lunes, 30 de noviembre de 2015

A juntarse en defensa de los centros culturales amenazados por el ataque macrista


La Ley de Centros Culturales, aprobada en forma definitiva desde el 30 de septiembre de este año, será una herramienta indispensable para evitar o enfrentaR las clausuras de los espacios autogestivos e independientes que, aún perseguidos por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, siguen resistiendo. Vamos a necesitarlos mucho en los años que vienen, con su previsible proceso de privatización de la cultura, como ya se evidencia en los 8 años de gestión macrista en CABA.

Tenemos que estar listos para salir a habilitar nuestros espacios. La batalla cultural continúa.

HOY lunes 30/11 a las 18:00 hs. en la Terraza de Club Cultural Matienzo, la organización Abogados Culturales convoca a una charla abierta, un encuentro para explicar qué pasos hay que dar para habilitar un Centro Cultural.

Serán los espacios de resistencia en los tiempos duros que vienen.

Más información acá en facebook.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Los amigo

Spinetta póstumo, hoy a la hora 0 en FM La Tribu


Cuantas veces fantaseé
con tenerte en mi vida
cuantas noches yo soñé
que estábamos felices por fin
tal vez en la distancia atroz
ya no pueda regresar
te pido Iris ten piedad de mí

Iris, Iris
Iris, mi amor
Iris, Iris
Oh Iris, mi amor

Tantos días sin noción
esperando por un gesto
un llamado, una ilusión
en la falsa oscuridad total
cenizas de lo que no vi
en lo que el mar me sepultó
te pido Iris ten piedad de mí

Cuantas veces yo soñé
con tenerte en mi vida
cuantas noches fantaseé
que estábamos felices así
tal vez en la distancia atroz
ya no pueda regresar
te pido Iris ten piedad de mí

Iris, Iris
Iris, mi amor
Iris, Iris
Oh Iris, mi amor



“Somos la peor banda de la cuadra, pero tenemos nuestro hit, ‘Iris'”, dice Rodolfo García que decía Luis Alberto Spinetta, refiriéndose al trío que ambos integraban en marzo de 2011 junto al bajista Daniel Ferrón. Se juntaban una vez por semana sin la idea de sacar inmediatamente un disco y la formación nunca se llegó a presentar en vivo. Spinetta enfermó y murió menos de un año después de estos encuentros. Según dice su hija Vera, son las últimas canciones que él compuso y grabó, aunque es posible que si ellos buscan, encuentren algo más: "yo he escuchado más temas -dice Vera- que probablemente estén en algún lugar grabados, porque él estaba todo el tiempo tocando”.

Dante y Valentino Spinetta se hicieron cargo de la postproducción de las ocho canciones que esta semana aparecieron como disco, bajo el título Los amigo. Si eran la peor banda de la cuadra, me hubiera gustado vivir en ese barrio.

Se trata de un disco luminoso, que suena con una frescura y elegancia que remiten a un cruce de Almendra con Invisible, es decir, a la esencia depurada de un Spinetta básico e intemporal. Creo que es el mejor disco que grabó en su última década, con un par de canciones a la altura de su leyenda inalcanzable. .

En estas grabaciones aparecen ocasionalmente Claudio Cardone, el Mono Fontana, Valentino Spinetta y la orquesta Kashmir (la misma que acompañó a Charly en el Colón), pero el concepto sonoro es claramente el de un trío, una formación en la que siempre Spinetta refulgió.  El aire distendido ("bastante feliz, ¿eh?") del encuentro amistoso se puede respirar. La parte de guitarra de "Iris" (en dos versiones, dos milagros) es una de las piezas más bellas de todo el rock argentino de cualquier época.

Esta medianoche lo escuchamos enteros (más algunas sorpresas) junto a Santiago Segura (La Música es del Aire) y Maxi Diomedi en La otra, FM La Tribu, 88,7, http://fmlatribu.com/radio/hd/http://fmlatribu.com/radio/sd/

viernes, 27 de noviembre de 2015

El ministro de cultura de Macri elogia los golpes de estado (la Libertadora es su golpe favorito)

Para Pablo Avelluto, el pueblo es "esa baba incomprensible"


Una divertida conversación sobre su golpe de estado favorito, la Libertadora


El ministro de cultura con ganas de cerrar el IUNA


Malvinas y retórica premontonera


Dentro de dos semanas Avelluto tendrá en sus manos la cultura de la nación.

jueves, 26 de noviembre de 2015

La política cultural del PRO va a consistir en cambiarle el nombre a lo que hizo el kirchnerismo y bajar todo a la altura de las ruinas del Teatro San Martín

Rename CCK






Yo creo que está bien que un gobierno del PRO dispuesto a destruir la soberanía política y la independencia económica de nuestro pueblo le cambie el nombre a todo. Me parece perfecto que el gobierno PRO pase a la historia por destruir todo lo que va a destruir y por cambiarle el nombre a todo lo que hizo el gobierno anterior. Que se ponga del lado de la historia de Aramburu y Rojas. El tiempo repondrá las palabras y las cosas en su lugar.

Me comenta Lidia Ferrari: "Será su primera acción política, pero seguramente no la más destructiva. Está tendrá un valor simbólico que recuperará la historia. La destrucción económica va a hervir la vida material de los argentinos. Esta acción la proclaman.,las otras las disfrazaran".

Un ciudadano se horroriza con mis palabras. Las considera golpistas, por hablar así de un gobierno "cuando todavía ni siquiera comenzó".

Los ciudadanos prudentes esperan que la destrucción comience, los imprudentes tomamos en serio lo que ya están anunciando. Ok, tomate tu tiempo.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El Ministro de Cultura de la Nación del gobierno macrista quiere echar a todos los docentes. Ok, no a todos....

Y también quiere exterminar al peronismo

Dos días después del triunfo del Partido Revolucionario Sri Mauri o Muerte las piletas están en calma


por Félix Bruzzone

Dos días después del triunfo del Partido Revolucionario Sri Mauri o Muerte las piletas están en calma. A mi clienta rubia del barrio cerrado adonde fueron a parar los adoquines que Macri sacó de San Telmo, que me llamó el viernes, le dije que estoy con mucho trabajo y que si quiere que yo vaya a limpiar su pileta podría ir después de horario y le cobraría horas extras, o sea el doble. Silencio. No mensajeó más y si esta semana llama pienso decirle lo mismo, y si no que se consiga a otro. Si no me vas a llamar todas las semanas buscá a un piletero desregulado, yo ya viví la desregulación laboral y el último patrón al que me sometería en esas condiciones es a vos, turra. Hay un montón de pileteros así. Andan con un carrito, al acecho. Son buena gente. Suelen ser paraguayos. Los paraguayos, salvo que sean jardineros tirapasto o garitas que se piensan que Dios nació en una garita y que ellos son sus ángeles, me caen bien. Mi cliente Wilfredo, por ejemplo. Es muy insoportable y tiene un auto blanco y mea champagne, y una vez me usó de flete a cambio de un "gracias", pero en el fondo es blando, y también es fácil hacerlo entrar en razones cuando se pone áspero. "Entiendo lo que querés, no soy un necio", le dije la última vez que él quería que le hiciera uno de sus trabajitos especiales; me miró y dijo: "Ok, ok, confío en vos". También es inseguro. De ahí lo maniático, ¿no? Su mujer en cambio es dura y segura, pero un poco desconfiada, y comprensiva como él. Parecen ser buena gente. Aunque supongo que algunos problemitas deben tener porque el hijo del medio de ellos fue el que revoleó el caniche a la pileta vacía, dos metros de caída libre. Pero bueno, en definitiva, todo tranquilo por acá. La gente parece más contenta y hay que aprovechar esa alegría generalizada de los votantes del Comandante Mauri para aumentar y cobrar deudas, así agarro unos pesitos más antes del desastre y me compro algún turrón, algún pan dulce.

martes, 24 de noviembre de 2015

Lobotomías colectivas a control remoto

La foccaccia venezolana y las post elecciones argentinas


por Lidia Ferrari

Una ciudad hermosa del nordeste de Italia. Paseando con amigos argentinos que disfrutan de algo que se va a terminar a partir de estas nuevas jornadas que se inician en el país: viajar al extranjero, como turistas y no como refugiados económicos o políticos. Entramos a una maravillosa panadería de esas que te ofrecen irresistibles tentaciones. Somos varios esperando el turno en ese espacio pequeño. Un sujeto nos escucha hablar en castellano y comenta algo, dice ser venezolano. Como somos muchos, le pregunto si había que sacar número. No, responde, sólo hacer la cola. Inmediatamente hace un comentario un poco bizarro: “En Venezuela primero tienes que tener el ticket, si no, no te atienden”. Lo miro, como diciéndole: ¿y eso con qué se come? Y el tipo tira algunas cosas. Siento que mi amigo me trata de hacer retroceder para evitar al evidente antichavista que se avecinaba. Yo intento comprender ese amague de simpatía y reflejo vecindario que le hace pensar al susodicho que puedo ser cómplice de algo que no entiendo. Entonces lo miro como para entender y sigue balbuceando: "En Venezuela tienes que tener el ticket para que te atiendan, y además no sabes si vas a poder comprar lo que quieres..." y otros balbuceos inentendibles que quieren, en su gestualidad, mostrar que en Venezuela (y no en Italia) hay alguna especie de estalinismo que te obliga a sacar número para ser atendido en una panadería. 

Lo miro con intención de comprender, si bien ya me había percatado de lo que mi amigo se quería desembarazar rápidamente: un antichavista furioso en una situación absurda. El tipo habla como tratando de hacer la denuncia de un sistema vil de represión que yo desconocía. Cuando comprendo que sus balbuceos no dicen nada más que en Venezuela hay que sacar número para hacer la fila, y recordando que es una costumbre en la mayor parte de los negocios de Italia (post mussoliniana) y de Argentina (post dictadura) le digo, casi inocentemente: "Pero es una ventaja el tener los números...". A lo cual agrega otros balbuceos que sólo intentan recibirr una respuesta cómplice como “¡qué barbaridad lo que está pasando en Venezuela!”. Por fortuna, nos toca el turno y nos compramos una linda foccaccia, luego de que un italiano sonriente hace dos intentos de birlarnos el turno sin lograrlo.

