Bluesky

Al actuar como jefa de La Cámpora en detrimento de los intereses populares @cristinafkirchner.bsky.social se arriesga a devaluar su legado. En Rosario se la vio aislada, simulando liderar a una totalidad que no está, ansiosa por revalidar una relevancia que ni siquera debería estar en discusión.

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— Oscar Cuervo (@oscaracuervo.bsky.social) 24 de noviembre de 2024, 3:45

miércoles, 4 de febrero de 2009

¿Rebrote antisemita? II


Negando lo obvio en Buenos Aires

Por Eamonn McDonagh *

Con su show de radio, su revista y su cine de arte, Oscar Cuervo es una especie de industria cultural unipersonal (one man culture industry) en la ciudad de Buenos Aires. Últimamente ha comenzado a interesarse en el conflicto Israel-Palestina y en un post reciente de su blog emprende la quijotesca misión de negar que haya habido algún recrudecimiento de antisemitismo en la Argentina reciente.

Dado que ha habido protestas contra las acciones israelíes en Gaza frente a un hotel de Buenos Aires que supuestamente pertenece a un judío adinerado, y dado que también las hubo frente a las oficinas centrales de la AMIA, una organización de la comunidad judía -para citar sólo las más obvias evidencias-, yo considero que es auto-evidente que efectivamente ha habido tal recrudecimiento y no me voy a detener seriamente en su argumento sobre el particular. Baste decir que la expresión de opiniones prejuiciosas sobre musulmanes y árabes, por sí mismas, no nos dicen nada acerca de la naturaleza y vastedad de los sentimientos y actividades antijudíos en Argentina.

Sin embargo yo sí cuestiono seriamente una opinión expresada en el texto de Cuervo. El encuentra...

"particularmente ofensivo que los justificadores de estos crímenes evoquen en sus discursos a las víctimas de la Shoah: lo que menos honra a la memoria de esas víctimas es usarlas para justificar los crímenes actuales. Al evocar la Shoah como instrumento de propaganda pro-israelí, estos justificadores están ofendiendo no sólo al judaísmo -por más que se llenen la boca con su "ser judíos"- sino a la humanidad sin más. Es intolerable para cualquier persona, del origen que fuere, que se use a las víctimas de un genocidio como mercancía mediática para distraernos de la comisión de nuevos crímenes".

1.
Se podría esperar que alguien que cree que la mención del Holocausto en discusiones sobre la situación en Gaza es ofensiva objetara también con energía las usuales comparaciones que se hacen actualmente de Israel con la Alemania Nazi; comparaciones que fueron hechas desde el palco en las recientes protestas frente a la embajada israelí. Después de todo, ¿por qué sería inaceptable invocar a las víctimas de un genocidio pasado en un debate contemporáneo y en cambio aceptable acusar a esas mismas víctimas y sus descendientes de ser seguidores del mismo movimiento que llevó a cabo aquel genocidio? Bien, pueden esperar todo lo que quieran pero no encontrarán el menor rastro de condena hacia ello en el post de Cuervo.

2.
En cualquier caso, ¿qué tiene de terrible mencionar el Holocausto cuando se debaten los actuales hechos de Gaza? Este reside en la memoria aún viva y, de manera no sorprendente, es una presencia muy importante en la conciencia de muchos israelíes. Pedirle a los israelíes y a todos aquellos que no los consideran como la única fuente de maldad en el mundo que no hablen sobre el Holocausto por respeto a los muertos es casi tan creible como pedirle a los palestinos que no hablen sobre sus sufrimientos en la guerra que siguió al nacimiento de Israel. Excepto, por supuesto, para aquellos comentadores que se tragan entero el mito nacional de un pueblo mientras rechazan con desprecio el del otro pueblo.

* 4 de febrero del 2009 en Argentina, Z word blog, anti-Zionism and intelligentsia. Publicado originalmente en idioma inglés. Traducido por La otra.

22 comentarios:

Juan Castro dijo...

te felicito orscar porq hablen de vos en ingles,

como decía Wilde, es un garron que hablen mal de uno pero peor es que no hablen...

por otro lado, el otro día hubo una conferencia de prensa donde estuvo una de las madres de plaza de mayo, Nora coritiñas, ella decía algo así como que al pueblo israelí le va a quedar una gran heria por esto que esta haciendo su gobierno. quien habla de los miles de muertos que hay?
es obvio que la gente (como dicen los multimedios...) reclama que se terminen las masacres en el mundo, la cuestión, me parece, no es contra los judios, sino contra el horror y la matanza...

Anónimo dijo...

"con su show de radio".
Creo Oscar que me estoy perdiendo algo importante los domingos, te sigo acá y en la revista pero no me quiero perder más tu show!
¿Hay sorteos?
Ah. El pecho inladísimo debes tener por estas horas...

Anónimo dijo...

Infladísimo quise decir.

International Cuervo Fidel, International Cuervo!!!!!

Oscar Cuervo dijo...

Joaco: tengo el pecho inlandísimo, por Inland Empire.

Anónimo dijo...

No cabe duda de que antisemitismo hubo siempre en Argentina y sigue habiendo, como hay discriminación contra los bolivianos, los paraguayos, los peruanos, los negros, los coreanos, los jujeños o los tucumanos, sin ir más lejos. Que haya habido un recrudecimiento del antisemitismo también es posible, debido a los hechos por todos conocidos. Pero centrar un artículo sobre el post de Oscar Cuervo en ese único comentario me parece realmente TOO MUCH. Porque lo medular del post era precisamente poner el acento sobre la necesidad de no justificar ningún tipo de racismo y de no confundir el negocio de la guerra con pseudoconflictos religiosos o raciales para enmascararlo.

Anónimo dijo...

