lunes, 22 de septiembre de 2025

SINFON14 REMIX - Cozarinsky x Perrone = Ꝏ


por Oscar Alberto Cuervo

Hay una primera SINFON14 de hace tres años en la que aparecía el cineasta Edgardo Cozarinsky tiempo antes de su muerte. La película retiene la intersección temporal en  la fue posible el encuentro de dos grandes artistas, portadores de tradiciones poderosas. Dos potencias se saludan. Cozarinsky ofrece con humildad su presencia para habitar uno de esos hermosos ensueños a los que Perrone se entrega con frecuencia. Mundo de sombras y estallidos cromáticos, reflejos inciertos y visiones fugaces. En medio de un magma sonoro que inunda la sala. 

Perrone desafía las percepciones confiadas a la rutina con un planteo más cercano a la experiencia alucinatoria que al registro realista. El registro y la alucinación son justamente dos extremos entre los que todo plano cinematográfico vacila. Finalmente eso es todo lo que el cine tiene de propio. Pero el corazón secreto de la SINFON14 de 2022 cobija el encuentro de estos dos creadores, un plano que desborda emoción e historias. La película plantea una tensión entre su artesanía modesta y su delirio desatado. La tensión se aplaca cuando el plano se reconfigura y el director entra a cuadro para hablar con el personaje. Conversan sobre el poder de la cámara para extraer del espíritu de los retratados algo que ellos no saben. El diálogo se guarda para la memoria futura. En medio del juego ensoñado, un documento para la posteridad: el último encuentro en la vida de Cozarinsky y Perrone. Pero no último encuentro de ambos en el cine de Perrone. Ahora SINFON14 REMIX es otra cosa, no obstante la continua referencia a la película anterior. La memoria insomne del Perro explora las huellas del fantasma que habita en las imágenes filmadas. La muerte estaba obrando sigilosa en el set aquella tarde en la que Cozarinsky fue a visitar Ituzaingó. Ahora ya hizo su faena y deja espacio para invocar el espíritu del ausente.



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A pesar de que Raúl Perrone proviene de las artes plásticas -algo que se evidencia en la belleza inesperada con la que la luz y el color irrumpen en cada plano de sus películas-, el período expresionista que podríamos situar a partir de P3ND3JO5 (2013) está más bien urdido desde una sensibilidad musical. No solo por peso creciente del diseño de una banda sonora como sostén desde el que los fantasmas se desatan en el elemento visual. El cine de Perrone es musical porque dispone sus elementos formales a partir de procedimientos análogos a la música. Esto ya se anunciaba en las obras previas al giro expresionista: en Al final la vida sigue, igual (2011) o Las pibas, obras limítrofes de un realismo depurado, la experimentación sonora creciente proponía una tensión disonante y rara con los espacios cada vez más despojados. P3ND3JO5 sería solamente el punto de partida de un aluvión formal cuyas premisas iban a ser continuamente reseteadas por cada una de las decenas de películas que Perrone filmó en los años siguientes. Cine silente, tecno-cumbia, voces en reverse, loops, voces filtradas por vocoder hasta hacer mutar los diálogos en melodías, idiomas extraños o inventados, superposición de planos sonoros dispuestos como acordes disonantes con imágenes que oscilan entre una tersura o una aspereza táctil, variaciones violentas de las diversas profundidades de campo, desde el desenfoque absoluto de la imagen estenopeica hasta el panfocus brutal del lente de 360°, las maneras que Perrone tiene de alternar o conjugar esta diversidad de recursos, sus variaciones rítmicas, simultaneidad de imágenes proyectadas, en el fondo o delante de cámara, el choque de texturas y la imprevisibilidad de sus intervalos tonales no remite ya a la linealidad novelesca que el cine adoptó de la narrativa del siglo XIX sino se acerca al tipo de desborde formal y material de la música de Stravinsky. El cine de Hollywood más de una vez recurrió a compositores que siguieran la estela creativa del compositor de La consagración de la primavera, pero esas músicas siempre estaban al servicio de una muy controlada línea narrativa. El que la incertidumbre perceptiva afectara a la totalidad de los elementos del compuesto cinematográfico es algo que solo los osados exploradores como Perrone se pueden permitir. Por cierto esa osadía es posible en el marco de un sistema de producción libérrimo, totalmente autónomo de cualquier forma de circulación mercantil, sea la de las salas de estreno como de los festivales internacionales. No es esperable que las plataformas on demand convoquen jamás a Perrone para que subordine su inventiva a una lógica de temporadas y capítulos. De modo que a cualquier espectador, incluso atento, de esta última década, se le haga difícil seguir las mutaciones estilísticas del cine perroneano: dos o más películas por año aparecen y desaparecen en programaciones periféricas. Entonces el que crea haber capturado en una fórmula sencilla la dirección que recorre su filmografía posiblemente carezca de los datos necesarios. A pesar de todo esto, cuando uno ve apenas unos pocos planos de películas de giros tan imprevisibles, la huella perruna es claramente detectable: aunque Perrone no se parece a nada y cada película difiere de la anterior, hay una marca Perrone que requiere de una mirada atenta.

SINFON14 2022

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El desarrollo algo intrincado del párrafo anterior da cuenta del tipo de perplejidad en el que me sume la visión de cada una de sus películas, cuando no hay constantes temáticas ni códigos genéricos a los que acudir para hablar de su cine. El propio Perrone no se detiene a explicar la compleja legalidad de sus métodos y ante planteos como el que acabo de ensayar seguramente contestaría que su ansiedad por filmar solo responde a impulsos inexplicables y que las especulaciones estéticas lo aburren. Ese fastidio puede ser que se rija por la misma inquietud que lo lleva a reinventar sus normas a cada paso, una cierta fobia fundante de su poética, un miedo inconfesable como principio productivo.


También es cierto que semejante variabilidad se apoya en el apego por el territorio en el que su cine se afinca: Ituzaingó y los centenares de caras del suburbio que sus planos han venido retratando. A eso se refiere la voz aparecida de Pichuco cuando habla del  barrio del que nunca se fue. ¿De quién habla más precisamente Troilo? ¿Del que marchó al exilio sin nunca apartarse del origen? ¿Del que siempre está de vuelta porque se fuga pero nunca se ha ido?Cuando Cozarinsky aparece una tarde en un espacio típico del suburbio, con su mirada sabia -el hombre que sabía demasiado-, su voz suave, quizás un poco fatigada, sus gesto aristocrático, requerido para encarnar a un noble decadente, entonces el plano cinematográfico exhibe la generosidad de su apertura. Cozarinsky se ve rodeado de criaturas perroneanas, en medio de un set que evoca espacios imaginarios, travesías por zonas frondosas simuladas por artificios modestos, altamente sugestivos. Cozarinsky entra, se saluda con la troupe, se encuentra con Perrone y en ese momento dos padres secretos de un cine argentino que todavía no se conoce a sí mismo le prodigan al plano una densidad inaudita. Sus presencias hablan de todo lo que el cine argentino ya hizo pero todavía no vio. Si la cámara captura un instante fugaz e inexorable, los ojos que lo verán esperaan en el futuro. Finalmente eso es todo lo que el cine tiene de propio.

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