Cuando uno sale de ver una película, siempre necesita unos minutos para volver a la tierra. Ya que el cine es una experiencia cercana a lo onírico, se trata de dejarse recapturar por la lógica de la vigilia. Más aún si la película que se acaba de ver fuerza los límites del cine conocido. Más aún si se trata, por su hosquedad y su resistencia a las interpretaciones rápidas, de algo parecido a una pesadilla. De eso se trata, precisamente,
, la recordada irrupción del Bafici 2007.
Y bien, en eso de hacer pie andaba yo al terminar
Autohystoria cuando al salir de la sala me encontré con un Nicolás Prividera que lucía más indignado de lo que está habitualmente. “
A ver, estoy esperando que me digas algo sobre esto que acabamos de ver”. Yo le dije que me había acordado de él en algún momento de la primera media hora de la película (lapso abarcado por un travelling que daría mucho que hablar). En un momento de ese travelling yo pensé en Prividera, con quien ya había tenido un encuentro en el festival de Mar del Plata a la salida de
I don’ want to sleep alone, la película de Tsai Ming-liang. En aquella ocasión, Prividera lucía indignado por lo que consideraba otra muestra de un
international style -en el que incluía a Lisandro Alonso, como representante local de la "franquicia"-, un cine tan dañino “en su lobotómica degradación del lenguaje y el sentido del cine” como el de Hollywood; quizá más dañino, ya que no escuché a Prividera manifestar una indignación parecida acerca de una producción de Hollywood.
Al final de la de Tsai, Prividera sentía ganas de culpar no tanto al cineasta taiwanés como a los que disfrutamos de esa tendencia del cine que a él le resulta intolerable (una de las tantas cosas que le resultan intolerables). Así que en esa primera media hora de
Autohystoria yo había pensado:
¡cómo se pondrá Prividera si la ve! De modo que, cuando salí de la sala y lo vi... ¡con cara de indignado!, supe que el reino de las explicaciones debidas me reclamaba. Y yo no podía decir mucho más que: “durante la película me acordé de vos”, ya que necesitaba meditar acerca de la experiencia por la que acababa de atravesar y no tenía un argumento que pudiera calmar a Prividera. Pero eso fue suficiente para que él empezara con su ristra de amargos reproches: “ese sistema encontró una nueva cantera geopolítica a la que explotar, luego de Irán, Corea, Taiwan, en su desesperada busqueda de novedades. Es un estilo internacional que tiene franquicias en cada región, incluso en la Argentina, como lo demuestra el caso de, etc., etc., etc.”. Ese fue el comienzo de una larga enemistad.
Mientras caminábamos por el pasillo del Hoyts nos cruzamos con Quintín, quien al verme me levantó el pulgar y repetía: “Genial, genial, ¡acabamos de conocer a un cineasta!”. Yo no me había expedido ante las demandas de Prividera, sólo había balbuceado algo así como “me parece cuanto menos una posibilidad interesante, dejámelo pensar”. Pero ante su mirada ya Quintín y yo ya estábamos configurando una máquina: éramos los representantes “de un sistema de legitimación que crea y procrea monstruos para justificar su existencia, sin importarle el daño que eso le hace al cine”. Ese fue el comienzo de mi corta amistad con Quintín.
A los pocos metros nos encontramos con uno de los programadores del festival de Mar del Plata que se acopló a Prividera: “ustedes, no tanto
Raya Martin, son un
peligro para los jóvenes cineastas que pueden terminar creyendo, gracias a su prédica, que este es un camino posible para el cine”.
Y bien, yo no elegí dar esta batalla. Pero las circunstancias volvieron a ponerme como contendiente y no soy de rehuir a mi destino. Entonces me ha tocado levantar la bandera de
Autohystoria, de Raya Martin, de un camino posible para el cine, para las jóvenes generaciones. ¡De pronto soy una agente internacional de fuerzas corrosivas y peligrosas!