Oscar, hoy te comenté en privado que estando lejos de Buenos Aires, preferí quedar fuera de la discusión sobre el rebrote del antisemitismo, pues veía allí algo muy local, que no lograba inteligir desde lejos, en la paz de los lagos del sur.
Lo cierto es que creo que el problema es complejo y que, aun en modo confuso, algunas cuestiones que brotan en la discusión pueden ser productivas. Creo que en algunos sectores militantes, que carecen de claridad política y discursiva, aparecen signos de antisemitismo. Antisemitismo que existe históricamente en una sociedad en la que, paradójicamente, se encuentra la segunda comunidad judía en la díaspora.
Respecto de la memoria del Shoa en la unidad, identidad o constitución del estado de Israel, es algo que fue materia de discusión incluso en este blog a partir de un texto intenso de Alejandro Rofman. Él, por ejemplo, define antisemitismo de un modo que implica a muchas personas que probablemente otros no consideramos antisemitas.
En lo que estoy plenamente de acuerdo es que las pintadas que igualan al nazismo con las acciones del gobierno israelí, no solo son conceptual e históricamente erradas, sino dolientes, y hasta ofensivas, para todo el pueblo judío. Lo mismo que un mail que da vueltas por allí, comparando imágenes de la opresión del nazismo sobre los judíos con otras que muestran el ejercicio del poder del ejército israelí con los palestinos.
Y agrego algo, me parece que un militante político, un organizador de movilizaciones, no puede ser tan pelotudo como para confundir el nazismo con la matanza que ejerce el gobierno israelí. Todo puede ser una mierda, pero no es la misma mierda. Y hacer política, obliga a ser capaz de distinguir una cosa de otra. Por lo tanto, o son unos pelotudos que deberían irse a su casa, o son unos hijos de puta antisemitas.
Te repito que hablo desde la distancia, con unas pocas imágenes vistas por la televisión, y lejos del calor que generó semejante discusión.
No quiero hacer de esto un conjunto de sentencias, sino de opiniones puestas a la discusión.
Me dí finalmente aludido, pues formé parte de lo que el autor llama tu reciente interés por el tema, tanto en el blog como en tu "show radial".
Tenemos pendiente un diálogo al respecto.

Abrazo.

Anónimo dijo...

Por alusiones, o la puja del victimismo
JOAN B. CULLA I CLARÀ 06/02/2009
DIARIO EL PAÍS DE MADRID

Bajo el título de Israel y el síndrome del niño maltratado, el pasado domingo se publicó en estas páginas un artículo del periodista Xavier Rius Sant que hacía críticas referencias a la "corriente de opinión proisraelí" presente hoy en Cataluña y me incluía nominalmente dentro de ella, aun reconociéndome -eso sí- "un excelente conocimiento y rigor" en la materia. Le agradezco el cumplido, y quisiera usar del crédito que me concede para exponer algunos matices y ciertas objeciones al análisis del señor Rius.

No puede calificarse de racista al país que ha recibido más inmigrantes de todos los colores en la segunda mitad del siglo XX

Según él, la genealogía del actual filoisraelismo catalán se centra en dos nombres: Josep Pla y Jordi Pujol. Comprendo que el esquema resulte goloso -un derechista conspicuo y un nacionalista conservador...-, pero la realidad es muchísimo más compleja, y las raíces de ese fenómeno son harto más gruesas y profundas. Desde la década de 1920, mientras el entonces patrón de Pla, Francesc Cambó, se mostraba incrédulo sobre la viabilidad del proyecto sionista, los medios periodísticos e intelectuales del catalanismo liberal y progresista rebosaban de actitudes filosemitas y filosionistas. Dentro de unos meses Joan Pérez Ventayol presentará en la UAB una tesina que documenta exhaustivamente el interés y la empatía que cabeceras como L'Opinió, Mirador, La Rambla, La Nau, La Publicitat o La Humanitat -órganos oficiosos u oficiales de Esquerra Republicana o de Acció Catalana- exhibieron hasta 1936 por la reconstrucción de una sociedad judía en Palestina, y los paralelismos que trazaron con el caso de Cataluña.

En 1948-1949, mientras desde las páginas de Destino -las mismas donde escribía Josep Pla...- el católico integrista Manuel Brunet denostaba el parto del Estado de Israel como un triunfo bolchevique, el joven Jordi Pujol no era el único en alegrarse de la victoria sionista en Palestina. El órgano central en el exilio del Moviment Socialista de Catalunya (sí, el partido de Josep Pallach y de Joan Reventós) afirmaba: "El Estado de Israel es una lección para los catalanes y, sobre todo, para nosotros, socialistas catalanes, desde los puntos de vista político, económico y social (...); un caso digno de estudio y una guía moral para todos los pueblos oprimidos" (Endavant, nº 38, mayo de 1949). Si consideramos la continuidad que tales actitudes tuvieron durante las décadas siguientes, sostenidas por nombres tan dispares como Salvador Espriu, Manuel del Arco, Maurici Serrahima y muchos otros, no alcanzo a descifrar a qué se refiere Xavier Rius cuando afirma que "esta corriente de opinión proisraelí no se daría a conocer suficientemente hasta 2003".

Pero dejemos por hoy la erudición histórica y centrémonos en el presente. Lanzándose a una puja victimista muy común estos días, el señor Rius Sant se queja de que quienes hemos sido señalados como "cómplices de genocidio, de torturas y de limpieza étnica" -nada menos- hayamos acusado a nuestros contraopinantes de antisemitas. De mí puedo decirle que no considero antisemita a nadie por criticar la ofensiva de Gaza, pues yo mismo la he criticado. Sí creo, en cambio, que son antisemitas las agresiones contra dos sinagogas de Barcelona; que lo son determinadas consignas escritas y gritadas durante las manifestaciones propalestinas; que lo son en alto grado numerosas viñetas aparecidas en la prensa catalana y española; que lo es el concepto mismo de "lobby sionista", manejado con tanta alegría durante estas semanas. ¿O acaso alguien se refiere entre nosotros al lobby castrista cuando habla de Cuba, al lobby marroquí con relación al Sáhara, al lobby chino con respecto al Tíbet, etcétera?

Luego están una serie de conductas políticas e institucionales que no han tenido nada que ver con el antisemitismo, pero que a mí y a otros se nos antojan torpes y sectarias, impropias de gobernantes responsables, y que al parecer Xavier Rius aprueba: bien, para eso vivimos en democracia. Por último, la tragedia de Gaza ha hecho aflorar entre nosotros otro fenómeno muy inquietante: la tendencia del pensamiento hegemónico -en este caso, el antiisraelí- a echar fuera de la pista a los discrepantes. El señor Rius Sant, que es periodista, ¿considera admisible que, por haber intentado mantener una línea informativa equilibrada durante la crisis, el diario La Vanguardia sea descrito en la página electrónica webislam como "el órgano de propaganda del sionismo en Cataluña"? El Colegio de Periodistas y los sindicatos del ramo, ¿tienen algo que decir al respecto? ¿Está el debate en torno al conflicto palestino-israelí excluido de las sacrosantas libertades de expresión y de información?

