viernes, 28 de febrero de 2020

Tsai, la ciudad y los cuerpos




Acabo de leer un texto escrito con júbilo por Roger Koza sobre la película Days de Tsai Ming-liang, recién estrenada en el Festival de Berlín. "El esperado regreso de Tsai MIng-liang resultó una gloria" dice Roger, "una película extraordinaria" dirigida por "uno de los grandes cineastas contemporáneos". Espero ver pronto Days, pero el entusiasmo de Roger converge con el descubrimiento que hace poco tuve en una plataforma digital de No No Sleep, una obra anterior de Tsai, no una película en sentido estricto. Este mediometraje de 2015 decidí incluirlo como celebración de los 12 años de este blog, para los lectores fieles de La otra. Y en ese momento prometí un comentario posterior. Días después continué este impulso con un post titulado "Siempre vuelvo a Tsai", donde hablaba de mi persistente admiración por este cineasta a quien descubrí a fines de los años 90. Pero todavía me faltaba un texto en el que analizara específicamente el deleite que me produjo No No Sleep. Es que la belleza de esta obra difícil de encuadrar en una categoría es también difícil de discurrir. Difícil, no imposible. Cuando terminé de leer el texto de Roger sobre Days comprendí que mis borradores sobre No No Sleep sirven como una preparación para la espera de la nueva película, un puente. Creo que nadie escribió hasta ahora sobre No No Sleep, así que se me hizo un deber hacerlo.



No No Sleep es una de las obras más hermosas que Tsai Ming-liang haya filmado jamás. Tsai dio a conocer este video de 35 minutos en la plataforma china YouKu, un equivalente al Youtube occidental, orientado principalmente a los videos amateurs registrados y consumidos por el público adolescente chino. No No Sleep apareció como parte de la serie Walker (El Caminante, varios capítulos desde 2012 hasta el momento). Después del estreno de su largo Stray dogs, Tsai anunció su retiro del cine, algo que ya sabemos, después de Days, que no se produjo. El anuncio y la plataforma de lanzamiento inducían a hacernos pensar en un más allá del cine. La serie Walker circuló de manera muy restringida fuera de Youku, solo en algunos festivales. De hecho, desde que Tsai empezó a hacerla, los que en Argentina conocíamos a Tsai por los largos que se programaban en BAFICI y Mar del Plata le perdimos el rastro.


Walker (2012)

El soporte fílmico con el que Tsai hizo la primera parte de su obra ya prácticamente no existe. En una entrevista de 2002, uno de cuyos tramos publicamos en este blog, acá, Tsai se preguntaba qué destino podía tener una obra para la que ya no hay un público disponible. Los millones de adolescentes chinos que visitan su serie en Youku repudian en los comentarios que dejan el tipo de viaje que Tsai propone.


Walker (2012)

El cine es un legado de la era del maquinismo cuya mutación se disemina por el mundo actual. La proliferación de pantallas en los espacios profanos es paralela a la desaparición de esas grandes salas-templo que Tsai había despedido en Good Bye Dragon Inn (2003). La sala casi vacía en la que por última vez se proyectaba Dragon Inn (1966), aquel clásico del género wuxia dirigido por King Hu (acá pueden leer un interesante análisis que hace Jonathan Rosenbaum), guarda una irónica correspondencia con los millones de visitantes virtuales que clickean la serie del Caminante para repudiarla. La vieja sala vacía y los millones de clicks hostiles son dos caras de una misma desertificación. Tsai parece consciente de hacer algo que siempre estuvo fuera de lugar. Esa forma del habitar que no encuentra lugar en ninguna parte es el hilo que une la obra de Tsai desde sus primeros largos hasta sus últimos videos. Parece que también podrá aplicarse a Days.


Days (2019)

En la primera etapa de su filmografía, lo que llamaríamos sus “películas” hasta Stray Dogs, el protagonista constante era Xiao Kang, encarnado por el actor Lee Kang-sheng. Lo vimos crecer desde que era un flacucho introvertido en Rebeldes del Dios Neón (1992), un intruso en departamentos vacíos en Vive l’amour (1994), un extraño en la casa de sus padres en El Río (1997), el que va a encontrarse en el espacio anónimo de un sauna con el cuerpo menos esperado, el que en The Skywalk is Gone (2002) se cruza con Chen Shiang-chyi sin reconocerse, porque el puente en el que se encontraron por primera vez ya no está. Esta tortuosa forma del habitar que se experimenta toda vez que Xiao Kang no encuentra lugar hace síntoma en su cuerpo. Xiao Kang  es un cuerpo deslocalizado en una ciudad que no ya no se puede habitar, pero él todavía palpita como organismo. Sus contracturas, sus gestos de dolor, la mirada congestionada, la circulación de sus fluidos corporales –transpiración, lágrimas, orín, semen- hacen del cuerpo de Xiao Kang un cuasi-agonista en el cine de Tsai, una presencia sobre la que inscribir una narración ya no es posible, pero que sigue manifestando signos vitales. El cine de Tsai es el despliegue de una lucha entre el organismo que aún palpita y una ciudad que ya no lo cobija. El non plus ultra de todo este período está en Stray Dogs, con el primerísimo plano de Xiao Kang que sostiene un cartel publicitario en el cruce de autopistas en medio de un viento inhóspito, mientras canta una antigua canción y una lágrima brota de su ojo y corre por su mejilla. Lee Kang-sheng está hecho agua. La canción contiene las únicas palabras que él dice no solo en esta película, sino en varias otras. El cine es el medio adecuado para visibilizar la minúscula lágrima en la pantalla inmensa. Su recorrido se mide en metros en la sala de cine. 



Alguna cosa está fuera del orden mundial. Un paso más y el mismo cuerpo tenso reaparece como el monje de bata roja que se desplaza a un ritmo imposiblemente lento a través del ajetreo urbano en la serie de videos del Caminante. Este monje está tan fuera de lugar como Xiao Kang en las películas de la primera etapa. El Caminante contrasta con su lentitud extrema entre los habitantes de las cosmópolis (Marruecos, Hong Kong, Tokio). El caminante es una incrustación ficcional en medio de largos planos secuencia que registran documentalmente los espacios urbanos de la indiferencia. Cada plano irrumpe de pronto pero su peso se decanta en la extensión temporal. Todos pasan al lado del caminante pero la cámara se queda con él, que tarda una eternidad en atravesar cada plano. Ahora su fisicidad ya no está asociada a la circulación orgánica de sus fluidos sino a la tensión mecánica de sus movimientos ultralentos. Es otra forma del padecimiento –Lee Kang-sheng debe ser el actor más dolorido de la historia del cine y del post-cine. En ese cuerpo siempre inverosímilmente tenso y fuera de sitio, Tsai abre un desliz hacia la comicidad. El disloque produce una inversión del exceso de dolor en un extraño humor. Para el desconcierto de la crítica, Tsai siempre dijo que sus películas son divertidas.