Algunos dirán: ¿qué importancia puede tener tal anécdota? Ocurrió el día domingo 22 de noviembre, horas antes de saber que la derecha neoliberal ganó las elecciones en Argentina. Horas antes de volver a corroborar que una mitad del pueblo argentino votó consignas vacías, desprovistas de argumentos, artilugios que ni siquiera tienen calidad literaria, espejitos de colores que son palabras intercambiadas como sólidas mercancías que sólo ponen en circulacion indignaciones sobre las cuales no se puede esgrimir nada o casi nada. Sólo esa efusión de gestos y palabras sin sentido, que intentan dividir al mundo entre malos y buenos. 

Ese venezolano que aprovecha cualquier pavada para exponer su ideología hecha de aserrín, al servicio de ponerse en el lugar de los que se indignan con las políticas populistas es igual al argentino que votó a Macri en contra de la Yegua que alimenta a los negros vagos. Un tipo humano para el que no habrá lugar en el mundo en el cual no pueda desplegar una parrafada de palabras huecas que manifiesten su indignación, que ni siquiera la podrá poner en la cuenta de una emoción genuina que puede tener como sujeto. Será hablado por un sistema que le ha inventado un “otro” frente al cual indignarse y al cual odiar. Es este sistema, simple, simplísimo, el que forjó el odio de la Alemania nazi a los judíos, el que se ha gestado en la Europa frente a los inmigrantes, o el Nuevo Orden Mundial a los musulmanes. Se ha construído una “cosa otra” frente a la cual nos podemos posicionar (en apariencia) como personas. 

Al venezolano de la panadería como al macrista de los globos felices se les ha piantado el volumen que los hace ser sujetos con una psiquis medianamente compleja. ¿Será posible que el orden neoliberal haya encontrado la manera de lobotomizar sin bisturí alguno? En este domingo 22 de noviembre de 2015 estoy comenzando a sospechar que la ciencia y la tecnología neoliberal han logrado realizar lobotomías colectivas a control remoto y que es el secreto mejor guardado de los servicios de inteligencia, secreto que nunca va a salir en los medios.

lunes, 23 de noviembre de 2015

MACRI PRESIDENTE: ¡PERDIMOS!

Una discusión en La otra.-radio para escuchar clickeando acá



Ganó Macri.

Perdimos.

Perdió nuestro candidato, Daniel Scioli, por dos puntos de diferencia.

Macri hizo bien su campaña, le ofertó un "cambio" abstracto al tercio despolitizado de la población que inclina la balanza para uno u otro lado. El contenido concreto del cambio lo iremos descubriendo muy pronto. Será un gran aprendizaje.

Se terminan 12 años de kirchnerismo, lo mejor que Argentina vivió en medio siglo.

Después de 12 años perdimos sacando 48,60%. Habría que hacer UN recuento de votos en Córdoba, donde en algunas mesas 1 + 1 = 3. Puede ser un poco más. Pero bueh, no vamos a ser como ellos. Perdimos.

Las causas de la derrota son múltiples. Atañen, en diversos grados, a muchos actores políticos. Empezando por la dirigencia máxima del FPV, Cristina y Scioli.

A cada cual lo suyo.

A los militantes y simpatizantes del gobierno nos cabe no haber sabido plantear críticas razonables al rumbo del gobierno en tiempo y forma. Al campo popular, integrando en esto a kirchneristas y no kirchneristas, el no haber dejado de lado mezquindades para presentar un frente unido y plural contra el adversario. Los kirchneristas fuimos soberbios con nuestro 54% de 2011 y no interpretamos correctamente el sentido de ese mandato. No era un cheque en blanco. Nos faltó acercarnos a hablar con otros sectores del pueblo no K, para lograr una unidad en la acción desde identidades diferenciadas. Estos sectores populares no K le retacearon el apoyo a las duras luchas contra el poder económico que el kirchnerismo dio en estos años. Le buscaron los peros a Néstor y Cristina en causas que eran en beneficio del conjunto. Sólo en las últimas semanas, sectores que jamás bancaron a Néstor y Cristina en la calle, ahora salieron a bancar a Scioli, ante la evidencia de que Macri nos llevaba puestos. Si hubiera habido menos mezquindad de ambos lados del campo popular, K y no K, quizás otro gallo cantaría.

Scioli le puso garra a la campaña. En el último tramo. Sólo después del magro resultado de la primera vuelta. Desaprovechó el capital político de las PASO, hizo la plancha, no estuvo donde tenía que estar durante las inundaciones (Por qué no crece Scioli), y el 22 de octubre empezó a pagar cara su indolencia. Si hubiera sido desde marzo como fue en estas últimas tres semanas, por ahí ganábamos.

La militancia K no le puso mucha onda a la campaña. Scioli no hizo mucho por conquistarla. Tampoco hizo algo por tener una militancia propia. No hay sciolismo. Como sí hay militancia macrista. Una ausencia inexplicable en una campaña que hizo eje en la defensa del salario y el empleo es la del movimiento obrero organizado. ¿Dónde estuvieron los sindicatos? ¿Les faltó convicción para encolumnarse detrás del candidato que prometía la defensa del poder adquisitivo del salario? ¿Tendría que haber partido del propio Scioli la iniciativa de armar un gran frente sindical? Antes de la primera vuelta se lo vio más interesado en organizar cenas con las cámaras empresariales que en alinear a todo el sindicalismo en defensa de su proyecto de desarrollo con inclusión social. Ahora que ganó el macrismo llegó la hora de que el sindicalismo se unifique para ponerle una barrera al ajuste. ¿O negociarán con el nuevo oficialismo conservador el manejo de los fondos de las obras sociales? Eso significaría que la columna vertebral del peronismo contraiga una artrosis terminal y su representatividad sea desplazada por agrupaciones de base más combativas. 

Cristina no dio señales claras a la militancia sobre el problema de la sucesión. Un problema inexorable. Ella se manejó con hermetismo y los cristinistas esperamos mucho tiempo una definición que sólo llegó por default. La precandidatura de Randazzo fue dañina y no se la pudo resolver provechosamente.

La presidenta manejó admirablemente la gobernabilidad y fue firme ante adversarios temibles como los buitres y sus aliados locales. Pero dejó resquebrajarse la construcción política territorial y la coalición social que la sostuvo. No interpretó las advertencias que el electorado le mandó en 2009 y 2013 (La patria es el otro). No reprocho su firmeza en el ejercicio de la autoridad democrática, la admiro. Pero lamento su rigidez para conquistar nuevos aliados.

Cristina deja un país desendeudado, con alto nivel de empleo, salarios altos en dólares, sin conflictos sociales graves. Termina con una imagen positiva que coincide con los votos de la segunda vuelta. Una proeza después de 12 años desgastantes de gobierno de un país indómito y con las corporaciones mediáticas insultándola e intentando mellar sistemáticamente su poder legítimo.

Pero, atención, si del otro lado tuviéramos demócratas de derecha podríamos esperar tranquilos estas tres semanas de transición. Con las fieras que tenemos del otro lado, podemos esperar todavía algún intento de embarrar la cancha a último momento, para quitarle al final el preciado atributo de la gobernabilidad. Vamos a ver cómo vota hoy la city y la maquinita remarcadora de los supermercados. Vamos a ver si no intentan corridas ni otras cositas sucias para desestabilizar las semanas que quedan. Si lo hacen, juegan con fuego, porque estos incendios se sabe cuándo empiezan pero no cuándo ni cómo terminan. Supongo que Cristina está preparada para esa posibilidad. La derecha necesita un escenario agitado para justificar el ajuste brutal que añora.

La Nación salió hoy mismo a marcarle la cancha a Macri: exige urgentes indultos para los genocidas y el cese de los procesamientos a jueces colaboradores de la dictadura. Macri es naturalmente apretable.

En el peronismo bonaerense hay una crisis muy seria que se viene anunciando desde 2009, se agravó en 2013 y nadie, ni Cristina ni Scioli, supieron advertir a tiempo. El mito de la invencibilidad del aparato conurbano se cayó a pedazos el 22 de octubre. No está más. ¿Qué es el peronismo territorial hoy? No se sabe. O más bien, se sabe que no se sabe qué es. Otacehé, Granados, Curto, el Barba, Darío Giustozzi,el Clan Galmarini y la mar en coche.

Como síntoma terminal de ese resquebrajamiento del peronismo bonaerense veamos la suciedad de la interna para definir el candidato a gobernador, con la oscurísima operación contra Aníbal que se hizo desde Clarín, el Servicio Penitenciario Bonaerense (o sea, gente que se supone que respondía políticamente a Scioli) y quizás algunos otros dirigentes peronistas. Terminó de la peor manera: con la derrota en la provincia que aún gobierna el candidato derrotado. Eso huele muy feo y Scioli no pudo o no quiso resolverlo. (La pregunta del millón). Yo todavía espero que algún día se aclare. Espero sentado por si acaso.

Para colmo de males, premió con cargos en su frustrado gabinete a algunos de los responsables de la traición. (Ver acá)

A favor: la conmovedora reacción espontánea de la militancia inorgánica que en pocos días se puso la campaña al hombro ante las señales confusas de los dirigentes (Cristina y Scioli). Esa militancia uno a uno sumó probablemente cinco, diez puntos al resultado final. Logró sacar esta foto de medio país dispuesto a resistir el ajuste y a defender lo logrado. Ese 48,6% no es puramente K ni peronista ni puramente nada. Es la sociedad civil alerta, hoy con mayor claridad que sus dirigentes. Lo mejor que tenemos (ver acá, acá y acá). Algo de las asambleas barriales de 2001 persiste, fortalecido por los avances de la experiencia kirchnerista. Esas fuerzas sociales de gran creatividad y cconciencia política esperan un liderazgo que las articule.