Puesto que este servidor de ustedes es sólo un aprendiz -veterano, pero aprendiz- de historiador, me abstendré de ejercer la psiquiatría de café y de diagnosticar cuál es el síndrome que aqueja a la sociedad israelí, aunque sospecho que son varios y que uno de ellos es el de Masada. Como quiera que sea, un sistema político sumergido desde hace más de seis décadas en una guerra existencial -donde la disyuntiva es ganar o perecer- ha cometido durante ese lapso de tiempo toda suerte de errores y abusos, se ha excedido muchas veces en el uso de la fuerza y ha visto marchitarse en ese contexto no pocos de sus valores fundacionales. Dicho esto, no puede calificarse de Estado racista al país que, en términos relativos, ha recibido más inmigrantes de todos los colores a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. No puede hablarse honestamente de genocidio cuando, dentro de los confines de la Palestina histórica, los 1,2 millones de habitantes árabes de 1948 son hoy -sin contar a los refugiados en países limítrofes- cinco millones. En cuanto a los crímenes de guerra, ocurre con ellos igual que con los crímenes comunes: que sólo lo son tras la sentencia firme de un tribunal competente e imparcial. ¿Constituyen el señor Rius y los que como él opinan ese tribunal?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

Anónimo dijo...

¿Y cómo se puede llamar a un país que mata a 1500 personas en un mes? ¿Y cómo llamamos a este país que mantiene un bloqueo humanitario contra una población en estado de extrema necesidad? ¿Y cómo llamamos a un país que tolera que su ejército impidan la llegada de barcos con ayuda humanitaria en apoyo de esa población masacrada? ¿Y cómo llamamos a un país que discrimina a los árabes que viven en él, negándole los derechos elementales?
El catlás este del comentario anterior dice que hablar de loby sionista es ser antisemita, pero aquí en buenos aires tenemos un lobby israelí (así les gusta más?) que quiere impedir que los argentinos que así lo piensan se manifiesten libremente contra la matanza que está llevando a cabo ese maravilloso país que recibió a tantos inmigrantes del siglo XX, hecha la salvedad que esos inmigrantes recibidos solo son bienvenidos si son colonos judíos a poblar la tierra. Y reciben a estos inmigrantes para compensar el crecimiento demográfico de las poblaciones palestinas. Porque ahora el señor catalán que defiende ese maravilloso país, parece que quiere atribuirle el mérito del crecimiento demográfico de los palestinos a la bondad israelí, cuando se trata de simple pulsión de vida de esos palestinos, a pesar de todas las discriminaciones racistas que sufren en ese maravillos país.
Pero bueno, sigan matando de a mil quinientos que poquito a poco se irán acercando a los seis millones y entonces recién ahí nos acordaremos de llamarlo Estado genocida.

Anónimo dijo...

La nota de Culla, tiene elementos muy locales, pero parece inscribirse en un registro que, a mi criterio, es de lo peorcito que está pasando en la actualidad. Discutir sobre quien la tiene más grande. Es una interna catalana y entre periodistas o algo parecido.
Es absolutamente pobre, como señala Gonzalo, el argumento de que Israel haya sido el país que más inmigrantes recibió en la segunda mitad del siglo XX. ¿A que se refiere cuando habla "de todos los colores"?. Podríamos proponerle de contra ejemplo cómo fue la emigración de etíopes refugiados en Sudán (Operación Moisés, 1984). Por supuesto que se puede argumentar a favor de la operación de traslado de los judíos africanos a Israel, pero debería también ser conciente que muchos otros miles de refugiados no judíos nunca fueron considerados pasibles de ser llevados a su país por el gobierno israelí. Es simplemente para entender, como señala Gonzalo, cual fue la emigración que en general Israel aceptó.
Hoy no parece interesante saber si son más buenos los proisraelíes o los propalestinos. Si antes fuímos más decentes o menos decentes, ni reclamar para este caso lo que no reclamamos para otros. Menos aun si esto se hace para sostener una interna personalista.

Oscar Cuervo dijo...

Daniel:
sí, la discusión sobre el presunto rebrote de antisemitismo es muy local. Y ese es un motivo para que a mí me interese intervenir: porque está expresando algo sobre nosotros, sobre lo que podemos intervenir de manera más directa que sobre el complicadísimo conflicto de medio oriente (sin perjuicio de que creo necesario que todo el mundo se pronuncie sobre la matanza que está haciendo Israel en Palestina, porque de las masacres masivas más vale pronunciarse en el momento en que se producen y no esperar saber el número exacto de muertos el día que Hollywood decida filmarla).
Hay algo que me preocupa en tu comentario: cuando decís que "algunos sectores militantes" muestran síntomas de antisemitismo, creo que habría que ser muy precisos: dicho así, se deja una sombra de duda sobre toda la militancia que en estos días se está movilizando con mucha justicia contra la política bélica israelí. Sabemos que Israel tiene voceros que encuentran amplificación muy fuerte en los media. Y ellos han intalado en estas semanas el concepto de "izquierda antisemita". Yo creo que para naturalizar este concepto hay que decir con precisión qué se dijo y quién lo dijo. Me parece que decirle a alguien racista es una acusación muy grave y que no se puede repetirse así por que sí.
Más allá de que la conjunción de íconos (cruz esvástica y estrella de David) es un recurso políticamente discutible, no creo que se trate de racismo. El juego con los íconos (la cruz cristiana, la hoz y el martillo, la esvástica, etc.) se usan con motivos propagandísticos. Incluso un artista como León Ferrari (que a mí no me gusta) usa la cruz cristiana en sus instalaciones con fines sarcásticos. Y cuando los fachos trataron de impedir que se hagan sus exposiciones, a todos nos pareció mal que se intente censurar. Es usual en las manifestaciones de izquierda quemar la bandera yanqui. Si no se puede usar la estrella de David en una pancarta política, habría que impedir que se usen todos los íconos político-religiosos en manifestaciones públicas.
Por último, yo pregunto: ¿le hace mejor a la estrella de David estar estampada en los aviones que bombardean Gaza? ¿Quién es el que está ensuciando ese símbolo?

organizacion Señor Negro dijo...

Che muy bueno el Blog!!
saludos!

Anónimo dijo...

TRIBUNA: ENRIQUE KRAUZE
El énfasis sospechoso

ENRIQUE KRAUZE 04/02/2009

Hace cinco siglos que los judíos fueron expulsados de España, pero a veces pareciera que todavía ronda en España el fantasma del judío, no en las calles de Gerona o las sinagogas de Toledo, sino en el alma de algunos españoles en quienes persiste -soterrado, inconfesable- el viejísimo prejuicio antisemita.

Conviene aclarar, en negativo, qué entiendo por antisemitismo.

Criticar la fundación de Israel teniendo en cuenta el altísimo costo que tuvo que pagar desde entonces el pueblo palestino, no implica por fuerza un acto antisemita: historiadores israelíes de la corriente post-sionista han ejercido y documentado esa crítica. Criticar la política exterior israelí en las últimas décadas conlleva aún menos una actitud antisemita: de hecho, los propios israelíes liberales y de izquierda han visto en los asentamientos un acto de ocupación inadmisible, cruel y, a fin de cuentas, contraproducente.

