Lo que ves no es lo que soy
ni fui
hoy soy cuerpo puesto a germinar
un preludio de tu nombre
un rumor
dulce de la oscuridad.
Tomá mi mano
para la sopa
echale de yuyos y dale calor
que no estoy para el romance
esta vez
solo estoy para el amor.
Ay, vida, no me saqués de acá
sé que hay aguacero y cuesta respirar
tengo que enseñarle a este reloj
otra vez a marcar el tiempo.
Diablo, diablito
pará un poquito
que no me queda cuero sin golpear
tenía la alegría tan a tiro que
a los tiros la querés quitar.
Hombre al hambre
hambre a la sed
sé la furia
furia que ama amar
como la serpiente al suelo
yo acaricio y vos pisás.
Ay, vida, no me saqués de acá
sé que hay aguacero y cuesta respirar
tengo que enseñarle a este reloj
otra vez a marcar el tiempo.
Lo que ves no es lo que soy...
PUESTO A GERMINAR, GABO FERRO
Creo que Gabo Ferro es quien, con su reciente disco, El lapsus del jinete ciego, le puso la voz y las palabras a este 2016. Este domingo vamos a conversar con él en La otra.-radio, FM 89,3, Radio Gráfica.
Vale la pena leer este análisis que hizo Abel Gilbert sobre este disco excepcional de Gabo:
La experiencia de la canción como “voz envolvente” no tiene, en general, entrada en las teorizaciones sobre la relación entre música y palabra, que tienden a asumir lo inteligible como el sine qua non de lo cantable. A grandes rasgos, estas teorizaciones han tendido a centrarse en la expresión musical del texto afectado o su significado, en la transformación musical o en la relativa independencia de la estructura musical respecto del texto. El primer tipo concibe la canción como un especial modo de enunciación, el segundo es lo que Steven Paul Scher llama “lectura compuesta” y el tercero la postula como un vehículo de la expresividad esencialmente musical en el que el texto sirve como suplemento o punto de partida. Lawrence Kramer —de quien tomo estas ideas— me permite pensar (mejor) por estas horas en El lapsus del jinete ciego, de Gabo Ferro. Un disco de canciones fuera de lugar, aunque esta vez Sony Music lo introduzca en su catálogo. Esa dislocación es de donde extrae su potencia. Disco inusual, insólito, insular, cabría decirse. Una isla ferrosa en un mar insípido y manso (el de la canción) de tanto querer ser cabrero pero nunca estar cabreado con la contingencia, el género y el modo de sonar. El lapsus del jinete ciego elude las gestualidades canonizadas y los recorridos que garantizan aceptación. Recupera, además, zonas sin aura de la canción popular y las transforma en eso que queremos volver a visitar (con el booklet en la mano). Sabemos que Gabo tiene una voz cuyas características (el uso del falsete y el vibrato, el surplus de expresividad, los registros contrastantes) son su fortaleza y, para ciertos oyentes quizá, una puerta de difícil entrada (acaso eso es lo que más me interesa y creo que es su marca: la imposibilidad ecuménica de conformar/gustar a todos). Pero hay algo más allá de esa cualidad del canto. En la mayoría de las tradiciones, se impone la suposición de que la canción es un enunciado al servicio de otra cosa que suele producir en los hechos una retirada del sentido. Cantamos sin importarnos demasiado qué se dice porque nos dejamos llevar por un habla deformada. La “letra” —escrita y cantada, escrita para ser cantada— pesa mucho en Ferro y es parte de su atractivo. Disco de contemporaneidad y urgencia, aunque el cantor cante que tiene que enseñarle al reloj a marcar el tiempo. Disco campestre que discute de manera soterrada sobre otros campos intelectuales. Disco sin lapsus, en definitiva. “Me vuelvo a la frontera / me vuelvo a la excepción”, canta en “Camino a la balacera”. Y eso es Ferro. Cuando más se acerca el centro es cuando más parece darle la espalda.
hermosa canción
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