, que espere la hora, que llegará tarde o temprano.

Ahora, por el momento, todos mis asuntos van mal, por lo que parece, y esto ha sido así por un tiempo considerable, y puede seguir por un futuro más o menos largo. Pero puede ocurrir que después de haber ido todo al revés, todo vaya mejor en seguida. Tal vez no ocurra nunca, pero en caso de que algo cambie para bien, lo consideraría como ganacia, estaría contento, diría: «en fin, había sin embargo alguna cosa».

Pero sin embargo, dirás, eres un ser despreciable, tienes ideas imposibles sobre religión y escrúpulos de conciencia pueriles. Si tengo ideas imposibles o pueriles, ojalá pueda librarme de ellas, no pido nada mejor. Pero este es más o menos el nivel que he alcanzado.

Involuntariamente estoy siempre inclinado a creer que el mejor medio de conocer a Dios es amarlo mucho. Ama a tal amigo, tal persona, lo que tú quieras y estarás en el buen camino para saber más después, he aquí lo que me digo. Pero hay que amar desde una alta y seria simpatía, con voluntad, con inteligencia, y hay que tratar de saber siempre más y mejor. Esto conduce a Dios, esto lleva a una fe inquebrantable. Alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt, pero seriamente: sabrá que hay un Dios y creerá en él. Alguien ahondará en la Revolución Francesa; no será incrédulo, verá que hay en las grandes cosas una potencia soberana que se manifiesta. Alguien habrá asistido durante un corto tiempo a los cursos gratuitos de la gran universidad de la miseria y habrá puesto atención a lo que ha pasado ante sus ojos y a lo que escucharon sus oidos y habrá pensado sobre ello, y habrá terminado por creer y aprender más de lo que podría decir. Trata de comprender la última palabra de lo que dicen los grandes artistas, los maestros serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro.

Después lee la Biblia buenamente y el Evangelio: esto hace pensar y mucho, pensar y pensar. Y bien, ya que se sabe leer, leamos entonces.

Por momentos uno se puede quedar abstraído, un poco soñador, algunos se vuelven demasiado abstraídos, un poco demasiado soñadores, es lo que me ocurre a mí tal vez, pero yo tengo la culpa. Después de todo, quié sabe sin motivo. El soñador a veces cae en un pozo, pero luego dicen que se eleva. Alguien que ha rodado largamente como sacudido por un mar tempestuosos, llega a fin a su destino; alguien que parecía inútil e incapaz de tener ninguna función, termina por encontrara una. Me sentiría contento si pudieras ver en mí algo más que un haragán.

¿Acaso hay haraganes y haraganes? Está aquel que es haragán por pereza y dejadez de carácter, por la bajeza de su naturaleza: tú puedes, si así lo juzgas, tomarme por uno de estos.

Después está el otro haragán, el haragán a pesar suyo, que vive roído interiormente por un gran deseo de acción, que no hace nada porque vive en la imposibilidad de hacerlo, puesto que está como preso en alguna cosa, porque no tiene lo que necesitaría para ser productivo, porque la fatalidad de las circunstancias lo reduce a ese punto; un haragán así no sabe siempre él mismo lo que podría hacer, pero lo siente por instinto; por tanto sirvo para algo, siento en mí una razón de ser; sé que podría ser un hombre por completo diferente. ¿En qué podría ser útil? ¿en qué servir? ¿hay algo dentro de mí? ¿qué es entonces?


Este es un haragán muy diferente; tú puedes, si así lo juzgas, tomarme por uno de estos.

Un pájaro en la jaula, en la primavera, sabe muy bien que hay algo para lo cual serviría, siente fuertemente que hay algo que hacer, pero no lo puede hacer. ¿Qué es? No lo recuerda bien, después tiene ideas vagas y se dice: "los otros hacen sus nidos y tienen sus hijos y crían la nidada"; después se golpea el cráneo contra los barrotes de la jaula: la jaula sigue allí y el pájaro vive loco de dolor.

«Mira que haragán», dice un pájaro que pasa. Sin embargo, el prisionero vive y no muere, nada de lo que ocurre interiormente se muestra exteriormente. «Pero», dicen los niños que lo cuidan en su jaula, «tiene todo lo que le hace falta». Pero él mira afuera el cielo henchido, cargado de tempestad y siente la rebelión contra la fatalidad dentro de sí. «Estoy preso, preso y no me hace falta nada, imbéciles. Tengo todo lo que hace falta. ¡Ah, la libertad! ¡Ser un pájaro como los otros pájaros!

Este hombre haragán se parece a ese pájaro haragán y los hombre se hallan a menudo en la imposibilidad de hacer nada, prisioneros en no sé qué jaula horrible, horrible, muy horrible.

No sabremos decir nunca qué es lo que nos encierra, lo que nos cerca, lo que parece enterrarnos, pero sentimos, sin embargo, no sé qué barras, qué rejas, qué paredes.

¿Todo esto es imaginario, fantasía? No lo creo; y después uno se pregunta: Dios mío, ¿será por mucho tiempo? ¿será para siempre?

Tú sabes cómo puede desaparecer la prisión. A base de afecto profundo, serio. A base de ser amigos, hermanos, amar: así se abre la prisión como una fuerza soberana, como un encanto poderoso. Pero el que no tiene esto permanece en la muerte.

Y no olvides que escribiéndome me harás un gran bien.

Vincent

1 comentario:

  1. Uno habló muchas veces de las cartas de Vincent a su hermano Theo pero en realidad, debiera volver a leerlas con mayor frecuencia y detenimiento.
    Su referencia a cómo lo ve la familia, la melancolía combativa que preconiza...no tienen desperdicio.
    Gracias.

    ResponderEliminar