De todo eso estuvimos discutiendo anoche en La otra, en caliente, incluso sin ponernos de acuerdo. Fue un programa caliente y compañero. Alto rating tuvimos.

Escúchenlo acá, si quieren. La música, una cosa de locos (Eels, Albert Pla, Leo Masliah, Charly Fito, Sabina).

Ahora basta de lloriqueos y de mezquindades. A fortalecerse para vencer en la próxima oportunidad.  Que empieza hoy mismo.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Vamos a estar ahí


por Lidia Ferrari

Entramos en una nueva etapa donde no están Néstor ni Cristina, pero hay un proyecto de país. ¿Y qué hace el pueblo frente a un momento de pasaje crucial, frente a esta nueva realidad que se le presenta, donde ya no está su líder para defenderlo? Toma las riendas. Toma las riendas porque no le queda otra, claro. Lo que está claro en estos últimos días es que este pueblo, en el cual la fisonomía del líder aún no es clara y donde habrá un cambio, un inexorable cambio, ha tomado el toro por las astas, después del susto del 25 de octubre. Se ha ungido como pueblo y ha decidido pelear por eso que el kirchnerismo, desde el liderazgo político de Néstor y Cristina, le fue extendido. El pueblo ha decidido apropiarse de lo logrado, es decir de la historia de construcción política de estas últimas décadas. Pero este pueblo no es una ‘entelequia’ constituída. Son los miles “uno a uno” que se apropian de las herramientas que se fueron consolidando en esta década. Cristina dice: cuando voten piensen que en el voto están sus derechos, está haciendo extensiva una construcción de consciencia popular. Los programas llevados adelante por este gobierno, no son sólo programas que “benefician” a sus usuarios, sino que, a través de ellos, se ha vehiculizado un derecho que se adquiere.

Entonces se trata de la construcción de un pueblo, de la construcción colectiva que, como dije hace algunos días, se le debe agradecer al kirchnerismo pues “ha puesto a la sociedad a pensarse. Pensarse como sociedad no es algo que se hace colectivamente sin más, sino que requiere un compromiso subjetivo de cada uno”. Algo que se ha visto en estos días con la militancia “uno a uno” de aquellos que no son militantes, sino ciudadanos militando como ciudadanos con plenos derechos. Como dijo mi amigo Oscar Cuervo: “... esta práctica política tiene una cualidad que trasciende incluso el resultado de las elecciones. La experiencia subjetiva y a la vez colectiva de salir a la calle y poner en la calle a la política, de poner el cuerpo y la oreja, de tratar de comprender las razones del otro y responder esas razones con otras razones, es un fenómeno no previsto, no dirigido por ningún comando de campaña y lo contrario a cualquier estrategia de marketing. Ese hecho político es un fin en sí mismo y está destinado a persistir más allá del 22, sea tanto que gane Scioli como que gane Macri. Esta multitud de movilizados con un alto grado de involucramiento vamos a estar ahí sea cual fuera el resultado. “

Creo que de lo que se trata es que ha habido aquí una apropiación por parte del pueblo de lo que se construyó en estos años. En este sentido hoy diría, en lugar de esa duda del 2011 acerca de si nos merecíamos o no a Cristina, podría decir con precisión: nos merecimos a Cristina. El pueblo no sólo la ha merecido sino que ya puede ir más allá de ella y de Néstor, con lo que ellos han puesto. Se trata de una relación estrecha entre liderazgo y pueblo. Una construcción de pueblo, precisamente, como dice Laclau, como hecho contingente. Aquí está el pueblo construyéndose en el día a día y uno a uno, en la pelea por el 22 de noviembre.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Lo que decidimos mañana


por Esther Díaz

Acuérdate de conservar una mente tranquila en la adversidad
y en la buena fortuna abstente de una alegría ostentosa.
(Horacio)

Era una especie de alcancía. Un recipiente con una pequeña apertura redondeada en la superficie superior. Los señores romanos la colocaban junto a sus lares en un lugar sagrado de sus hogares. Cuando sufrían una gran pena “marcaban” ese día depositando una piedrita negra en esa caja. Por el contrario, cuando disfrutaban una gran felicidad, depositaban una blanca. Para fin de año realizaban un ritual: se rompía esa caja y al contar el contenido se declaraba –de manera solemne- si había sido un buen año en el caso de que las piedras blancas superaban a las negras y viceversa. “Marcaré este día con una piedra blanca” dice el poeta Horacio festejando que su amor distante por fin le confesó que lo ama. El domingo 22 todos los argentinos depositaremos una piedra en nuestros imaginarios receptores de penas y alegrías. Pero hoy (20-11-15) todavía estamos luchando. Diré entonces qué condiciones tendrían que cumplirse para que pueda depositar mi piedra blanca.

He llegado al invierno de mi vida. Sufrí tantos golpes militares promocionados por las minorías económicamente pudientes de nuestro país que he perdido la cuenta. Aunque llevaré a la tumba, por supuesto, el recuerdo de la última y sangrienta dictadura militar, con los sufrimientos por todos conocidos: torturas, desaparición de personas, robo de bebés, violaciones y más. Cada golpe vino acompañado de inconmensurable deuda externa -que todavía estamos pagando o debiendo- y de miseria económica para el 95% de los argentinos. Sólo un 5% del país acumula poder y fortuna. Esta minoría privilegiada ya no tiene cuarteles poderosos para pedirles que volteen a los gobiernos que juegan en contra de sus intereses. Recurren entonces a los que son mucho más poderosos que ellos: los grandes capitalistas del corazón del imperio.

En los últimos años de democracia la balanza se ha volcado para el lado de los que menos tenemos. Veamos un par de ejemplos. Se ha luchado contra el terrateniente que cosecha soja (cuyo costo es mínimo) acumulando ganancias extraordinarias y se resiste salvajemente a que una mínima parte de esa ganancia sea retenida por el Estado para mejoras favorables al pueblo. Bien, la Alianza Cambiemos ha prometido quitarles esa retención a los millonarios mientras considera que los sueldos representan un gasto (no una inversión) y por lo tanto hay que recortarlos. Y, como tendrán que pagar los préstamos (por los que también ellos ganarán), quitarán los subsidios a los servicios públicos y nuestros ingresos se destruirán, así como también la enseñanza pública y gratuita (que ellos disfrutaron y ahora quieren negarnos), la soberanía sobre YPF, Aerolíneas Argentinas, la investigación científica y todo lo que hemos ido recuperando. La colosal entrega del país y la connivencia con el capitalismo global nos pondrá nuevamente de rodillas. Eso se tapa con asedio a las instituciones nacionales (BCRA, entre otros), acusaciones de corrupción, globos, buena onda y fiestas. Sepulcros blanqueados.

La otra alternativa es la del país. La que apuesta al fortalecimiento de la producción, no a la liberación desenfrenada del dólar con su chorrera de recortes en la economía de los que todos los días vamos al super de los chinos (y no a los shoppings de Miami). La alternativa que piensa en la mejora de las jubilaciones (no en entregar nuestros aportes al capital extranjero). La que aboga por las paritarias (el PRO dice que no son necesarias). En fin, la opción política que tiene en cuenta nuestra salud y provee medicamentos gratuitos para todas las enfermedades graves, la que en lugar de otorgar patentes a las multinacionales fabrica genéricos nacionales y subsidia los tratamientos de HIV, cáncer y otros padecimientos cruciales. Esta alternativa hoy la representa Scioli. Por este proyecto doy la cara y me juego.

Respeto obviamente la decisión de todo el electorado. Pero pienso en la serenidad que anhelaría para que lo que me quede por vivir, en el futuro de los jóvenes, en la educación garantizada por el Estado, en el bienestar de los que menos tienen, en la clase media que motoriza a este país, en las personas que trabajan en servicios domésticos y han logrado el reconocimiento del trabajo en blanco, en los jubilados, los obreros, los artistas, la gente de la cultura en general y todos lo que son ninguneados por la derecha neoliberal que ya se ha subido al carro triunfal, que nos ofende con sus actitudes soberbias, sus poses de teleteatro: la manito tomando a su pareja en entrevistas periodísticas, besos cinematográficos en cámara, sobrar al otro candidato canchereando ante millones de espectadores, mostrando ostensivamente sus dos manos para burlarse de la discapacidad del candidato oficialista, entre otras descalificaciones indignas de un futuro presidente. Pensando en esas y tantas otras cosas que considero beneficiosas para el país, votaré a Scioli y espero que los que apostamos por la patria y estamos en contra del recorte de los beneficios públicos podamos marcar el domingo con una piedra blanca.

La homofobia de Cambiemos


Algunos han querido ver en Cambiemos un modelo cultural superador de la vieja derecha ultramontana, fascista y homofóbica. Se trataría, según esta interpretación, de una nueva "centroderecha" libertaria, aggiornada, con una agenda que adopta la revindicación de la diversidad y los derechos civiles de última generación. "Piter" Robledo es, según esta construcción de marketing, el gay del PRO que muestra la apertura de ese espacio. Esto no se condice con la militancia de la candidata a vicepresidenta contra el matrimonio igualitario en 2010 ni con las famosas declaraciones de Macri en 2007, cuando caracterizaba a los homosexuales como enfermos. 


Algunos episodios de violencia discriminatoria protagonizados por integrantes de Cambiemos en distintos puntos del país parecen evocar más a la vieja derecha expresada por Macri y Michetti que a la trabajosa construcción marketinera de modernidad. Un ejemplo reciente son las agresiones de los neonazis marplatenses del Foro Nacional Patriótico liderado por Carlos Pampillón (alineado con el intendente electo de Cambiemos, Carlos Arroyo) contra las manifestantes del Encuentro Nacional de Mujeres frente a la catedral.


