Esta semana tuvo media sanción en Diputados la Ley de Presupuesto 2016, con 137 votos a favor y 80 en contra. Entre quienes votaron a favor, hay 11 diputados de bloques opositores o no oficialistas. En la misma sesión el kirchnerismo logró prorrogar las leyes de emergencia económica.
Mientras tanto, en el Senado se dio media sanción por unanimidad al proyecto de ley que declara de orden público los Principios Básicos de los Procesos de Reestructuración de la deuda soberana votados por la Asamblea General de las Naciones Unidas. También el Senado aprobó por unanimidad la Ley de Desarrollo de la Industria Satelital Argentina. Esta ley prohibe la transferencia de cualquier parte del 51 por ciento de las acciones Clase “A” que el Estado Argentino posee en ARSAT sin autorización expresa de los dos tercios de los miembros del Congreso. Por esta ley, las frecuencias 3G y 4G quedan en manos de ARSAT. Clarín no podrá usarlas, como esperaba, para ingresar al mercado de la telefonía celular, tras la compra de Nextel que recientemente hizo el Grupo. Esto quizás explique que los dos columnistas políticos de Clarín este domingo centren sus diatribas en Cristina, a dos semanas de las elecciones y menos de dos meses de su fin de mandato. Ninguno de los presidenciables merece una atención equivalente en el diario de Magnetto. Parece que el fin de ciclo K atormentará a Clarín aun más allá del 11 de diciembre. La obsesión de los enemigos implica el reconocimiento de un liderazgo excluyente.
Hace pocos días los gremios que nuclean a las empleadas domésticas y su contraparte empleadora firmaron su primer acuerdo paritario de la historia, una ampliación de derechos laborales que tiene carácter histórico e imposible de revertir.
Destaco estas noticias porque, a dos meses de terminar su mandato, Cristina da así por refutadas todas las predicciones que en estos años se manejaron sobre el síndrome del pato rengo. La Presidenta gobernará hasta el último minuto con el ejercicio pleno de sus poderes constitucionales. Después de 12 años de kirchnerismo esta evidencia se convierte en un logro político inédito en la Argentina contemporánea. Todas las especulaciones echadas a rodar desde enero de 2008 sobre un fin de ciclo catastrófico que diera por tierra con cualquier intento futuro de seguir por la senda del aborrecido (por la derecha) populismo no se verificaron.
El 2015 fue un año intenso, con la operación que inició la destartalada denuncia de Nisman y su posterior suicidio, movidas destituyentes alentadas desde lo alto del Poder Judicial, intentos de tirar abajo las elecciones en Tucumán, corridas cambiarias y maniobras conjuntas del poder financiero nacional e internacional para llevar al país a estados de conmoción que nunca llegaron.
Todo lo intentaron y nada les funcionó más que por un par de días, para diluirse pronto en la irrelevancia.
Cristina termina su gestión con más del 50% de imagen positiva, según las encuestadoras del propio establishment. En estas condiciones, facilita el éxito electoral del candidato oficialista, quien no tiene más remedio que kirchnerizarse tanto como pueda para llegar a ganar en primera vuelta. La perspectiva de un gobierno kirchnerista en la provincia de Buenos Aires y de aglutinar un minibloque kirchnerista puro en Diputados y en Senadores están al alcance de la mano. También de que la Cámpora obtenga por primera vez intendencias en el conurbano bonaerense y en otros distritos del país. Si el kirchnerismo conoció un salto cualitativo de su potencia política después de la muerte de Néstor, no resultaría raro que el cristinismo gane un nuevo volumen a partir del fin del mandato de Cristina. Sobre todo teniendo en cuenta lo que les cuesta a los postulantes a sucederla a despertar el entusiasmo de la población.
Los dos candidatos de la derecha dura dependen de alguna operación mediática de último momento o alguna catástrofe natural que logre lo que ni siquiera el suicidio de Nisman pudo. Su intención de voto no crece ni con debates televisivos guionados con esmero.
Las perspectivas de la derecha maximalista menguan. Se puede advertir en la línea de las columnas de Carlos Pagni en La Nación. De la sensación de ingobernabilidad que presagiaba hace pocas semanas, Pagni redujo sus pretensiones a esperar contingencias módicas que compliquen al oficialismo. En su columna del jueves ya no deposita ninguna expectativa en el desempeño de los candidatos opositores. Se diluye en consideraciones insustanciales sobre cómo contabilizar los votos en blanco para reanimar un intento último de que su candidato pase a segunda vuelta. Pagni les habla a los que durante estos años le creyeron que Cristina no llegaba. Tiene que justificar la postergación infinita de sus predicciones. El agua le inunda las instalaciones y él se acomoda en un pedacito de baldosa cada vez más chiquito.
A medida que se extingue la aspiración maximalista, lo que se hará habitual en las próximas semanas es un intento de operar en la interna oficialista. Alimentarán la fantasía de que Scioli pueda prescindir desde el primer día de su mandato del apoyo kirchnerista (que él necesita para ganar) y se disponga a implementar el plan de ajuste y el arreglo con los buitres que tendría que haber implementado alguno de los candidatos que les responden. Operar en la interna peronista/kirchnerista es un recurso desesperado de un establishment que abomina del peronismo. Se ponen a soñar con que Scioli, que solo llegará con votos cristinistas, dé una voltereta hacia la ortodoxia. Por eso se entusiasman con declaraciones como las de Urtubey o Blejer, que encarnan el ala derecha de la coalición que encabeza Scioli, ese sector que no le dará votos sino alguna benevolencia de parte de los enemigos de Cristina.
El obstáculo para que estos sueños derechistas se cumplan no reside principlamente en el liderazgo de Cristina después de dejar su cargo ni tampoco en el bloque K puro del próximo Congreso. Para devaluar brutalmente, ajustar, bajar el salario real, allanarse a las exigencias de los buitres y borrar con el codo lo que en la campaña escribió con la mano, Scioli debería renunciar a su propia base electoral, en una escena que lo aproximaría peligrosamente a la temblequeante Dilma. La presidenta de Brasil hizo una voltereta como la que la derecha argentina espera que haga Scioli. El resultado, que si Scioli es inteligente debería tener muy en cuenta, es el deterioro acelerado de Dilma, que pocas semanas después de ganar las elecciones perdió su sustento político por hacer el ajuste que en la campaña prometió impedir.
Cristina, como cualquier líder político, puede pasar, pero el pueblo queda. Es al pueblo que lo vote a quien Scioli debe temer.
Si gana Scioli, el elenco opositor quedará diezmado. Macri, Sanz, Carrió pasan a retiro. El fin de ciclo del PRO y de Cambiemos puede que llegue antes del de Cristina. Massa tendrá que hacer pie con un discurso retrógrado y con apoyos inciertos. El recuerdo de la estabilidad política y económica de los 12 años kirchneristas y la fidelidad que este gobierno mantuvo hacia su base social será un patrón de medida más cercano para evaluar un presunto gobierno de Scioli.
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