por Daniel Cholakian
Roque llega del interior hasta Buenos Aires para intentar, por tercera vez, encaminar sus estudios universitarios. Ingresa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de esta ciudad. Una vez allí, un poco por su facilidad para involucrarse con chicas, otro poco por un atractivo real y cierta cuota de idealismo, ingresa en el mundo de la política estudiantil.
Con creatividad e intrepidez para armar y desarmar entuertos y alianzas, Roque asciende en el pequeño espacio de su agrupación, la que llega, casi sorprendentemente, a poder sentar en el rectorado de la Universidad al profesor que la conduce.
La película relata de cerca la vida de Roque y sus parejas, amigos y compañeros de militancia. Cuenta desde la intimidad el modo en que se articulan las políticas y la vida romántica, con muy buen ojo reconstruye este espacio del mundo universitario, las identidades y las pertenencias. El tono de El estudiante es plenamente vital, real, incluso aceptando el falsete de las locuciones en off, viejo recurso de fábrica de la escuela Llinás, a la que Santiago Mitre pertenece.
Pero… siempre hay un pero.
Artera como los personajes que presenta, de un modo pretendidamente realista, El estudiante utiliza el recurso de hablar de la política, para enarbolar un discurso anti político. La trama realiza un sagaz recorrido por los más falsos discursos del sentido común, utilizando un conjunto de tópicos para promover el repudio por toda forma de militancia. En este sentido varias son las notas distintivas.
La primera e insoslayable es la fijación del corazón de la acción política en la traición. Todo dirigente (en la película) que pueda acceder a un cargo, cualquiera sea su importancia, traiciona a sus compañeros de militancia para acceder al mismo. De este modo, con un chapucero análisis de la realidad, se definen las condiciones de todos militantes políticos: individualistas, oportunistas y traidores. Lo político, por tanto, no puede escapar a esa condición.
Los que no acceden a los cargos o no participan de la posibilidad real de hacerlo, son unos ingenuos izquierdistas que carecen de todo conocimiento histórico y teórico, y en toda discusión intentan imponer su voz de modo prepotente. Los “troskos” son irremediables, inútiles y decorativos.
El segundo punto distintivo es la negación del peronismo como actor de la política argentina. Los peronistas carecen de identidad propia, pueden pasar de partido en partido y de cargo en cargo, pero además son los otros, los no nombrados, los no representados. Sin ningún pudor, la voz del peronismo es puesta en personajes que, en el mejor de los casos, admiten con sorna haber sido durante tres horas peronistas. ¿Es menor que el discurso del 1º de mayo de 1974, en el cual Perón calificó de idiotas e imberbes a los Montoneros, sea dicho por un militante de la agrupación de centro izquierda? ¿O qué la marcha peronista sea cantada como cierre de una borrachera entre dos supuestos izquierdistas que apenas rozaron al movimiento? No lo es. La desapropiación de su voz al peronismo, el traslado del enunciador sin modificar el enunciado, lo vacía de contenido, lo dispara a un lugar de la estética alejado del sentido político. He aquí una operación calculada, que remite ciertamente a las otras intervenciones políticas del grupo en que podemos inscribir a Mitre.
Un tercer punto interesante son las referencias concretas que permiten intuir las identidades del realizador.
Una manifiesta es Lisandro de la Torre. La voz en off introduce, sin motivo aparente, un relato sobre el duelo entre quien fuera senador nacional y el líder de la UCR, Hipólito Yrigoyen. Simplemente menciona que el duelo fue porque el primero no quiso aceptar el manejo del segundo, dejando entender que hubo allí una cuestión de principios. Cabe destacar que, según el relato popular que se conserva de él, De la Torre es el senador que desnudó la corrupción detrás de permisos especiales de exportación para los frigoríficos ingleses durante la década del ’30. De allí que la referencia a ese duelo también implique confrontar al hombre probo y digno contra el que finalmente, a costa de ¿traicionar? a sus compañeros de ruta, llegó al poder. Lo cierto es que De La Torre fue un político conservador, que se alejó de la UCR porque Yrigoyen se negó a su propuesta de aliarse con Mitre para derrocar a Roca y llegar al poder de ese modo. Quien luego fuera el presidente electo prefirió esperar y construir el poder con las bases. De La Torre profundizó su conservadurismo hasta que, en 1931, fue candidato a Presidente de la Nación, cuando las mayorías se negaban a convalidar la elección amañada por los militares, dando aval al comienzo de lo que conocemos como la “década infame”. ¿Es entonces este político conservador el que constituye la referencia impoluta de Santiago Mitre?
