La otra.-radio para escuchar clickeando acá
El audio es del programa del domingo pasado, las imágenes son del acto de ayer
La historia del kirchnerismo es la de sus repuntes imprevistos, una vez que el enemigo creyó tenerlo en la lona. Es casi una marca genética desde aquel apriete de Claudio Escribano, llevándole a Néstor un pliego de condiciones dictadas por el Círculo Rojo, unos días antes de que asumiera la presidencia:
1- “La Argentina debe alinearse con los Estados Unidos. No son necesarias relaciones carnales, pero sí alineamiento incondicional. Es incomprensible que aún no haya visitado al embajador de los Estados Unidos”.
2- “No queremos que haya más revisiones sobre la lucha contra la subversión. Está a punto de salir un fallo de la Corte Suprema de Justicia en ese sentido. Nos parece importante que el fallo salga y que el tema no vuelva a tratarse políticamente. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas en el contexto histórico en el que les tocó actuar”.
3- “No puede ser que no haya recibido a los empresarios. Están muy preocupados porque no han podido entrevistarse con usted”.
4- “Nos preocupa la posición argentina con respecto a Cuba, donde están ocurriendo terribles violaciones a los derechos humanos”.
5- “Es muy grave el problema de la inseguridad. Debe generarse un mejor sistema de control del delito y llevarse tranquilidad a las fuerzas del orden con medidas excepcionales de seguridad”.
Convenientemente rechazados por Néstor los cinco puntos, La Nación publicó la prematura acta de defunción del incipiente gobierno: "Argentina ha resuelto darse gobierno por un año", firmado por el propio Escribano, dando nacimiento inmediato al postkirchnerismo:
"El Consejo para las Américas estaba reunido en Washington cuando el lunes 28 se hacían los últimos cómputos provisionales de las elecciones. Es un cuerpo que congrega a cuantos tienen en los Estados Unidos una opinión de peso que elaborar, tanto en el campo político como empresarial, sobre los temas continentales. Desde Colin Powell a David Rockefeller.
"¿Qué pudieron esos hombres haberse dicho sobre la Argentina, después de conocer los resultados del escrutinio y, sobre todo, los ecos de la infortunada noche de Menem en el hotel Presidente?
"Primero, se dijeron que Kirchner sería el próximo presidente. Segundo, que los argentinos habían resuelto darse un gobierno débil.
"Podríamos pasar por alto una tercera conclusión, porque las fuentes consultadas en los Estados Unidos por quien esto escribe difieren de si se trata de la opinión personal de uno de los asistentes o de un juicio suficientemente compartido por el resto. Sin embargo, la situación es tal que vale la pena registrarla: la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año".
Hay que repasar ese comienzo, los cinco puntos y la respuesta de Kirchner. Escribano en esa misma columna atribuye la intransigencia de Kirchner a la nefasta influencia de Cristina:
"La primera medida de gobierno del doctor Kirchner deberá ser la cesantía de quien ha escrito ese discurso, y, si fue él mismo quien acometió su redacción, convendrá que ya mismo derive en otro la delicada tarea de escribir si es que aspira a ser un verdadero jefe de Estado.
"Se sabe que Kirchner está hablando con muy poca gente, encerrado en un círculo íntimo difícil de caracterizar, pero en el que es obvio que gravita su mujer, Cristina, senadora nacional".
En esta breve pieza de extorsión periodística está condensada la historia posterior, hasta hoy. El kirchnerismo sigue siendo el que le dice "no" a las condiciones impuestas por el emisario del establishment. Las condiciones que se quieren imponer son las mismas. El establishment sigue repitiendo, apegado a un trauma persistente, que al kirchnerismo le queda poco. Como si se tratara de una fórmula mágica, esa predicción suicida funciona como el reaseguro de la permanencia del kirchnerismo en el gobierno y un gran estímulo para la iniciativa democrática. En el trayecto, para enfrentar los desafíos golpistas, el kirchnerismo tuvo que ir encontrando aliados de los que en algún momento fue preciso deshacerse: Clarín, Duhalde, Lavagna, Alberto Fernández, Moyano... Fue un camino largo y sinuoso.
Scioli siempre estuvo ahí y todavía está.
Esto trajo conflictos internos en la propia tropa, que percibieron en estas alianzas, con razón, signos de contradicción. Para los que apoyamos al gobierno esto fue un duro aprendizaje acerca de la naturaleza del poder popular. Esa sinuosidad es percibida por los que se fueron apartando (porque, en el fondo, prefieren mantenerse aparte) como "la impostura del relato". Ese sintagma terminó por vaciarse de sentido.