Un grave episodio de violencia homofóbica se produjo el miércoles pasado en Rafaela, provincia de Santa Fe. Algunos miembros del colectivo Revuelo Diversidad asistieron al cierre de campaña de Cambiemos, manifestándose contra la homofobia de Macri. De pronto un militante de Cambiemos empezó a insultar y golpear a Mauricio Aguilera, de Revuelo. En el video filmado por otro miembro de Revuelo puede verse al partidario de Cambiemos golpeando a Aguilera.



Mauricio Aguilera contó que ellos fueron a la Plaza 25 de Mayo de Rafaela a hacer una pintada con la consigna: “Macri es homofóbico. Reutemann es inundador”. Al verlos llegar, los militantes del PRO los agredieron con insultos machistas y homofóbicos, y después empezaron a tirarles cascotazos. En el video (censurado en Facebook) puede verse a Adrián Turina, referente político y asesor de concejales del PRO, pegándole un cabezazo a Aguilera, mientras otros macristas empujan a los militantes de Revuelo y les quitan con violencia sus aerosoles. “Sinceramente no esperábamos esa violencia como respuesta y nos retiramos para radicar la denuncia”, dijo uno de los militantes. Caminaron cinco cuadras y aparecieron cinco patrulleros de la Policía Santafesina... ¡para detener a los agredidos! Aguilera y sus compañeros preguntaron qué denuncia había contra ellos, por qué los estaban deteniendo y quién era responsable del operativo. Los policías interpretaron estas preguntas como “resistencia a la autoridad”.

viernes, 20 de noviembre de 2015

"En 2001 tuve que proteger 10 puestos de trabajo, ahora son 400" (un testimonio para la memoria futura)


por Oscar Cuervo

A esta altura del partido, cuando las campañas electorales terminaron, supongo que la enorme mayoría de los argentinos tiene decidido su voto. Ese porcentaje debe ser más alto aún entre los lectores de este blog: difícilmente alguien que pase por acá pueda estar dudando todavía a quién votar. De manera que con este post no me hago ilusión de incidir ni remotamente en un resultado que está en el pecho y en el pensamiento de cada argentino.

Si tengo que resumir en pocas palabras lo que se juega el domingo, diría: salario y empleo. El PRO en el gobierno iría contra esas dos variables de la economía que están ligadas: a mayor índice de empleo, más capacidad de los trabajadores para pelear por sus salarios; las paritarias libres les dan una fortaleza que pierden cuando peligran los puestos de trabajo. Cuando un trabajador tiene miedo a quedarse desocupado, pierde capacidad de defender el poder adquisitivo de su salario. Creo que un gobierno del PRO no atacaría principalmente a Cristina, ni a la Cámpora, ni a las cadenas nacionales ni a 678, sino el empleo y el salario. Esa es la consecuencia observable de una devaluación abrupta como la que promete Macri: el comienzo de una escala descendente del poder adquisitivo de los sueldos y un ascenso de la desocupación. Ojalá me equivoque.

Como sea, quiero hacer un ejercicio de memoria prospectiva. No pretendo que nadie se acuerde cómo era todo hace quince años: semejante lujo se lo pueden dar los muy politizados o los suficientemente viejos para tener registro de lo que pasaba en 2000/2001. La instantaneidad volátil de la época no ayuda a esos ejercicios retrospectivos: pasan cosas todo el tiempo, los temas de conversación suben y bajan en horas, como los TT de twitter. El ejercicio prospectivo que propongo no se dirige a las próximas 72 horas, sino a los próximos dos años.



Subo este video al blog para volver a subirlo en la primavera de 2017. Como todo pasa rápido, dos años es una medida razonable: en ese lapso uno puede olvidarse , pero también volver a recordarlo. Subiré el video de nuevo en 2017, sea cual fuera el resultado de las elecciones del domingo.

El que habla en el video es una persona que no conozco, tampoco sé quién lo registró. Lo vi en el blog del tucumano Aldo Jarma y quedé impresionado. Quien aparece hablando es Daniel Millán, propietario de la empresa de cosméticos Millanel. Lo único que sé sobre esa empresa es lo que dice acá Millán: es una industria nacional, depende del mercado interno, hace 15 años tuvo 10 puestos de trabajo y ahora tiene 400. Y el tipo está interesado en mantener su empresa. Su perspectiva de clase no es la mía, pero no es tan lejana como para que me resulte incomprensible. Les dice a sus empelados:

"Yo participo en varias cámaras empresariales. Desde las cámaras empresariales estamos muy preocupados por lo que se viene el domingo. Hay dos modelos de país: uno productivo y uno especulativo. Cada uno puede elegir lo que quiera, pero tengan claro que después nos vamos a tener que hacer cargo. Yo en el año 2001 y ahora fueron las dos únicas veces que tuve que hablar. En 2001 tuve que proteger 10 puestos de trabajo. Ahora son 400. Es muy difícil sostener una empresa productiva cuando todo viene de afuera. Si ustedes consideran que esto puede avanzar en un país donde todo se importe, les digo que se acuerden, que se acuerden lo que pasó en 2001. (...) Muchos de ustedes son demasiado jóvenes para ver esto. Díganme si el problema es la inseguridad y la inflación, cómo la seguridad se mejora sin gente trabajando y cómo la inflación se mejora con devaluación de $ 20. Esta empresa no ha perdido un puesto de trabajo en los últimos 15 años. No lo ha perdido. Y como yo muchos otros. Las cámaras están preocupadas. Se los digo porque hay que trasmitirlo. Porque se escucha hablar a economistas pero no se escucha hablar a industriales. (...) Pueden votar a quien quieran, por supuesto, y pueden decir lo que quieran, ustedes vieron que cada uno dijo lo que quiso en esta planta y yo no hice ni un comentario. Ahora el problema es que después nos tenemos que hacer cargo de esto. (...) Nosotros también somos responsables de lo que pasa. ¿Qué está todo bien? Ni en pedo. Hay muchísimo por mejorar. Pero ojo, no vaya ser que perdamos lo que se logró en estos 15 años por un modelo que es de libro de autoayuda. "Abracémonos, conversémonos, mejorémonos"... ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Desde cuándo un libro de autoayuda mejoró un país? Que me digan cómo. Yo sé cómo. Yo transformé una empresa de 12 personas a 400. Y eso a mí no me lo van a explicar. Y no se lo pueden explicar a la mayoría de las empresas de Villa Lynch. En el año 2001 esto era un desierto, no había autos, no había gente trabajando, los colectivos iban vacíos y los trenes iban vacíos. Entonces, conciencia...".

Esto que transcribo son apenas tres minutos de once. Vale la pena verlo entero. Percibir el tono con que el tipo habla y el tenso silencio con que sus empleados escuchan. Supongo que entre los empleados habrá votantes de Macri, de Scioli y algunos que van a votar en blanco. De lo que se escucha puede inferirse que antes hablaron algunos empleados La conversación política (no sindical) entre un empresario y los trabajadores no es algo muy habitual. De ahí el interés testimonial de la escena.

Algo más: en mi círculo de amistades no hay empresarios. Soy docente de la universidad pública, mis compañeros y amigos no tienen empresas de 400 empleados, ni siquiera de 15. Supongo que entre mis alumnos tampoco hay muchos empresarios, si es que hay alguno. No está en mi propio horizonte pelear por sostener una empresa de 400 empleados pero tampoco me resulta imposible imaginar de qué se trata. Es distante de mi actual situación laboral pero cercano a mi historia: mis viejos eran obreros y, mientras era estudiante, yo también lo fui. Puede ser que algunos de esos trabajadores que escuchan en silencio hayan sido o lleguen a ser mis alumnos.

Entonces, sin pretensión propagandística, propongo solamente guardar esta escena y retomarla de acá a dos años. No falta tanto.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Nunca fue tan fácil elegir: Este domingo voto a Scioli


No voté a Scioli en primera vuelta. Di razones de esto. Ahora lo voto por su compromiso expreso en defensa del salario y el empleo. Eso inclina mi balanza.

Tiene razón Dolina, nunca fue tan fácil una elección. Por el modelo de país que cada candidato propone, sólo puedo optar por Scioli. 

Macri es totalmente incompatible con mis intereses de clase, mi ética y mi estética, con el colectivo social que integro, con mi voluntad. 

Contribuir con mi indiferencia a que el país sea gobernado por PRO sería una traición a mí mismo, a mi historia y mis compañeros.

Voto a Scioli luego de una tranquila reflexión racional. Y con alta simpatía por todos los que se movilizan por el triunfo del FPV. 

Voto por la protección del empleo, las paritarias, la defensa de la educación pública en la que trabajo. Por mis padres jubilados.

Voto contra un plan de ajuste brutal anunciado por el PRO, que lleva a liquidar el valor de los salarios y favorecer principalmente a los sectores agroexportadores y a las grandes empresas que no dependen del mercado interno. Voto contra la desocupación que traerá aparejada la apertura de la economía y el alineamiento que propone el PRO con los tratados de libre comercio con EEUU. Voto contra la dependencia económica que Macri asegura con su vuelta al megaendeudamiento con los organismos financieros internacionales y su anunciada capitulación con los buitres.

Voto contra el racismo que en las redes sociales alardea el colectivo social que apoya a Macri.

Voto contra la hipocresía que se llena la boca contra la corrupcion, mientras promueve la corrupción sistémica de las corporaciones económicas trasnacionales que sostienen a Macri. Voto contra el cinismo que declama la defensa republicana de las instituciones y naturaliza que las instituciones se sometan a la conveniencia de las clases dominantes y el poder financiero trasnacional.

Voto contra la contracción de la actividad económica que causaría un dólar cuyo precio lo fije el mercado. Contra las desocupación que tendría como consecuencia. Contra una visión económica que ve a los salarios como un "costo" que debe ser reducido para maximizar las ganancias de los capitalistas. Voto contra los que dicen que las paritarias libres "no siempre" son necesarias.

Voto a Scioli en defensa propia y contra los verdugos que sometieron al pueblo argentino durante gran parte de sus dos siglos de existencia. Voto contra la impostura que quiere hacer pasar la restauración del orden conservador como una "nueva política".