Vive l'amour (1994)

No No Sleep puede aparecer como un capítulo más de la serie del Caminante, pero es después otra cosa -ahora que leo la reseña de Roger sobre Days, lo imagino como un puente hacia el nuevo largometraje. En No No Sleep convergen los dos ejes de su filmografía. El monje que camina lento es, probablemente, un avatar de Xiao Kang. El vínculo entre una y otra versión de Lee Kang Sheng no es obvio. Tsai se vale del recurso falsamente sencillo del corte de planos y la elipsis temporal. En el comienzo vemos al Caminante cruzando un puente en la noche de Tokio, tan lento que solo el titilar de un neón nos permite percibir que se trata de cine y no de una foto. Como algo inédito en su obra anterior, atada a los planos secuencia, acá el cruce del puente es descompuesto en tres planos sucesivos que varían tanto la distancia como la perspectiva desde la que vemos al Caminante. La descomposición de una secuencia en varios planos es algo que el cine practicó desde sus inicios, pero Tsai se vale de este recurso tardíamente. Se trata de una escena puente, un tránsito hacia otra cosa.


Lo que sigue es un viaje deslumbrante y a la vez enigmático para un cineasta tan apegado a lo físico. La mirada desde la cual vemos el segundo acto de No No Sleep es la subjetiva de un observador indeterminado que es acarreado en un tren que atraviesa la Tokio nocturna. La ciudad se  mueve como si el espacio urbano cobrara una inmaterialidad para la que el ojo ya no está preparado y los contornos de los edificios se disolvieran en ráfagas lumínicas que devienen en un plano totalmente inundado de blanco, movimiento y luminosidad inéditos en el estilo que hasta aquí practicó Tsai. Si el punto de vista de esa mirada móvil es el del Caminante o el de un segundo personaje que va a aparecer en el acto siguiente de No No Sleep, es algo que queda en suspenso.


El tercer acto es un reencuentro con los espacios habituales –no habitables- del cine previo de Tsai: un baño público. En ese baño va a producirse otro de esos encuentros anónimos de cuerpos solitarios y deseantes que remite al que ocurría al final de El Río. El grácil cuerpo desnudo de Masanobu Andô (actor estrella del cine japonés actual) se prepara para ir a la pileta.


El encuentro de los cuerpos se produce en el centro de No No Sleep, cuando el joven se sumerge en la pileta cerca de Xiao. Toda la elegante flexibilidad del cuerpo del Masanobu se contrapone a la tensión típica de Xiao o al cuerpo entumecido del monje -es probable que estos dos sean uno y el mismo. El encuentro en la pileta de los dos cuerpos es una de las condensaciones más bellas de su poética que Tsai haya filmado. Masanobu se arrima a Xiao sin que se ninguno de los dos se miren. Es claro que cada uno percibe la presencia del otro aunque no se permiten ningún cruce de miradas. Los dos miran en paralelo hacia el fuera de campo o se espían disimuladamente. Por debajo del agua ondulante, sin embargo, los cuerpos se buscan, los filos de sus manos se rozan y no sabemos si finalmente se encuentran. El efecto ondulante del agua distorsiona y disuelve los contornos de sus cuerpos sumergidos. La tensión erótica sube y después viene el corte. Masanobu camina desnudo mientras la cámara lo sigue desde arriba en un plano picado que probablemente sea la subjetiva de Xiao que se queda espiándolo. Ese plano es, en el minimalismo expositivo de Tsai, uno de los típicos episodios que pueden cargarse de intensión sin definir ningún nexo narrativo. Entre la pileta y el plano picado, ¿los cuerpos llegaron a encontrarse? ¿Se separaron como si nada? El corte funciona como el silencio de la literatura budista, un hiato que puede hablar tanto de la soledad e imposibilidad del contacto de los personajes como de un acercamiento que nos queda fuera de campo. (Una función análoga cumplía la oscuridad en el encuentro en el sauna de padre e hijo en El Río: ¿sabía cada uno quién era el otro o se fueron ingorándolo?).




En el resto de película ya veremos a los dos personajes en montajes alternos, uno y otro separados en sendos habitáculos del baño público. Xiao en un primer plano con la cara empapada en transpiración, tenso, pensando con los ojos cerrados. Cuando los abre, mira por única vez a cámara, una lágrima imperceptible brota de su ojo y se mezcla con el sudor. Vuelve a cerrar los ojos, se toma la cabeza y su cara adquiere una expresión de tristeza que hasta ahí no se había permitido. En otro habitáculo, Masanobu yace pensativo, sin poder dormir se revuelve de un lado a otro en la cama y Tsai erotiza el punto de vista desde el que la toalla tapa o descubre su cuerpo.


No sabremos si piensa en algo que pasó o si es que no pasó nada. ¿Qué lo desvela? ¿Recuerda o imagina? El último plano, de vuelta Xiao, acostado, varios minutos en los que quizá esté durmiendo o no. La extrema inacción del plano secuencia solo deja percibir la respiración de Xiao en el movimiento leve de la sábana que lo cubre. No No Sleep.


martes, 25 de febrero de 2020

Justician listas

La otra.-radio del domingo, para escuchar clickeando acá 


South of Reality de The Claypool Lennon Delirium


Fishing For Fishies de King Gizzard & The Lizard Wizard


Igor de Tyler The Creator


Hyperion de Gesaffelstein


Feroza de Feli Colina


When We All Fall Asleep, Where Do We Go? de Billie Eilish


Norman Fucking Rockwell de Lana Del Rey

Durante el verano entero no pudimos dejar de hacer listas y este domingo tampoco. Ni siquiera pudimos terminar: habrá más todavía. Canciones, discos, bandas, películas, revelaciones, fiascos, olvidos, regresos, despedidas, presagios, omisiones, coincidencias, caprichos, ajustes de cuenta, lo crudo y lo cocido. Se multiplicaron nuestros columnistas y cada uno enlistó. De ahora en adelante quizás quedaremos atrapados en hacer listas o ya no las haremos nunca más.

Esta vez las listas quedaron a cargo de Nicolás Coquet y Nazareno Brain. Cada elección fue largamente conversada y se establecieron todos los vínculos posibles y algunos ni siquiera eso.

Siempre queda una banda, un solista, una canción por alistar.

