por Oscar A. Cuervo
Estaba por escribir que ayer fue un día Dardenne en Buenos Aires, porque mientras en salas de estreno se está exhibiendo El silencio de Lorna, la Lugones proyectó La promesa. Lo que vendría a ser la primera y la última estación hasta el momento de una de las líneas ferroviarias más intensas del cine actual, una especie de evangelio de la esperanza en la era del neo-capitalismo. Iba a escribir eso pero luego entré en razones. Porque, si bien unos cuantos minutos de un film de estos hermanos vale por varias filmografías completas de otros contemporáneos, precisamente en esta última entrega, El silencio de Lorna, los Dardenne convencen pero no vencen.
Tienen todo para hacerlo: su vieja fidelidad a una mirada nada complaciente de la Europa actual, atravesada por fracturas sociales insalvables, que ellos filman mejor que nadie cada vez que esas fracturas se marcan en la superficie corporal de sus criaturas; un apego casi religioso al realismo cinematográfico, en el que importan tanto el trabajo de cámara, como la luz natural, un grupo de actores afinadísimo y un pulso implacable para cortar cuando hace falta, provocando la mayor cantidad de drama con los mínimos recursos; y la mira puesta en el rango de posibilidades por el que sus personajes no están determinados por el sistema económico sino tan solo condicionados, de manera que siempre hay una hendija por la que puede -o al menos podría- colarse la libertad. Es una descripción mezquina decir que los Dardenne hacen un cine socio-político, porque si bien ese marco de estricto presente es mantenido a rajatabla, sobre la materialidad tactil de sus personajes ellos enhebran un sentido espiritual y aún uno religioso (no notado por espectadores distraídos).
Tienen todo para vencer, pero en El silencio de Lorna no vencen. Algo falla: la línea narrativa ha perdido la simplicidad descollante de El hijo (su obra maestra absoluta, una película destinada a perdurar por décadas) para enredarse en ciertos pormenores que le restan contundencia. Una vez más, personajes en estado de necesidad se ven impulsados a cometer actos atroces, dirigidos contra otros que son más débiles que ellos, en la lógica del gallinero global. Pero esta vez son demasiadas las cosas que cuentan, de modo que en algún momento se diluye el cine físico que ellos han sabido practicar y por el film empieza a revolotear la sombra de un guión, cosa mala. Mientras El hijo, La promesa, Rosetta, tenían finales tan concisos que quitaban el aliento, acá da la sensación de que todo debería haber terminado mucho antes, no se sabe bien cuándo. E incluso, falla sintomática, por primera vez desde que yo recuerde deben recurrir a una música extra-diegética para "redondear" una conclusión. Hmmm.
Dije que tenían que haber terminado El silencio de Lorna mucho antes de su fin, no se sabe bien cuándo. Miento: sí está claro cuando el film se muere: cuando muere personaje que encarna Jeremy Renier. Hacia aquí voy: mientras vive el drogón que Renier interpreta, la película vibra con esa portentosa fragilidad con la que él es capaz de impregnar los espacios por los que se mueve. Creo que no hay en el mundo entero otro actor de esta edad que sea capaz de desplegar este magnetismo hecho de polos incompatibles: precario e imponente, arruinado y sexy.
Ya lo había hecho en La promesa, cuando apenas estaba saliendo de su infancia y desde su pequeñez se iba agrandando hasta sacarse de encima el peso insoportable del cuerpo de su padre (un lascivo Olivier Gourmet). En El niño Jeremy es un joven de aérea sensualidad que tiene que devenir padre. En El silencio de Lorna es el nervio desquiciado del film, un desvalido capaz de enamorar a Lorna con solo desnudar su extrema debilidad. Parece mentira que esa piltrafa espiritualizada que anima el último film de los hermanos sea el mismo actor que hace pocos meses lucía como un yuppie tan pagado de sí en Las horas del verano. Por eso, cuando desaparece Renier de escena, El silencio de Lorna muere como película.
En resumen: ayer no fue exactamente un día Dardenne en Buenos Aires, sino el día en que se podía ver a Jeremy en el arco que va desde La promesa hacia El silencio de Lorna: un día Jeremy.