Voto por la política como modo de dirimir los conflictos sociales y contra la posibilidad de que al país lo manejen sus propios dueños.

Voto contra los garcas que detesto y de los que Macri es su más claro exponente. Voto por Scioli.

Si ganara Macri, sería la primera vez que gane un candidato prometiendo una megadevaluación (que equivale a una brutal rebaja del salario real). Si algunos compatriotas expresan su voluntad de elegir el proyecto de la megadevaluación, hay que anticiparles cómo repercutirá en nuestras vidas, las de todos. Si la mayoría de los argentinos eligen el proyecto de la megadevaluación y la contracción del mercado interno, podremos recordarles, cuando finalmente sientan los efectos en su vida cotidiana, la responsabilidad de haber votado así.

Lo que pase depende de nuestro voto. Cualquiera que gane, va a depender de nosotros defender nuestros derechos. Vamos a estar ahí para defenderlos. 

Nunca fue tan fácil elegir: por Scioli y contra Macri.


Ayer a la tarde en Estación Retiro: Científicos y Universitarios Autoconvocados le dicen 
NO a Macri





La Cultura sale a la calle en apoyo a ‪#‎ScioliPresidente‬ (18/11/15) - Foto: Carlos Brigo





martes, 17 de noviembre de 2015

30° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

El maravilloso caso del ruso Marlen y los tres orientales

I'm twenty

por José Miccio

Cuando pasa el tiempo todo el caos entre formidable y ridículo de los festivales de cine se reduce a uno o dos títulos. El de 2011 es el de la visita de Joe Dante. El de 1999 el que le dio el premio mayor a João Cesar Monteiro. Por lo que pude leer acá y allá, son muchos los que preparan su memoria para decir que la que acaba de terminar fue la mejor edición de la historia del festival de Mar del Plata (al menos desde su retorno en 1996). Imagino que porque la programación reunió un montón de nombres que pueden considerarse admirables. Hou, Davis, Gomes, Losnitza, Wiseman, Straub. Más escéptico o más tibio (pero igualmente feliz), intuyo que en dos décadas hablaré de este de 2015 como de aquel festival en el que le di la mano a Johnnie To y descubrí las películas de Marlen Khutsiev.

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Es difícil hacer un perfil de Khutsiev al modo clásico. Esto es: describiendo sus películas como si fueran expresiones diversas de un núcleo fijo, en el que residiría su condición de autor. Es cierto que hay temas que se repiten: la vida después de la Segunda Guerra, el conflicto entre la generación que peleó contra el nazismo y la de sus hijos, el ritmo urbano, la orfandad. Pero su tratamiento es tan diverso que resulta ilusorio aferrarse a una identidad firme. Nadie puede decir honestamente: basta un plano para reconocer a Khutsiev. No estamos acostumbrados a ver en esto una virtud, pero tal vez lo sea.

Quiero decir: lo que interesa en Khutsiev es el cambio, no la persistencia. Entre otras cosas (sin dudas más importantes) porque permite imaginar también la historia del cine soviético después de Stalin, un periodo del que sabemos poco y nada fuera de Pasaron las grullas. En Spring on Zarechnaya Street y Two Fyodors Khutsiev es un director clásico, fino y esperanzado, que todavía se mueve en torno del realismo socialista (aunque a distancia). En I'm Twenty y July Rain es un director moderno a la manera europea, influido por la nouvelle vague y por algunos italianos. En Infinitas es un director adscripto al espiritualismo ruso que solemos asociar con Tarkovski. Demasiadas transformaciones como para desatenderlas o reducirlas a meros epifenómenos. Quién sabe: tal vez haya un hilo secreto que reúne todas las películas, e imaginarlo para luego descubrirlo sea la tarea de la crítica, su triunfo o su comodidad. Pero la verdad es que Khutsiev tiene algo mucho más importante que un estilo: tiene grandes personajes, un talento descomunal para la escena y un amor por el cine que se adivina enorme. Recorro sus películas en el orden en que las vi y apunto en el camino algunas impresiones sobre otras más recientes: Cemetery of Splendour (Apichatpong Weerasethakul), Mountains May Depart (Jia Zhang-ke) y Right Now, Wrong Then (Hong Sang-soo).

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Sábado 31 de octubre, 19:50, Paseo 2 / 35mm


It Was the Month of May (1970) comienza con imágenes documentales de la toma de Berlín montadas con ritmo e impulso épico (nada de distancia, nada de temblor, nada de pruritos modernos: un horror fascinante, victorioso) y termina con imágenes documentales de la vida civil interferidas por fotos y planos de campos de concentración (el catálogo dice que son Sachsenhausen y Buchenwal). Primera impresión: Khutsiev no es un tipo políticamente fino. Parece querer recordarles a quienes caminan despreocupadamente por la calle - a esas chicas hermosas de pollera corta y anteojos de última moda, por ejemplo – que pisan un suelo manchado de sangre, histórico, y que sus vidas deben la libertad a otras que seguro no recuerdan. Pero It Was the Month of May no es esa tesis canalla, que pone a los muertos por delante de los vivos (y que Khutsiev repetirá incluso en People of 1941, su documental de 2001) sino una película excitante, libérrima. Por lo menos durante su primeros noventa minutos, antes de que el tono grave y sobrecargado de su última parte enrarezca el entusiasmo.

Khutsiev no narra: añade. Filma escenas largas, sin vínculos firmes, de una intensidad rayada. Repaso las tres que siguen al prólogo, de lo mejor que ofreció la retrospectiva y por lo tanto el festival.

La primera transcurre en una granja alemana en la que descansa un grupo de soldados del Ejército Rojo. La familia y los militares conviven obligadamente pero bien, se comunican como pueden y no tienen conflictos importantes (no declarados, al menos). El tiempo parece detenido, y como se trata de lo que sigue a la guerra las cosas cotidianas adquieren un peso que la rutina les quita. En La noche de San Lorenzo los Taviani filman el plano más hermoso jamás dedicado a los tomates. En Tutti a casa Comencini y Sordi sirven una polenta memorable. En Sicilia! los Straub hacen maravillas con un arenque y un melón de invierno. Para inscribir la resistencia y la renovación de la vida Khutsiev no elige la comida sino la cama, y filma el amanecer de un teniente como una sinfonía, un canto a un cuerpo hermoso y a la luz que lo despierta. Es mayo. Pocas veces unas sábanas fueron tan buenas. Se las siente en la cara. Son sábanas-mami: de ellas se nace. Todo brilla durante estos minutos de gloria, incluso el aburrimiento. Hay en la granja una mujer con piernas dulces, un tocadiscos, café. Y sobre todo hay tiempo sin urgencias ni peligros: días de campo después de la guerra.

La segunda escena es aún más notable. Dura como media hora (tal vez exagero) y trata de un grupo de soldados que habla, come, canta, silba y brinda por la vida y por los muertos. No hay conflictos sino estados de ánimo, y un talento notable para capturar sus cambios e irrupciones. La escena no está formada por elementos que se ordenan según un criterio progresivo sino por variaciones de intensidad milagrosamente articuladas, en las que los actores cumplen un papel fundamental. Khutsiev la abre, la concentra, la hace cambiar de dirección, la convierte en un hervidero emocional siempre al borde del colapso, siempre en un desequilibrio justo. En esto es como Cassavetes, como Scorsese, como Ferrara, como Pialat, directores con quienes no comparte más que este talento. La escena número tres, por último, es la más fácilmente inolvidable. Trata del descubrimiento de un campo de concentración. Los soldados rusos lo recorren con sus linternas e intentan entender. “Está bien construido”, dice uno. Se escuchan perros y aves amplificadas. El temblor que produce es duradero.

Lo mejor de la película termina acá. O un poco después, otra vez en la granja. La aparición de los sobrevivientes del campo le quita libertad a Khutsiev, que expone su dolor de manera respetuosa y enfática.

Otras dos cosas sobre It Was the Month of May. Primero: ¡es un telefilm! Segundo: Khutsiev filma magistralmente no solo las escenas que intenté describir antes sino también el pasaje de una a otra. Conecta las dos primeras a través de un largo viaje en moto montado al estilo de las sinfonías de los años 20, lleno de vértigo y vitalidad, con planos de la ruta, el campo, los árboles y el cielo tan voluptuosos como la cama y el café, y pasa de la segunda a la tercera por medio de una caminata nocturna de los soldados, que andan abrazados, encuentran un jeep y llegan sobre ruedas al campo de concentración. La importancia de estos pasajes intermedios va de la mano con la importancia de los medios de transporte. Moto, bicicleta, carreta, auto, pies: casi una antología. Khutsiev alterna el reposo y el movimiento, hace que la película se vuelva rítmica antes que argumental, acelera o ralentiza el paseo, que funciona como la contracara exacta de la misión, condenada al prólogo.

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Lunes 2 de noviembre, 12:00, Ambassador 1 / DCP


 Cemetery of Splendour es una película tan hermosa como su título en inglés. Parece difícil no estropearla con lugares comunes. Que se reconoce a su director en cada plano. Que está más cerca de Syndrome and a Century que de Uncle Boonmee. Que pasa el tiempo y continúa proyectándose en nuestra memoria.

Pero bueno.

La lenta construcción de un espacio propio del cine es la tarea a la que se entrega Apichatpong (Api) con mayor esmero. Poco a poco, sin levantar nunca la voz, sus planos de vocación realista terminan reuniéndose en una superficie completamente nueva, como salida de un sueño. Por algo Cemetery of Splendour trata de lo que trata. En un hospital que fue escuela y mucho antes cementerio de reyes, unos soldados duermen, afectados por una misteriosa enfermedad que les impide despertarse o mantenerse conscientes durante mucho tiempo. Puede que la causa sean esos reyes antiguos, que necesitan su energía para continuar librando sus batallas en la dimensión que les es propia. O puede que se trate de un raro problema orgánico. No hay una versión privilegiada pero tampoco incertidumbre. Incluso es posible pensar en una alegoría: referencias más o menos indirectas al régimen militar que gobierna Tailandia. Cemetery of Splendour es muchas cosas a la vez. Un tapiz en el que se distribuyen (sin armonías declamadas pero también sin conflictos) lo real y lo maravilloso, Oriente y Occidente, sueño y vigilia, presente y pasado, tradiciones antiguas y tecnologías de última generación.

