Por Oscar A. Cuervo
¿En qué se parecen David Lynch y Raya Martin?
En que en los últimos tiempos han hecho películas que tienden a desafiar los usuales conceptos con los que se evalúa que un film está “bien formado”. Inland empire, Autohystoria, Possible lovers son obras problemáticas, incómodas, irregulares, discutibles, desmesuradas, ambiguas, oscuras, rústicas, desafiantes e inevidentes.
¿En qué se diferencian?
David Lynch es un cineasta norteamericano de un enorme prestigio (prestigio que no lo salva de sus enérgicos detractores), de una filmografía considerable y un nombre capaz de convocar muchos espectadores en distintas partes del mundo.
Raya Martin es un joven filipino que, con cinco largometrajes poco vistos, ha hecho algo de ruido en algunos festivales de los últimos años.
Sus últimas películas provocaron -cada vez que se proyectaron- reacciones extremas: odios enardecidos y entusiasmos desbordados. Provocaron algo más interesante: preguntas. Inland empire o Autohystoria no parecen adherir al credo estético de las obras redondas, perfectas, inapelables. Al contrario: son films de reputación dudosa (como en otra época se decía de ciertas mujeres); uno siente que no están acabadas, que convendrían algunos ajustes aquí y allá, que son así pero podrían ser también asá.
Desde el punto de vista de sus condiciones de producción, son sorprendentemente cercanas. Películas de bajo presupuesto, filmadas con equipos mínimos, en condiciones precarias. De una rusticidad que sus autores no han querido disimular: al contrario, extremaron esa rusticidad para hacer de ella un signo de distinción, para espantar al ojo perezoso y a la atención fluctuante. En cambio, lo que David y Raya parecen esperar es una mirada elástica y dispuesta.
Parecen reclamar que sus películas se discutan, que se las piense y, con ellas, se vuelva a pensar qué es el cine. No proceden, Lynch y Martin, del mismo lugar: David viene de un proceso que se adivina sinuoso, de años de fricción con la industria del cine y la TV, de peleas con De Laurentis y pilotos rebotados por la Disney. Se ve que Lynch ha decidido que quería hacer cine sin pasar por esas tortuosas reuniones con mafiosos que tan graciosamente retrató en Mulholland drive. Entonces encendió su camarita, convocó a su vecina Laura Dern y emprendió un regreso al cine artesanal que practicó en su juventud.
El caso de Raya es diferente: viene de la periferia más periférica, de un país casi sin cine: no sabemos si posee formación cinéfila pero, de tenerla, no se muestra nada preocupado por ostentarla. Quizá no la tenga: en ese caso no muestra complejos de inferioridad. Así que la factura artesanal de sus tres largos parece en su caso inevitable. Como sea, ambos, Lynch y Martin cultivan en su último cine una pobreza desembozada y provocativa. Lo que les otorga soltura para preguntarse, filmando, qué es el cine.
A esta altura, a 113 años de la invención del cinematógrafo, cuando la sintaxis del cine narrativo industrial está a punto de cumplir el siglo de edad, podría parecer que esta pregunta ha quedado atrás. Hay muchos que preferirían pasar inmediatamente a posiciones edificantes: que el cine cumpla una función social, que se encuentre con su público, que consolide una industria, que divierta, que se atenga a los viejos géneros, que toque temas universales, que crezca, que siente cabeza, que se ponga a la altura de las circunstancias. Estas exigencias no se escuchan solamente ni con mayor frecuencia entre prelados de la iglesia ni comisarios políticos; se descuenta que los distribuidores y exhibidores hacen su negocio, así que nadie menos dispuesto que ellos a hacer preguntas ontológicas. Lo que no resulta tan claro es que estas exigencias de un cine asentado y obediente aparezcan en boca de realizadores y programadores de festivales (como yo escuché después de ver Autohystoria); más preocupante aún es que los que reclaman temas, géneros y disposición industrial sean los críticos: de suplementos culturales y de revistas especializadas; críticos que hacen gala de su cansancio añoso, o en otros casos de su ímpetu juvenil, unidos por un mismo reclamo de encauzamiento. Planteando algo más que opiniones ocasionales, trazando sus líneas editoriales en favor de un cine previsible y previsto: es decir: ya visto.
Por eso hace falta la soltura de los Lynch y de los Martin. Porque los críticos jóvenes y añosos, los exhibidores, los comisarios y los prelados pueden muchas cosas, pero no pueden impedir que alguien que se sigue preguntando por su misión en la vida prenda su camarita y filme. Películas problemáticas, incómodas, irregulares, discutibles, desmesuradas, ambiguas, oscuras, rústicas, desafiantes e inevidentes.
Eso: a mí personalmente me molesta que el espectador - sobre todo si se cree calificado porque publica en algún lado- coloque todas sus expectativas en lo que ve en la pantalla y esté con : "el ojo perezoso y la atención fluctuante".
ResponderEliminarHe visto en las privadas al "crítico" apurado, ansioso que dice , ¿cuánto dura? Ah, en una hora y media estoy afuera. (sic)
Ahí no hay lugar alguno para una idea, para un interrogante serio con respecto al cine, no hablemos de preguntas ontológicas.