Criticar la reciente ofensiva israelí en Gaza tampoco supone albergar un prejuicio antisemita: existen argumentos serios contra su desproporción y una indignación general por el sufrimiento de la población civil. Ni siquiera criticar a "los judíos" supone necesariamente un reflejo antisemita: los fanáticos de la identidad suelen generalizar así sus antipatías, lo mismo contra "los judíos" que contra "los yanquis", "los chinos", "los sudacas" o "los gachupines".

Dicho todo lo cual, creo que a raíz de la guerra de Gaza afloraron dos actitudes preocupantes: una roza el antisemitismo, otra lo asume abiertamente.

La primera es la parcialidad noticiosa y editorial de algunos medios con respecto al tema, como si la ofensiva israelí se hubiese dado (casi) en el vacío, sin la provocación previa de los proyectiles de Hamás sobre el sur de ese país y la amenaza cierta de que en un futuro cercano cayeran sobre Tel Aviv.

Creo que no se documentó de manera suficiente el hecho (recogido con amplitud, por ejemplo, en el Corriere de la Sera) de que Hamás puso en posiciones de riesgo militar deliberado y forzado a su población civil.

Creo que ese énfasis condenatorio no se ha visto en otras tragedias: pienso en Chechenia, donde fueron torturadas y muertas decenas de miles de personas. La doble moral resulta inexplicable.

Nadie comparó entonces a los rusos con los nazis. Hubiera sido una infamia, a pesar de lo que hicieron en Chechenia. Y es que los rusos sufrieron indeciblemente a manos de los nazis. Los judíos aún más. Otorgar a las víctimas la identidad de los victimarios es una perversidad moral.

Allí reside la segunda actitud, francamente antisemita.

Su expresión más socorrida es la amalgama de maldad: la equiparación (ostentada en las manifestaciones de Madrid y Barcelona) de la Esvástica con la Estrella de David, que a su vez supone la equiparación (formulada por varios importantes escritores y periodistas) de la tragedia de Gaza con el Holocausto.

Se trata de dos fenómenos distintos que por su magnitud y naturaleza no pueden ser homologables.

La amalgama de todos los males conduce a la banalización del mal: si 600 víctimas inocentes son lo mismo que seis millones (aunque la muerte de los seis o 600 sea claramente reprobable) el mal resulta relativo, el mal no importa. Pero aún más decisiva que la diferencia cuantitativa es la diferencia de sentido.

El Holocausto representó la voluntad (cumplida en un 50%) de exterminar un pueblo, de borrarlo, de tratar a niños, mujeres, ancianos como plaga y no como personas. Este exterminio no fue solamente un crimen contra los judíos sino contra el concepto mismo del ser humano. La inteligencia, la racionalidad y el lenguaje desaparecen si no suponemos una semejanza radical entre los hombres.

En el caso actual, son los fundamentalistas islámicos quienes reproducen el ánimo nazi: quieren borrar al otro, en Jerusalén, Nueva York, Madrid o Londres. Ni en esta ofensiva ni en ninguna otra, Israel se ha propuesto exterminar a la población palestina.

Según el Pew Research Center de Chicago, desde 2005 España es el país de Europa donde el prejuicio antisemita ha aumentado más aceleradamente: pasó del 21% al 46%. Según una encuesta realizada por el Observatorio Español de Convivencia Escolar, más de la mitad de los estudiantes de secundaria declararon que preferirían no sentarse junto a un joven judío en sus aulas.

La España tolerante y plural que ha otorgado el Premio Príncipe de Asturias a las comunidades que preservaron el legado de Sefarad no puede -sin negarse a sí misma- desdeñar esos datos sin hacer un análisis valiente y objetivo.

Y la España democrática y moderna, que ha sido víctima reciente del terrorismo islámico, no puede ignorar -sin caer en la esquizofrenia- que Hamás busca la imposición de un régimen fundamentalista mientras que Israel es el único Estado democrático de la región.

¿Qué haría España, mutatis mutandis, en el caso, improbable pero no imposible, de que un triunfo generalizado del islam radical en el norte de África se tradujera en una amenaza sobre sus puertos mediterráneos bajo el pretexto teológico de recobrar el territorio de Al Andalus que fue suyo siete siglos?

En el tema judío, hay que volver a la tradición liberal de Benito Pérez Galdós, quien en tres novelas (Aita Tettauen, Misericordia y Gloria) mostró comprensión y compasión por el drama histórico del pueblo judío. Israel no es una nota al pie de página en ese drama.

Israel es el corolario de ese drama. Si se acepta la legitimidad de su existencia (producto, no olvidemos, de las circunstancias sin precedente creadas por el Holocausto), debe admitirse también su derecho a vivir sin la amenaza cotidiana que ha pendido sobre sus habitantes.

Esa doble aceptación no implica, repito, justificar la política israelí de los últimos decenios. Pero sí implica mirar al conflicto en toda su diabólica complejidad, distinguir la responsabilidad de ambos bandos, y dar a los muertos israelíes el mismo peso que los muertos palestinos.

Implica evitar la inmoral referencia al Holocausto y exorcizar el fantasma del judío para poder verlo como los nazis y los fundamentalistas no lo ven: como un ser humano.

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Oscar Cuervo dijo...

Una civilidad hipócrita:

Siempre la misma lógica sinuosa que parece mostrar al principio una faz tolerante y civilizada para terminar arrimando argumentos para habilitar la masacre. Es una hipocresía asqueante.

La condena de una matanza no se puede acallar recordando que antes otra matanza no ha sido condenada con igual énfasis (aun cuando no haya sido condenada en absoluto). Si no se ha condenado suficientemente la masacre de los chechenos por obra de los rusos, es un buen momento para empezar a hacerlo. Si gran parte de los poderes occidentales consintieron o hicieron la vista gorda ante el Holocausto, hay que señalar a quienes se hicieron cómplices con su silencio. Pero alegar estos silencios anteriores (u otros actuales ante otras matanzas) tan sólo para atenuar el crimen de lesa humanidad que Israel está cometiendo ante los ojos del mundo es un argumento de un cinismo repugnante.

Justamente PORQUE el mal no es relativo, porque la lesión de los derechos humanos es absoluta en cada caso particular, ninguna comparación con otros asesinatos masivos puede ser citada para hacer callar las voces de repudio a una masacre.

El argumento de Krauze de que 600 muertos no son lo mismo que seis millones (parece que después de que Krauze lo escribió, mataron a más del doble de los palestinos que ya habían sido asesinados entonces) nos invita a esperar que los muertos sean los suficientes para que podamos empezar a hablar de genocidio y considerar la posibilidad de que se trate de un exterminio.

