lunes, 31 de mayo de 2010
El pueblo es, también, lo que bordea el peligro
por Cece *
El viaje hasta el centro no fue fácil. Todas las arterias de la ciudad estaban colapsadas por la enorme afluencia de público. Subo al subte de la Línea A repleto como nunca lo había visto, y así empieza mi aventura, el carnaval, la abolición de la proxémica, el desorden completo de los cuerpos, que incluía toda clase de cantos patriótico-futboleros. El tren nos descomprime en la estación Piedras. Camino a paso rápido por Avenida de Mayo hasta Irigoyen y al pasar por un arco de luces multicolores –una especie de entrada a un parque de diversiones con temática patria- escucho: “un festejo tan abierto como éste solamente lo pueden hacer los peronistas…”. Con desdén forzado concedo la afimación, y agrego un chiste.. “los radicales hubieran usado muchas más vallas para los sectores VIP”. Ahora pienso en los festejos del primer Centenario de la Revolución, festejos que fueron organizados por sectores privados como la Unión Industrial, Sociedad Rural Argentina, Sociedad Médica Argentina, y cuyo eje fue exhibir, en la vidriera internacional, la domesticación, el desarrollo de la pampa bárbara convertida en “la París de Sudamérica” (vía exclusión de las masas obreras, gauchos y aborígenes).
Entonces impacta y alienta el cambio de rumbo tomado por la historia; la naturaleza de los actuales festejos están muy lejos de aquella postal oligárquica. Los tres millones que nos rodeaban en ese momento, y que fueron a participar de los espectáculos del Bicentenario no estaban exclusiva ni mayoritariamente compuestos por las clases medias. En la calle estaba ese Otro integrado por una parte de la pequeña burguesía que todavía no se deja encerrar por el pánico a la “inseguridad”, familias de trabajadores de los suburbios, desempleados, y los habitantes sin techo de las calles del centro.
Sigo caminando y me sumerjo en los intersticios del cuerpo social expectante; tomo contacto con los humores, olores, hedores de ese-Otro. Me pongo en guardia frente a las pisadas y empujones; y, ya un poco adormecida por las bajas luces y la aglomeración, aparece la idea de abandonarme en la marea, pienso, como en un juego “voy a dejar que el pueblo me guíe… adónde me lleve va a ser el lugar de la verdad..” y me dejo llevar con ritmo de tentempié, hacia Sarmiento. El tumulto me hace girar por un pasaje de nombre Carabelas, y veo, por la Diagonal Norte, la proa de un barco de 40 metros. En el momento se rompe la escala; la ensoñación es completa. Los edificios de la avenida se transforman en naves petrificadas que asisten a este espectáculo tan asombrados como yo. A bordo del barco de los inmigrantes, una orquesta tocando; abajo, sobre las aguas perpendiculares, se agitan dos bailarinas colgadas de arneses.
Así empezó para mi la mega-narración del desfile de Fuerza Bruta, digo “mega” no sólo por los 200 años de historia que se propuso abarcar en 19 escenas, sino por el tamaño de semejante puesta, con 2000 actores y 400 técnicos, y por la duración y la distancia recorrida, que llevaban a la extenuación física de los artistas -y también de los espectadores-. Lo impresionante de la escala del proyecto era reforzado por el cuidado milimétrico puesto en los detalles, en el riguroso casting, en los gestos de los actores, en el vestuario. Era notable que todos los actores que componían las escenas apelaran al público con la mirada, incluyéndonos en la situación y generando una proximidad que abolía las distancias con los espectadores.
En las escenas que fueron elegidas para iluminar momentos del pasado (el cruce de los Andes, la Argentina Agroexportadora, el barco de los inmigrantes, la dictadura, la guerra de Malvinas, la resistencia de las Madres de Plaza de Mayo, la democracia, la hiperinflación) se incluyó al arco heterogéneo de los distintos actores sociales que fueron hilvanando la historia. Eran imágenes que nos involucraban, y que por eso permitían que nuestros propios recuerdos se sobreimprimieran en ellas. Al mismo tiempo, eran imágenes comprensibles; el colectivo experimental Fuerza Bruta generalmente no apunta en sus puestas a interpelar al intelecto, sino que propone desencadenar una experiencia directa a través de los sentidos. En Villa Villa, De la Guarda, por ejemplo, proponía una aventura, por los diversos estados de lo festivo...
* Fragmentos del post El desfile del Bicentenario, la danza del gigante, originalmente publicado en el blog microplancton. Texto completo acá.
Lindo lo de ayer en la radio!
ResponderEliminarBesos.
Me lo perdí (lo del programa), pero releyendo reseñas. Desde las de Tiempo, de la edición de ayer, hasta las de pagina la semana pasada, las de los blogs compañeros y aun lis comentarios de quienes asistieron de liberos y no necesariamente guardaban simpatias por el gobierno... todas poniendo en juego, creativamente, su subjetividad para referirse a lo mismo. Por que creo, aunque voy a ser redundante, hubo una experiencia compartida que abolió la mentira de la crispación y el país invivible...
ResponderEliminarLa única verdad es la realidad, así que ahora a no creérsela y seguir adelante que si hacemos bien las cosas la mentira cae por peso propio
Un relato vibrante, Cece. Lamento no haber estado aquí el 25.
ResponderEliminarY muy buen programa el de ayer, con Di Tella.