NOTA DE LA OTRA: Esta nota de Lidia Ferrari sobre las posiciones de Giorgo Agamben acerca de las medidas sanitarias contra la epidemia del CoVid 19 se centra en las críticas que Agamben hace al desempeño del gobierno italiano. Respecto de la situación de Italia, tomamos nota de la perspectiva de nuestra corresponsal. Pero a pesar de que los contextos políticos y sanitarios y el modo en que la pandemia afectó a la vida social en Italia y Argentina tienen diferencias apreciables, hay un punto referido a la posición de Agamben que algunos opinadores locales replican acríticamente, por lo que las observaciones de Ferrari tienen un sentido que vale la pena tomar en cuenta también para la conversación argentina.
por Lidia Ferrari
Giorgio Agamben en su texto del 14 de abril presenta una serie de preguntas que nos invitan a reflexionar sobre las medidas que en Italia se han tomado respecto del Coronavirus. Parte de una premisa que, aunque redactada en forma interrogativa, contiene una afirmación muy fuerte: "¿Cómo puede haber sucedido que un país entero sin darse cuenta se haya derrumbado ética y políticamente ante una enfermedad?" (ver acá). En la interrogación se desliza una pesada afirmación “un entero país se ha derrumbado ética y políticamente frente a una enfermedad”. Y es el punto de partida para mi reflexión. Sus preguntas son afirmaciones con acusaciones vigorosas.
1. El primer punto concierne al cuerpo de las personas muertas. Tiene razón GA acerca del dolorosísimo hecho de que los fallecidos con coronavirus mueran en soledad. Ese punto que considera el más grave se ha hecho, dice, “en nombre de un riesgo que no era posible precisar”.
2. Acusa de que hemos aceptado limitar nuestra libertad de movimiento de una manera que ni siquiera se hizo durante las guerras mundiales. Y vuelve a decir “en nombre de un riesgo que no era posible precisar”.
3. Afirma que todo eso ha podido suceder porque hemos escindido nuestra experiencia vital entre cuerpo y espíritu bajo el estatuto de la medicina moderna, cuando en realidad son un conjunto inseparable. Advierte que no se trata de algo momentáneo, porque el distanciamiento social será el nuevo principio de la organización social cuando pase la crisis.
Se pregunta cómo ‘todos nosotros’ hemos podido aceptarlo, pero la acusación inevitablemente debe recaer sobre quienes son los responsables de haber tomado esas medidas en Italia.
Se ocupa especialmente de la Iglesia porque ella “ha negado radicalmente sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Olvidó que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Olvidó que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar la vida en lugar de la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe”.
Se ocupa también de los juristas a quienes acusa del “uso imprudente de los decretos de emergencia” que han abolido ese principio de separación de poderes que define la democracia. Llega a decir que “las palabras del primer ministro y el jefe de protección civil tienen, como se dijo sobre las del Führer, un valor legal inmediato”. Y con esta fuerte e invectiva frase denuncia el estado de excepción.
Para culminar el texto nos dice GA: “Sé que siempre habrá alguien que responderá que el sacrificio serio se ha hecho en nombre de los principios morales. A ellos me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansó de repetir que había hecho lo que había hecho según la conciencia de obedecer lo que creía que eran los preceptos de la moralidad kantiana”.
Estas reflexiones nos obligan a situar en el contexto en el que se enuncian respecto de la política italiana, la concreta de todos los días. La oposición furibunda de la derecha al actual gobierno italiano acusa al Premier Conte de dictador, pero comunista, como el de Corea del Norte. Las corporaciones industriales también atacan y han atacado a este gobierno y qué decir del poder hegemónico mediático, heredero de la era berlusconiana. Este gobierno ha abierto un frente de confrontación político-económico con Europa del Norte acerca de los procedimientos de ayuda económica de la Unión Europea. Esa Unión Europea que con los buitres financieros pretenden que la ayuda sea a través de empréstitos que harán arrodillar a quienes los utilicen. Este gobierno italiano ha decidido enfrentar a las guaridas fiscales de Europa. Son los poderosos de Europa e Italia, con sus adalides de la derecha política italiana, quienes atacan al gobierno a cualquier medida que proponga. Esas medidas que, en términos sanitarios, están siguiendo las líneas de los expertos de la ciencia médica en todo el mundo. Es cierto lo que dice GA, estamos bajo la égida de la ciencia médica en esta emergencia y, quizás, ella nos está conduciendo a lo peor. Es posible. No lo sabemos.
Pero este texto suscita algunas sospechas, sobre todo cuando afirma que “un entero país se ha derrumbado ética y políticamente frente a una enfermedad”. Dicha afirmación que parece hablar de un derrumbe ético y político generalizado no se enmarca en la política concreta, la de todos los días. Esa que se juega en el parlamento, en las instituciones o en la escena mediática nos permitiría pensar que la derecha puede compartir las acusaciones de GA para desgastar y hacer caer (aunque es cierto que no precisa de GA) el actual gobierno italiano.
La acusación a la Iglesia acerca de su aceptación de las medidas restrictivas impuestas también supone ir contra una Iglesia que ha decidido, a través del Papa Francisco, hacer una política a favor de los más humildes y los más vulnerables. ¿Qué debería haber hecho el Papa? ¿Abrir las iglesias, seguir con las reuniones multitudinarias de los fieles, luchar contra los procedimientos sanitarios para alojar a los enfermos? No se entiende el propósito final de GA.
