miércoles, 8 de julio de 2009

La sagrada familia



por Eduardo D. Benitez

Hace unas semanas, con motivo del festejo por los veinte años de FM La Tribu, se me pidió en el programa en que participo (La Mar en Coche) que hiciera un relevo de los últimos veinte años del cine. Después de una charla que duró un poco más de media hora concluíamos con el conductor en que se podía, achatando un poco la cuestión, englobar al cine por el cual el programa milita bajo la órbita de una figura recurrente: el silencio. Se dató, un poco apresuradamente, la aparición definitiva de esta figura en Rebeldes del dios Neón (1992). De alguna manera ciertos directores (Tsai, Hou, Jia, Pedro Costa) hicieron enmudecer a sus personajes. El cuerpo del actor ni siquiera funciona como dispositivo (Bresson) por donde pasa el lenguaje, sino que es un cuerpo calladito, más bien destinado a darle más densidad a las funciones plásticas del plano (Sokurov?, Van Sant?)

Pero ahora resulta que llega un film recontra parlanchín con personajes histriónicos que gritan sus angustias a viva voz, y cuyo antecedente es nada más y nada menos que la maravillosa Reyes y reina. Ni clásica, ni moderna, ni contemporánea, la maravilla que se estrena esta semana (título local caprichoso) El primer día del resto de nuestras vidas del virtuoso Arnaud Desplechin, no se encuadra en ninguna de las formas que describía arriba. Sin embargo, es un cine novedoso, vital y sobre todo una pequeña promesa sobre el cine del futuro.

El nudo argumental de Un cuento de navidad (traducción literal del francés) está construido en torno a una enfermedad. La enfermedad genética que padece Junon (Catherine Deneuve). Ese será el disparador para que todos (incluso el proscrito Henri que interpreta Mathieu Amalric, genial!) los miembros de la familia se reúnan en los días de navidad en la casa paterna. Hay de todo para reprocharse, rencores pasados y por venir. Una de las escenas más inquietantes de la película tal vez retrate bien hacia dónde mira Desplechin. Junon y Henri salen al jardín a fumar. Madre e hijo se mecen en una de esas hamacas para niños, adentro la casa bulle al ritmo del calor familiar. Es uno de esos momentos en los que “salir afuera a fumar un cigarrillo” se traduce por “ahora podemos decirnos cosas de profunda intimidad”. Él es el único compatible para darle un trasplante de médula que la ayude a vivir, los dos lo saben. “Nunca te quise” le dice ella, “yo tampoco a vos” contesta él. Ambos comienzan a reír. ¿Sobre que habla Un cuento de navidad? Sobre la imposibilidad para establecer relaciones familiares cien por ciento ¿armoniosas?; y sobre la paradójica necesidad de seguir sosteniendo esa institución. De hecho, sobre otra institución habla un poco al sesgo Reyes y reina: la psiquiátrica.

Todo es a lo grande en la última película de Desplechin: su metraje, sus actuaciones (Amalric, Devos, Chiara Mastroianni), un trabajo de montaje descomunal y la fotografía de uno de los más importantes directores de fotografía de la actualidad: Eric Gautier.

Un cuento de navidad es una épica familiar de dos horas y media que se sostiene emotiva y extremadamente sincera hasta el último minuto. Tiene un verdadero gusto agridulce, el que a veces adoptan las relaciones familiares. Entonces… ¿cómo vivir juntos?

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