A veces los soldados regresan, como criaturas de otro mundo, y comen, charlan, caminan o van al cine, hasta que de repente el sueño los atrapa de nuevo y vuelven a sus camas. No parecen sufrir. No se quejan cuando están despiertos, no lloran. Es el modo en el que existen. Junto a ellos hay dos mujeres, seguramente los personajes más hermosos de todo el cine de Api. Una (Keng) tiene más o menos treinta años, es vidente y su naturaleza le permite conectar los mundos de la vigilia y el sueño. Un rumor dice que rechazó un ofrecimiento laboral del FBI. La segunda mujer (Jenjira) es cincuentona, tiene un marido estadounidense, una pierna diez centímetros más corta que la otra y cuida con especial dedicación a uno de los pacientes (Itt). Duerme poco, dice una vez. Y concluye: tal vez su soldado duerma por ella.

Cemetery of Splendour es una película llena de capas, lo que no hace sino fortalecer su superficie, de una tersura que ningún plano desmiente. Todo lo profundo está al alcance de la mano, como en las canciones de Virus. La médium, de hecho, puede ver y comunicar lo que no está presente (no al menos en nuestra dimensión perceptiva) solo si toca al que duerme. Api aprovecha esto de manera brillante. En una escena de bosque (que termina con un acto de amor absoluto y dulcísimo, para la antología más exigente), mientras vemos árboles y escuchamos pajaritos, Keng describe palacios antiguos, el vestidor de un príncipe, turmalinas rosas: cosas del pasado y del sueño. Otra vez, en el hospital, mientras vemos camas y pacientes, dice lo que ocurre en el mundo de un soldado. En un (otro) momento inolvidable, el escenario escolar le recuerda a Jenjira que hace décadas dejó sin entregar una tarea. ¿Planos? Sí, por supuesto. Y nunca tan firmes. Pero también estratigrafías. Milhojas. Vistas transversales de una excavación. Tal vez por eso una máquina remueve la tierra durante toda la película.

Lo que pasa con los pares pasado-presente, superficial-profundo y sueño-vigilia pasa también con el par humano-divino. Ahí donde debería haber corte Api pone continuidad. Hay un altar dedicado a dos diosas en el que Jenjira ofrenda y pide. En una escena breve y genial, la mujer come algo al aire libre y las diosas aparecen sin anuncios, se presentan, se sientan a charlar, dicen que los soldados no se van a recuperar nunca y pican algo de lo que Jenjira tiene en la mesa (rechazan, sin embargo, ir a tomar un té a su casa).

El pabellón de los durmientes incluye unos tubos de luz cuyos cambios de color (verde, rojo, azul) producen unas cuantas imágenes inolvidables. Un médico sostiene que ayudan a tener buenos sueños. Tratamiento de cine para una enfermedad de cine: bienvenidos a la clínica del doctor Api. Cemetery of Splendour es pura metacinematografía. El momento más claro en este sentido es el ejercicio de meditación que propone un médico, y al que la película le dedica unos cuantos minutos. Bajemos el pensamiento a los pies, dice. Llevémoslo luego a la cara, a la boca, a las orejas, a la nariz, hagámoslo crecer, que cubra el salón, que salga al parque, que suba hasta las estrellas, que se expanda y regrese, dirijámoslo a nuestro cuerpo, al dolor que nos lastima: es energía que sana. Api trabaja un poco así. Su película se ve con los ojos entrecerrados, en estado de semiinconsciencia. Es un trance. Una canción de cuna entonada por espectros para espectros, con música de ventiladores y grillos.

Sueño, meditación, videncia, cine: de esos estados de percepción alterada trata Cemetery of Splendour.

4

Martes 3 de noviembre, 17:30, Colón / 35mm


Two Fyodors (1958) es la primera película en solitario de Marlen Khutsiev. Termina la guerra y los soldados vuelven a casa. Pero a Khutsiev no le basta la información del regreso: quiere mostrar el tren, las vías, los cables, los hombres, los campos, el cielo, desde todas las posiciones de cámara, con varios contrapicados heroicos que convierten a unos hombres cansados en emanaciones de la fuerza soviética. Fyodor es firme, lleva su uniforme entallado, es guapísimo de frente y de perfil. La cámara lo mima tanto que termina por enaltecer menos la función de sus músculos que su proporción y belleza. Fyodor es obra de Fidias, de Miguel Ángel, del socialismo. El paso del tiempo ha terminado por quitarle poder a la idea que debía encarnar ese cuerpo y ha fortalecido su sensualidad, a tal punto que alguien ya debe haber ensayado una revisión con óptica queer del realismo socialista.

Two Fyodors es cine popular de aliento épico, para emocionarse y alimentar de paso el orgullo patriótico. Melorrealismo socialista. La historia en primer plano es la de tres individuos buenos que no tienen a nadie y terminan formando una familia. Un soldado (Fyodor), un pibe huérfano (Fyodor) y una joven hermosa (Natasha). Esta construcción está apoyada en otras, dramáticamente secundarias e ideológicamente obvias. Enseñanza del festival: el cine soviético es edificante pero puede serlo en segundo plano y sobrevivir a su tiempo, igual que el de Hollywood. La guerra terminó. Quedan sus consecuencias horribles (poca comida, racionamiento, ciudades caídas, familias rotas) y unas voluntades de hierro. Hay que empezar otra vez. Todo lo que sucede entre nuestros protagonistas sucede al mismo tiempo que el pueblo de Odessa vuelve a poner de pie la ciudad que destruyó la guerra. Por corte directo pasamos de la mano de Fyodor que arregla su casa a la excavadora que arregla la ciudad. Lo que me pasa nos pasa. De la soledad a la vida en común, de las ruinas a las paredes empapeladas, de la familia al barrio, a la ciudad y a la patria. Cada piedra que se pone en su lugar edifica una pared y el socialismo. Esta correspondencia es absoluta. El clímax dramático muestra a los dos Fyodors sentados en una abertura, en medio de una obra en construcción.

Khutsiev y su fotógrafo Piotr Todorovski (un verdadero héroe del cine) son maestros de la profundidad de campo. Two Fyodors está llena de planos deslumbrantes, de un virtuosismo nada frío, como las buenas películas de Giuseppe De Santis (Non c'è pace tra gli ulivi, por ejemplo). Mientras las acciones del melodrama se desarrollan, detrás pasan los trenes, se mueven las grúas, se oyen los instrumentos de trabajo. En un momento maravilloso el soldado busca desesperadamente al pibe, que escapó pensando que la llegada de Natasha significaba el retorno de su orfandad. Es noche profunda. Hay niebla. Fyodor corre detrás de Fyodor mientras en la oscuridad se ven y escuchan las chispas que producen los soldadores, que trabajan a toda hora construyendo el socialismo.

5

Martes 3 de noviembre, 22:30, Colón / 35mm


El debut de Khutsiev (codirigido con Feliks Mironer) se llama Spring on Zarechnaya Street (1956). Es su película más clásica y equilibrada. Es muy hermosa, además. Una joven maestra de Lengua y Literatura Rusa (Tanya) llega a Odessa para dar clases en una escuela de obreros. Sasha, uno de sus estudiantes, se enamora de ella (y aunque no acepte ninguno de sus requiebros también ella de él, sin dudas). Los problemas surgen de su mutuo desconocimiento, y sobre todo de la sensación de inferioridad que siente el obrero ante una mujer que sabe las reglas del ruso y que puede hablar con soltura de Pushkin, de Tchaikovski y de Alexander Blok. En una escena excelente Tanya escucha a Rachmaninov embelesada y Sasha se va despacio, sin que ella se dé cuenta, incapaz de sentir la grandeza de la música que emociona tan profundamente a la maestra. El abismo que abre la instrucción solo se cubre con instrucción, pero quien la imparte se aleja de quien la recibe en el ejercicio mismo de acercamiento (creo que esto suena a refrito inútil de Rancière). Al menos eso parece sentir Sasha.

Hasta acá, uno de los dramas.

El otro es más subterráneo y más decisivo. Porque también la maestra ignora algo: la tarea gloriosa que sus alumnos cumplen en la fábrica. La visita de Tanya a la siderúrgica invierte los roles de la escuela y completa (con talento ejemplar) la idea que sostiene la película: la URSS se hace con esfuerzo y con estudio, con manos fuertes y con inteligencia, con obreros y con intelectuales. De cada uno lo que cada uno puede, a cada uno lo que cada uno necesita. Además del ruso, Sasha tiene que aprender lo que él mismo vale. Además de a vivir en una ciudad que no es la suya. Tanya tiene que aprender lo que vale Sasha, y la manera mejor de contribuir al progreso intelectual de sus manos y las de sus compañeros.

Las virtudes de la película de Mironer-Khutsiev no proceden por supuesto de su tesis sino de la gracia con la que la historia se desenvuelve, del encanto de sus protagonistas y de ciertas notas de humor. Hay dos personajes que funcionan como el ángel y el demonio de los dibujitos animados. O como Polilla y Pepe Grillo. Uno está siempre con una guitarra, después del trabajo pasea, anda con chicas, disfruta de no hacer nada y trata de que Sasha sea igual: joven y despreocupado. El otro es su contracara exacta: un flaco consciente del valor de los esfuerzos que insiste en la necesidad de estudiar. Sasha-Pinocho va de acá para allá. Cada vez que la maestra lo rechaza se acerca al diablito o vuelve con su chica informal. Cada vez que escucha al otro (y a su corazón) regresa a la escuela y a Tanya.