Estaba por escribir que ayer fue un día Dardenne en Buenos Aires, porque mientras en salas de estreno se está exhibiendo El silencio de Lorna, la Lugones proyectó La promesa. Lo que vendría a ser la primera y la última estación hasta el momento de una de las líneas ferroviarias más intensas del cine actual, una especie de evangelio de la esperanza en la era del neo-capitalismo. Iba a escribir eso pero luego entré en razones. Porque, si bien unos cuantos minutos de un film de estos hermanos vale por varias filmografías completas de otros contemporáneos, precisamente en esta última entrega, El silencio de Lorna, los Dardenne convencen pero no vencen.
Tienen todo para hacerlo: su vieja fidelidad a una mirada nada complaciente de la Europa actual, atravesada por fracturas sociales insalvables, que ellos filman mejor que nadie cada vez que esas fracturas se marcan en la superficie corporal de sus criaturas; un apego casi religioso al realismo cinematográfico, en el que importan tanto el trabajo de cámara, como la luz natural, un grupo de actores afinadísimo y un pulso implacable para cortar cuando hace falta, provocando la mayor cantidad de drama con los mínimos recursos; y la mira puesta en el rango de posibilidades por el que sus personajes no están determinados por el sistema económico sino tan solo condicionados, de manera que siempre hay una hendija por la que puede -o al menos podría- colarse la libertad. Es una descripción mezquina decir que los Dardenne hacen un cine socio-político, porque si bien ese marco de estricto presente es mantenido a rajatabla, sobre la materialidad tactil de sus personajes ellos enhebran un sentido espiritual y aún uno religioso (no notado por espectadores distraídos).
Tienen todo para vencer, pero en El silencio de Lorna no vencen. Algo falla: la línea narrativa ha perdido la simplicidad descollante de El hijo (su obra maestra absoluta, una película destinada a perdurar por décadas) para enredarse en ciertos pormenores que le restan contundencia. Una vez más, personajes en estado de necesidad se ven impulsados a cometer actos atroces, dirigidos contra otros que son más débiles que ellos, en la lógica del gallinero global. Pero esta vez son demasiadas las cosas que cuentan, de modo que en algún momento se diluye el cine físico que ellos han sabido practicar y por el film empieza a revolotear la sombra de un guión, cosa mala. Mientras El hijo, La promesa, Rosetta, tenían finales tan concisos que quitaban el aliento, acá da la sensación de que todo debería haber terminado mucho antes, no se sabe bien cuándo. E incluso, falla sintomática, por primera vez desde que yo recuerde deben recurrir a una música extra-diegética para "redondear" una conclusión. Hmmm.
Dije que tenían que haber terminado El silencio de Lorna mucho antes de su fin, no se sabe bien cuándo. Miento: sí está claro cuando el film se muere: cuando muere personaje que encarna Jeremy Renier. Hacia aquí voy: mientras vive el drogón que Renier interpreta, la película vibra con esa portentosa fragilidad con la que él es capaz de impregnar los espacios por los que se mueve. Creo que no hay en el mundo entero otro actor de esta edad que sea capaz de desplegar este magnetismo hecho de polos incompatibles: precario e imponente, arruinado y sexy.
Ya lo había hecho en La promesa, cuando apenas estaba saliendo de su infancia y desde su pequeñez se iba agrandando hasta sacarse de encima el peso insoportable del cuerpo de su padre (un lascivo Olivier Gourmet). En El niño Jeremy es un joven de aérea sensualidad que tiene que devenir padre. En El silencio de Lorna es el nervio desquiciado del film, un desvalido capaz de enamorar a Lorna con solo desnudar su extrema debilidad. Parece mentira que esa piltrafa espiritualizada que anima el último film de los hermanos sea el mismo actor que hace pocos meses lucía como un yuppie tan pagado de sí en Las horas del verano. Por eso, cuando desaparece Renier de escena, El silencio de Lorna muere como película.
En resumen: ayer no fue exactamente un día Dardenne en Buenos Aires, sino el día en que se podía ver a Jeremy en el arco que va desde La promesa hacia El silencio de Lorna: un día Jeremy.
Tengo ganas de verla, me gustaron mucho sus otras películas y ese actor tiene con qué.
ResponderEliminarBien por el azul del fondo!
Saludos!
El crítico jORGE gARCÍA me decía casi lo mismo respecto al final de la última de los Dardenne.
ResponderEliminarPor mi parte pienso que ese final significa algo así como pretender rescatar - con su delirio- el personaje del joven muerto. Es algo así como paliar la culpa que siente por su silencio cómplice.
