Formo parte de una generación que creció en la mal denominada “era del fin de la Historia”. La caída del muro de Berlín había dado paso a la instalación de un único sistema global que, basado en un sistema de representación democrática y ciertos derechos jurídicos, buscaba en el libre funcionamiento de la economía de mercado la solución para todas las contradicciones sociales.
La materialización de este cambio de época, en nuestro país, llegó de la mano del menemismo. Así, el retiro del Estado de todas las órbitas de regulación de la vida económica permitió instalar la cultura del exitismo, el individualismo y el abandono de la acción colectiva.
Sin embargo, en muy poco tiempo, los efectos devastadores de estas políticas empezaron a darle forma a un previsible futuro sombrío. La hegemonía neoliberal comenzó a generar espacios desarticulados de resistencia, entre los que se puede mencionar a: los trabajadores que se oponían a las privatizaciones; los docentes y estudiantes que luchaban contra el desfinanciamiento educativo; los hijos y familiares de desaparecidos que no renunciaban al reclamo de justicia; pero también los jóvenes que resistían la estigmatización y represión de la sociedad y sus fuerzas de seguridad en recitales y partidos de fútbol.
En estas experiencias, una generación de militantes forjó sus inquietudes políticas. En términos personales, a medida que crecía mi participación política aumentaba la necesidad de entender cuál era la clave conceptual de los tiempos que nos tocaban en suerte. El discurso sobre el que se construía la justificación del injusto orden social que se iba modelando era el de la economía, y por lo tanto, era imprescindible comprenderlo.
¿Cuál economía?
El eje que ha guiado el marco teórico, en el que nos formamos la mayor parte de los economistas sub-45, ha sido la existencia del mercado como factor único y determinante, donde las leyes que gobiernan la producción y distribución de la riqueza están por fuera de la órbita de las decisiones humanas. Entonces, y de acuerdo con esta idea, cada uno de los individuos debe maximizar su bienestar individual y esto simplemente permitirá que se alcance la mejor situación para toda la sociedad.
Pero la realidad se empecinaba en mostrarnos resultados diferentes de los que predecía la teoría económica dominante. Cuanto menos intervenía el Estado más se empobrecía la Nación, y en consecuencia, mayor era la inequidad. Para quienes empezamos a estudiar economía a fines de la década del 90 era muy difícil resignarse a creer que el destino de miles de personas era el desempleo y la miseria, y que esta condena no podía ser evitada por la acción humana.
Esto motivó que un importante número de los economistas que estábamos formándonos en esos años nos volcáramos a buscar explicaciones alternativas. De esta manera, en los márgenes de las academias oficiales encontramos líneas de pensamiento de todas partes del mundo que el oscurantismo del pensamiento único vigente dejaba fuera de los planes de estudio. La lectura de los clásicos económicos como Smith, Ricardo, Marx, Keynes, entre otros, abrió una ventana.
En ese proceso de búsqueda de nuevas perspectivas encontramos que la Argentina contaba con grandes economistas que colocaban la dinámica de acumulación económica en perspectiva histórica y que planteaban el problema nacional sin ambigüedades: son las naciones las que toman las decisiones de política que las hacen ricas o pobres.
En este mundo interdependiente, los países deben integrarse en función de sus intereses nacionales y defenderlos fuertemente, así como promover el tipo de actividades productivas que harán posible el desarrollo. Esta tradición de pensamiento económico nacional cuenta con intelectuales de la talla de Marcelo Diamand, Jorge Schvarzer, Aldo Ferrer y tantos más, quienes sostuvieron estos debates. Fue en esta corriente que, en medio de la crisis del 2001, se formó el Grupo Fénix, liderado por Ferrer y Schvarzer, profundizando así el debate sobre hacia dónde debía marchar la economía argentina.
Cambio
Miró a la cámara y dijo: "yo conozco al grupito que ha hecho operaciones que no corresponden", y agregó: "algunos de ellos manejan bancos que fueron privatizados en las provincias". Fue a pocos días de su triunfo electoral. La escena transcurrió en el programa de Mirtha Legrand. El invitado: Néstor Kirchner.