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Lunes 2 de noviembre, 22:40, Cinema 2 / DCP


Montains May Depart, la nueva de Jia Zhang-ke, es un objeto en estado de mutación permanente, indecoroso y apasionante incluso en sus groserías (que son varias). Todo lo que tiene cambia. La matriz genérica pasa de la comedia romántica enrarecida al melodrama lacrimógeno y luego al coming of age. La pantalla empieza en 4:3 y termina en modo panorámico. El idioma va del chino al inglés.

Jia divide su película en tres partes, cada una de ellas ubicada en un año distinto. 1999, 2014, 2025. La primera es maravillosa: un triángulo juvenil (Tao, Zhang, Liangzi) en el que el carbón, los electrodomésticos y la música pop tienen tanta importancia como los celos y el miedo a decirle “Te quiero” a la chica que te gusta. En el comienzo, los Pet Shop Boys (“Go West”, claro). En el comienzo, un dragón chino. Todo es así: afuera y adentro, ya mismo y siempre. Quién lo hubiera dicho: el ritmo es casi frenético. Este Jia ultracontemporáneo, que filma una escena extraordinaria detrás de otra, en el borde mismo del absurdo (y que deja para la eternidad una coreografía astillada en una disco), es muy diferente de aquel que llegó al cine en los años 90 con películas sobre pequeños delincuentes y jóvenes sin trabajo ni futuro. La manera en que se mueven los personajes, la manera en que los sigue la cámara, las texturas de la imagen, la duración de los planos, el montaje: todo es distinto. En esta primera parte parece como si los jóvenes de Platform y Unknown Pleassures (y el propio director) se hubieran tomado algo. Un speed, unas líneas. Todos los elementos de aquellas películas están ahí, pero no queda ninguno de sus enlaces. Es como si el vocabulario de una lengua hubiera permanecido en pie pero su gramática se hubiera transformado radicalmente.

Jia, adjetivo.

Mountains May Depart es también una película de contrastes muy fáciles de exponer. Básicamente: un auto importado y una pagoda, un deseo casi idiota por mirar hacia Occidente y unos dumplings bien chinos, un tipo con voluntad de riqueza (Zhang) y su amigo pusilánime (Liangzi). Hay un ademán de alegoría que la película no termina nunca de resolver, sobre todo cuando pasa el tiempo y el genial episodio de 1999 le cobra a los otros dos su ejemplo altísimo. La chica (Tao) podría ser China, y los dos hombres sus destinos posibles: el aventurero del capital, que termina por conquistarla, y el trabajador humilde, sin voluntad de poder, que después enferma y desaparece de la historia. Zhang es insoportable pero enérgico. Liangzi es querible pero estático. El ritmo del primero es el de Mountains May Depart. El ritmo del segundo se parece más al de Platform. Zhang gana siempre: se queda con la chica y con la narración. Es como si Jia hubiera descubierto un truco dialéctico para lamentarse por la dirección que tomó su país al mismo tiempo que la acepta como necesaria.

Y es que China ha cambiado mucho en el cine de Jia. Ese país peligroso, injusto y agresivo de Xiao Wu es ahora un lugar muy poco amable pero con tradiciones que vale la pena defender. Como si el problema fuera la pérdida de identidad cultural, no el capitalismo. El tipo que llama Dólar a su hijo es un emprendedor y un alienado: su pecado es el segundo. Guste o no, es el que hace que la historia se mueva. Cuando en la última parte su hijo lo enfrenta (ya convertido en un padre-caricatura) de algún modo lo redime: el pibe puede inventarse una vida propia en los términos en que lo hace porque vive en Australia y habla en inglés. Su regreso a China y a la madre puede funcionar como síntesis: dumplings y Dólar.

Una última cosa. Además de un énfasis indecoroso (y por lo tanto respetable: los que molestan son los elegantes, los atenuados) el nombre del pibe es un mimo para los autoristas. Hay todo un tema con el dinero en el cine de Jia. En Unknown Pleassures alguien habla de Pulp Fiction y se queja porque en China la guita no circula como en Estados Unidos. El personaje principal de Xiao Wu es carterista, y tiene un viejo amigo que se metió en el comercio de cigarrillos y fue nombrado por el estado como empresario modelo. Puede que exagere, pero tengo la impresión de que el Jia de Mountains May Depart hubiera contado Xiao Wu desde el punto de vista de este último, no del carterista.
7

Viernes 6 de noviembre, 22:30, Colón / 35mm


La película más importante de Khutsiev es I'm Twenty (1965). Se trata de un estudio delicado, minucioso y apasionante de varios jóvenes en la Moscú de los años 60. Como en Two Fyodors, todo comienza con un retorno: el de Sergei (Seriozha) a su ciudad después de una temporada en el ejército. La diferencia más profunda es que la épica de la reconstrucción ya no existe (para quienes no creen en el azar: a uno de los protagonistas lo vemos demoliendo casas). Lo que encontramos es un drama existencial que oscila entre la incertidumbre, el abatimiento y una esperanza obligada y fragilísima. Es una historia de huérfanos. Los padres – muertos en la guerra – conocían su papel en la historia. Los hijos no.

Seriozha ocupa el centro dramático. Un poco por detrás, Nikolai, y más atrás todavía Slava. Son los tres protagonistas. En los primeros minutos Khutsiev los filma con una felicidad contagiosa. Se reencuentran, brindan, se tocan, cantan. Pero a medida que la película avanza la profundidad se vuelve virtualmente infinita: la historia está llena de personajes que enriquecen el conjunto con escenas enteras o detalles tan pequeños como el modo de fumar o de bailar, la ropa o el peinado. Especialmente memorable es la guardia del tranvía que conversa siempre con Nikolai: puro encanto y fotogenia.

Entonces, más que la historia de tres amigos, I'm Twenty es un fresco sobre la juventud moscovita en tiempos del Deshielo organizado alrededor de un personaje que no tienen nada de héroe positivo. En otras palabras: es el fin de toda huella del realismo socialista en el cine de Khutsiev. La inquietud de Seriozha es profunda. Ni el trabajo ni el estudio ni el amor le permiten decir: “Esto quiero”, “Hacia eso voy”. La vida que lleva responde a lo que el socialismo considera correcto pero no lo conforma. “No es suficiente”, dice una vez. “Estoy enfermo y cansado”, dice otra, en un momento en que la frase es también literal. Alguna noche se desvela y camina solo. Seriozha es un joven demasiado atribulado para la fe soviética. A Khrushchev no le gustó mucho el asunto, lo que explica la existencia de dos versiones de la película y los últimos quince minutos de la que se pasó en Mar del Plata (la más corta), que encadenan esperanzas en plan maníaco y tapan con curitas los agujeros de bala.

Otra cosa que se puede afirmar de I'm Twenty sin miedo a equivocarse es que se trata de cine de los sesenta en su mejor versión. La desincronización de imagen y sonido, el modo en que se habita la ciudad y el talento para poner en continuidad todas las esferas que componen la vida recuerdan al cine francés. Khutsiev pasa con gracia extraordinaria del trabajo al ocio, de la casa a la calle, de la cama al paseo (y algo bien ruso: del diálogo a la canción o al verso). Como Rivette, como Truffaut, Como Godard. Pero Seriozha y sus amigos son personajes muy diferentes de los de la nouvelle vague, entre otras cosas porque cargan con una historia que ninguno de los franceses lleva encima. La anomia rusa tiene un vínculo profundo con los padres ausentes. (Muchos años después, en Paper Soldier, Alexei German Jr. volverá a poner en escena la orfandad de los jóvenes de posguerra en términos muy parecidos. Parece pensar el científico que está por enviar al espacio a Gagarin: “¿Qué capítulo escribiremos en una historia que tiene detrás a Stalin pero también el heroísmo de nuestros padres, muertos en la Gran Guerra Patria?). En este punto Khutsiev es más bien italiano: lo que está en juego además de una o tres vidas (o una generación) es la historia entera de un país y de una idea.

En efecto, Khutsiev trata de que la historia de sus personajes sea también la de Moscú y la de su tiempo, sin que ello signifique que los presente como tipos representativos. Lo que hace es incluirlos siempre en grupos, y ponerlos en primer plano solo una vez que los ha mostrado en interacción con otros. Escenas en el trabajo, un recital de poesía, uno o dos bailes, alguna cena, un picadito, un viaje en subte, otro en tranvía, varios a pie. Una secuencia genial muestra cómo Seriozha se encuentra con la chica que le gusta en medio de un desfile multitudinario (imagino que el del primero de mayo) y termina acompañándola a la casa mucho después, en una ciudad vacía. Del acto público al coqueteo privado en diez minutos de gloria. Khutsiev hace esto todo el tiempo. Es hermoso ver cómo pasa de una cosa a otra – tranvía, calle, edificio, casa / familia, novia, colega, amigo: todas las combinaciones funcionan - hasta convencernos de que en realidad no hay ningún pasaje sino pura continuidad, porque los espacios y las instituciones pueden estar segmentados pero la vida no.

Khutsiev filma la ciudad amorosamente. Los medios de transporte, la costa del río, la Plaza Roja, los negocios, los edificios: Moscú parece vivir para la película. Su fotogenia es igual de alucinante que la del extraordinario grupo de actores que van y vienen por sus calles. La vemos llena y vacía, de madrugada, de día y de noche, con sus máquinas y sus trenes avisando desde la profundidad que respira siempre. En el desfile hay un tipo que pasa entre la multitud con una cámara liviana, y otro sentado en una enorme grúa, filmando desde el aire. Son imágenes que nos recuerdan a Khutsiev y a su fotógrafa (Margarita Pilikhina), empeñados en mostrar la ciudad desde todos los puntos de vista. Contrapicados, barridos, travellings eternos, tomas de grúa, cámara en mano en el tranvía lleno. Cine del tiempo en el que existía la física.

