viernes, 27 de septiembre de 2019

Todo comienza con el fin

Hoy al mediodía murió en Bogotá Luis Ospina


Lo conocí en octubre de 2006 en la puerta del Colón de Mar del Plata, en medio de la tercera edición del MARFICI. Ese hombre muy flaco y alto estaba rodeado por Eduardo Russo, José Miccio, Jorge García y Diego Menegazzi. Por la atención con que los otros lo escuchaban y lo miraban supuse que se trataba de un tipo importante.

Más tarde pude conocer la razón de esa importancia. Era uno de los cineastas fundamentales de Latinoamérica. El sobreviviente del trío de Caliwood: los otros dos eran Carlos Mayolo y Andrés Caicedo. De Caicedo no se puede decir nada mejor que lo que muestra Ospina en Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986). Junto con Mayolo, Ospina dirigió Agarrando Pueblo (1978), una mirada ácida sobre la pornomiseria, una tendencia de cierto documentalismo latinoamericano para alimentar con las imágenes de nuestra pobreza la mirada voraz de los festivales de cine y las fuentes de financiamiento europeas. 

El Grupo de Cali logró producir textos y filmes que fueron políticos y críticos, nunca patéticos. Caliwood -también conocido como "el grupo de Cali"- es el nombre que con gracia se dio este inquieto grupo de creadores colombianos -cineastas, novelistas, poetas, ensayistas, críticos, cineclubistas- durante las décadas de los 70 y 80. Fundadores del Cine Club de Cali y de la revista Ojo al cine, agitadores sociales, fue a Luis que le tocó retratarlos y retratarse con lucidez y cariño en su última película, Todo comenzó por el fin (2015), en la que cuenta en primera persona la vida con sus amigos a lo largo de las décadas y la experiencia de ser el sobreviviente del grupo.


Ser sobreviviente no implica ningún menoscabo en su caso, ya que con la perspectiva de su propia pervivencia y también de su finitud, pudo encontrar la mirada precisa y la sonrisa perfecta de esos años agitados y productivos. Al principio de Todo comenzó con el fin, Luis dice "Tan pronto comenzó el rodaje de la película, me fue diagnosticado un cáncer que me condujo al borde mismo de la muerte. La película se tornó más autobiográfica y el tema de la mortalidad y el deterioro adquirió mayor resonancia. Saqué fuerzas de donde no tenía y seguí filmando. Gracias al cine, con su aparente inmortalidad, con su eterno presente y su perenne edad sin tiempo, el filme se convirtió en el relato de un sobreviviente". A pesar del angustioso comienzo, la presencia en vivo del director en la proyección porteña en 2016 fue la respuesta más irónica y feliz a ese inicio. No se me ocurre nada mejor que lo que él dice para explicar el altísimo interés de lo que fue su despedida del cine, algo que con paradoja consciente es puesto en marcha como un comienzo perpetuo.

Desde 2006 hasta abril de este año nos cruzamos una innumerable cantidad de veces a la entrada o a la salida de las películas del BAFICI, el MARFICI y el Festival de Mar del Plata, de los que fue su asiduo visitante. Me considero por esta razón una especie de amigo suyo. Tuve la suerte de agradecerle en persona la felicidad que me produjo Todo comenzó con el fin al final de la proyección de 2016. Después nos seguimos cruzando durante 2017, 2018 y 2019, lo que me hizo pensar que su genialidad cinematográfica había logrado vencer efectivamente la muerte. Hoy que Luis Ospina murió, puedo saber que lo logró.

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