por Lidia Ferrari
desde Treviso, Italia
Vi un programa político, el único que se puede ver en la televisión italiana: Accordi & Disaccordi. Creo que el perfil centro-izquierda tiene mucho público en Italia, lo que no tiene son programas para ver. Después de la cuarta entrada mostrando las incongruencias de Salvini, y escuchar la crítica de los periodistas a sus desatinos y salvajadas, no pude seguir viéndolo. El único programa en el que admiro a sus periodistas, me somete a ver a Salvini. A pesar de que está bajando en popularidad está en todos lados. Los medios italianos están pareciéndose mucho a los argentinos. El monopolio del discurso en contra de todo lo que sea Conte, el M5S y la alianza de centro izquierda es escandaloso. ¿Por qué en un programa que no sigue la línea de los empleados de los poderes fuertes también le dan tribuna donde proferir sus insidias y sus conjuras?
Lo mismo pasa con la información que me llega de Argentina. Hace 30 años que no leo Clarín y secuaces. Ni veo ningún programa de ellos. La mayoría de mis amigos hacen lo mismo. Sabemos lo que piensan y lo que quieren. Viví durante la dictadura, pertenezco a la generación diezmada, no espero nada nuevo de ellos. Sólo tienen para dar su impunidad, su desvergüenza, sus atrocidades. Tuvimos la inmensa fortuna, el privilegio único en el mundo de ver presos a los represores de la dictadura. Saber que Videla murió en una cárcel común es un evento extraordinario de nuestras vidas y de la historia mundial que no debemos olvidar. Pero sus patrones siguen allí. Me duele que nosotros, desde la indignación y la irritación, multipliquemos sus impunidades o sus delirios. El gran éxito de los cuatro delirantes de la manifestación anti-cuarentena es que ganan la prensa de ellos y la nuestra.
He leído que los expertos en publicidad utilizan la irritación para vender. Un ser irritado es más proclive a prestar atención a lo que lo irrita. Mi irritación y mi indignación me ayudan a superar eso que me sucedió cuando decidí apagar el programa de ‘mis amigos’, los periodistas que quiero y respeto. Me dio tristeza hacerlo. Pero pienso que la irritación y la indignación me evitaron entrar en la angustia. La angustia de que estamos siendo capturados por discursos horrendos, de gente horrenda, que hace cosas horrendas. No sé cómo se sale de esto. Pero pienso que tenemos que inventarnos narraciones donde las cosas no sean dominadas por ese discurso monopólico con intenciones de dominación total. No quiero que sigan imponiendo su agenda al gobierno ni tampoco mi agenda en las redes sociales.
Sé que en Italia se encendió una posibilidad en 2013 con el M5S. Sé que en Argentina tenemos una tradición potente de luchas emancipatorias, como con el gobierno de Fernández-Fernández. Por eso están como locos. Cuando hay algo que se enfrenta a sus impunidades, aunque sea algo mínimo, aunque sea simplemente aminorar en algo su poder, sacan su gigantesca artillería. La que toca en estos tiempos es una guerra narrativa. Porque las batallas también se juegan en la narración. En lo que decimos, en lo que vemos, en lo que escuchamos.
Pero los medios y las redes sociales nos conducen a ver siempre lo mismo, porque saben que el antagonismo está bien presente. Es decir, la oposición a sus desmanes.
Con Menem hubo una ‘Pax’ narrativa, porque se hacía lo que decidían los poderosos de turno. Cuando llegué a Italia estaba Berlusconi. Todo iba sobre rieles. Berlusconi, dueño de medios, y sus socios mostraban el mejor de los mundos desde su más franca impunidad. Ahora, cuando algo se mueve en la Italia profunda, desde la rabia por la desigualdad, ahora, están como locos para impedir que las cabezas se sigan moviendo. No lo logran. Pero abruman. Cuando llegué a este país pensé: está todo tranquilo porque no hay nadie que se oponga. Ahora se movió el avispero, la gente quiere cambiar, a pesar de lo que se diga de los italianos. Veo, siento, que hay un movimiento de base. Por eso hicieron caer al Gobierno de Conte. Pero, aquí, como en Argentina y en todos lados, nos arrojan noticias y relatos exasperantes, inescrupulosos, impunes y desde la más descarada mentira. No quieren que emerja lo que siempre, tarde o temprano, emerge: el deseo de emancipación.
Mi preocupación, que es pregunta, es cómo inventarnos narraciones para compartir, que alimenten nuestro deseo de construir y no que nos irriten o indignen más de lo que ya estamos por vivir en esta época. Pienso que la abstinencia de convertirnos en espectadores de lo peor es un primer paso, pero tenemos que darnos algo más, acrecentar lo que podemos darnos para causar nuestros deseos, nuestras ganas. No sé cómo se hace. Hoy este es mi exabrupto.
Ilustración: Carmen Cuervo