Renier es un grande pero la joven de Kosovo tiene un misterioso aire a una actriz que cayó en el olvido . no sé por qué.: Isabelle Adjani.
Es mi modesta opinión. Martha
Martha: claro, evidentemente el final del personaje de la chica tiene que ver con esa deuda de ella. Eso yo también lo entiendo así. Pero el asunto es que los Dardenne en sus mejores momentos no han necesitado ponerle es "moñito" psicológico a sus películas. La música de fondo es casi la confesión de lo que los hermanos no han sabido hacer.
ResponderEliminarEstrella: gracias, estoy chocho con el nuevo color.
saludos
No sé Oscar. eSE "MOÑITO" a mí me pareció esencial. En ellos es novedoso porque no está en su estilo y en la situación general, dramáticamente, da a entender que a veces es preferible caer en la locura, en la alucinación total y no seguir liquidando gente.Privilegian siempre lo moral.
ResponderEliminarMartha
Justamente, esta especie de "moraleja" acerca de lo que a veces es preferible, estas salida por el lado de la psicologìa lo vivo como una gran pèrdida en su cine. En las pelìculas anteriores ellos no indicaban lo que uno debìa salir diciendo.
ResponderEliminarsaludos
Osacar:
ResponderEliminar¿Cuando viste El niño no te dió la sensación de que también podría haber terminado antes? Recuerdo que el final de la película no me gustó para nada. Ese año estrenaron en doblete El hijo y El niño. El final de El Hijo es supremo. No hay diálogos, no hay música, no hay ningún remate estúpido. Solo el carpintero y el chico guardando las tablas de la madera en absoluto silencio. Un silencio debastador. En cambio el final de El niño siempre me pareción un poco falso.
Hablando de falsedad. ¿Viste Entre los muros? A mi la película me gustó pero hay un par de escenas que la desmerecen en sobremanera. Una es cuando uno de los profesores entra enojado con los alumnos a la sala de prodesores. Me pareció que estaba mal actuada, mal resuelta. Y después la escena del brindis. La detesté. Noriega decía en su nota en El Amante que la escena de la chica deiciédole que no había aprendido nada le resultaba falsa y para mi en realidad es una de las creíbles. Es un personaje que casi no aparece en la película pero que Cantet con unos pocos planos lo delinea a la perfección. Siempre está con la mirada ida como confundiad, como perdida.
Saludos
Fabio
Fabio:
ResponderEliminarconcuerdo en que el final de El niño pierde en comparación con el de El hijo, lo que pasa es que casi cualquier película pierde en comparación con El hijo. De todas maneras yo no diría que es un final falso. Podríamos decir que ese encuentro final es un remate convencional para un film que no lo es. Sucede que en el realismo que practican ellos, es muy difícil encontrar el tono justo de un final. Y ellos lo encontraron tres veces consecutivas: La promesa, Roseta y El hijo. Igual sigo pensando que el cine que ellos hacen está muy por encima del promedio, aún en sus películas más objetables (y El silencio... es, hasta ahora, la más objetable).
Con respecto a Entre los muros, no recuerdo con detalles esas dos escenas que mencionás, de todos modos no encontré escenas mal actuadas. Tampoco entiendo bien lo de Noriega, la chica que dice que no aprendió nada agrega algo muy importante, acerca de la enseñanza socrática, con lo cual ella misma relativiza lo que acaba de decir, porque parece que hay algo que entiendió muy bien. En términos generales, Entre los muros es una película que disfurté mucho.
saludos.
Jeremy Renier era uno de los hermanos de "Las horas del verano"?? Mon dieu! No lo reconocí para nada en esa peli! Pero me sonaba de algún lado... ja.
ResponderEliminarPara mí "El silencio de Lorna" no se "muere" cuando desaparece el personaje de Jeremy. Es cuando Lorna se enfrenta a su elección moral. Así y todo, me parece bastante forzado el hecho de que se quede embarazada habiendo cogido (perdón!... tenido relaciones)sólo una vez con su "marido". Salvo que lo hubieran hecho más veces fuera de cuadro.
Igual en el final de la película, la escena en la que Lorna le habla a su hijo para darse ánimo, me ha recordado a otra de "Rosetta" en la que ésta también se habla a sí misma y se siente menos sola en el mundo. Una de las escenas más hermosas de los Dardenne.
