Notas personales sobre un Bafici (1)
por Alejandro Ricagno
Y estoy cansado (y feliz) aún de recorrer el mundo.
Porque el Bafici es para mí eso: dar durante dos semanas la vuelta al mundo. O a varios mundos. Oír otros lenguas, ver otros paisajes, pasajes hacia el otro lejano, o al cercano invisible, como tan bien se ejemplifica en esa joyita de Los labios, de Loza/ Fund.
Me había prometido una cobertura diaria. Tarea imposible, sobre todo si se escribe desde cybers y en trasnoche. Entonces para remediar este melancólico bajón de después de viaje, escribo ahora, reacomodo las fotos, los lugares, las voces. Y es entonces que las películas se mezclan, se editan en la memoria, dialogan, se pierden, se olvidan, se borran, y renacen nuevas, en otra película interior.
Entonces podría decir, entre tantas imágenes, que acompañé a una vieja travesti portuguesa durante el ocaso de su vida (aunque en este caso podría decirse un viejo travesti, sin pecar de ofensor a la corrección de género, porque el mismo protagonista pone en cuestión la noción trans) –Morrer como um homem, Joao Pedro Rodriguez- que tal vez sea la hermana lejana de la travesti genovesa que vive 20 años de amor con su Enzo, adorable delincuente de un mundo ya perdido, entre callejas y cárceles -La bocca del Lupo, Pietro Marcello-.
Callejas que me llevan otra vez a Portugal (cada vez más mi patria de corazón) donde un fado pessoiano acompaña mis pasos que hacen eco a los tacones de Leonor Baldaque, la actriz francesa que debe interpretar a la monja portuguesa del siglo XVI atravesada de amor terrenal y que recibe una revelación existencial en las tierras de Manoel de Oliveira, como si la luz de Lisboa, hiciera centro en su corazón, para volver a parirse. Y uno, sombra entre las butacas, naciera también otra vez –A religiosa portuguesa, Eugene Green-.
Ah, esa sonrisa final entre ella y el niño “vasco”: "Você diz palabras muito bonitas, minha señora” dice el niño frente a su futura nueva madre. ¿Qué corazón soporta esa imagen sin abrirse en una sonrisa semejante? Esa vibración, ese instante de belleza que tiembla, es lo que yo llamo cine. Después hablaremos de planos, de encuadres, de organicidad, de un largo montón de etcéteras.
Como el abrazo de Celine, la otra arrebatada de amor místico a un paso del carnal dispuesta a la entrega mas literalmente explosiva. Toda conversión pasional es siempre peligrosa. E inescrutable. Y allí, en el plano final de Hadewijch (que sucede ¿dónde? ¿en cual plano? ¿en qué cielo o purgatorio? ¿en qué tiempo?) otra vez una vibración, en los rostros, en los cuerpos. Y por más que Bruno Dumont, el director en persona resulte un pedante y un pelmazo, pocos cineastas contemporáneos filman esa corporeidad donde lo religioso y lo erótico terreno tensan las coordenadas hasta el límite. Poco me importan las explicaciones de Dumont, dentro y fuera del filme. El rostro de Julie Sokolowski, su llanto final, exceden por lejos las propuestas programáticas. Es un rostro que estalla, que se abre, y deja ver una soledad insoldable. Es decir, también Hadewijch me hizo estar allí, con alguien, en su profunda singularidad. El cine, los viajes, son para eso.
Por ahora dejo acá. El álbum continuará en breve. Escribir es también, como el cine, suministrar el tiempo.
temazo de garcía, por favor! (me refiero a la frase del blog)
ResponderEliminarhola AR! me encanta cómo escribís. no sé por qué no escribís más seguido.
un beso grande, en esta mañana de sol otoñal y encantadora.
AR suministra bien el tiempo, nos deja con ganas de más,coincido con Julieta, esperamos la continuación!
ResponderEliminarSí, coincido, qué ciudad maravillosa Lisboa, abierta hacia el Tajo y el mar. Un país verdaderamente atlántico como dice Misia, una voz para no perdérsela. Y también maravillosa la de Camané que es un cantante de fados inmenso. Su voz se deja escuchar en el trailer de la película en youtube para quienes, como yo, todavía no la pudimos ver.
ResponderEliminarema
basta basta... que me muero de ganas de visitar algún día Portugal...
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