(Ming of Harlem, Phillip Warnell)
por Liliana Piñeiro
La conciencia del animal- si es
que existe tal cosa- deriva de la poesía.
Jacques Derrida
por Liliana Piñeiro
Si bien el Bafici terminó hace casi dos meses, sus imágenes siguen rondando… Algunas películas, por su calidad, merecerían encontrar un lugar en la carteleras para ser exhibidas durante el año, y alcanzar así a un público diferente al que habitualmente concurre al festival. En caso contrario, bien valdría conseguirlas por internet.
Cabe señalar, entre ellas, al documental Ming of Harlem, dirigido por Phillip Warnell. Si lo salvaje es la grieta de la racionalidad, Warnell ha logrado asomarse a ese vacío, y nos invita a nosotros a hacerlo. Los animales que conviven con Antoine Yates en un pequeño departamento de Nueva York: un tigre de bengala (“Ming”) y un cocodrilo de casi dos metros (“Al”), configuran una experiencia, pero no un experimento. Se trata de un vínculo amoroso digno de ser compartido. La cámara fija frente a la cual se desplazan nos convierte en una clase particular de observadores: quedamos atentos a sus movimientos, a sus sonidos y costumbres en un hábitat humano. El efecto de cercanía que este hecho provoca acentúa la fascinación y, paradójicamente, la distancia. La condición diferente entre ellos y nosotros parecería ser una barrera infranqueable entre las especies. Sin embargo, el largo poema que acompaña las imágenes tiende el puente de la emoción, y nos hace conectarnos con esos animales de una manera diferente. Hay una belleza oculta en la salvaje elegancia de la vida, en todas sus formas.
“Caminamos al ras…” dice Yates, y aunque su experiencia fracasa finalmente, guarda el recuerdo de una noche, en la terraza de su edificio, junto a su tigre de bengala bajo las estrellas, enfrente de la ciudad “calma y dormida”… Ese momento significó, para él, una aproximación a lo sagrado. De sus palabras se desprende la evidencia: si la poesía aborda lo indecible, también lo hace con lo imposible.
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