Por otro lado, en "El silencio..." también se ve el crecimiento del chico de "El hijo",de quien no se recuerda ni el nombre, contracara del lindo Jeremy, que se hace grande pero sigue siendo una figura entre oscura y sórdida.
Me ha gustado "El silencio.." a pesar de todo, pero coincido que la obra maestra de los Dardenne, su película más humana y conmovedora es "El hijo". Me emociona tan sólo de pensar en ella.
Mariana T:
ResponderEliminarcuando yo digo que la película se muere, no me refiero a una objeción a su argumento, sino a que la película pierde su nervio cinético: la relación entre ellos era muy fuerte y los Dardenne no pueden sostener esa fuerza tras la partida de él. Yo hubiera preferido un mediometraje que terminara ahí. El resto no suma sino peripecias, pero dramáticamente resta.
Que ella quedara embarazada después de tener relaciones una sola vez no es forzado: es lo que siempre sucede, todo el mundo se embaraza de un solo tiro, no hace falta más que un óvulo y un espermatozoide (que todos se embaracen con un solo tiro no quiere decir que siempre sea con el primer tiro, pero la primera vez es tan posible como la décima). Por otro lado, nada nos impide pensar que hayan tenido sexo muchas otras veces. No lo vemos, pero tampoco los vemos lavándose los dientes.
Las comparaciones con Rosetta desfavorecen notablemente a Lorna. Las escenas donde se hablan a sí mismas no podrían ser, desde el punto de vista de su eficacia y credibilidad, más distantes. Lo que en Rosetta es un elemento más de su crispación (y no será usado como vehículo de un mensaje de los autores) en Lorna es un remate teatral.
Y en cuanto a la oscuridad y sordidez de Jeremy Renier, no creo que se pueda aplicar a este personaje, que es el más luminoso de esta película.
Oscar:
ResponderEliminarCreo que no me hice entender bien.
Primero a mì también me parece que la escena de Rosetta está cargada de mayor humanidad que la de Lorna, y es a esa escena a la que me refiero cuando digo que es una de las más bellas de los Dardenne. Sin embargo yo siento como cierta similitud con su último film, en el que Lorna busca sentirse viva y que su vida realmente podría tener un sentido después de tanta miseria (moral).
Y sobre todo no me refiero a que los personajes de Jeremie Renier son sórdidos y oscuros, sino antes bien, a otro de los actores del clan Dardenne: al chico de "El hijo", de quien no puedo averiguar el nombre, pero que tiene al parecer "portación de rostro" y toda la impronta para hacer de marginal, de delincuente... Sería para mí la contracara de Jeremie.
Veremos si sigue siendo una criatura dardenniana.
Mariana T:
ResponderEliminarlo que yo le objeto a El silencio de Lorna no es que carezca de humanidad, ni dejo de ver las similitudes argumentales con las otras películas. Lo que me parece es que en esta película los mecanismos ya no marchan tan bien. El hijo y Rosetta son estructuras monolíticas, en los que el todo es tan bueno como las partes. Esas películas tienen una fuerza dramática que es casi milagrosa, no veo cómo se podrían mejorar.
En cambio, en El silencio de Lorna me da la impresión de que asoman ramalazos de ese talento, sobre todo en la relación de Lorna con el personaje que hace Renier. Esos primeros 40 minutos son extraordinarios. El problema es que después la película sigue. Y es ahí donde veo que se les escapó el pulso, porque El hijo, Rosetta y La promesa son imbatibles en el manejo del timming.
El actor que vos decís, si no me equivoco se llama Morgan Marine (letras más, letras menos). Pero a mí me parece que su personaje en El hijo es angelical, para nada oscuro, uno de los personajes más puros del cine contemporáneo. Lo comparo con el compañero de celda de Un condenado a muerte se escapa, ese que se incorpora a la mitad de la película de Bresson. Los pondría en la categoría de personajes angélicos. En Lorna hace un papel ciertamente más oscuro, pero también infinitamente menos interesante.
saludos
Recién ayer vi "El silencio..." y el vínculo amoroso que nace entre esos dos seres frágiles...me deslumbró. Arrasa la pantalla.
ResponderEliminarTal vez resulta muy difícil seguir una película después de haber alcanzado un punto tan alto. Pero el final es forzado,estoy de acuerdo con vos, Oscar, la imagen no pudo sostener la tensión dramática, de ninguna manera.
"El hijo" es insuperable...Pero me falta ver "La promesa" y "Rosetta", claro.