La política se desenvuelve también por medio de una lucha para darle sentido a los hechos. La derecha lo sabe perfectamente, porque empezó a escribir la historia del postkirchnerismo desde antes de que el kirchnersimo existiera. Puesto a pelear por defender la democracia, el kirchnerismo no hizo más que responder al relato que desde el campo enemigo propiciaba su salida anticipada. Hay una izquierda puramente nominal que no lo sabe porque no quiere saberlo, entonces compra el tag "la impostura del relato", una manera de ratificar su ajenidad ante el problema del poder.
La izquierda nominal repele al poder, ya que se determina a sí misma como el sector para el cual el poder es algo ajeno.
La derecha real tiene los fierros mediáticos con los que mantiene en jaque permanente a la democracia. Y, cuando hace falta, carece de pruritos para apelar a la muerte como argumento extremo.
Ayer se cumplieron 39 años del comienzo de la última dictadura. Nadie sabe bien cuándo terminaron, si es que terminaron, los efectos de esa dictadura. Pero conviene no olvidarnos que no se trató de una irrupción alienígena, sino del ejercicio directo del poder por parte de los dueños del país. En tantos años de post-dictadura, hay varios centenares de represores condenados y otro tanto de procesados. Fueron los que hicieron la tarea sucia de las clases dominantes. Pero los civiles que idearon y lucraron con la muerte están prácticamente todos libres y en sus mismos lugares. Y son los que les siguen imponiendo pliegos de condiciones al poder popular.
También están los comentaristas capaces de señalar todas las cosas que el kirchenrismo hizo desprolijamente. Seguramente ellos lo habrían hecho mejor. Pero no lo hicieron y probablemente no lo hagan nunca, si no se plantean en la práctica (y no en términos meramente teóricos) la naturaleza del poder.
El kirchnerismo es un peronismo del siglo xxi: lleva en sus genes esa vocación por hacerse cargo de la tribulación del poder.
Nosotros estamos muy contentos de estar protagonizando esta etapa. Contentos de que todos los que anunciaron que esto no duraba se hayan equivocado tantas veces.
Nos encanta leer las predicciones fallidas de la derecha acerca del inminente fin del kircherismo. Ya es nuestra cábala.
Nos encanta leer entre líneas cuando los comunicadores del establishment tienen que admitir que el kirchnerismo ha vuelto a repuntar.
Con la muerte de Nisman, la derecha se regocijó: había encontrado -o provocado- una escena que liquidaría políticamente a Cristina. Lo que no habían logrado las numerosas corridas cambiarias, los intentos fallidos de saqueos que harían explotar el caldero social, los espasmódicos cacerolazos. Nisman iba a ser el mártir del "populismo autoritario". Otro relato: como mártir resultó imperfecto.
El relato de la derecha (el último hasta el momento, no sabemos qué inventará mañana) se fue diluyendo. El corrosivo que diluye ese relato es la política kirchnerista, lo cual incluye no solo las opiniones del panel de 6,7,8, como algunos preferirían creer (je).
Tenemos dos cosas muy preciadas para el ejercicio democrático: un liderazgo atento, inteligente, de una firmeza imprevista: Cristina (antes eran Néstor y Cristina). Tener una líder es algo que provoca mucha envidia en sectores políticos que no la tienen.
Y la otra cosa que tenemos: una práctica sostenida, aprendida en estos años hermosos, de movilización popular.
A la derecha le cuesta un huevo movilizar. Necesitan muertos para sacar a los televidentes psicotizados a la calle. Ni así los puede mantener más que un rato. Y les salen marchas amargas, seniles y sectarias.
Las movilizaciones populares del 1 de marzo y de ayer (dos al hilo) son el tonificante más eficaz para el poder popular. Se trata de marchas festivas y memoriosas, con un programa político definido y compartido a conciencia por los que asistimos: nuestra ventaja es que sabemos perfectamente a qué vamos. Si se nos llegara a olvidar, releyendo los cinco puntos de Escribano hacemos un buen repaso: vamos para seguir sosteniendo el proyecto que no se rindió desde aquel apriete.
Mientras tanto, nos encanta leer como relata el enemigo nuestros repuntes.
Vayan a los diarios de la derecha de este fin de semana. Está claro que ellos no pueden poner: "El kirchnerismo nos sigue ganando la pulseada", porque tienen que sostener ante sus lectores el relato de "la impostura del relato" y el de "el kirchnerismo está en retirada".
