(sobre
Incriminados, de Peter Handke, dirigido por Leonor Manso, con Martín Pavlovsky y Maia Mónaco)
por Alejandro Ricagno
“Esta obra es una pieza hablada, para un actor y una actriz. No hay roles. Un hombre y una mujer cuyas voces armonizan entre sí, se intercambian o hablan al unísono, despacio y fuerte, con transiciones muy duras, que dan por resultado una concordancia acústica. El escenario vacío. Ambos actores trabajan con micrófonos y altavoces. La sala y el escenario están siempre iluminados. El telón no se utiliza. Tampoco cae al finalizar la obra”.
Estas son las únicas y breves didascálicas que abren SELBSTBEZICHTIGUNG, el texto dramático de Peter Handke, traducido al español como Mea culpa, que la actriz y directora Leonor Manso adaptó, rebautizándolo como Incriminados. Al monólogo -alternado y simultáneo- en la voz y el cuerpo de Martín Pavlovsky y Maia Mónaco, Manso suma una voz infantil grabada que recita fragmentos de La canción de la niñez, aquel poema de Handke que acompañaba el pasaje de los ángeles en el cielo sobre Berlín (Las alas del deseo) que dirigió Wenders, antes de perderse para siempre.
Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y no soy vos?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño?
Lo que veo oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo frente al mundo?
¿Existe de verdad el mal
y gente que en verdad es mala?
¿Cómo es posible que yo, el que yo soy,
no fuera antes de existir;
y que un día yo, el que yo soy,
ya no seré más éste que soy?
Es apenas un fragmento de ese poema, que abre y cierra la obra, pero le sirven a Manso para anclar el texto de Handke en un más allá existencial y escénico.
Los dos personajes, El y Ella, que dicen alternadamente el dificultoso monólogo de Incriminados están parados en una especie de plataforma que dibuja una S en la escena, reflejo de un espacio con resonancias cósmicas, y me atrevería a decir hasta uterinas, en una más que sugestiva resolución. Por esa suerte de tobogán-explanada, se irán deslizando estos dos seres sin identidad, dando cuenta de la evolución de sus actos de los más mecánicos o pasivos, hasta los más responsables y autorreflexivos, los que implican una conciencia propia y social, hasta rozar aquello que se conecta con un eco trascendente.
Vine al mundo. Llegué ser. Me engendraron. Me crearon. Me formé. Me dieron a luz. Me anotaron en el Registro Civil. Crecí dirán al principio, para después ir tomando conciencia de los actos: Miré. Vi objetos. Miré los objetos señalados. Mostré los objetos señalado…”. Y entre otras cosas llegaran a interrogarse o a “incriminarse” en su accionar en la vida.”Qué exigencias de la época violé? ¿Qué exigencias de la razón violé? ¿Qué leyes secretas violé? ¿Qué esquema violé? ¿Qué leyes eternas del universo violé? ¿Qué leyes del más allá violé? ¿Qué leyes fundamentales del decoro violé? ¿Qué normas partidarias violé?. Se increparán sobre sus faltas: No reconocí mis ganas de vivir como prueba de la inmovilidad del tiempo.
Se trata de un texto difícil, sin más asidero teatral que la fuerza de las palabras y de las ideas que ellas vehiculizan. Manso lo resuelve con dos intérpretes que van“evolucionado” en las inflexiones de su discurso desde lo informativo, pasando por lo meramente declamatorio, hasta arribar a grados de sutiles emociones, desde la sorpresa hasta el enojo o la exasperación. Las acciones son mínimas y alguna que otra puede parecer excesiva, sobre todo en el pasaje de la desesperación, pero nunca gratuita. Para este crítico, el exquisito trabajo de Martín Pavlosvky es el que mejor encaja en la resolución de estos cambios desde lo corporal. Si entendemos el transcurrir de la pieza como desde un más allá, donde lo encarnado -la voz- es, en realidad, un ente desencarnado en un momento de transición hacia el (volver) a ser, entonces, esas vacilaciones sutiles en la voz y en los movimientos del actor son los que mejor expresan esa idea. Tal vez – pero solo tal vez- Maia Mónaco, encarna su “haber sido” con extrema contundencia, en algunos pasajes. Pero eso es cuestión de preferencias. El texto es extremadamente difícil de abordar desde lo corporal, (¿cómo ser alguien que ya ha sido y que aún no es?) para cualquier actor. Y ambos salen más que airosos del desafío.
Incriminados es esencialmente una pieza de texto, que se vincula además con una de las principales obras del dramaturgo, novelista, y director austriaco: Kaspar, basado en la historia de Kaspar Hauser. Allí, el único personaje en escena dice una única frase, mientras es “socializado a la fuerza” por diferentes discursos de voces que aparecen desde el espacio off y tratan de “reeducarlo”. Mientras Kaspar repite como mantra: “quisiera ser como aquel que ha sido una vez” su cuerpo se rebela aferrado a la esencialidad desnuda de una frase existencial. Aquí, los cuerpos parecen sorprendidos por ese transcurso; no hay lucha, acaso cierta estupefacción.
Y ahí podríamos conectar con aquella frase terrible de Cesar Vallejo. Sus cuerpos se mueven en ese no lugar “como si la culpa de todo lo vivido se empozara en el alma”.
Esta referencia a Kaspar (y a esa frase que lo vincula a una pre-existencia) no es gratuita, y de alguna manera se vincula con el fragmento de La canción del niño, agregado por Manso en esta versión. Esa voz infantil que sale del espacio nos recuerda el lugar del origen y tal vez un lugar anterior al origen (¿como así mismo el lugar de lo porvenir?), en una suerte de circularidad que está ausente en el texto original, y que la directora pone primer plano, ayudada por el dispositivo escenográfico.
Es interesante que haya elegido modificar el título Incriminados en vez del Autoincriminados o el de Mea culpa de las traducciones al español. Según la directora, en esas otras traducciones pesaba más la idea religiosa de “culpa”, en relación a “pecado”, más que como idea de la responsabilidad. Por eso el juzgamiento-defensa que los personajes parecen establecer con sus discursos, transcurre en un plano de abstracción, en un pasaje-paisaje indeterminado, que de alguna manera, paradójicamente, recoge los ecos de una ética de una religiosidad laica.
No sabemos nada de El y Ella, qué han vivido, han aprendido, han obedecido y desobedecido, han amado y herido. Qué han faltado frente a sí mismos, y tal vez frente a una inmensidad mayor. Esa inmensidad es, en esta puesta, la de la voz del niño. El niño, entonces, como conciencia primera. Una conciencia de la inocencia. No rinden cuentas frente a un tribunal religioso o una deidad castigadora, sino -y he aquí uno de los aciertos emocionales de la puesta de una pieza que se juega en altos niveles de abstracción- frente a una voz infantil, Una voz primera, en un espacio que es un lugar de paso -¿una entrevida? ¿un limbo?- que, tal vez, les dé una nueva oportunidad. Por eso la pieza , en la versión de Manso, es esperanzadora: acaba como empieza. Se reinicia, y con ella., al salir de la sala, se reinician todas las preguntas que nos decíamos cuando el niño era niño.
Cuando éramos, con toda seguridad, inocentes.
Quedan dos últimas funciones. No se la pierdan
Viernes y sábados, 22 hs. ÚLTIMA FUNCIÓN: sábado 27 de noviembre. Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, Entradas: $50.