Ahora doy paso a mi breve ex-amigo, Q:
"
Autohystoria es la historia de las Filipinas en unos diez planos y, posiblemente, el film más audaz de esta edición del Bafici. Una obra maestra, en mi opinión. Escuché decir que en Mar del Plata, la gente se iba de
Honor de Caballería, mientras que en Buenos Aires es un gran éxito. Pero me parece que la intolerancia no tiene patria como veremos a continuación. La función de
Autohystoria fue, ciertamente, muy movida. Paso a relatar:
"Empieza la película. Pantalla en negro, una cancioncita en off. Corte a un plano de un joven de camisa blanca caminando por una avenida transitada. Es de noche. La filmación es en video, en blanco y negro, desde un vehículo que va por la vereda de enfrente. El tipo camina una cuadra, dos cuadras, muchas cuadras. Pasan diez minutos y sigue caminando, atravesando cuadras más iluminadas y otras más oscuras. Parte del público (la sala estaba llena) empieza a protestar en voz alta, a aplaudir en broma.
[
El relato de Q sigue, media hora después...] "Corte. Color. Una plaza redonda con un obelisco en el medio. Plano fijo que se extiende a lo largo de varios minutos. El tránsito hace un ruido infernal. El público ruge y empieza a abandonar en masa la sala. Un grupo aplaude con sorna desde el centro de la sala. Desde la izquierda, adelante, una voz grita: “Cállense, hijos de puta.” [
Es el propio Q el puteador] Milagrosamente, los revoltosos se callan. Otros se siguen yendo. Corte".
[
Y así relata Q la salida al final de Autohystoria] "Salimos de la sala con Castagna y Jorge García. Comparto la euforia con Martín Mainoli, gran cortometrajista y editor de Alonso y de Rejtman. En cambio, a Nicolás Prividera, director de
M, la película no le gustó nada. Pienso que
Autohystoria no solo habla de la represión en las Filipinas. Bien podría ser sobre la dictadura argentina. Es un film que toma partido por las víctimas. En diez planos. Pero es poco probable que alguien se animara a hacer una película semejante entre nosotros. El mensaje y el sermón serían imprescindibles".
Nicolás Prividera se indigna:
"Y si, no me gustó nada. Es más: salí indignado. No con el monstruo, que no tiene la culpa, sino con el Frankenstein que lo creo. Y no me refiero a la película ni al director, sino al sistema (el complejo crítica-festivales) que necesita encontrar Genios ocultos para alimentarse (y legitimarse).
“«
Algo está pasando en Filipinas», dijo Q cuando nos cruzamos al salir de ver la pelicula. Y lo que esta pasando es previsible: ese sistema encontró una nueva cantera geopolitica (luego de Irán, Corea, etc.) a la que explotar, en su desesperada búsqueda de novedades. Que no son tales, porque no hacen más que autoconfirmar la vigencia de un «estilo internacional» que puede ser (para el cine independiente) tan dañino como el de Hollywood. Que tiene franquicias en cada país, e incluso en cada región, como demuestra la catalana HONOR DE CAVALLERIA (Y eso no significa que no haya diferencias: al lado de
Raya, Serra tiene la elegancia de un John Ford…).
"De la única dictadura de la que habla AUTOHISTORIA es de la de un sistema de legitimación que crea y procrea monstruos para justificar su existencia, sin importarle el daño que eso le hace al cine. Sea porque se se han resignado a su muerte o porque quieren ocultar el cadaver bajo la alfombra…
"Q. describe la película pero no explica por qué es una «obra maestra» (si es que tal cosa existe hoy, en el actual «estado de las cosas»…). De todos modos, el problema no es que haya o no obras maestras (hay que acabar con ellas, como pedía -si no recuerdo mal- Artaud), sino que querramos verla en esta película primitiva (en todo sentido).
"Antes la palabra
vanguardia evocaba nombres como Buñuel o Vertov, hoy invoca a
Raya Martin… Así nos va"- culminaba NP, más indignado que de costumbre.
