"Interpretar es inventar una mirada": esa consigna ha sido muy exitosa y en ella se encuentra Deleuze con su éxito de marketing filosófico. Queda muy expuesta una tesis: que la mirada se inventa. Es el error más pernicioso de la filosofía contemporánea, aquel que concita más aplausos. Lo comparte con Foucault y lo hereda de Nietzsche. De una mala interpretación de Nietzsche. En Nietzsche el asunto es mucho más inestable. Nada en la experiencia indica que la mirada se inventa. En todo caso es la mentira la que se inventa, un ejercicio del ego. El intérprete no inventa lo que lee, encuentra lo que puede. Y los límites de su poder no los puede fijar nunca el propio intérprete. Es una voz que me habla, de ningún modo una mirada que invento. Sé lo bienvenida que es en estos tiempos la idea de que una interpretación se puede inventar. Esa idea está hundida hasta el cuello en el ego cogito cartesiano. No soy yo el que interpreta, es una voz que me habla y hay algo que me deja escuchar una parte de lo que se me dice. La invención es un invento del empobrecimiento de una experiencia nietzscheana que Friedrich quiso sostener no sin inquietud. Los franceses postestructuralistas perfumaron los temblores nietzscheanos y pusieron a circular versiones complacientes y aquietadas de los cimbronazos nietzscheanos. Es sospechosamente complaciente de la muerte de la verdad y de inmediato de la postverdad. Hoy la derecha libertaria puede apropiarse con mucha mayor soltura de estas tesis invencionistas. Paradójicamente la izquierda se enamora del perfume de este error.
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