Concebida en relación con La muerte de Luis XIV (la anterior película de Serra, protagonizada por Jean Pierre Leaud), la propuesta de esta instalación es situar al rey sol en un contexto artificial enfatizado por unas luces rojas que convierten a los objetos y al propio rey en cuerpos extrañados, poniendo de relieve la puesta en escena. En todo el film no hay palabras (sólo al final). Se ponen en primer plano los quejidos constantes del rey que se revuelca de dolor en el piso. Todo está desnaturalizado: un rey que está en el piso no parecería ser un rey sol. Y allí en el piso come y se mira al espejo. Y exagera su dolor para mirarse en ese espejo. Los planos se cierran sobre ese cuerpo obeso o sobre fragmentos de ese cuerpo: su cara rechoncha, su enorme peluca, sus manos agarrando los dulces. Mientras los planos se mantienen cerrados, podemos ver allí sólo un cuerpo rodando, algo físico, sólo interrumpido por el momento en que su propia mirada se desdobla en el espejo. A partir de la apertura del plano, el director incluye al público que mira la instalación. Entonces ese cuerpo se resemantiza: símbolo encarnado del poder absoluto. Las únicas palabras son pronunciadas al final: "el Rey ha muerto". Puesta en escena: estas palabras no se refieren a un cuerpo de carne y hueso, es una frase que excede el carácter humano del soberano y lo introduce en la historia como figura donde el poder se condensa.
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