Dice Krauze: "El Holocausto representó la voluntad (cumplida en un 50%) de exterminar un pueblo, de borrarlo, de tratar a niños, mujeres, ancianos como plaga y no como personas. Este exterminio no fue solamente un crimen contra los judíos sino contra el concepto mismo del ser humano. La inteligencia, la racionalidad y el lenguaje desaparecen si no suponemos una semejanza radical entre los hombres".

Es curiosísimo que él mismo no advierta que eso vale también para los palestinos, mujeres, ancianos y niños, que están siendo masacrados por los bombardeos como una plaga y no como personas. ¿O acaso los bombarderos israelíes matan a los niños y ancianos palestinos "como personas" y no como una plaga. ¿En eso consiste la tan meneada civildad israelí? ¿En que masacran a los niños y ancianos palestinos pero los respetan "como personas"?

Y también se alimenta el mito (nada inocente y casi sintomático de la mala fe de esta posición) de que Israel es el único estado democrático de la región. Una burda mentira por varias razones:

1- Porque Israel decide bloquear la franja de Gaza (un claro acto bélico) justamente cuando en ella se hacen las elecciones más democráticas de todo el mundo árabe, monitoreadas por representantes de todo el mundo. ¿Los palestinos de Gaza no tienen derecho a elegir líbremente a sus gobernantes? ¿De qué semejanza radical del género humano habla este Krauze, si le concede al estado israelí la potestad para impedir la libertad de los palestinos de gobernarse a sí mismos? ¿Los palestinos no tienen ese derecho porque los que ganaron las elecciones son una fracción beligerante contra Israel? ¿Y acaso en Israel los sucesivos gobiernos no muestran una posición beligerante contra los palestinos? ¿Los juzgamos con igualdad?

2) En cuanto a la supuesta vigencia de la democracia en Israel, se podrían citar las palabras de Said (que por cierto me merecen más confianza que las de este palurdo de Krauze):

"Israel es el único estado del mundo que no es el estado de sus ciudadanos reales, sino de todo el pueblo judío, que, consecuentemente, tiene derechos que no tienen los no judíos. Sin una constitución, Israel está gobernado por unas Leyes Básicas, entre las cuales una en particular, la Ley del Retorno, hace posible que cualquier judío de cualquier lugar emigre a Israel y se convierta en ciudadano, mientras que los palestinos autóctonos carecen de los mismos derechos".

Y agrega Said:

"Existe una reveladora descripción de esta mezquina historia que raramente se cita o que, cuando se menciona, se abrevia o se justifica mediante el eufemismo (ya familiar gracias al apartheid sudafricano) de que “ellos” tienen su propio sistema: se trata del informe de marzo de 1988, titulado “Violaciones legales de los derechos de las minorías árabes en Israel”, publicado por Hádala (término árabe que significa “justicia”), una organización árabe-judía de Israel. Resulta especialmente contundente la sección sobre “el enfoque discriminatorio de los tribunales israelíes”, normalmente elogiados por los partidarios de Israel por su imparcialidad y su equidad. De hecho, el informe señala que, mientras que los tribunales han pronunciado sentencias progresistas y decentes sobre los derechos de las mujeres, los homosexuales, los discapacitados, etc., “desde 1948 han desestimado todos los casos relacionados con los mismos derechos para los ciudadanos árabes, y no han incluido nunca una sentencia declarativa en relación con la protección de los derechos de los grupos árabes".
¿Qué clase de estado democrático es este en el que a una parte importante de sus habitantes no se les reconoce derechos por no ser judíos. En algo se parece entonces Israel a Alemania nazi: en la negación de la igualdad de derechos por motivos raciales.

3) Uno de los argumentos esgrimidos en los últimos tiempos para hacer que el mundo acepte el asesinato masivo en Gaza se refiere al "buen trato" que Israel le estaría dando a los palestinos más "colaboradores" de Cisjordania. Pasemos por alto las siniestras resonancias de esta distinción entre unos palestinos que merecen vivir y otros que no. A los palestinos de Cisjordania Israel les concede tan sólo un poder de policía. Pero en la última película del cineasta israelí Avi Mograbi se denuncia como el propio ejército de Israel se permite tomarse venganza matando a policías palestinos de Cisjordania por un asesinato anterior sufrido por unos soldados israelíes. Le pregunté a Mograbi si el operativo comando del ejército israelí es considerado un crimen por el sistema jurídico de ese país. Me dice que naturalmente se trata de un crimen. Le pregunto por qué entonces no puede prosperar un juicio contra los militares que cometieron esa venganza. Me dice: la justicia militar israelí no consentiría que se la investigue. ¿Así funciona un régimen democrático?

Los muertos israelíes tienen el mismo peso que el de los palestinos y el de los chechenos. Y tienen el mismo peso que el de los argentinos muertos por la dictadura militar. Justamente porque tienen el mismo peso, cuando es un estado el que vuelca todo su poder destructivo contra una población civil inerme, se trata lisa y llanamente de terrorismo de estado, un crimen contra la humanidad. ¿Cómo puede alguien ponerle "peros" a un acto tan atroz?

Anónimo dijo...