Este, seleccionado por Nicoquet, no llegamos a pasarlo:



Pero sí tuvimos tiempo para hablar de cineastas detestables, de feminsimos, de distopías, de Yoko, de marchas multitudinarias en las que diversos sectores de la sociedad ejercen formas de la política no delegativa, del despiste de Alberto Fernández al hablar muy imprecisamente de las "inconductas" de las FFAA durante la dictadura y de la necesidad de que pidiera disculpas por esa forma impropia de referirse al terrorismo de estado. Lo dijimos a eso de la 1:30 AM del domingo, cuando no era para nada previsible que lo hiciera. Afortunadamente, por la salud de nuestra democracia, medio día después de nuestro reclamo radial, el presidente terminó pidiendo disculpás. Todo esto y otras cosas las pueden escuchar clickeando acá.

lunes, 24 de febrero de 2020

Vuelta de página: Alberto Fernández pidió disculpas por no usar las palabras pertinentes acerca del terrorismo de estado


Hace una hora tuiteó el Presidente de la Nación:

Días atrás, con motivo de despedir a un contingente militar que partía en una misión de paz hacia Chipre, hice alusión a que ahora la totalidad de la oficialidad de de nuestras FFAA habían surgido en democracia.

En ese momento celebré ese dato. De aquí en más, no deberemos analizar si alguno de nuestros oficiales participó de las sistemáticas violaciones de derechos humanos que fueron parte del genocidio que padeció nuestra Patria entre 1976 y 1983.

Por eso dije que podíamos “dar vuelta la pagina”. Entre nuestros oficiales ya no quedan partícipes activos o complacientes del terrorismo de Estado.

Hablé también de las inconductas de muchos oficiales que en el pasado fueron parte de ese perverso accionar. Esas inconductas fueron delitos atroces que determinaron horribles e imperdonables padecimientos a miles de personas.

He visto que mis palabras han herido la sensibilidad de las víctimas. Nunca quise causar en ellas el más mínimo dolor. Saben que en mi solo cuentan con alguien que siempre las va a acompañar en la búsqueda de la verdad y en la imposición de justicia sobre los culpables.

Hago esta aclaración ante el reproche que algunas víctimas de la dictadura me han hecho por lo que dije. Veo que no use las palabras pertinentes. Disculpas por ello. Pero no quiero que nadie dude de mi compromiso en favor de la verdad y la justicia.

A lo largo de mi vida, como hombre de derecho que soy, siempre bregué porque impere la ley y el castigo como forma de reparar los delitos de lesa humanidad que se han cometido en perjuicio de los habitantes de nuestra Patria.

No quiero pasar por distraído ante la queja justa. Que un error mío no nos divida. Que nadie dude en qué lugar estoy parado. Que nadie crea que niego el horror vivido. Como siempre debemos estar unidos para que el “nunca más” que pregonamos sea “nunca más” en la Argentina.

"La inconducta de algunos" y la complicidad de otros en el terrorismo de estado

No fue “la inconducta de algunos”, fue un genocidio: se requiere la urgente rectificación del error presidencial



El viernes pasado, en el contexto de la despedida de un grupo de soldados que viajan a una misión de la ONU, el presidente Alberto Fernández quiso destacar que el país cuenta con "Fuerzas Armadas totalmente integradas a la sociedad”, en un gesto que va en consonancia con otros que tuvo desde que asumió la presidencia, con el fin de morigerar ciertos conflictos secundarios, en busca de una meta de unidad nacional.

Alberto resaltó que esta generación de militares había hecho toda su carrera durante la democracia (se refería a la postdictadura). Hasta ahí es razonable encararlo así, desde un punto de vista meramente cronológico, sobre todo desde que el estado puede asegurarse que las fuerzas armadas van a estar totalmente subordinadas al poder democrático.

Pero hay algo más: en Argentina hubo un terrorismo de estado, un Plan Sistemático de Desaparición de Personas ya probado y condenado por el Poder Judicial, un terror ejercido por las Juntas Militares, los poderes trasnacionales y las clases dominantes locales, que planearon, sustentaron y se beneficiaron con la dictadura, con la represión y la desaparición forzada de personas, con la sustracción de la identidad a los niños nacidos en cautiverios, con la tortura y el exilio a los que muchos ciudadanos se vieron sometidos sin gozar de la protección del estado de derecho. Incluso, durante muchos años después de terminada la dictadura, el poder civil fue cómplice de la persistencia de los efectos del terrorismo de estado, protegió a los criminales de Lesa Humanidad mediante subterfugios que aseguraban su impunidad e impidió el acceso a los archivos donde sigue oculta la responsabilidad precisa de los crímenes de estado.



Néstor Kirchner a comienzos de su gobierno hizo cesar esta línea de impunidad, en un acto simbólico decisivo, al pedir perdón como Jefe del Estado a las víctimas del terrorismo estatal y sustentar este pedido con el impulso a los juicios a los genocidas a los que los anteriores presidentes pusieron escollos. Pedido de perdón oficial y juicio a los culpables del terrorismo estatal marcó un corte real con la complicidad estatal con los crímenes dictatoriales, aunque los impulsores civiles y beneficiarios económicos de este sistema del terror permanezcan impunes en su abrumadora mayoría.

Esa línea de corte con los crímenes de Lesa Humanidad no admite grises. Impone un corte histórico irreversible. Es un tema muy delicado porque el crimen no cesa en tanto estas personas siguen desaparecidas, así como muchos niños nacidos en cautiverio son hoy personas adultas privadas de su identidad y de su historia. Estos crímenes se siguen comentiendo a cada momento. El hecho de que entre los criminales de estado exista un pacto de silencio nunca roto acerca de las responsabilidades precisas y puntuales de cada uno de sus crímenes los vuelven incesantes. 

La figura jurídica del Crimen de Lesa Humanidad y del Plan Sistemático de Desaparición de Personas fueron conquistas históricas del pueblo argentino, logradas con dolor y paciencia por la lucha ejemplar del movimiento de los organismos de derechos humanos. Lucha que continúa y no puede cesar miestras estos crímenes se siguen cometiendo (desaparición, sustracción de identidad, pacto de silencio, ocultamiento de archivos). 

El proyecto de Lúder, derrotado en el 83, de aceptación de la autoamnistía que intentaron darse los dictadores, las leyes de impunidad Alfonsín en el 86 y 8, los indultos de Menem y la parálisis judicial promovida por De La Rúa y Duhalde ensombrecieron un sistema presuntamente democrático por su complicidad con la dictadura, lo que significa que un residuo del terror de estado se siguiera cometiendo. Los organismos nunca aceptaron estas claudicaciones. El macrismo intentó reanudar la continuidad con el estado terrorista mediante sus gestos y proyectos negacionisntas. Las Abuelas siguen buscando a centenares de nietos cuyas identidades aún se desconocen y todos los años varios de ellos siguen recuperándolas. Nada permite creer que este proceso pueda cesar.