8

Sábado 7 de noviembre, 10:00, Colón / 35mm


July Rain (1967) es la cuarta película de Khutsiev pero podría ser la segunda. Spring on Zarechnaya Street y Two Fyodors pertenecen a otra lógica. Son historias de renovación vinculadas todavía al realismo socialista, al menos argumentalmente. Con un tema se puede ilustrar el cambio. En Two Fyodors un soldado adopta a un huérfano de la guerra. En July Rain no hay padres (uno muere), ni matrimonio en el horizonte (la pareja se desarma): solo un ir y venir sin rumbo, unas cuantas reuniones, un tipo condecorado que canta las canciones más tristes del universo. Como para confirmar la importancia del asunto, tampoco hay imágenes de Lenin, el padre bueno, que en I'm Twenty estaba por todos lados, desde el desfile hasta la biblioteca hogareña. Detalle para quienes persiguen coherencias: en Two Fyodors el soldado y el pibe empapelan una pared, acá la protagonista (Lena) arranca una tira de la cocina. Otro cambio fundamental está en el estilo. El melodrama de las dos primeras películas ya había quedado afuera (o estaba muy borroneado) en I'm Twenty, pero las dudas existenciales de Seriozha y la confusión más o menos profunda de todos los veinteañeros no impedían que la energía brotara de cada plano. En July Rain la extenuación es más aguda, y la película misma la asume. Incluso los hermosos segmentos dedicados a Moscú son diferentes: hay gente en las calles, medios de transporte, sinfonía urbana expuesta con el cancán de Offenbach o música de jazz. Pero ya no hay personajes que se lancen unos sobre otros, o parejas que se formen entre el tranvía y el acto público. Los lugares de reunión son departamentos, y una vez el bosque.

La razón de todo esto es otra vez Italia. Pero no la misma Italia que le daba al aire nouvelle vague de I'm Twenty un carácter propio.

Hay quienes dicen que Favio no vio a Bresson, y quienes dicen que Perrone no vio a Pedro Costa (ni a Linklater, ni a Van Sant). Pues bien: sumemos a la lista a quienes dicen que Khutsiev no vio a Antonioni. Boris Nelepo, crítico y programador ruso que acompañó la retrospectiva en Mar del Plata, lo dijo a propósito de esta July Rain, sin dudas una película hecha a partir de La noche, El eclipse, La aventura y El desierto rojo. Hay algo extraordinario en el vínculo entre un cineasta obsesionado con el hastío y otro que filma dentro de un estado en el que las palabras claves son construcción y voluntad. Si Antonioni era considerado por Guido Aristarco un cineasta burgués reaccionario, no es difícil imaginar qué pueden haber pensado las autoridades soviéticas de una película como July Rain, que además de exponer vacío e incomunicación tiene el epílogo compensatorio más débil de los que filmó Khutsiev.

9

Domingo 8 de noviembre, 14:10, Cinema 2 / DCP


Una película de autor.

Right Now, Wrong Then es lo mejor que puede dar el método Hong Sang-soo. Quiero decir: no es necesariamente su película más admirable (aunque bien podría serlo), pero es la que permite observar en su forma más acabada cada una de las cosas que identificamos como propias del director coreano. La repetición como matriz narrativa: brillante. Las largas escenas de conversación: perfectas. El humor: justísimo. Hong filma siempre historias parecidas. Un hombre ligado al cine (y sentimentalmente torpe) conoce a una o dos chicas, come, se emborracha, dice tonterías. Right Now, Wrong Then trata de eso mismo, y no una sino dos veces, ya que a mitad de camino el título aparece de nuevo y la película vuelve a empezar. Obviamente, hay diferencias entre las dos versiones: en los diálogos, en los encuadres, en el comportamiento de los personajes (pero no en las locaciones ni en el tiempo).

Básicamente, lo que pasa es esto. Un director de cine viaja a un pueblo a presentar una de sus películas. Para hacer tiempo (llega un día antes de la proyección), visita un templo en el que conoce a una joven aspirante a pintora. Toman algo, hablan, comen, pasan el día juntos. Listo. Parece poco (escenas largas, no más de diez lugares, mucho diálogo), pero la historia está llena de peripecias. Hong es cualquier cosa menos un cineasta minimalista o como se llame ese culto de la poquedad que abunda en el cine contemporáneo (y al que Corea del Sur parece haber sido inmune). ¡Pasan tantas cosas en esas mesas y esas barras! Fundamentalmente: mareos existenciales, tropiezos lingüísticos, intentos de conexión. Reímos, sí. Pero hacia adentro. Hong tiene la moral del comediante: lo primero es asumir que somos ridículos, lo segundo que merecemos piedad. En este punto, puede que Right Now, Wrong Then sea su versión más generosa. Lo que dice una mujer al comienzo - “Mirando tus películas me di cuenta de que la vida no es tan mala”- es tan pueril que da un poco de vergüenza repetirlo. Pero eso mismo es lo que siente al final otra mujer, y puede que muchos de nosotros.

Convertir algo banal en una revelación: no es tarea fácil (Godard lo consiguió en Alphaville). Una vez hecho esto, Hong se permite su único plano hermoso. El último, en la nieve, absolutamente inolvidable.

Hay varios momentos que pueden ser tomados como puestas en abismo. Por ejemplo, cuando, hablando de su cine, el director dice que las palabras se meten en el medio de los personajes, que los confunden. O cuando le dice a la pintora que si uno no sabe adónde va existe la chance del descubrimiento. A pesar de esto. no es posible salir de la película con un epígrafe. No al menos con un epígrafe seguro, inmaculado. El método Hong consiste en poner entre comillas toda afirmación que pueda ser tomada demasiado en serio. A una idea, una broma que la sacude. Es algo común en sus películas. Ahí donde aparece un tema importante Hong mete una pincelada de humor, un gesto ridículo. Es un tipo pudoroso: prefiere pasar por pavo antes que por solemne. Yo no soy un artista, podría decir. Soy un director de cine.

Una bandera para Hong: No films, movies.

Right Now, Wrong Then presenta todo un universo naif. Se lo ve en paredes, azulejos, cortinas, adornos e incluso en esos zooms un poco torpes que Hong usa desde hace mucho. El estudio en el que trabaja la pintora es una versión en escala de la película que lo contiene. En la puerta hay una cartulina amarilla con flores en los ángulos, casi de aula infantil. De acá salen, además, dos planos fundamentales, dedicados al color: en la primera parte se ve la mano de la chica preparando un naranja lavado, suave, y en la segunda se la ve dándole entidad a un verde al que le caben los mismos adjetivos. Naranjita, verdecito: Hong pinta con esos tonos, de ahí que a veces pase por liviano. Pero lo naif está en los elementos, no en el cuadro: sus películas son historias de soledad e incordio.

En fin. Right Now, Wrong Then tiene la ligereza entre irritante y encantadora de las mejores películas de Hong, y la alineación planetaria justa, que le permite convertir un lugar común en un punto de encuentro. Ya lo sabemos: cuando la película de un director no funciona la repetición se llama pereza, haraganería, agotamiento, cararrotismo, astenia, dejadez. Cuando funciona se llama autor.

10

Viernes 13 de noviembre, 18:30, mi casa / DVDRip.


Un final no tan bueno para una gran retrospectiva: Infinitas (1992). En el catálogo, Boris Nelepo dice que esta es la obra magna de Khutsiev. Puede que tenga razón. Pero también es su peor película.

Infintas pertenece al género memoria y balance de una vida que puede llegar pronto a su fin (en su versión europea). Un hombre de más o menos sesenta (Vladimir) vende todo lo que tiene en su casa de Moscú y regresa al pueblo de su infancia. El viaje se convierte pronto en un juego de memorias: del pasado retornan la madre, el padre, una mujer, un cura, el Vladimir veinteañero. Khutsiev va y viene en el tiempo con su habitual maestría, y aprovecha la aventura espiritual de su personaje para repasar su propia vida con el cine. Hay una escena de baile que recuerda a Two Fyodors, música que suena ya en I'm Twenty, un paneo sobre un árbol que reitera exactamente otros dos de July Rain. Hay que decir que no son más que citas. Funcionan de manera biográfica, no hablan de una unidad de estilo. Esto es especialmente importante. La idea de que Infinitas funciona como síntesis de la carera de Khutsiev (expuesta varias veces en presentaciones, comentarios de hall y reseñas presurosas) supone que todas las películas que pudimos ver en Mar del Plata pueden reunirse sin inconvenientes en una obra nueva, y que de un modo u otro esta obra nueva las trasciende, ya que es capaz de integrar virtudes indudables y distintas. Lamentablemente no es así. En realidad, sucede justamente lo contrario. Infinitas es menos que todo el cine anterior de Khutsiev. Comparada con su encantador debut solo muestra la conquista de un lirismo grave. Comparada con I'm Twenty es todo pérdida.

En 1992 Khutsiev no tiene que dar cuenta de nada a nadie, puede mirar hacia sí mismo y reflexionar sobre el tiempo y la existencia como un hombre grande, que tiene mucho más pasado que futuro. Ahí donde parece más libre está más atrapado. Por supuesto, Infinitas tiene momentos hermosos, planos arrobadores del campo y de las nubes, un trabajo de cámara notable. Pero a diferencia de todas las películas anteriores de Khutsiev parece demasiado convencida de su propia importancia. La escena sigue siendo virtuosa. Ahí están esos veinte minutos dedicados al reencuentro de Vladimir con una mujer. O ese gran momento cerca del final, en el que viajamos a las primeras horas del siglo XX. Pero la escena de July Rain (seca e intensa) y la de It Was the Month of May (loca y ardiente) se desarrolla ahora con lentitud, como suspirando, en busca de un lirismo obvio y sobreseñalado por la luz. Lo mismo sucede con muchos parlamentos, recargados de énfasis. Por la mitad de la película Vladimir habla con su versión joven y dice todo lo que ya sabemos, porque las escenas anteriores nos lo han comunicado esforzadamente. “Lo que me angustia es saber que tengo un fin”, “Saber que os días están contados”, “La conciencia del fin es un sentimiento trágico”.

Infinitas es de esas películas evidentemente grandes. Todo lo que tiene de bueno es menos bueno por su calculada maestría. La perfección la daña. Hay otro género al que pertenece: el género obra maestra.