Por el Oscar Alberto Cuervo
El cant dels ocells: segunda película de Albert Serra, después de la escandalosa proyección que tuvo su ópera prima, Honor de cavallería, en este festival el año pasado. En aquel momento, la versión libre del Quijote hablando en catalán tuvo una proyección que se convirtió ella misma en un evento artístico: el silencio y la quietud en el que permanecían Quijote y Sancho en la mayor parte del metraje, la oscuridad casi completa de largos tramos del film, el humor absurdo goteado en dosis minúsculas y el lirismo áspero que no se hacía anunciar sino que irrumpía como involuntariamente, todos estos elementos fueron demasiado para una platea que se habría acercado al Auditorium a ver la película de Don Quijote y se encontraba con la aparición de un cineasta dispuesto a refundar el pacto con el espectador en términos absolutamente desdeñosos de cualquier concepto de espectáculo. El espectáculo fue el modo en que la platea se dividió en partes igualmente ruidosas entre quienes abucheaban tantas libertades tomadas sin permiso y quienes defendían su derecho a ver el film en silencio. Algo parecido parece haber pasado en muchos festivales con Honor de Cavallería. Esta vez, con El cant dels ocells, se trata de un público ya advertido, o quizá más cansado. La cuestión es que el segundo largo de Serra se puede ver en silencio, en medio de una platea ya bastante rala desde el comienzo. Algunos se van yendo, pero son pocos los que tiran la bronca.
El cant dels ocells es el relato de la peregrinación de los reyes magos en busca del niño Jesús, María y José. Y una vez más, un relato transitado hasta el cansancio por la cultura occidental vuelve a someterse al tratamiento Serra: mucho silencio, mucho pensar, mucho meditar, nada de evasión, y pensar. La diferencia más notable es que esta vez el catalán opta por un deslumbranbte blanco y negro que dispara el goce hacia alturas siderales. La potencia plástica de los paisajes agrestes por los que transcurren los reyes ayuda a elevar la experiencia a un misticismo que ya podía detectarse en la primera película, pero que aquí se hace inapelable. Está el humor absurdo que se desprende de la sencillez con la que los reyes encaran la magna tarea de ir al encuentro de la divinidad, su aceptación escueta de la presencia de los ángeles, el relato de sus módicos sueños. Serra se pregunta cómo puede aparecer lo sagrado entre la tierra, el cielo y los mortales; y se responde que tiene que ser con una modestia desconcertante. Es una de las películas más hermosas del nuevo siglo, con planos destinados a permanecer en la memoria por todo el tiempo que haga falta: eso para quienes acepten el misticismo y el humor que Serra propone.
La estética del film tiene bastante poco que ver con el tono entre arrogante y cínico con que Serra suele enfrentar al periodismo (o al menos eso es lo que muestran las transcripciones de la prensa). En las páginas de diarios y revistas el catalán suele parecer un tipo demasiado canchero, que dice que el cine no le interesa demasiado y que sólo se dedica a él porque da dinero, es más divertido y más fácil que la literatura. Una de tres: o Serra es un inconciente que no sabe lo que tiene entre manos o es un cretino que convoca a la belleza a pesar suyo, o es un provocador que cultiva dos géneros absolutamente diferenciados: el cine más puro y la boutade periodística más chocante. Hoy a la tarde Andrés Di Tella le hace una entrevista pública a Serra y será la ocasión de ver en directo si Serra es tan canchero como parece en los diarios.
Por otro lado, llegó la primera auténtica decepción: porque se trata de uno de los cineastas más importantes de los últimos años y porque parece haber dado su primer paso en falso, Jia Zhang-ke me deja proecupado por su 24 City. La película se inscribe en la temática habitual de Jia, la impresionante mutación que está experimentando la sociedad China, en tránsito hacia quién sabe dónde, pero dejando en el camino una estela de pequeñas vidas anónimas y de grandes ruinas irónicas. Eso es lo que esperamos del cine de Jia. El problema está en que el tipo que supo encarar la frontera entre el registro documental y la ficcionalización con una sutileza inusual acá parece moverse con una pereza inesperada. El film está estructurado como una sucesión de entrevistas de quienes han estado trabajando en una fábrica aeronáutica en proceso de desmantelamiento, para ser transformada en un complejo inmobiliario. Los entrevistados nos cuentan sus experiencias personales, carentes de la épica que se le suele atribuir a la marcha revolucionaria: esto, como siempre sucede en las películas de Jia. Lo que nunca había sucedido hasta ahora es que el cineasta lo encare de manera rutinaria. Los personajes sentados frente a una cámara fija responden a un entrevistador que permanece fuera de cámara, a la manera de la encuesta televisiva. Y hacen lo contrario de las personas que habitan los films anteriores de Jia: representan sus emociones. Esta representación empieza a sonar cada vez más falsa a medida que las emociones se hacen más novelescas. Entre los entrevistados se puede reconocer a algunas actrices que evidentemente representan una emoción guionada; en otros casos, queda sin saberse si también se trata de actores o de personajes reales. En cualquier caso,los testimonios suenan falsos. Los momentos en los que persiste la maestría del autor de Unknown pleasures son aquellos mudos en los que hablan las ruinas arquitectónicas de la China en demolición, mietras la cámara los recorre en sus panorámicas majestuosas que ya son su marca de estilo.
Eso de las emociones guionadas, es lo que me retiró de las huestes- era casi una especialista- de las espectadoras de documentales.
ResponderEliminarLamentablemente soy de las que cuando algo lo desilusiona me convierto en la mujer de Lot. A veces me enoja ser así, pero en estos casos no. No tengo tiempo para perder : a otra cosa que tenga una cierta poética.
Arruinar el quijote es imposible, ni siquiera pelotudos como este pueden lograrlo.
ResponderEliminarPor mas que se esmeren.
Che cuervo, si les gustaba a todos ibas a decir que era mala ¿no?
sos un loco vos que ni te cuento.
Anònimo:
ResponderEliminarqué burro que sos, las "Grandes Obras de la Literatura Universal" han sido frecuentemente arruinadas por las adaptaciones cinematográficas. Y Honor de Cavalleria no es una adaptación del Quijote, sino algo que vos difícilmente entenderías. Por supuesto que no la debès haber visto, pero cualquier ocasión es buena para que vos ostentes tu ignorancia.
Que loco, che.
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