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— Oscar Cuervo (@oscaracuervo.bsky.social) 24 de noviembre de 2024, 3:45

jueves, 4 de febrero de 2021

Una irrupción

Sobre Fragmentos desde el exilio (Pablo Weber, 2018)

por Oscar Cuervo

Fragmentos desde el exilio - Pablo Martín Weber from Periferia Cine on Vimeo.

Hay una película argentina de 2018 de 24 minutos que pasó casi desapercibida. La vi hace pocos días. Se había pasado en FICIC 2018 y la única referencia que encontré en Google es lo que escribió Roger Koza en Ojos Abiertos. Se llama Fragmentos desde el exilio. Su director, el cordobés Pablo Weber, tenía entonces 24 años. La película tuvo una Mención Especial en la Competencia de Cortometrajes de Cosquín pero eso no alcanzó para que alguien escribiera una crítica. La aparición de la segunda película de Weber en el último festival de Mar del Plata, Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse (2020) lo puso en el radar de la crítica. Algunos críticos votaron en las encuestas del año a Homenaje... como ópera prima 2020 aunque no lo es. 

En Fragmentos desde el exilio Weber mira el tiempo con los medios que la tecnología le ofrece pero no se trata precisamente de una celebración tecnocrática sino del eco de algo guardado en archivos deficientes, un secreto enmarañado en el algoritmo. Con pereza podría decirse que es un corto de ciencia ficción. La ficción se expone como el informe intermitente de una misión alienígena. Las imágenes, rotuladas por intertextos y por una voz femenina que alude a una finalidad incierta y un destinatario lejano y quizás amado, muestran su cualidad inacabada. Espía la Córdoba de octubre, noviembre y diciembre de 2015, es decir, el ascenso de la derecha al poder, desde el epicentro de la reacción argentina, el cordobesismo, con la inquietud que un cine político convencional no lograría y que el propio cine cordobés jamás intentó. 

Me aparece ahora una excepción: el mediometraje La hora del lobo de Natalia Ferreyra (2015) ya había filmado en plena faena a las hordas del fascismo estudiantil blanco de la Docta, aunque con una finalidad de puro registro, sin la intención poiética de Weber. El director de Fragmentos... se propone mostrar el proceso de generación de imágenes que capturen el surgimiento de un presente imperfecto. ¿Cómo mostrar lo que está por suceder, la serpiente en el huevo, mientras todavía no se le asignó su correspondiente iconografía? La invención de la perspectiva alienígena tiñe de melancolía la frialdad digital. Weber filma el agobio de los caminantes urbanos, el ensimismamiento de los consumidores de una casa de comida rápida pero, a diferencia de sus coetáneos, desnaturaliza la mirada abúlica para que asome la violencia larvada, las calles patrulladas, el led que amenaza "Gana Macri". Así cancela la serie del tedio juvenil que extenuó durante 25 años el NCA. 

Fragmentos desde el exilio hurga entre el flujo desordenado de información que la voz narradora no logra organizar, mientras se escucha el eco del presidente electo que habla como un pastor electrónico a una multitud zombie del cambio de época que va a ser maravilloso. Por su edad, Weber está familiarizado con la operación de imágenes digitales. No usa su juventud como pretexto para desentenderse. No recopila las 36 maneras de montar un caballo. No imprime la leyenda porque no tiene la voluntad legendaria sobre la que el cine memorialista se recuesta. Mira el presente desde un futuro incierto, con ojos distanciados. Menos cinefilia imposible.

Otro hallazgo que permite el despliegue del punto de vista oscilante -no vacilante- es el continuo cambio de escala, que salta abruptamente de la macropolítica de la red de vigilancia a la micropolítica de los sentimientos. Entre los archivos enviados a la lejanía la informante se detiene en la descripción de un chat de un camionero con su hija, con emoticones y un archivo musical que lo remite a su infancia provinciana y analógica. 

La comunicación de la extraterrestre exiliada en la tierra cordobesa se interrumpe y solo queda flotando en el espacio un archivo sin rotular. El receptor extraterrestre le asigna una fecha incierta, 2055. Sin embargo, lo que vemos son las imágenes granulosas de un archivo fílmico, la insurrección policial del Navarrazo, febrero de 1974, con Perón todavía en el poder, quien habilitó el golpe que volteó al gobierno también peronista de Obregón Cano y Atilio López. El comienzo de otra época que iba a ser maravillosa. La forma fragmentaria que adopta la narración elide los conectores lógicos y cronológicos y potencia el peso de los agujeros informativos. El cine de Weber señala con insistencia en el sentido de lo que falta. Innova también en el uso de archivos históricos a los que los documentales políticos argentinos fatigaron en los últimos años. Semejante sacudón precipita el vértigo de la historia, desde la patrulla cordobesista que asola las calles de la provincia en la que macri sacó su mayor porcentaje nos arroja hacia el ensayo dictatorial de los 70, con Perón todavía vivo.  Es la primera vez que algo me lleva a pensar la historia argentina no desde la Cabeza de Goliath microscopiada por Martínez Estrada sino desde su otro centro: la Argentina pensada en clave cordobesa. Una película de 24 minutos, una ópera prima trae semejante rango de sugestiones.

Weber aparece cuando el cine está atravesando una mutación hacia no sabemos qué. El mundo está infectado de pantallas pero el cine ya no tiene sitio. Fragmentos desde el exilio se había estrenado en una sala en Cosquín. Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse apareció en el monitor de las computadoras. Weber está preparando su primer largo: Ecos de Xinjiang. A esperar. 

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