Alberto Fernández, en su empeño de producir gestos conciliadores, tuvo el viernes pasado un grave desliz: sostuvo desde su investidura presidencial que "toda la Argentina debe dar vuelta una página, una página que nos distanció mucho tiempo por la inconducta de algunos".

En el contexto de otras vacilaciones, idas y venidas cuyo ritmo son políticamente debatibles en el comienzo de su gestión (por ejemplo: cómo y con qué rapidez resolver el problema pendiente de los presos políticos del régimen macrista que todavía siguen en prisión; o cuál es la forma institucionalmente más ordenada para depurar a las fuerzas de seguridad responsables de los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel), el desliz de proponer una "vuelta de página" y la caracterización de "inconductas de algunos" a lo que fue un Sistema de Estado Terrorista ya judicial y políticamente condenado es inaceptable. Alberto podría ser disculpado por torpeza en la sobreactuación de su moderación. No fue "la inconducta de algunos": fue un crimen estatal sistemático que aún no cesa. No es posible dar vuelta ninguna página. El Presidente debe pedir disculpas por esta torpeza.

Lógicamente: el estado argentino debe procurarse unas fuerzas armadas democráticas y la generación de los militares en actividad ya no pueden cronológicamente ser imputados por la participación en aquel estado terrorista. No hay ahí responsabilidad jurídica alguna que adjudicarles. Pero es precisamente el poder político el que corre el riesgo de producir un grave retroceso si quiere borrar el corte con el estado terrorista e incluso negar su existencia mediante la mentira de que se trató de "la inconducta de algunos". Este error se vuelve insoportable en un presidente que se jacta de ser un experto en derecho penal:  debería saber mejor que nadie que el terrorismo de estado no fue "la inconducta de algunos" y que, mientras las identidades sigan sustrayéndose, el destino de los desaparecidos y la responsabilidad precisa de los criminales se desconozca, no hay vuelta de página que dar.

Comprendemos las dificultades que implica hacerse cargo de gobernar en relaciones de fuerza desfavorables un estado arrasado por el macrismo. Sabemos que eso lleva tiempo y que hay un orden de prioridades para reparar tantos daños. Pero negar la existencia del terrorismo de estado y borronear las responsabilidades históricas no puede encontrarse entre estos items negociables.

Si Alberto Fernández no se pronuncia claramente para reparar su error, el repudio a esta ofensa institucional será una de las consignas más fuertes que suenen en la Plaza el 24 de marzo.

jueves, 20 de febrero de 2020

Movilizaciones democráticas sin delegación



Es extraordinaria la tradición movilizadora del pueblo argentino, dos tardes seguidas la Plaza Congreso llena de gente, dos reclamos diversos y totalmente válidos ambos.

El martes 18 de febrero una enorme multitud marchó a la Plaza de los Dos Congresos exigiendo justicia en el caso del asesinato del joven Fernando Báez Sosa, muerto brutalmente por una patota de rugbiers hace un mes a la salida de un boliche en Villa Gesell. El proceso está avanzando con el grupo de homicidas detenidos, pero la prevención que muestra la sociedad respecto de la administración de justicia no es inmotivada: a pesar de la flagrancia del asesinato, a causa del registro en sus celulares que los propios homicidas produjeron, las expresiones de la multitud reunida en el Congreso enfatizaba la posición burguesa de los victimarios como una sospecha de que ello facilite un trato benévolo de parte de los tribunales. Sabemos que el poder judicial es clasista, las cárceles están llenas de pobres y los hijos de la burguesía tienen recursos económicos para eludir la sanción de sus delitos. En un caso tan emblemático no está de más que la administración de justicia se exponga a la atención popular.

De los componentes clasistas y de violencia machista del crimen se viene hablando mucho en este mes y no hace falta extenderse más. Inesperadamente, es posible encontrar un vínculo con la movilización masiva que se produjo en el mismo espacio público la tarde siguiente: el 19F la marea verde se lanzó a las calles reclamando por el aborto seguro, legal y gratuito, como un paso en contra de la cultura machista. También son las mujeres del pueblo las más vulnerables a arriesgar su vida a causa de la clandestinidad del aborto. La burguesía paga por abortos seguros en el ámbito de la medicina privada.

Quizás las dos multitudes congregadas en la calle en días sucesivos no hayan calculado el vínculo de sus reclamos. Lo que es notorio es que la sociedad argentina conserva y acrecienta una capacidad de ganar la calle para ejercer formas de participación democrática directa, sin delegar el poder popular.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Recuerda

Cine y música en el aire radial, la nueva emisión de La otra.-radio para escuchar clickeando acá 





El domingo pasado en La otra, junto a mi amigo Alejandro Domínguez, hicimos el segundo cruce entre radio, cine y música. El primero lo habíamos hecho hace pocas semanas, con el título "Taxi de aire", con tanto placer y tan buena respuesta de los oyentes que nos incitaron a seguir andando por ese camino. Hay una magia que se produce cuando la radio propala música que trae imágenes del cine: de ahí la conversación dispara nuestras memorias personales, hechizo, spellbounds.

Hay cineastas y compositores cuyas imágenes y acordes se reclaman mutuamente: lo vimos en el programa anterior con los célebres casos de Bernard Hermann y Hitchcock, Nino Rota y Fellini, también con Rota y la saga de El Padrino, o con el Gato Barbieri y Último tango en París.

En este segundo encuentro nos dedicamos a momentos no tan citados, pero en los que la asociación entre música e imagen cinematográfica obran con igual potencia: compositores que fueron muy importantes en la época clásica de Hollywood, como el judío alemán Franz Waxman (le puso música a La novia de Frankenstein, Rebecca, Sunset Boulevard, A place in the sun, La ventana indiscreta), el vienés Max Steiner (King Kong, El delator, Lo que el viento se llevó, Casablanca, Más corazón que odio, entre muchas otras) o el húngaro Miklós Rózsa (El ladrón de Bagdad, Spellbound, Quo Vadis, Ben Hur, Rey de reyes). Músicos extraordinarios que Hollywood convocó para darle intensidad a las imágenes desde la primera década del cine sonoro. En algunos casos, sus músicas se sostienen hoy con mayor integridad que las imágenes que acompañaban; en otras, persisten en nuestra memoria junto con esas imágenes inolvidables, sin que sepamos quiénes las compusieron. En el caso de los tres mencionados, llama la atención su procedencia centro europea, lo que muestra hasta qué punto el cine de Hollywood se nutrió de artistas que huían de la guerra y las penurias europeas. No solo pasó músicos, sino también los propios cineastas (Billy Wilder, Fritz Lang, Jacques Tourneur, Josef von Sternberg, Douglas Sirk o el mismo Hitchcock) y actores.