Oscar, intentaré contestarte con más precisión.
En primer lugar me interesa dejar en claro que no solo creo que lo que está haciendo Israel en este tiempo, es un crimen de lesa humanidad (no acciones comunes de guerra), sino que desde 40 años atrás, está actuando como un ejercito de ocupación sobre los territorios palestinos. Y que es necesario seguir condenando este accionar, incluso cuando existiera algún alto el fuego más o menos efectivo.
Cuando me referí a "algunos sectores militantes", no los identifiqué, justamente porque no tengo la precisión de quienes son. Me refiero específicamente a quienes pintan la estrella de David igualada a la esvástica. La estrella de David es un símbolo que refiere al pueblo judío todo, que identifica a ellos desde miles de años y que no resume su sentido en la acción del estado de Israel. No creo justo, ni inteligente, ni válido como gesto estético, y menos aun político, igualar al nazismo con la mayoría del pueblo judío. No me parece menor que gran parte de la mejor memoria del siglo XX, como es la obra de Primo Levi, este ofendida de ese modo. Como también me imagino el dolor de mis amigos judíos, nietos de refugiados o emigrados o asesinados, los mismos que sufren las muertes de los niños palestinos, caminando por su barrio y viendo tal igualación. El problema es, además, que esto se hace en un país donde volaron la embajada de Israel y la sede de la AMIA y no pasó un carajo. Porque hablemos claro, en este país no se le movió un pelo a nadie. La corte suprema (encargada de la investigación en el primer caso) no hizo una mierda, el poder ejecutivo si no tuvo cómplices en su seno, se hizo el gil olímpicamente y la población en general se indignó porque "también murieron argentinos". Nadie en el país pagó por semejantes atentados, NADIE. Y el reclamo de la sociedad se resume en grupos de familiares y víctimas. Esta pintada es una forma de recirculación de los discursos antisemitas, en una forma que parece hasta políticamente más correcta, porque se asienta sobre un reclamo legítimo.
Yo no condeno a otros grupos políticos, y menos aun el necesario reclamo de cese del ejercicio del poder por parte de Israel sobre los palestinos.
Ahora bien, lo que una persona dice en una discusión de café o en la intimidad de su casa, es parte de una historia que no importa aquí. Pero cuando lo hace en el espacio público, y como militante político, las cosas cambian. No solo adquieren otro valor por la difusión, sino porque me parece que requiere una reflexión más profunda. Yo creo en la necesaria responsabilidad del militante, más en el que se propone como vanguardia o revolucionario. Sigo diciendo que no me parece un gesto estético. Yo no alimento ninguna fantasía de izquierda antisemita, yo digo que un militante político tiene que tener muy claros determinadas cuestiones conceptuales. Y esos tipos o no las tienen (son unos pelotudos) o si las tienen efectivamente son antisemitas (son unos hijos de puta). Es más, la derecha antisemita argentina está feliz con que el bardo se lo adjudiquen a la izquierda.
A ver, es como si en un bar, te dijera: "Los curas son todos una mierda", a lo cual me darías horas de argumentaciones válidas en respuesta a semejante exabrupto. Pero quedaría allí. Ahora bien, si en un medio público, como opinador, periodista o político, dijera lo mismo, la cosa cambia. Es pasible de que los cachetazos venga de diestra y de siniestra.
No creo, como dice Krauze, que 6 millones de muertos expliquen lo que no explican 6 mil. Y no está allí la diferencia entre la acción de Israel y el nazismo. Por supuesto que hay similitudes, como las hay en cualquier acción de guerra y de ocupación y de sometimiento armado. Entonces vamos a encontrar fotos parecidas en todas los conflictos. Pero no por eso son lo mismo. Las explicaciones de las diferencias son las que nos permiten además, pensar en las salidas políticas. Cuando pensamos en política, debemos pensar las diferencias. La historia nos puede ayudar, en este caso, a entenderlas.
Pensemos al reves. Si el Estado de Israel es igualado al nazismo, ¿cuál sería la forma de solucionar el conflicto? ¿Sería posible el "dos pueblos, dos estados" que reclaman muchos palestinos en las manifestaciones públicas?. Igualar la estrella de David con la esvástica no es solo un gesto estético. Es proponer políticas en consecuencia con tal afirmación.
Y si los aviones israelíes llevan la estrella de David, eso no implica que toda la tradición judía, toda su historia y todo su sufrimiento este condensada en esa impronta.

Abrazo, Daniel.

Anónimo dijo...

Viernes, 6 de Febrero de 2009
Opinión

Filosofía y ejército

En el debate sobre Gaza entran en juego la lucidez de la condena a la destrucción del pueblo palestino, el reconocimiento de la fuerza oscura de la historia y la capacidad filosófica de una paz que no sea meramente bienintencionada.

Por Horacio González *
A finales de la década del 40, Menajem Beguin escribió un libro, Rebelión en Tierra Santa, que en la Argentina fue leído con fruición por personas y grupos políticos destinados a no coincidir en ninguna otra cosa. Me refiero a Rodolfo Walsh, por un lado, y al grupo político del peronismo ortodoxo llamado Guardia de Hierro, por otro. En ambos casos, esas memorias de Beguin habían sido leídas con apasionamiento. Se trataba del implacable jefe de un sector de las fuerzas armadas insurrectas y clandestinas de Eretz Israel, el Irgún, uno de los antecedentes del actual ejército israelí. Modesto pero vivaz escritor, Beguin desplegaba una crónica de la "lucha por la liberación nacional", a la que alternativamente llama Rebelión o Revolución. Se trataba también de "la construcción de la Nación". Una nación errante, según dice, que había deambulado de país en país, por dos mil años.

El libro está repleto de alternativas y casos propios de la lucha de las guerrillas del siglo XX. Los árabes son el trasfondo difuso, un "tercer factor" en penumbras, a los que por momentos se los se ve aliados a Gran Bretaña y a los que por eso mismo hay que combatir, en tanto componían una coalición "británico-árabe". Los ingleses son nombrados como "el poder de ocupación" o "los enemigos de la Liberación", un lenguaje que por la misma época –las diferencias las sabemos, veamos las resonancias semejantes que hacen eco en nuestra memoria– mantenía texturas homólogas a las que practicaba Raúl Scalabrini Ortiz.

Sin embargo, en Palestina, pocos años antes, había sido diferente. Eran tiempos en que los ingleses tenían como aliados a los futuros combatientes judíos. El ejército israelí se estaba amasando lentamente en las brigadas judías que el ejército inglés organiza al principio de los años '40, en los últimos tramos de la guerra contra el nazismo. Ya existía una denominada "cuestión árabe", a la que en su momento se le había destinado la política la Havlagá, la "autorrestricción". El inexorable Beguin la cuestionará. Con ese nombre, se trataba de no atacar o no responder con represalias específicas a los grupos árabes que operaban militarmente en la zona. Tema crucial y hoy impensable. Principalmente la Haganá, el otro gran sector partisano israelí y a la que le decía algo la palabra socialismo, en aquella oportunidad y en un breve lapso, se propuso "autocontenerse" respecto de los ataques de los grupos árabes de la región. En la historia militar del siglo XX, otro ejemplo inusitado de la misma índole llama la atención. Es el del mariscal Rondón, militar brasilero considerado héroe de la educación en Brasil por el gran antropólogo Darcy Ribeiro. Al mando se sus soldados en la expedición a Rondonia –esa región tomaría su nombre—, Rondón los instruye en la máxima socrática: es justicia no proporcionar violencia, siendo preferible recibirla. Rondón atravesaba la Amazonia con su pequeño ejército, zonas en ese entonces inexploradas, hogar de desconocidas comunidades indígenas que una década después serían recorridas, siguiendo el mismo itinerario de Rondón por Claude Lévi-Strauss, menos inspirado por Sócrates que por la filosofía oriental.

Retomemos a Beguin. Luego, muchos de aquellos mismos sectores árabes, según se lee en Rebelión en Tierra Santa, formarían parte de una estrategia inglesa para contener la insurrección guerrillera del "ejército de las sombras", que sería el brazo armado del futuro Estado israelí. Había entonces que combatirlos o disuadirlos. Con este trasfondo, el libro de Beguin retrata la vida del combatiente furtivo. El que desplaza en medio de imprentas secretas, reuniones sigilosas, contrabando de armas por túneles y expropiaciones al "enemigo inglés". En ese intenso período de acciones clandestinas, los combatientes armados volaron el hotel Rey David en Jerusalem, sede el comando inglés –con numerosas víctimas, aunque se había enviado un aviso—, la estación de ferrocarril de Ramalá e innumerables objetivos en todo el mundo, inclusive la embajada británica en Roma.

