Para Oscar Cuervo
Después de varias peleas con editoriales, mi novela no tiene ya destino. Una editorial multinacional me pidió una coima, me fui dando un portazo. Es la editorial donde -el propio kirchnerismo me pedía que cuente esto: no lo hice- ahora sale un libro con prólogo de la presidenta, escrito por quien me mató con Magdalena Ruiz Guiñazú. De todos modos, me ofrecían una tirada menor a la mitad de los lectores diarios de este blog, la mitad, diarios.
Decidí que no.
Que me las fumen las academias, los críticos literarios, las editoriales, las ferias, el kirchnerismo, el antikirchnerismo, Los Idiotas, La Celebración, hice primer y segundo año en una escuela rural. No tengo que rendirle cuentas a nadie. Peleo solo. No me va bien. Me chupa un huevo. El kirchnerismo, en buena proporción, me detesta, soy un pibe que hago periodismo provinciano. No me achico. Me chupa todo un huevo.La he peleado. No conseguí nada.
Pero voy de ciudad en ciudad y tengo amigos. De verdad, amigos en serio. Que me quieren, que me respetan. Sabés una cosa, mirá, empecé a trabajar vendiendo plantas y tierras turbas embolsadas desde los 7 años, viví en pensiones, hice dedo, me echaron a las patadas de muchos laburos, viví sin luz eléctrica algunos períodos, pasé alguna vez días sin comer, dormí en plazas, tuve chicas que amé y me amaron.
Empecé mi novela contando mi estadía en una cárcel.
Nunca hice terapia. No estoy descontento con mi vida. Leí, desde chiquito, obsesivamente, los grandes clásicos. Pasé bastante tiempo internado en hospitales y mi infancia está llena de etapas en la cama, faltando a la escuela, siendo un pibe, mis amigos jugando al fútbol y a la escondida, yo tirado, enfermo, en la cama. Tengo errores de ortografía y de tipeo. Tenía 25 años cuando aprendí a escribir en una computadora. Tenía 29 cuando tuve mi primer PC propia.
Dejé, cambiandome de ciudad, cuando tenía 20 años, la adicción a la cocaína. La dejé solo. Ahora peleo, con mas o menos suerte, contra la adicción al alcohol. Voy, creo, venciendo. Creo.
La adicción a la cocaína me vino después de que varios, bah, dos, amigos se suicidaran. No eran dos. Tenían nombre y apellido. Cada uno. Infancias, adolescencias, escuelas, minas, la puta madre, mucho, pero mucho compartido. Guardo el recuerdo de esos, dos, amigos. Guardo la triste pena de escuchar llorar desconsolada a mi vieja en la cocina frente al teléfono. Me levanté. No se animaban a decirle directamente a la madre. Le dijeron a mi vieja. Y yo crucé y fuimos a decirle, Lía, Nahuel, tu hijo, la puta madre. Yo, no sé. No sé.
Los jueves, todos los jueves, podés conocer a mis amigos de la infancia, la adolescencia, que viven en Bs As.
Ahí están.
Soy esto.
Un manojo, si querés, de resentimientos. De estupideces. Demagogia con la muerte. ¿Porqué no? Pero, eso sí, a vos, te pido respeto.
Los amigos, aún en contra, me harán el aguante. El resto, bue, el resto, el resto.
Yo no soy kichnerista por ninguna razón más fuerte que seguir a Hebe de Bonafini desde los 15 años. Así de simple. Así de simple.
No sé si queda claro -porque suelo hablar para varios lados, por ejemplo, y de paso, para el Planeta Max, dónde las asociaciones se prologan- pero la historia, como siempre, la cuentan los que ganan. Y los que saben, emergentemente, hacer una contrahistoria.
A mí me pidieron desde altísimas fuentes del kirchnerismo que cuente algo de una editorial. Yo no les hice caso. No por respeto a esa editorial de mierda. Sino porque olí el mediano plazo.
Nos vemos en la feria del libro.
Bah, yo no creo que vaya. No tengo nada que hacer ahí. Como Máximo, pasar verguenza. Pero yo paso verguenza todos los días. Y me hago cargo. Qué diferencia, si supieras, que diferencia.