por oac
«Es una obra de poesía la que quiero hacer. (...) Siguiendo al pie de la letra las “aceleraciones estilísticas” del evangelio de Mateo, la funcionalidad bárbaro práctica de su relato, la abolición de los tiempos cronológicos, los saltos elípticos de la historia en los que están incluídas las “desproporciones” de los éstasis didascálicos (el estupendo, interminable, sermón de la montaña), la figura de Cristo debería tener, al final, la misma violencia de una resistencia: algo que contradiga radicalmente a la vida tal y como se está configurando para el hombre moderno, su gris orgía de cinismo, ironía, brutalidad práctica, compromiso, conformismo, glorificación de la propia identidad en las señas de identidad de la masa, odio hacia toda diversidad, rencor teológico sin religión...”.
¿Pero cómo, "siguiendo al pie de la letra..."? Le ruego al lector que relea el párrafo anterior, su cambio brusco de registro: la figura de Cristo debería tener, al final, la misma violencia de una resistencia: algo que... Pasolini es un astuto semiólogo, así que cuando en su discurso produce estos giros (y su obra poética está llena de ellos), hay que detenerse a leer el giro, porque allí está condensado el sentido: en este caso, el pasaje desde las consideraciones estilísticas, digamos formales, del relato de Mateo, hacia la figura de Cristo.
¿Es que hay una forma de hablar acerca de Cristo que hace aparecer la violencia de una resistencia? ¿una forma que contradice radicalmente a la vida tal y como se está configurando para el hombre moderno? ¿Es que hay otra forma de hablar acerca de Cristo que impide que aparezca la violencia de una resistencia, que no contradice sino que halaga al hombre moderno, su gris orgía de cinismo, ironía, brutalidad práctica, compromiso, conformismo?
Lo que a Pasolini le encanta del Evangelio es el ajuste entre la historia de quien, con más derecho que nadie, puede ser llamado el Inaceptable (que hoy, en 1964, digo, en 2010, sigue siendo tan inaceptable como hace 2010 años) y la forma en que esa historia ha de ser contada. Se trata de una operación poética que es a la vez una intervención política: ¿cómo hablarle a hombres (¿a nosotros?) que están sumergidos en una gris orgía de cinismo, ironía, brutalidad práctica, compromiso, conformismo?
Hay escollos que parecerían insuperables: el cretinismo de un poder eclesiástico aliado históricamente al fascismo es uno de ellos, pero no el único. También está el insanable cretinismo de una clase (¿nosotros?) para la cual la certeza de que no hay nada sagrado es una conquista social irrenunciable. Ambas cosas, el clerical-fascismo que transforma al Evangelio en una trampa para incautos y el liberalismo de una clase ilustrada a medias, quizá sean más solidarios de lo que a primera vista parecen. Y por eso Pasolini hace El Evangelio según San Mateo, porque siempre se coloca en posiciones en las cuales no le será posible ser aceptado.
Pero antes que responder a la posición de otros (clericales, fascistas, liberales, comunistas), el tratamiento cinematográfico que Pasolini hace del Evangelio responde a sus propias tensiones internas: «en mi película se abren abismos de distintas dimensiones. En Accattone era yo el que relataba, aquí no, porque yo no creo. En cambio, he debido narrar el Evangelio a través de los ojos de otro que no soy yo, es decir, de un creyente: he hecho un “discurso libre indirecto”. Esta “visión indirecta” ha presupuesto una contaminación entre quien cree y quien no cree, y de ella ha surgido una confusión magmática. La investigación técnica, la intuición estilística, ha precedido a la real profundización ideológica. Pero a ustedes se les escapa todo esto –reprocha Pasolini a sus críticos de izquierda- No advierten que he caminado por el filo de la navaja: evitando, por mi parte, una visión sólo histórica y humana y, por parte del creyente, una visión demasiado mítica».
“Visión indirecta” es el nombre que el semiólogo Pasolini le pone a su operación poética. Es una manera de fijar en un concepto la radical inquietud de su mirada, ese no poder establecerse ni aquí ni allá. Pero es esa inquietud la que resucita las palabras evangélicas. Porque si no, estas palabras son letra muerta: parte de una liturgia cristalizada para los católicos, o residuos de un contexto histórico ya fenecido para los marxistas; y entonces ya no nos hablan. Sólo quien está ni aquí ni allá puede sentirse interpelado por estas extrañas palabras, humanamente inaceptables:
«No piensen que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.
«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará». (Mt., 10, 34-39)
Entonces es momento de volver a ver El Evangelio según San Mateo, el film de Pasolini. Descubrir su ligereza y su vigor intactos, después de casi 60 años, desde aquella prodigiosa escena inicial, con la muda perplejidad de José frente al vientre preñado de su mujer-niña «antes de empezar a estar juntos ellos». («Y como él era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto»). Sobrecogerse ante la mirada intensa y oscura del joven Jesús, de una seriedad adolescente, que sólo en momentos contados se permite la dulzura. La cámara se enamora de esa cara fresca y viril, tomada en planos cercanos, con objetivos angulares, bajo el biancor de una luz implacable. Sin dudas está en la manera de filmar ese rostro, esos rostros (los de Judas, Mateo, Juan, Pedro, Caifás y muchos otros que en las Escrituras no tienen nombre), que Pasolini lleva a cabo su personal lectura del texto.
¿Y nosotros? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Nos dicen algo estas palabras? ¿O todo esto es algo que hemos dejado definitivamente atrás, una historia caduca? Con nuestra crítica de la posición moderna a la que estamos encadenados, ¿hemos dicho algo que nos permita siquiera sospechar una experiencia de lo sagrado?
No: todavía no hemos dicho nada.
(continuará)
Menos mal que en el post no se pueda agregar ni una sola palabra. Cualquiera de más que se dijera desluciría uno de los mejores que yo haya leído. Conmovedor hasta los tuétanos. Palabras que no están escritas sino que están VIVAS, por igual las tuyas y las de Pasolini.
ResponderEliminarAbrazo de tout mon coeur.
ana fioravanti
Y un Giorgio Agamben jovencísimo haciendo de uno de los apóstoles: Andrés.
ResponderEliminarYo la vi! Una película genial... Las actuaciones, los planos, la dirección artística...
ResponderEliminarEspero la próxima parte de la nota.
Saludos!
Agamben aparece haciendo de Felipe (no Andrés como dije antes). Entre otras muchas cosas, es un film de rostros, de miradas. Y qué rostros.
ResponderEliminarY el poeta Wilcock como Caifas, no olvidemos! El evangelio de Pasolini fue la pelicula que me hizo hereticamente cristiano
ResponderEliminarBueno, pero canal 7 no podria cambiar el horario de ese programa pedorro sobre Marte y poner la pelicula mas temprano?? empezo como a las 2 de la matina!
ResponderEliminarA mí El evangelio según san Mateo me hizo heréticamente pasolineana.
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