Un hallazgo de Alejandro Domínguez en este programa fue evocar una película casi olvidada de 1940: El ladrón de Bagdad, producida por Alexander Korda, con la rareza de acreditar a tres directores (Michael Powell, Ludwig Berger y Tim Whelan), aunque tuvo en su rodaje también trabajaron otros tres no acreditados (el propio productor Alexander Korda, su Zoltan Korda y William Cameron Menzies). Seguramente se trata de uno de esos casos de películas en las que los directores de rodaje quedaban subordinados al concepto artístico craneado por el productor. Algunos motivos para la curiosidad: el húngaro Korda empezó a rodar la película en Gran Bretaña pero en medio de los bombardeos de la segunda guerra el rodaje se trasladó a Hollywood. La película todavía hoy ostenta una poderosa inventiva visual al servicio de un relato inspirado en Las mil y una noches, con arañas gigantes, caballos voladores, genios y alfombras mágicas. Su technicolor aún deslumbra hasta en las versiones que circulan en youtube y su dirección artística muestra la creatividad que practicaba la época clásica para hacer del cine una auténtica fábrica de sueños. La música de Miklós Rózsa termina de hechizar esta experiencia. ¡Lo que habrá sido ver la película en las grandes salas cinematográficas! Sus efectos visuales son tan asomborosos que la Academia tuvo que crear un nuevo rubro del Oscar. El ladrón de Bagdad fue la primera película en ganar el Oscar a los mejores efectos especiales. No existía la tecnología digital y ni hacía falta.











Más cerca de nuestra época, encontramos asociaciones fructíferas entre pares de cineastas como Brian De Palma / Pino Donaggio o Fassbinder / Peer Raben. Películas extraordinarias como Carrie, Magnífica obsesión, Vestida para matar, Doble de cuerpo, todas ellas de De Palma. O, tocando la genialidad, la imponente obra de Fassbinder, de la que apenas llegamos a mencionar algunas gemas: Lili Marleen, La angustia corroe el alma, la serie televisiva Berlin Alexanderplatz o su alucinante película póstuma, Querelle; en todos los casos realzadas por las partituras igualmente geniales de Raben.





Clickeen acá, cierren los ojos, escuchen el programa y viajen por el cine.

martes, 18 de febrero de 2020

Italia y Argentina, similares dificultades y similares esperanzas


por Lidia Ferrari

Yo estoy con el M5S… Lo estuve desde el principio, antes que fuera M5S y que pensara que podían llegar a gobernar. Lo que se veía era que el pueblo italiano estaba despertando de un sopor político después de años en los que le fueron quitando derecho tras derecho. Se fue construyendo un movimiento a partir de Beppe Grillo y Casaleggio. Luego hubo un efecto sorpresa cuando de este movimiento de plazas, sin apoyo de televisión ni medio alguno, parecían llegar desde la nada al Parlamento tantos jóvenes sin carrera política detrás. En 2018 llegaron a ser el partido mayoritario y a formar gobierno. Por el sistema político italiano, tuvieron que formar gobierno junto a otra fuerza, primero con la Lega y ahora con el PD. No han hecho alianzas, sino un contrato con las propuestas a realizar. Las propuestas las fueron llevando adelante solos, contra todo el poder concentrado. Levantan un valor que para algunos será banal pero no lo es en Italia: Honestidad. Parece que siempre se leen las realidades políticas extrañas desde la propia posición o la propia historia. 

El M5S es una invención política, seguramente con defectos. Hablan de revolución gentil, lo que a alguien le puede parecer trivial. Pero no son las palabras, los slogans, sino las cosas que han llevado y están llevando adelante en el contexto italiano, no en Júpiter. Los poderes y la prensa feroz contra ellos son fácilmente comparable con lo que sucede en otros lugares en los que aparecen movimientos de resistencia al neoliberalismo, cada uno con su manera inédita. Los que esperan formas instituidas de un imaginario disruptivo que es sólo eso, una mitología que sirve para no subirse al tren de la historia, se lanzan en contra de estos que son lo que son, pero han llegado al gobierno en contextos tan difíciles. A incidir, a meter una cuña ahí donde se dice desde todos lados que es imposible, que los poderes son gigantes, que lo único que proponen son distopías en las que no hay lugar para una proyección colectiva de construcción política. Tanto los que desde un progresismo radical chic sólo viven en el glamour de una pretendida izquierda como los fantoches de la derecha, todos llevan agua al molino del neoliberalismo.

Lo mismo que sucede en todos lados, inoculan desconfianza en los que trabajan para mejorar la calidad de vida de los sectores populares. Inoculan prevención entre los mismos sostenedores. Es lo que también pasa en Argentina. Si no se hace la revolución en dos días, parece que no sirven. Este discurso se junta con los que están comprometidos a quitar del medio cualquier experiencia mínima de cambio de la ruta signada por los poderes financieros internacionales y las propias mafias internas.

La única posibilidad política de Italia en este momento pasa por el M5S. Deben poder continuar gobernando con el PD para seguir concretando los pasos delineados. Por eso el sostén a este gobierno es fundamental. Dicen que, si cae el gobierno, llegaría la hora de Salvini, Berlusconi y la Meloni. No estaría tan segura. Los italianos despertaron hace 10 años cuando comenzó la hora de hablar de la realidad con la voz de Beppe Grillo y todos los jóvenes y no tan jóvenes que se hicieron en la política embarrándose.

Impresiona en estas horas, cuando puedo asistir a realidades políticas que se podrían pensar tan diferentes como la argentina y la italiana, la similitud de los ataques, los frentes que se abren en las narraciones y la desconfianza que inoculan en las propias fuerzas respecto de sí mismas. Por eso, el M5S debió salir a la plaza, para recuperar a los frágiles que son arrastrados por estos cánticos derrotistas, que ocultan todo lo que se está haciendo. Las Sardinas -un invento para quitarle aire al M5S- también dicen que el M5S está muerto. Salvini, otra construcción mediática. Todos tiran fuego cruzado contra el M5S y eso les llega también a los simpatizantes. La gente termina por creer las únicas versiones que escucha en la prensa hegemónica. Precisamente un movimiento que ha hecho lo que prometió, que ha irrumpido con medidas populares que no se veían en más de 30 años, a ellos, la propaganda les dice que están muertos. La plaza de hoy está para decir que están más vivos que nunca, pero sobre todo, para decirles a los italianos que el M5S depende de ellos, que están gobernando porque los italianos los votaron y que los sigan apoyando. Que no oigan los cantos de sirena mortales. Es tan similar a lo que sucede en Argentina, donde algunos de los de adentro ya comienzan a desconfiar de un gobierno, después de la tierra arrasada que dejó el macrismo.