En nuestro país era necesario un liderazgo que pusiera en el centro de la discusión política cuál debía ser la estrategia económica nacional, y en esta discusión se debían incluir todos los intereses: los empresarios, los sindicales y los regionales; y ese hombre fue Néstor Kirchner. Los lobbystas y especialistas internacionales se habían acostumbrado a un Estado ausente; muchos de los "funcionarios" eran sus empleados, y detrás de eufemismos como "la opinión de los mercados" expresaban sus intereses, a través de sus voceros mediáticos, en desmedro de las grandes mayorías populares.
La ruptura con el pasado
Los años de gestión kirchnerista han sido, y lo son, de fuerte crecimiento económico con resultados muy exitosos como: caída del endeudamiento; superávits gemelos; aumento de la producción industrial; diversificación de las exportaciones; estabilidad; aumento del empleo y disminución del trabajo no registrado, con un fuerte aumento de los salarios reales.
Muchos analistas han intentado interpretar estos resultados como hechos de la casuística. Así: suerte; precios internacionales favorables; viento de cola, y sus distintos sinónimos, fueron los eufemismos utilizados para describir este proceso. No obstante, los hechos muestran que la explicación del éxito está en la concepción y la forma de administración de la política económica en función del desarrollo económico, entendido este como la capacidad para crear riqueza a fin de promover o mantener la prosperidad o bienestar económico y social.
La idea de que es necesario contar con un buen entorno macroeconómico y tener una política cambiaria consistente con la competitividad de la producción industrial, favorable a la inversión y a la generación de puestos de trabajo, se complementa perfectamente con entender que los agentes económicos expresan sus intereses muchas veces vía mercado, pero otras muchas veces a través de la acción política diversa.
Muestra de estos comportamientos fueron las pujas, que se dieron en el año 2003, con las discusiones sobre las tarifas que debían percibir los concesionarios de servicios públicos. Los escandalosos precios de remate que habían pagado por las empresas estatales de agua, gas, energía eléctrica y demás servicios públicos parecían no alcanzarles. Ellos querían mantener sus ganancias en dólares. Y así utilizaron el fantasma de la crisis energética, de la falta de inversiones, y otros slogans amparados en el inmedible "sentido común". Kirchner, sin ambigüedades, hizo lo que pensaba y se enfrentó a los "mal acostumbrados": le quitó el Correo a Macri, le sacó los ferrocarriles Roca y San Martín a Taselli, recuperó Aerolíneas y Aguas Argentinas y empresas de telecomunicaciones como Thales.
Las restricciones a una dinámica de acumulación nacional también venían por el lado del peso que tenía la deuda externa sobre el PBI; en parte, porque creaba una salida de recursos generados por nuestra economía, pero también porque el permanente proceso de renegociación de deuda permitía que los organismos internacionales actuaran como punta de lanza para avanzar en la agenda de los grupos de poder económicos locales.
En el marco de procesos de renegociación de deuda, se les exigió a distintos gobiernos -o mejor dicho, a nuestro país- vender empresas públicas, flexibilizar el mercado de trabajo y liberalizar los mercados de bienes y servicios. Es por ello que la dura renegociación de la deuda llevada adelante por la gestión de Néstor Kirchner permitió no solo liberar a nuestro país de una salida permanente de capitales, sino que, sumado al pago al FMI, se independizó de las presiones permanentes que se ejercían a través de este organismo. Sin ir más lejos, en estos días en que Grecia, junto con España, Portugal e Irlanda sufren un contexto de crisis y endeudamiento, el FMI como "representante" de los intereses financieros está exigiendo el mismo programa que llevó a la Argentina a la quiebra y crisis de 2001: ajuste del Estado, privatizaciones y flexibilización laboral.