Un arma antitanque llamada Piat, inglesa, es capturada. "Aquel Piat inglés y aquellas pocas granadas del mismo origen se habían convertido en hebreas." Muchos de estos párrafos recuerdan las reflexiones de León Trotsky, en su Autobiografía, uno de los escritos políticos, militares y morales más importantes del siglo XX, quien presenta el problema militar soviético como el de una herencia técnica del ejército anterior, incluso con sus oficiales zaristas, si decidieran cruzar la trinchera. Esos combatientes, ¿eran terroristas? Es el tema moral permanente de Rebelión en Tierra Santa. Para Beguin, no era posible confundir el "terror" con una "guerra revolucionaria de liberación".

Por más que intentemos separar situaciones, en estos relatos hay un lenguaje demasiado familiar, un ensordecedor retumbo enclavado en las lenguas que alguna vez escuchamos o balbuceamos. Es el aire de familia de las luchas de liberación, el de las revoluciones nacionales y el hombre clandestino armado. Supongo que los hermeneutas de Guardia de Hierro gozaban al reconocer un lenguaje que podía ser de todos nosotros o de toda una época, en ese notorio militante sionista, discípulo de Jabotinsky y Herzl. Era el lenguaje del hombre subrepticio con su fusil, del militante clandestino de la era de las naciones. Que a la vez escribe sus memorias, muestra una determinación militar absoluta y reflexiona sobre la muerte. Beguin comenta un célebre párrafo de El manifiesto comunista, respecto de que en la lucha no hay nada que perder, sólo las cadenas. ¿No sería demasiado pedirles ese sacrificio a los pueblos o a los combatientes? Sin embargo, Beguin acepta finalmente que la lucha es a muerte y hay que estar dispuesto a perderlo todo.

Podemos entonces conjeturar, como ejercicio de buceo en los caprichos de nuestra memoria lectora, cómo habría sido examinado este libro impresionante por Rodolfo Walsh. Es que en Rebelión en Tierra Santa están insinuadas claramente las formas del actual conflicto y las que tenía cuando Walsh visita esas tierras en los años '70. El lenguaje del libro es el de los combatientes que se mueven en la ciudad "como pez en el agua"; la determinación es la de los ejércitos misionales. Pero Beguin no guarda entonces ni guardará después ninguna condescendencia con los árabes. En todo momento, detrás de la lucha de liberación nacional contra los ingleses está la sombra árabe a la que habrá que combatir. No tiene ninguna esperanza de una composición en esas tierras que no sea, primigeniamente, el establecimiento de una Nación Hebrea. Para eso han empeñado la Guerra de Liberación Nacional, y el enemigo visible, en ese momento específico, no era otro que una de las potencias vencedoras de la guerra mundial.

Rodolfo Walsh utilizará varias citas de este libro, en su escrito de 1974 sobre la resistencia palestina, como enviado del diario Noticias. Como es obvio, Walsh es severísimo con Beguin, al que percibe, en tanto producto del conjunto de la política estatal israelí, como un entusiasta propiciador de masacres. Como remate de su escrito, el autor de Operación masacre cita a Moshe Menuhin, el padre del violinista Yehudi Menuhin, un destacado pensador judío antisionista, quien había escrito: "En lo que a mí concierne mi religión es el judaísmo profético y no el judaísmo-napalm". Era un jasidim, como de alguna manera lo habían sido Martin Buber y otros antisionistas que mantenían un judaísmo de humanistas filosóficos. Era el caso, quizá, de Hannah Arendt, aunque ésta y Buber no coincidirían finalmente en un tema conmocionante, la posibilidad de que Israel, con su Estado armado, complementara en sus pesadillas circulares las conductas que eran propias del nazismo. Difieren ambos en la resolución postrera que adquiere el enjuiciamiento a Eichmann en Jerusalem. Asordinada, ya estaba la discusión que ahora nos estremece, tratada por los mismos sabios judíos, y que nada serviría fuera de esa consternación espiritual. Si no está colmada con el lenguaje desvelado que corresponde, para recrear una conciencia contemporánea con mayores cuotas de lucidez ante el drama de Palestina, es mera ociosidad equiparante. Víctimas y victimarios, roles inciertos de la vida histórica, en vez de ser una interrogación para todos los hombres del universo, se transformaría en un tema de ocasión para la diatriba al paso. Debemos salir de eso, pues para desarmar la infinita matanza debemos considerar que todos podemos confirmar el sueño terrible de ser el reverso de lo mismo que criticamos.

A mediados de los años '20, el coronel T. E. Lawrence ("Lawrence de Arabia") escribió un libro de guerra con la sabiduría de un arqueólogo, el capricho magistral de un aventurero del desierto y el esteticismo exquisito de un guerrero que buscaba investigar en un tipo sutil de violencia, la de la transmutación del yo personal a través de refinadísimas intimidaciones espirituales. Para George Bernard Shaw, ese libro –que se llamaría Los siete pilares de la sabiduría– lo convertía a Lawrence en el más importante escritor en lengua inglesa, mayor incluso que los del círculo de Bloomsbury. Comandó legiones árabes para combatir a los turcos en la primera Guerra Mundial, tomó Damasco y llegó a participar de los tratados de Versalles, lamentando como compungido aristócrata su propia gesta heroica, que le recordaba el hecho aciago de servir a dos amos, al Foreign Office y al rey Feisal. No escapó a un ramalazo de seducción que el nazismo pudo ejercer sobre él en sus inicios. Actuó en la misma zona de ocupación inglesa que veinte años después será la sede del relato bélico de Beguin.

Estos dos libros, Los siete pilares de la sabiduría y Rebelión en Tierra Santa, hay que leerlos ahora en conjunto. Son lecturas "argentinas". Beguin es tajante y atroz, bruscamente redentor y autosuficiente. Lawrence es autodestructivo, busca transmutar y aniquilar su "personalidad inglesa". Los árabes de Lawrence son sensualmente misteriosos. No son los de Fanon. Este podría ser criticado porque su planteo de liberación implicaba un tipo de violencia existencial sartreana, "europea" aunque negara a Europa. Mientras, los árabes de Beguin surgen brumosos, amenazadores, objeto de disuasión o represalia, un tratamiento que anticipa el desastre. Pero todos estos escritos arrojan resonancias conocidas, contienen una perenne filosofía de la guerra que se separa si la vemos al trasluz de sus proyecciones ideológicas, pero se conjuga si la vemos apta para discernir el perfil trascendental del hombre armado, el militante y su sacrificio, el militante y sus creencias. Esto es, la nación que hay que crear, librar de la opresión o dejarla en el umbral o la disposición de practicar otra opresión. Terrible tema, tanto más inextricable si se presta a la trinchera de banales equiparaciones. Lo que hay, en cambio, es el fantasma reversible de la historia, que si no lo reconocemos en su fatídica tentación circular, no nos provee la eficacia y eticidad necesarias para denunciar las masacres ni nos permite comprender que el destino de la víctima no es tornarse en la futura culpable.