Eso se discutía el 8 de abril de 2007. Yo sigo pensando básicamente aquello que escribí en ese entonces:
La indignación es uno de los sentimientos más sospechables, en cualquier orden de la vida, incluso en el cine. ¿Qué dice la indignación de un espectador acerca de una película? No mucho, casi nada. En la indignación el espectador indignado se mantiene “digno”, del lado del Bien, de un Saber que ya ha determinado de una vez y para siempre qué es el cine y que cualquiera que ose simplemente desconocer ese “qué es” será arrojado fuera del Bien. Del otro lado hay un Maligno Sistema que intenta hacerle daño al Cine Sabido. Una película puede, por ejemplo, estar más allá de este sistema de la Dignidad y la Indignidad, del Saber y del Bien. Una película como
Autohystoria también podría servir para pensar la indignación de los espectadores dignos. Si tiene algo de inaceptable para los indignados profesionales, si aún es posible que una película se vuelva intolerable, si puede ser rechazada como algo peligroso, si se la puede comparar con un monstruo, si despierta odios, entonces vale la pena verla y pensarla.
Yo la vi y la pensé y me parece que
Autohystoria (2007) es un auténtico, áspero, chirriante, inquietante film de horror del siglo XXI. Por eso me parece la mejor opción para cerrar
esta historia del cine, la más extraña jamás contada.
Después, tuve oportunidad de cambiar impresiones sobre el cine de Raya Martin con Jean-Pierre Rehm, delegado general del Fesival Internacional del Documental de Marsella y colaborador habitual de Cahiers du cinéma. Y le pregunté:
- Tanto en
Autohystoria como en
Possible lovers (la siguiente película de RM) la oscuridad, la aspereza, la estridencia y la incertidumbre parecen conducir a una experiencia terrorífica. ¿Puede ser que este horror sea el rasgo más propio de Martin como autor, más allá de que el tema que toque sea en un caso la historia política de Filipinas y en el otro una historia de amor?
- El comienzo del horror que somos capaces de soportar es la manera como una vez el poeta R. M. Rilke calificó a la belleza- me respondió Rehm-. Y la belleza no tiene nada que ver con una perspectiva, sino más bien con su capacidad de abarcar en un abrazo generoso tanto la Historia como los así llamados “destinos privados”.
Short film... [la segunda película de Raya] comienza con la hermosa escena en la que esa pareja tiene problemas para descansar, para dormir, y así la totalidad del film puede ser vista como el sueño que la mujer está construyendo a través de las palabras de su marido. Puede ser la relación entre un país y sus artistas. De modo que es al mismo tiempo una historia de amor y la Historia política. De hecho, es amor por la Historia, pero un amor que no es abstracto, que es muy sensual, muy físico, que se vale de las imágenes no como superficies, sino como cuerpos realmente vivos, sudorosos, activos. Esta es la razón de que no se trata simplemente de oscuridad, sino de la noche: un tiempo específico del día en el que la gente deambula, sueña, duerme, hace el amor, tiene miedo, ve películas, etc. En horas del día, aún violentamente opuesto a la luz diurna y su firmeza tranquilizadora. La oscuridad no es solamente una metáfora, un estado de ánimo, es una noche real que la cámara capta (y entonces aparece esa rudeza del video –como si el video pudiera ser usado contra sus propósitos naturales, haciendo aparecer a la noche como tal; oscura, áspera, irregular, etc. No ver
en la oscuridad, sino ver
a la oscuridad misma. Como en algún viejo film en blanco y negro). Y sí, estoy profundamente impresionado por la increíble ambición de Raya hacia la épica. También en ese horror que tú señalas, él está muy cerca de la tierra, muy específico, como un amante verdadero, aun cuando nosotros perdamos muchos detalles, por falta de información- terminó diciendo Rehm.
Este sábado a las 19:30
Autohystoria en la Tribu, Lambaré 873. En el mismo programa:
Easy Street de Charlie Chaplin.