No creo que cada cineasta argentino y cada película deban manifestar su relación con la tradición del cine argentino. La tradición no es una credencial que se lleva colgando. La tiene que encontrar, si es que quiere hacerlo, quien ve la película.
La tradición cinematográfica no puede exigirse como un presupuesto consciente para el cineasta. La tradición no se construye voluntariamente sino que se infiere a posteriori. Lo que cada uno trae no es un deber sino un piso desde el que se sostiene.
Transformar la tradición en un deber remite a la más opresiva concepción escolástica. El culto a los próceres, el Ser Nacional, la conservación, el folklore. Eso no es tradición sino construcción retrógrada. Si un cineasta no vio a Manuel Romero, ahí hay una tradición a interpretar.
Reprocharle a un cineasta no vincularse con una tradición del cine argentino es un regaño estéril. La tradición ni se elige ni se impone: como el búho de Minerva que vuela al atardecer solo se reconoce una vez manifestada. Es un trabajo de interpretación y nunca un deber.
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