Debemos pensar qué sucede con la manipulación mediática para que esto suceda. Cuál es la fragilidad humana que permite que mínimas dudas enciendan sospechas cotra las corrientes populares que intentan llevar adelante una tarea titánica contra fuerzas colosales.

Quizás se trata de no querer ver la realidad. Por eso, la tarea de Beppe Grillo visitando hace diez años todas las plazas italianas fue ir despertando a la realidad a los italianos que creían vivir en el mejor de los mundos porque Berlusconi se los decía.

Hay horror en saber. El pueblo, muchas veces, no quiere saber de qué se trata.

domingo, 16 de febrero de 2020

El folletín de Cristina y Alberto que la derecha reescribe todas las semanas solo logra cautivar a los intensos


por Oscar Cuervo

Sorprende la virulencia con que los principales diarios de la derecha tratan este fin de semana al gobierno de Alberto y Cristina. La cuidadosa moderación gestual del presidente –su propósito de “desengrietar” al país- no parece conseguir una reciprocidad en estos medios, aunque quizás sí en el tercio más despolitizado de la población. De lo que puede deducirse que no era la retórica combativa de Cristina lo que durante los años de su presidencia le ganó el odio de las corporaciones, sino nuestra falta de alineamiento colectivo con el horrendo orden represivo que hoy reina en prácticamente toda la región.

La principal oposición que hoy se erige contra el gobierno popular no se halla ya en el macrismo. Quizás sea un error seguir caracterizando a esta oposición con ese nombre: macri ya no conduce a casi nadie, los sectores sociales que se mantienen fieles a su desvaída figura –el primer presidente en la historia que perdió su reelección, derrota política para la que no hizo falta pasar de una ´primera vuelta- tienden a replegarse en su núcleo durísimo, después de un par de torpezas que el mafioso calabrés mostró ya en el llano, que hacen que la caída de su imagen parezca hoy irremontable. El bloque legislativo opositor que resultó de las elecciones de octubre no quiere ni puede ser conducido por macri: pero sigue disponible para los poderes fácticos, el sector más concentrado de las clases dominantes argentinas y el dispositivo financiero internacional.

La clave del triunfo del Frente de Todos es la unidad del peronismo y otros partidos y sectores sociales del campo nacional y popular, unidad encarnada en el acuerdo entre Alberto y Cristina. La suerte se echó el 18 de mayo de 2019, cuando se anunció esta precandidatura. La autora ideológica de esta movida ganadora fue Cristina, lo que acrecienta su relevancia en la historia política argentina, tanto como el odio que le profesan las clases dominantes y la derecha social.

Esta derecha no tuvo tiempo de recomponerse políticamente después de la movida inesperada de mayo de 2019. La torpeza de macri y la falta de otros liderazgos en ese espacio obligaron a las corporaciones mediáticas a asumir la conducción directa de la oposición. Una vez que la revolución cultural tardocapitalista que el macrismo intentó instalar en Argentina no pudo imponerse –aunque sí logró dañar gravemente la economía nacional- el objetivo político es hoy limar al proyecto nacional y popular, desgaste ya no capitalizable por macri, con un verdugueo cotidiano que todavía no se traduce en una caída del apoyo al gobierno.

Pero al leer las columnas de opinión de estos medios se nota que operan para precipitar una división en el frente triunfante, de modo que Alberto quede con un liderazgo vulnerable ante las imposiciones del poder y pierda la base social que lo llevó a la presidencia. . Así los diarios enhebran para sus lectores todas las variantes de un folletín en el que Alberto y Cristina luchan sordamente por el poder. Como esta lucha no muestra evidencias empíricas, los columnistas tienen que magnificar con trazos gruesos las tensiones y matices lógicos de un frente heterogéneo como el que nos gobierna. La sinopsis de este folletín muestra a una Cristina desbordada por el odio y la frustración –curiosa proyección para una dirigente política que se mostró como la figura más persistente de la historia Argentina contemporánea: ¿por qué sería tan irracional la mente que los venció tantas veces? ¿Por qué habría de sentirse frustrada quien logró la revalidación de su liderazgo una y otra vez durante décadas, con la oposición de todos ellos juntos?

A Alberto se lo lima de otra manera: se lo intenta mostrar como irresoluto, temeroso de Cristina, acosado por ella, indeciso, paralizado. Es difícil creer esta pintura para el político que se hace cargo del desastre socioeconómico que dejó el macrismo y encara un reposicionamiento internacional del peronismo, la única experiencia de poder popular que se mantiene en pie en Latinoamérica. Por ahora, este bullying de la corporación no logra ni fisurar la alianza entre Alberto y Cristina ni trasmite a la sociedad la irritación que expresan sus escribas.

Curiosamente, la novela de las refriegas internas entre Cristina y Alberto tiende a penetrar con más facilidad en la minoría intensa que el cristinismo expresa en las redes sociales. No son una expresión orgánica sino el producto de una inercia de años de acomodar sus existencias a “resistir con aguante”. Esta minoría intensa no valora la heterogeneidad de la coalición que gobierna y su sed se aplacaría si Cristina sobreactuara la retórica que la derecha necesita fomentar. Por momentos, los resistentes con aguante parecerían más proclives a volver a una posición de víctimas quejosas del macrismo que a poner el cuerpo para defender la victoria conseguida hace menos de medio año.

La suerte del gobierno no se juega en el grado de truculencia que aplican los columnistas adversarios. El paso estrecho por el que Cristina y Alberto se mueven es el campo minado que el macrismo dejó , al borde de la explosión social por la pobreza masiva y la insostenibilidad de la deuda. Para que el proyecto popular prospere en esta difícil tenida no hace falta que los intensos cacareen una radicalización retórica, sino que Alberto logre mantener la confianza de los sectores más despolitizados. Esa confianza solo se sustenta en un alivio gradual y sostenido de las penurias en las que el mafioso calabrés nos dejó. Hacia ahí deberían dirigirse todas sus prioridades.

Como lectura fructífera para empezar la semana propongo desatender el folletín de los diarios de derecha y prestar atención a estas interesantes reflexiones que Jorge Alemán publicó en su Facebook. No contienen directivas para la acción inmediata, pero aportan una imprescindible reflexión para pensar la posición existencial de los sujetos políticos que se oponen a la hegemonía criminal del tardocapitalismo. Se trata de pensarnos.


Tensiones irremediables de la izquierda

Si las izquierdas posmarxistas, de inspiración "populista",no aspiran a participar de los gobiernos su espacio simbólico queda reducido a una pura dimensión testimonial. Los cambios que eventualmente se puedan introducir no se pueden solo sostener desde la oposición y los movimientos sociales. La participación en un gobierno es ahora más que nunca crucial y determinante.