La dura afirmación de que todas estas medidas restrictivas se hacen “en nombre de un riesgo que no es posible precisar”, parecería subestimar el riesgo confirmado en varios países del mundo y también en Italia. Cuando se han relajado las medidas que limitan la libertad de movimiento, el contagio y las muertes se han expandido. Es cierto, son argumentos médicos. Se trata de un problema trascendental para nuestra vida social, pero no sabemos con qué otras medidas se podría sortear el problema. El distanciamiento social y la reclusión atentan contra la libertad de movimiento, es cierto. ¿Pero qué otro tipo de medidas se podrían implementar a partir de estas reflexiones de GA? ¿Las que había anunciado en un primer momento Boris Johnson?
Celebro que GA nos conduzca a reflexionar sobre la inédita y espinosa situación en la que se encuentra el mundo con esta Pandemia. Pero su reflexión no hace diferencias de regímenes y de gobiernos. Se habla de un estado italiano en el cual no habría diferencias entre cualquier gobierno mientras la ciencia médica comande las respuestas. Y esto no es cierto. Las diferentes maneras en las que han respondido y responden los gobiernos a esta pandemia involucra la política en sentido estricto. No se trata de “Estados” en general, sino de estados en los cuales las políticas de los gobiernos pueden hacer diferencia.
La lectura del texto nos invita a pensar que cualquier clase de gobierno sería igual respecto del problema. Sin embargo su ataque a la restricción de la libertad de movimiento alimenta la posición de corporaciones y empresarios que no han querido cerrar sus industrias a despecho del desastre sanitario que se podía desencadenar, como ha sucedido en el Norte de Italia. No creemos que para GA sea indiferente que los trabajadores se enfermen y mueran porque las fábricas no cierran o deban hacinarse en los transportes públicos para ir a trabajar. La libertad de movimiento a veces se riñe con la posibilidad de conservar la vida que, a veces, es necesaria para alimentar su espiritualidad.
Es extraño que Giorgio Agamben plantee estas reflexiones sobre el caso italiano cuando lo que dice involucra a toda la escena mundial. Por otro lado, hay que señalar la delicadísima responsabilidad de los que gobiernan con sus decisiones en un contexto de incertidumbre al que nadie puede escapar. No tiene el mismo peso el enunciado y las objeciones de un filósofo sobre lo que realizan o dejan de realizar los que gobiernan, que la responsabilidad de quienes deben tomar esas decisiones por las que serán juzgados en términos políticos, jurídicos, sociales, éticos… Las consecuencias de esas decisiones políticas les está sustraída a las reflexiones de los filósofos. Nadie les reprochará acerca de los mundos felices o inquietantes con los que nos entretenemos.
POSTDATA DE LA OTRA: La filosofía es todo lo contrario de dar respuestas apresuradas y hacer predicciones. Hoy la sociedad espera respuestas rápidas de la ciencia y la tecnología y esa demanda es tan comprensible como la prudencia con la que los auténticos investigadores científicos responden a estos apuros, aún más allá de la dificultad para brindar certezas que tiene la ciencia en cualquier tiempo. Pero esa prisa por responder inmediatamente no debería ser la función de la filosofía. Si algo caracteriza el comienzo de la filosofía, en Atenas y con Sócrates, frente a los sofistas, es que la primera respuesta siempre es una mera opinión y es inmediatamente refutable. Los "filósofos" que se apresuran a predecir tal cosa o tal otra no marchan al tempo de la filosofía, sino al de la mercancía y en eso no difieren de la columna de opinión de un periodista. La auténtica filosofía se caracteriza por la espera paciente de la manifestación del fenómeno ("el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo") y no puede predecir nada. Sus notas distintivas son la lentitud, la cautela, la espera de las fuerzas que se van manifestando. Escarba y pone en entredicho sus propios fundamentos. Es llamativo este elenco de opinadores que corren a sentenciar tras la primera noticia. Esta corrida es al mismo tiempo la huída desde filosofía hacia la opinión. Son tan o tan poco relevantes como cualquier panelista de tv. En otros tiempos se los llamaba sofistas.
POSTDATA DE LA OTRA: La filosofía es todo lo contrario de dar respuestas apresuradas y hacer predicciones. Hoy la sociedad espera respuestas rápidas de la ciencia y la tecnología y esa demanda es tan comprensible como la prudencia con la que los auténticos investigadores científicos responden a estos apuros, aún más allá de la dificultad para brindar certezas que tiene la ciencia en cualquier tiempo. Pero esa prisa por responder inmediatamente no debería ser la función de la filosofía. Si algo caracteriza el comienzo de la filosofía, en Atenas y con Sócrates, frente a los sofistas, es que la primera respuesta siempre es una mera opinión y es inmediatamente refutable. Los "filósofos" que se apresuran a predecir tal cosa o tal otra no marchan al tempo de la filosofía, sino al de la mercancía y en eso no difieren de la columna de opinión de un periodista. La auténtica filosofía se caracteriza por la espera paciente de la manifestación del fenómeno ("el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo") y no puede predecir nada. Sus notas distintivas son la lentitud, la cautela, la espera de las fuerzas que se van manifestando. Escarba y pone en entredicho sus propios fundamentos. Es llamativo este elenco de opinadores que corren a sentenciar tras la primera noticia. Esta corrida es al mismo tiempo la huída desde filosofía hacia la opinión. Son tan o tan poco relevantes como cualquier panelista de tv. En otros tiempos se los llamaba sofistas.
Aca lo tenemos a JM Javier Milei.
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