Después no nos quejemos si un espectador común - por común digo ajeno al cine, como un médico de terapia intensiva - diga que no va a ver la de Sokurov - por ejmplo- porque toda la semana trabaja con la muerte y quiere distraerse.
Lo unico desafiante de "Autohistoria" o "Inland empire" es cuanto te vas a bancar el narcisismo de un tipo que te somete a un plano gratuito de media hora o al flujo de su inconciente... Pero Cuervo,que se queja tanto de los viejos comisarios, parece ser el "nuevo" comisario del "nuevo" cine. En un par de años discutimos quien es Raya Martin, cuando haya creado una obra valiosa. Canonizar a un pibe de 22 años es una pelotudez.
ResponderEliminarDebo confesar que por una razón u otra, no pude ver nada de Raya Martin: tendré que salir de dudas.
ResponderEliminarEn cuanto a la edad , me parece un dato irrelevante para la pericia cinematográfica, ni por exceso ni por defecto.
Martha
"Parecen reclamar que sus películas se discutan, que se las piense y, con ellas, se vuelva a pensar qué es el cine."
ResponderEliminarperfecto. y cuandó empezamos con esa discusión y ese pensamiento?
porq si todo lo q vamos a repetir es que son "obras problemáticas, incómodas, irregulares, discutibles, desmesuradas, ambiguas, oscuras, rústicas, desafiantes e inevidentes" (repetido dos veces, entre medio de típicos detalles seudobiográficos de reseña de la inrockuptibles), no profundizás nada en esas películas que tan a gritos parecen reclamarlo.
simplemente dejás flotando esa cosa muy inrockuptibles también, eso de:"qué tipos elegantes que somos los que disfrutamos de essste cine che..."
dale, avisanos cuando empieces a pensar sobre cine, no seas malo loco, compartí
Che Mariano, tanta amargura te va a hacer mal, pará de sufrir.
ResponderEliminarDouglas Sirk y sus títulos quedaron reducidos a la mínima expresión. Y Fassbinder? Las amargas lágrimas de Petra Von Kant!! Por dar un solo ejemplo.
ResponderEliminarEh? Ejemplo de qué?
ResponderEliminar¿qué pasa con Douglas Sirk? ¿Y con Murnau? eh?
Y con Richard Lester? Eeehh?
"Si se fuerza el paso, se morirá por ideas que no existirán al doia siguiente" (George Brassens)
ResponderEliminarPara mi estupor me gustó mucho la mujer sin cabeza.Leí muy por arriba las discusiones para no informarme, solo que no pude evitar éspiar sobre si es un perro o no. El perro no se escamotea en ningún momento es mas a la directora ni se le pasa por la cabeza evitar la imagen, es un doberman hasta la china y la intriga se dispara para territorios más complejos y fascinantes acerca de esta historia con un chico que guarda las cosas bien arriba,para quebradero de cabeza del dueño del vivero. En fin,que dá para largo,me encantaría escribir algo sobre esta mujer sin cabeza con autos modernos y teléfonos viejos.
ResponderEliminarEXELEN--
Hugo.
Le voy a dedicar un cuento a Martel.
No ataquen a Douglas. Aguante el melodrama.
ResponderEliminarFirma: Imitacion de la vida, club de fans de Douglas Sirk
Imitación de la vida la ví a los 8 años y yo no sabía porqué me había puesto tan triste ese entierro tan raro con música,cuando nunca ningún entierro y encima sin música, me había movido un pelo hasta el momento.Nunca mas la volví a ver.
ResponderEliminarHugo.
Hugo:
ResponderEliminaresperamos el cuento o lo que quieras escribir sobre La mujer sin cabeza.
El plano del perro es la gran invención de Quintín, quien dice que si se quita ese plano, la película se viene abajo. nunca ha logrado explicar por qué ese plano es falso, pero ese dictamen inventado "plano falso", le sirve paar demostrar que Lucrecia Martel ha perdido su última oportunidad.
Eso, no ataquen a Douglas Sirk, tampoco a Richard Lester. Y menos que menos a Tourneur.
ResponderEliminarHugo, qué tal. Qué bueno que estés por acá de vuelta, hace mucho que no sabía de vos.
ResponderEliminarYo también trato de no leer críticas de películas que todavía no vi, pero en este caso pasó algo bastante raro. Leí muchísimos comentarios sobre La mujer sin cabeza, y todavía no me enteré de si la tipa atropella a un perro, a un chico o a ambos. Cuanto más leía, menos seguro estaba. Después de la discusión que se armó en La Lectora Provisoria Quintín dijo que estaba cada vez más convencido de su idea inicial sobre el plano del perro. Lo cual es muy extraño, porque si de algo dio cuenta la discusión es de que no todos entienden lo mismo de ese plano. Es muy significativo que se plantee una polémica así a partir de una película que, por lo que dicen, habla de las dificultades y los obstáculos de la percepción.
Saludos,
Nicolás
Martel=Riquelme
ResponderEliminarCuervo=Pagani