La otra referencia es implícita. En las instancias previas a la elección de rector de la Universidad llegan dos candidatos. Acevedo, acompañado por Roque y sus compañeros, un intelectual que fue de izquierda durante los setenta y adscribió al alfonsinismo con el retorno de la democracia (1). El opositor, nunca presente, se llama Viñas. Él es a todas luces un traidor y corrupto. Hasta Horacio, un outsider de izquierda, padre de la amiga de Roque, dirá que Acevedo no le gusta, pero tiene que admitir que Viñas es aún mucho peor. De hecho, Acevedo se convierte en un traidor a partir de que negocia su acceso al rectorado con el propio Viñas. ¿Por qué esta referencia es implícita? Porque –y lo saben solamente espectadores avisados– un Viñas real, David, fue en la facultad de Filosofía y Letras el oponente académico histórico de Beatriz Sarlo, de algún modo mentora intelectual del grupo Llinás junto a su pareja, Rafael Fillipelli, profesor en la Universidad del Cine.
He aquí, entonces, la propuesta de abordar El estudiante de otro modo. Una película impecable en lo formal, con un guión sumamente bien construido, con personajes vitales, actuaciones muy promisorias, ajustado ensamble rítmico y una correctísima reconstrucción de escenarios y uso de la lengua.
Pero… siempre hay un pero.
Tramposa, antipolítica, soberbia.
Una pena, Santiago Mitre parece estar para mucho más.
(1) Entre las acotaciones políticas –de marca autoral– es la frase que Acevedo dice cuando le preguntan por el tiempo en que no tiene cargos públicos. “Desde que nos echaron, hace 21 años”, haciendo referencia al momento en que Alfonsín tuvo que dejar anticipadamente el poder por la hiperinflación y la incapacidad de gobernar.
(Publicado originalmente por Cineramaplus)
5 comentarios:
Magnifico análisis, gracias. Lamentablemente el cine es así, nos agarra descuidados y ni siquiera nos damos cuenta de los mensajes que conlleva una obra.
Disfruten el viaje.
En cierto modo- responde a aquella vieja frase: " lA POLÍTICA ES SUCIA". Y como corolario: No te metás..
Igual cuando la den la voy a ver para amargarme un poco.
Muy buen comentario.
Martha
No vi la película y me hubiera gustado hacerlo, pero cuando la descubrí, era tarde: todo agotado. ¿Saben si se estrenará comercialmente?
Sobre la "antipolítica". Se escucha mucho ese término. Algunos lo atribuyen a ese discurso noventista de asociar a la política con lo sucio, lo corrupto, con la transa y la traición. Yo no comulgo con esas precauciones de factura seissieteochista "en defensa de la política" contra la "antipolítica". Mas bien habría que decir, sí, la política es todo eso tambien, pero se trata de llevarla hacia un lado, hacia donde uno quiere y en el camino, si se puede, depurarla. En política no hay "traicion", hay movimientos. Pensar en traicion es presuponer una origen fundado en una suerte de "lealtad" que me parece que es prepolítica. Contra eso habría que luchar: no contra la antipolítica, sino contra la prepolitica: contra los teólogos, los moralizantes, los idealistas.
Yo tampoco vi la película pero me parece que el comentario de Daniel viene a enriquecer este intento de politizar la evaluación de un festival de cine "independiente". Yo soy baficista de la primera hora y el festival nació en 1999, en un mundo y un país sorprendentemente distintos.
La antipolítica es una etiqueta que es eficaz para mencionar cierta posición. No creo que la teología, el idealismo o el moralismo sean peligros tan vigentes en la política actual como eso que, a falta de un nombre mejor, llamamos antipolítica. Ponele cualunquismo y es un nombre más raro y mucha gente no lo va a entender. Discutir las palabras es parte de la política, proscribirlas es una pérdida de tiempo.
Ahora, usar la palabra "seissieteochista" como objeción, esa sí que es una categoría política un tanto berreta.
Publicar un comentario