Fin del mundo
por José Miccio *
Lars Von Trier dijo en Cannes que comprendía a Hitler. El festival lo declaró persona non grata y el distribuidor argentino desistió de estrenar la película. Subido a la cacería, alguno habrá dicho que Melancholía es nazi y que Wagner es evidencia de ello. Es una suerte que Mar del Plata no se haya sumado a la ronda de castigos y nos permitiera decidir por nosotros mismos.
El cine de Von Trier se divide entre las películas que hizo y las que cometió, que son casi todas. Sin embargo, hubo un tiempo en que su nombre fue importante, y quienes ahora solemos burlarnos de él olvidamos oportunamente que supimos admirarlo. Es comprensible: una serie de películas horribles, sórdidas y miserables tiende a hundir un nombre propio; es una consecuencia del mal cine y también una trampa del autorismo, que al poner la Obra como fundamento busca desesperadamente una coherencia firme.
El prestigio de Von Trier parece remotísimo, y en cierto modo lo es. Vivimos en el barro y para nuestro vértigo la historia del cine tiene siempre cinco años. En líneas generales, hasta Contra viento y marea el danés mereció elogios, a partir de Dogville agravios. Los idiotas y -sobre todo– Bailarina en la oscuridad ocupan la zona de pasaje. Lo que hoy es indudable –y debería alegrar a los autoristas más acérrimos– es que Von Trier ha insistido durante todos estos años en demostrar sus rasgos personales: la provocación, la estupidez y el talento. Los tres se repiten en todas sus películas; lamentablemente, solo el último no gobierna en solitario alguna vez. Los dos primeros son en general el mismo.
Conrad –presente en la memoria gracias a Akerman- escribe en Victoria: “Un imbécil es siempre indescifrable”. Y Lars Von Trier resultó ser un imbécil. Los diez primeros minutos de Melancholía confirman rotundamente las razones por las cuales el director merece los acostumbrados denuestos: un prólogo horrible –una obertura en realidad, porque la película sigue un criterio sinfónico– digno del último Malick. Sin embargo, las cosas cambian, y conviene prestar atención. Primero se vuelven rutinarias, con una fiesta de casamiento en la que varios personajes compiten por la medalla al más desagradable; luego se ponen mucho más interesantes, hasta que el fin del mundo llega a caballo del Tristán e Isolda de Wagner.
Qué relación hay entre los dos capítulos –movimientos– de la película es algo que no importa mucho, aunque es muy evidente que el cambio de foco de Justine (Kirsten Dunst) a Claire (Charlotte Gainsbourg) permite la aparición de un segundo carácter femenino y por lo tanto un juego de contrastes (el escenario, aislado de toda dimensión pública, contribuye a la concentración dramática). Justine no es sádica; es prescindente y espera el fin del mundo con desapego. Tampoco el nombre de Claire está motivado; es solo una mujer pusilánime, atormentada por la posibilidad de la muerte. Alternativamente y al mismo tiempo, se quieren y se detestan. Son pasto fácil del desprecio y es lógico esperar que Von Trier las humille.
Pero por una vez, el director tiene piedad de sus criaturas, y es en este cambio –Dunst y Gaisbourg no continúan la serie de Björk y Nicole Kidman- donde hay que buscar parte del interés de Melancholía. Las campanas del final de Contra viento y marea eran la respuesta de Dios a las plegarias de la primera mujer sufrida del cine del danés; ahora que hay apenas un planeta desbocado y nadie para oír, lo que queda es un gesto bueno, un refugio-capilla que, sin creer en él, la cruel Justine construye para su sobrino minutos antes de que la Tierra desaparezca. Melancholía es una película atea, algo que parece ir de la mano con lo mencionado antes, como si ahora que Dios abandonó el mundo la compasión fuera otra vez posible. El último, impresionante plano es por ello irreprochable, y hasta posee una genuina emoción.
Melancholía no es especialmente buena y es muy posible que su interés provenga solo de que no es tan mala como se podía esperar. Pero necesita objeciones distintas, no la simple actualización de vilipendios tan accesibles que para emitirlos con seguridad es innecesario verla. No es mucho, ciertamente. Pero es algo, y de Von Trier no esperábamos nada de nada.
* NOTA DE LA REDACCIÓN: Hace pocos días publicamos la cobertura que hizo José Miccio sobre el Festival Internacional de Cine de Mar del Plara, en la que comentó, entre otras películas, la última del "polémico" Lars Von Trier (es una conjunción a esta altura burocrática la de este nombre propio y aquel adjetivo). Hoy se proyecta esta película en la III Semana del Cine Europeo en el cine Gaumont. Así que resulta conveniente releer lo que decía Miccio sobre la última película del, ejem, polémico director.
A mí me gustó esta peli. Sin vueltas, me gustó. Digo, más allá de que sea de quien sea, apartando los prejuicios (cosa que parcialmente muchos hicimos al predisponernos a verla). Me gustó como últimamente me gustan muchas pelis chiquitas y sustanciosas que sin volarte la cabeza te dejan algo.
ResponderEliminarMe gusta a pesar de tener una simbología directa y hasta tosca, pero que de alguna manera funciona.
Por un lado el matrimonio hiper civilizado, para el cual la naturaleza es un bicho en el zoológico, aunque Claire es caso aparte y está en un terreno intermedio. Representan la cosmovisión imperante. Se rodean de cosas, endiosan la ciencia, le dan la espalda al misterio. Por el otro, la neurótica Justine, que aunque no sabe cómo lidiar con su rebeldía, al fin de cuentas está más cerca de la verdad.
El niño está a merced de la ignorancia y alienado, como en general todos los niños de la civilización (y Claire -la mujer del rico- se parece más a una niña en este sentido).
Me gusta cómo está puesto todo eso.
Y en mi opinión, re da para verla.