A su vez al participar en un gobierno queda atrapada en todos los condicionamientos que el Poder del Capital le impone a la forma Estado. Jugar la partida en el orden democrático actual es introducirse en límites infranqueables dictados por los mercados financieros. Las democracias son rehenes de los dispositivos del Capital.

Desde esta perspectiva no puede haber otra izquierda que no sea paradójica, en contradicción consigo misma, tensionada entre sus imperativos de Justicia y las coerciones del Capitalismo, estando afuera y adentro, siendo exterior e íntima en la realidad que se pone en juego.

Esto implica en la izquierda una revisión radical del concepto de coherencia. Lo real de la realidad no es coherente nunca. Esto no quiere decir que haya que sumarse al relativismo posmoderno del todo vale. Se trata de asumir que en toda verdadera causa hay una dimensión imposible que nos divide y que hay que saber hacer con ella.

Jorge Alemán

sábado, 15 de febrero de 2020

El coronavirus y el virus de la información


por Lidia Ferrari

Uno puede identificar el carácter viral, es decir, extendido, contaminado de una noticia, cuando todo el mundo la reproduce. Cada individuo actúa de reproductor hasta que se extiende sobre todo el cuerpo social. Es notorio que se habla del carácter viral de noticias por su reproducción en las redes sociales y en los medios de comunicación. Así, una noticia se esparce por doquier no sólo desde las usinas de la información, sino porque cada uno de nosotros actúa como una fuente de irradiación. 

Ahora bien, hay noticias que toman un carácter pandémico, pues no dejan lugar sin infectar y se irradian como una bomba de hidrógeno. Así, el actual coronavirus, aunque hubo otros terriblemente amenazantes en este siglo XXI que mostraron más la potencia del periodismo para expandir el miedo que la del virus temido. Porque son noticias que muestran el colosal poder de esa irradiación que ya no es la de una enfermedad que exige para su transmisión de un cuerpo presente o de alguien que lo posea y lo transmita a otro ser. Como dice la ciencia médica, si se aíslan los contagiados el virus queda reducido a ese estrecho lugar y desaparece la irradiación. 

Claro, en un planeta hiperconectado pueden algunos infectados viajar y esparcirlo. Pero siempre será necesario ese contacto corporal. En cambio, la noticia del virus, es decir, la palabra coronavirus se sigue esparciendo al infinito por las redes sociales, por el mundo de las noticias. Todos hablan de ello. En las escuelas los chicos no hacen chistes sino del coronavirus. Cuando alguien tose en el planeta infectado de las palabras coronavirus y China, sus vecinos se sobrecogen por el temor, reaccionan como si todo el sentido de la vida pasara, ahora, por el virus y su carácter mortal.

Lo que se extiende como una epidemia sin remedio es el virus de la palabra que inocula cada alma y la obliga a pensar sólo en eso. El lenguaje te apresa y, si todos hablan de eso, no hay manera de que no seamos inoculado por ese virus cuyo minúsculo ser concreto quizás ya haya sido aislado, controlado.

Existen algunas palabras particularmente virales: son aquellas que anuncian una amenaza de algún tipo y usufructúan de este carácter contagioso de la palabra. Cuando alguien expande el carácter amenazante de la palabra, todos quedarán conmovidos y, como ocurre con el contagiado, será un propagador de esa amenaza.

El valor extremo, excesivo, que tienen los medios de comunicación y las redes sociales muestra que la palabra es el medio por el cual cualquier enunciado puede volverse viral y que es ella, la palabra, la que muestra su carácter letal esparciendo una amenaza, una sospecha, una calumnia, un estigma.

viernes, 14 de febrero de 2020

Parasite



por Carla Maglio *

Mientras veía Parasite, hace unos meses, me vino vagamente a la memoria una página de La imagen-movimiento. Y, la verdad, la coincidencia aparente entre lo que pasa en la película y lo que describe Deleuze como una de las modulaciones de la imagen-pulsión es llamativa. Salvo que Bong Joon Ho hiciera alguna declaración, no puede saberse y tampoco importa demasiado, si Buñuel, Viridiana y aun esta página influyeron en la imaginación de Parasite. La asociación con Viridiana, por otra parte, apareció, además, en varias críticas o comentarios sobre la película de Bong. Sin embargo, más que las similitudes entre Viridiana y Parasite, que me parecen solo superficiales, querría conversar sobre sus diferencias. Tengo la esperanza de que eso va a ayudar a explicarme por qué mientras una me parece una película extraordinaria, la otra apenas sostuvo mi atención. Otros desacuerdos con Parasite, otras objeciones, me resultan claras, pero el disgusto y sus causas son siempre más difusos.

Empiezo con una cita del propio Bong. Una cita, apenas un hilo del que tirar para comprender por qué no me gustó tanto Parasite. “La película -dice Bong- trata la cuestión de la desigualdad del ingreso, pero también es un thriller policial y una comedia negra, una película de género (en la que, por lo tanto, es posible encontrar) mucha diversión cinematográfica”. Y es de ese “pero” de lo que quiero conversar. Molesto y sin embargo elocuente “pero” porque, en efecto, en Parasite, se siente la tensión entre el deber de la denuncia y el placer del cine. Bong cree que “la tarea de un director es tratar de reflejar el tiempo en que vive” y a tal punto cree que el éxito de ese reflejo es importante, que cambió la estructura de Parasite para que el público pudiera entenderla mejor (sic). Lo que resulta de esta (inútil) dicotomía entre el deber de reflejar y una cierta idea de cine es una obra que no confía del todo en la potencia y en la capacidad de darse sus reglas en el mundo que ha creado.


En Viridiana, entre el ocio y la perversión pasiva del padre y la productividad sexualmente activa del hijo, se podría decir de ella, de Viridiana, que encarna, muy paradójicamente, el tercio abstracto y espiritual de su mundo. Pero en realidad lo que más hace es introducir en él otra cosa, distinta y sin embargo tampoco equiparable a ninguna de las anteriores. Los pobres de Viridiana, llevados por ella a la casa -que no son, por otra parte, exactamente pobres, sino marginales, habitantes de un mundo de desechos- no refieren de modo mecánico a ningún sujeto real, empírico, del mundo exterior a la película, por muchas similitudes que haya. Son criaturas de su propio mundo, lanzadas a la escena no para ejemplificar la brutalidad de la lucha de clases, ni la miseria a la que la inmoralidad del sistema los condena, sino para abrir la vía de una completa dislocación de ese sistema, solo posible, quizá, en ese mundo de la película. No tienen otro propósito más que el de llevar las cosas hasta su total agotamiento en términos narrativos, formales y aun políticos, si se quiere. La cuasicomunidad de marginales de Viridiana se entrega al puro gasto. No hay de su parte ninguna voluntad de apropiación de lo que tienen los ricos, ninguna voluntad de sustituirlos en sus posiciones. En rigor, no hay voluntad siquiera. Consumen, destruyen y se van, sin ninguna preocupación futura por el orden de las cosas que vinieron a trastrocar y sin comunicarnos tampoco ninguna inquietud por su futuro, porque el mundo en que han vivido es el mundo creado por Buñuel, que no se confunde con el mundo real y cuyas mutuas relaciones, bastante menos evidentes, en todo caso, queda a nuestro cargo hacer o encontrar.

