martes, 22 de abril de 2008

BAFICI: The sun and the moon‏


Por Pólvora en chimangos

Una de las mayores satisfacciones que tengo cuando voy a este festival es encontrar autores que hacen del soporte audiovisual una experiencia radical. Cineastas que abren mundos. Este es el caso de Stephen Dwoskin, fotógrafo y director de origen ruso, nacido en Brooklyn y establecido desde 1964 en Londres. Dwoskin participó en los inicios del movimiento underground que comenzó a consolidarse por Warhol y Mekas en Estados Unidos.

Se dice que The sun and the moon (U.K., 2008) es una evocación lírica del cuento "La bella y la bestia". Cuatro directoras, Véronique Goël, Maggie Jennings, Keja Ho Kramer y Tatia Shaburishvili filman a Dwoskin a sus 69 años, mostrando las secuelas de la polio que contrajo en la infancia y la máscara de oxígeno que lleva desde su neumonía. Sin embargo, lo que puede parecer terrible no lo es: ¿acaso el erotismo excluye ciertos cuerpos? Georges Bataille, el escritor preferido del cineasta, conoce bien las profundidades de Eros. Lágrimas, aversión, terror, ternura: Dwoskin restablece la luz a su cuerpo marginado y reivindica para sí un erotismo sin palabras. A lo largo de la película se teje una relación íntima construida en la aternancia de miradas entre él y la bella. Desprovisto de textos, cada gesto cobra una contundencia amplificada por el ritmo lento, la imagen oscilante, el sonido preciso. Es que ya antes este director se había encargado de filmar la luna, su luna, siempre eclipsada por lo femenino: en Trying to Kiss the Moon (U.K., 1994) hace una elegía autobiográfica con por films anteriores, películas caseras paternas, fotos, planos pre y post enfermedad, de gran melancolía. En The sun and the moon la mujer y la luna reaparecen en el doble reflejo enigmático e inaccesible que ambas guardan en común para el universo del cineasta.

Dos citas de Maureen Loiret, crítica de Cahiers du Cinéma desmontan a la perfección las operaciones que realiza Dwoskin para construir su cine, justo hasta dónde éste puede ser descripto:

"El ritmo ordena una estética fundada en las oscilaciones de la diferencia y la repetición que resuenan como un eco en sus orígenes desgarrados, en su cuerpo mutilado". Y: "Las variaciones en el sentido musical del término tanto visuales como sonoras, trabajadas en tramas mínimas como las fugas de Bach o las particiones de música secuencial poseen un tono lírico que raras veces se consigue en el cine".

Es decir, se trata de elevar la dignidad de la cultura audiovisual, de consolidar su independencia con respecto a la narración; punto de quiebre y bastión inaugurado por las vanguardias. Fuera de sus películas, Dwoskin habla con sus propias palabras:

"El objetivo es crear un film que sea totalmente dependiente de sí mismo en cuanto film. En este campo, el cine puede empezar a liberarse de la distancia de la historia romántica, reproducida e irreal y volverse así genuinamente expresivo. Cuando el cineasta puede utilizar el medio para expresarse, al igual que sus propias emociones, el cine en cuanto forma expresiva, puede comenzar a implicar al espectador.

El cine es un nuevo medio que permite al espectador experimentar lo que el propio artista experimenta. Atrayendo y utilizando el erotismo, atrayendo las emociones y el instinto, el cine atraviesa aquí, el final de la parte menos explorada de nosotros mismos y se abre así a la implicación, al conocimiento y a la experiencia. El cine puede hacer ésto si se presenta como emoción directa; al espectador como si fuera emoción; como si el film fuera su propio film..." (*)

Es cine de Dwoskin es por ello una experiencia intransferible, un dispositivo estético cuya potencia es capaz de volar en pedazos los estereotipos visuales; siempre y cuando haya espectadores... que no teman volarlos.

(*) Extractado de una entrevista a Dwoskin publicada en el catálogo de la retrospectiva que le dedica la Filmoteca Española en 1976.

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