También las políticas comerciales forman parte de ese contexto en el que se garantiza el desarrollo de la producción nacional; y en este sentido hubo una serie de negociaciones muy fuertes que forjaron un escenario de previsibilidad para promover el desarrollo de la industria nacional. En primer lugar, la caída del ALCA, en la cumbre de Mar del Plata, garantizó que la liberalización comercial que promovía USA no pusiera en jaque la producción local. En la relación bilateral con Brasil se reformularon aspectos relacionados con el comercio en el sector automotriz y en el de productos sensibles, que fueron centrales para promover las inversiones que hoy permiten que estos sectores se encuentren en niveles récords.
No hubo dos estrategias diferentes, una para las cuestiones locales y otra para las internacionales. El objetivo de defender los intereses del país se demostró, con la misma racionalidad, fuerza y psión, en ambos escenarios.
La consolidación del modelo
La segunda etapa del kirchnerismo, inaugurada en diciembre de 2007 con Cristina Fernández al frente del gobierno, enfrentaría nuevas condiciones internacionales pero el entendimiento de la economía como un resorte de la política vivió cambios.
En el marco de una fuerte aceleración de los precios internacionales de los commodities agropecuarios, se buscó contener la presión inflacionaria sobre el mercado interno, con el fin de evitar un empobrecimiento de la población y una pérdida de competitividad de la economía, a través del sistema de derechos de exportación. Por primera vez, después de muchos años de democracia, los poderosos tenían que salir a dar pelea política sin velos; no era el FMI, no eran los mercados, eran ellos: la Sociedad Rural, el Grupo Clarín y otros tantos que confrontaban abiertamente con el gobierno. Y si bien esa pelea no se ganó, fue la confirmación de que la economía no es solo una ciencia teórica, que cuando se discute de economía, se discuten intereses concretos con nombre y apellido.
A pesar del deseo de pocos, pero muy poderosos, el proceso de transformación no se detuvo; por el contrario, se profundizó, y una de las medidas más trascendentales y estructurales fue la eliminación de las AFJP, que permitió al Estado recuperar el control de los aportes jubilatorios de los trabajadores. El final del sistema de AFJP terminó con un negocio delirante que hizo el sector financiero durante casi ocho años y que condicionó todo el funcionamiento económico de nuestro país.
La administración racional de estos fondos permitió en primer lugar enfrentar la peor crisis financiera global desde la década del 30 con mínimas consecuencias, ya que esta masa de recursos se utilizó para sostener el nivel de actividad, otorgar la Asignación Universal por Hijo, además de financiar gran cantidad de obras de infraestructura y actividades productivas. En menos de tres años este criterio de administración permitió duplicar los recursos. No hubo magia, sino decisiones políticas, las que explican que en el año 2010 y 2011 la Argentina haya vuelto a crecer a gran velocidad. (…)
Las bases y los desafíos
La concepción de que la riqueza y el bienestar no son el resultado de fuerzas autónomas que se encuentran fuera del control de los hombres, sino más bien de políticas económicas concretas, quizás sea uno de los mayores legados que el kirchnerismo haya dejado a una nueva generación de economistas.
Este nuevo escenario nacional deja un claro aumento de la participación del Estado en la economía a través de múltiples herramientas, algunas que ya existían pero se encontraban subutilizadas, y otras que fueron creadas en este período.
La potencia del sistema de Bancos Públicos, el peso del Banco Central con miles de millones de dólares de reserva y el Fondo de Garantía de Sustentabilidad, conformado con los recursos de las ex AFJP, convierten al sector público en el principal actor del sector financiero.
El rol del Estado, a través de participaciones accionarias, en empresas estratégicas de transporte, energía, alimentos e insumos industriales es fundamental para coordinar la actividad económica y racionalizar el proceso de crecimiento.
Los organismos de control que han recuperado su dinamismo como la AFIP, PAMI, entes reguladores de servicios públicos y la mayor regulación del comercio agropecuario van en la misma línea.
Este proceso de aumento de participación del Estado en la economía no fue una historia de amor, fue un proceso de pujas naturales en un marco de reestructuración como el que vivió nuestro país. Hoy el Estado nacional gobierna y tiene las herramientas para coordinar y garantizar la generación de riqueza y su justa distribución; el desafío que tenemos es gestionarlo.
Autores Varios, Peña Lillo, 2011.