Parasite, en cambio, carga con el peso de ese “pero”, de esa conexión adversativa a la que se obliga entre el mundo de la película y el de la vida real. Sus personajes tampoco, e incluso menos que en Viridiana, son representaciones realistas de personas que podamos encontrar en las calles de Seúl, pero tienen la obligación de fungir de ellos, de reflejarlos. Si en Viridiana había puro derroche y agotamiento, en Parasite, estos personajes son dotados de un programa que no persigue nada distinto que, a lo sumo, una sustitución de los elencos, sin que nada cambie – los pobres aspiran a ocupar el lugar de los ricos, o a acoplarse adecuadamente al medio de ellos. Esto es profusamente ilustrado y subrayado, al punto en que el joven Kim Ki-woo le pregunta angustiado a la hija -con la que ha establecido una especie de relación amorosa- de los dueños de la casa en la que él y su familia se han ido infiltrando como sirvientes si ella cree que él puede encajar en ese mundo de privilegios.


Sobre la cuestión de la representación de los pobres en Parasite y de la indulgencia a su carácter agresivo y aun malicioso, en virtud de que este sería el resultado inescapable de un estado de las cosas; pero también acerca de que, si esos rasgos son justificados, en cambio, lo que no se cuestiona nunca es el estereotipo del mundo de la pobreza, se han alzado ya algunas voces. Notoriamente, la de César González, en las redes. También, para un desarrollo algo más extenso de la cuestión, la de Jorge Loser, en el sitio Espinof.

Buñuel no necesita ser indulgente con los pobres, no está interesado en eso, ni en justificar su comportamiento voraz, porque no necesita tampoco explicar ni justificar, como si de términos correspondientes en una alegoría se tratara, el mundo de la película con el mundo real. Sabe que hay en el mundo de la película y en las lecturas que se hagan de ella algo que excede incluso a su hipotética voluntad autoral. Y al mismo tiempo confía en su apuesta y se desentiende conspicuamente de lo que no puede controlar (o hace como si se desentendiera, al menos).


En una película donde la puesta en escena, su proyecto formal, quiere ser tan dominante como en Parasite, la falta de confianza en el poder sugestivo de las imágenes que esa puesta entrega, o podría entregar, debilita cruelmente su potencia. Y, con todos los medios a su disposición y unas actuaciones notables, la entrega a una resolución pobre, tristemente moralizante y escasamente imaginativa.

Entre las razones de su éxito en Hollywood -para no especular con las que, sin duda, obedecen a las relaciones puramente mercantiles con una de las naciones más domesticadas del planeta, además de sus innegables virtudes técnicas y artísticas que a ninguna mujer ni hombre de la industria podrían pasarles inadvertidas- se cuenta que Parasite está colocada en el límite aceptable de la comprensión y de la imaginación crítica del mundo, para un establishment que, en esta coyuntura histórica y política, busca desesperada, casi conmovedoramente, ser crítico.

* Este comentario ha sido publicado originalmente en novistenada.

martes, 11 de febrero de 2020

Luna y celofán

Las canciones del año, los Oscars Alberto y La otra.-radio / 10-2-2020, para escuchar: 
Primera parte acá
Segunda parte acá










Esta lista definitva de las mejores canciones del año que fue la hice yo, me reservé esta prerrogativa. No va a coincidir con otras, supongo, no tiene pretensión exhaustiva ni equilibrios. No se respetan cupos. Me inclino mucho para el lado de la melancolía ensoñada, un predominio de voces femeninas, no excluyente, sabor agridulce, elegancia pop tecno orquestal, baladismo un toque deforme, un toque masoquista. Canciones para deslizar las horas. Hechas salvedades, estas canciones son lo mejor que hay y no admiten debate alguno. No alcanzó el tiempo para dieciséis, así que el próximo programa va la segunda parte.


Mientras daba mis best songs awards (no hay un ganador, todes ganaron), en otro lado, lejos de acá, se entregaban, uff, los Oscars. Todo twitter comentaba con asombro y alborozo la coreanización de la Academia, como si este reconocimiento enfático de los Oscars resarciera el honor de la cultura de los países emergentes. Esto es un acontecimiento novedoso en la historia de la fiesta anual de Hollywood, pero no necesariamente configura un hito histórico para el cinematógrafo. "Histórico" es una palabra que se usó mucho en las redes para comentar el multioscar de Parasite. En el staff de La otra.-radio y entre algunos de nuestros oyentes no reinó el júbilo por esta sobreactuación de las virtudes artísticas de la película de Bong Joon-ho. Carla Maglio y Paz Bustamante difirieron con el consenso que dictó que una representación de la diferencia de clases implica necesariamente una crítica de esas diferencias; incluso es posible detectar signos de una mirada reaccionaria en esa representación. César González viene haciendo punta en señalar esta posibilidad, que mis compañeras de radio comparten. Nuestro oyente Alito mandó un mensaje aún más duro con el celebrado Bong: "Hizo una película que hace como que habla de la lucha de clases, hace como que denuncia la situación mundial, hace como que es buen cine pero no pasa nada de nada, todo es fórmula. Justo lo que necesita este capitalismo financiero hipócrita: pseudoprogresismo desmovilizado. ¿Cómo no lo van a recontrapremiar y llevar en andas?". Yo no me siento habilitado para intervenir en este debate, ya que abandoné la visión de Parasite en la mitad de la película.


Un tramo del programa nos dedicamos a analizar la posibilidad de que una película pueda cambiar drásticamente nuestra percepción sobre qué es el cine. A mí me pasó con El río, de Tsai Ming-liang, a Carla le sucedió tempranamente con un ciclo de la nouvelle vague en la Lugones. Paz recordó el asombro con que vio en doble programa La edad de oro y El perro andaluz, pero también el interés que le suscita el documentalista ruso Víktor Kossakovsky. Todes conincidimos en el regocijo que nos produce el caminante lento de los últimos mediometrajes de Tsai.

Y hablamos de política, claro. Para enterarse qué, pueden clickear acá para escuchar la primera parte y acá la segunda del programa pasado.