Nosotros leemos sus mismos relatos con otro ánimo, a contrapelo de sus expectativas:
Un triunfo para el Citibank y un alivio importante para el Gobierno. Eso representa la decisión del juez neoyorquino Thomas Griesa de dar marcha atrás y autorizar al banco norteamericano a pagar a los bonistas con títulos de deuda reestructurada bajo legislación argentina. Así, podrá "patear" por lo menos hasta septiembre la negociación de la deuda en default, según opinaron los analistas y especialistas consultados por LA NACION.
Fue la diputada Elisa Carrió la que advirtió acerca de la intención de Cristina Kirchner de "malvinizar" la disputa en el juzgado de Nueva York con los bonistas que no aceptaron los canjes de deuda. Pero, en estos días, pareciera ser que el papel del fracasado Leopoldo Fortunato Galtieri lo asumió el juez Thomas Griesa. Fue el fallecido militar quien en 1982 con sus desafortunadas y temerarias decisiones confrontativas terminó por hacer renacer la agónica estrella de una líder política en decadencia: la Dama de Hierro, Margaret Thatcher.
Griesa llevó a la Presidenta al terreno que más le gusta y que mejor maneja: el de la confrontación a todo o nada. El juez acaba de autorizar otra vez al banco Citi a que pague los bonos que surgieron de los canjes y que fueron emitidos bajo legislación argentina. Y anticipó la autorización para junio próximo.
Primero, con sus negativas o tentativas, permitió a la Presidenta refugiarse en el nacionalismo de "patria o buitres". No hay duda de que esta batalla en el terreno político y mediático la ganó el Gobierno. Que además sumó puntos para sus argumentos de que detrás de las decisiones de la justicia norteamericana se esconden oscuros intereses políticos y económicos. Bastó con amenazarlos con quitarle la licencia al Citi en la Argentina.
¿Cómo entender, si no, las marchas y contramarchas del juez? Que se puede pagar, que no, que sí, que por esta vez. Una decisión ajustada a derecho no puede tener tantas revisiones de ocasión. ¿O sí?Creen ahora que están más cerca de conseguir el puente que permita volver a los mercados de deuda y transformar el conflicto en "abstracto, superado, sin importancia", con la única salvedad de que no podrán hacerse operaciones en Wall Street. Creen que no será un problema.
Es muy sencillo y nos regocija leer el desaliento con que ellos escriben el triunfo del gobierno en la defensa de los intereses nacionales. Es transparente su anhelo de que los buitres lograran humillar al gobierno democrático e imponer sus condiciones contrarias al interés nacional.
Uno de los más tortuosos relatores de esa derecha frustrada es Jorge Fernández Díaz en sus columnas dominiclales de La Nación:
...no deberían subestimar a la gran dama. Así como logró no pagar su propia fiesta y diferir los malos tragos para que ahora los beban venenosamente sus sucesores (un enorme éxito táctico que realiza a costa de la economía nacional), tal vez consiga con su incansable invectiva presionar a los nuevos relatores de la política. Para eso y para ser la jefa de la oposición trabaja día y noche, canjeando fondos del Presupuesto Nacional por lugares en las listas del Frente para la Victoria, y tratando de pertrechar a sus delatores de periodistas en maquinarias mediáticas que la sigan defendiendo. Su imagen mejoró después de las amarguras financieras del año pasado y del sacudón del caso Nisman, y se le debe reconocer a la Presidenta una gran habilidad para seguir adelante en la penumbra de su atardecer. Como unkiller de novela negra, ella retrocede disparando.
(...) Los sociólogos que vienen estudiando el comportamiento de la opinión pública en relación con los distintos escándalos protagonizados por funcionarios nacionales refieren con aterrada admiración cuán efectivo ha resultado el infame truco de salpicar a los demás para relativizar las múltiples manchas del Gobierno. El índice de desconfianza en la Argentina es indiscriminado y muy fuerte, y en muchas ocasiones, el oficialismo se salió con la suya al prender el ventilador. Tratar de convertir a Nisman en un amoral y en un corrupto relativizó la amoralidad y la corrupción oficial. Ensuciar ha sido una de las más firmes políticas de Estado de la larga década espiada y del gobierno de los servicios. Cuando Nisman apareció muerto, la imagen presidencial cayó casi veinte puntos en la zona metropolitana, y apenas dos en el conurbano. Pero incluso esos números ya se están revirtiendo: no es que la gente no crea culpable al Gobierno, es que verdaderamente el tema le importa muy poco".