Para Sartre, Lawrence era una figura sugestiva. Para Hannah Arendt es un ser atormentado por la época: "Nunca un hombre tan bueno había cumplido tareas tan comprometidas con la condición siniestra de los servicios secretos occidentales". Leído en la Argentina por el grupo de la revista Sur, Victoria Ocampo también consagrará al tortuoso coronel como un héroe literario. No tan de pasada, toma su filosofía militar para contrastarla con la del peronismo. Lawrence pertenecía a un ejército imperial cosmopolita, que dominaba zonas para mimetizarse literariamente con los pueblos dominados y llevarlos a su secreta realización. Se diferenciaba del ejército alemán, con su "cosmovisión nacional, la nación en armas". Esta última era la materia del peronismo originario.

El fecundo y recordable escritor egipcio-palestino Edward Said, en la cumbre de sus años y de su notoriedad académica, había elegido una imagen suya para difundir, arrojando piedras de la Intifada junto a un grupo de jóvenes palestinos. Said consideró a Lawrence uno de los tantos casos en los que fluía la falacia de una visión "orientalista". Con ella traducía una idea de dominación simbólica sobre los pueblos árabes. No necesariamente seguiríamos a Said en este razonamiento. Creo que Borges roza muy bien, y mejor, el tema de Lawrence en su "Deutsches requiem", escrito en 1949. Es la historia del intelectual nazi Otto Dietrich Zur Linde, subdirector de un campo de concentración y lector de Nietzsche, que mata al poeta judío David Jerusalem, "porque era una zona detestada de mi propia alma".

Leer es un insondable acto interpretativo, una tregua voluntaria de la vida corriente en nombre de una pepita de oro, que no es la "ilustración" ni "la moral edificante", sino la posibilidad de llegar a la cruda verdad de una época. En el debate que nos sacude sobre Gaza, guardémonos de la facilidad de decir cosas –está en juego la lucidez de la condena a la destrucción material y simbólica del pueblo palestino—, que no se originen en el reconocimiento de la fuerza oscura de la historia y en la capacidad filosófica de una paz que no sea meramente bienintencionada. ¿Qué entonces? Quizás una palabra amasada en la fuerza de ruptura con las equiparaciones imaginarias que están al acecho. Quizás un socratismo que no se intimide por la violencia pues su misión es detenerla. Y que, frente a los ejércitos, les arroje la piedra vigorosa que los obligue siempre a autocontenerse.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

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Oscar Cuervo dijo...

Daniel:
estoy de acuerdo en casi todas las cosas que decís, excepto en que el gesto de juntar los dos íconos deba interpretarse como una manifestación antisemita. Al decir esto no estoy reduciéndolo a gesto esético. Es un acto político. Podemos discutirlo todo lo que quieras y la discusión estoy seguro que nos llevará a marcar todas las especificidades de cada uno de estos procesos y también las diferencias entre la función que tiene la cruz svástica para el nazismo y la estrella de David para el judaísmo. También podríamos encontrar las coincidencias: que en ambos casos se trata de estados que implantan sistemas terroristas, que en ambos casos hay una discriminación étnica. Podríamos decir que los nazis mataron alrededor de 6 millones, y que los israelíes aún no llegaron a tanto. Podríamos agregar que los nazis declaraban expresamente, o más o menos expresamente la intención de exterminar a los judíos, mientras que ahora los israelíes dicen que no quieren exterminar a los palestinos y que sólo los masacran porque algunos palestinos y algunos musulmanes dicen que los quieren matar a ellos. La doctrina de una acción preventiva es más funcional al tipo de hipocresía por la que el mundo contemporáneo (precisamente el mundo post-holocausto) planifica y ejecuta matanzas masivas. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki también se tiraron como acción preventiva. La invasión yanqui a Irak fue una acción preventiva: ¿cuántos muertos dejaron? ¿ya podemos hablar de genocidio o los muertos civiles en Japón e Irak todavía no le quitan el primer puesto a la Shoah? ¿Nos sentamos a esperar que sigan matando?
No entiendo el carácter de tabú que se quiere imponer a las consecuencias políticas de la Shoah, por más dolorosos que sean, se trata de acontecimientos políticos y como tales sometibles a profundos debates. No se pueden inhibir esos debates sin convertir estos hechos en tabú. Y convertirlos en tabú es la forma más fácil de volverse ciego para las nuevas modalidades genocidas que están instaurando las potencias vencedoras de la segunda guerra.

Los partidarios de la politica de Israel y aun los partidarios de la fundación de Israel como solución final al problema del antisemitismo no pueden inhibir el debate político instalando un tabú. No hay nada antisemita en proponer la discusión de si la fundación del estado de Israel es la mejor solución posible; no hay antisemitismo en el gesto político de poner los íconos del nazismo y de Israel uno al lado del otro. Repíto por si no se entendió: es un acto político todo lo discutible que vos quieras, pero cuando decís que son hijos de puta o que son antisemitas, creo que abandonás el terreno de la política donde es posible seguir debatiendo. Comprendo que te pueda enojar ver esos símbolos juntos, así como vos comprenderás que un católico de buena fe se puede sentir muy enojado al ver las bromas estéticas de León Ferrari con la figura de Jesús, o cuando escucha decir que todos los curas son pedófilos. Se trata de simplificaciones groseras y hay que discutirlas. No se avanza nada proscribiendo la discusión mediante el permanente recurso a la acusación de antisemitismo.
No me cabe ninguna duda de que los partidos de izquierda que usas estas pancartas repudian al nazismo: cuando ponen la estrella de David al lado de la cruz svástica están intentando repudiar simultáneamente la política israelí. Estos grupos no están levantando la cruz esvástica para reivindicar el nazismo, por ende no puedo aceptar que se los tilde de antisemitas. Aún cuando se los pueda criticar duramente por ese acto, pero por otras razones, que son las que vos esbozás en tu último comentario. Pero esas razones no los hacen antisemitas.

Antisemita sería pintar una cruz esvástica en algún lugar con una intención reivindicativa del nazismo. No es eso lo que hacen las agrupaciones de izquierda que ponen los dos íconos juntos.

Estoy convencido de que no hay que putearlos ni querer prohibirlos: hay que discutir con ellos. Vos decís que una cosa es decir algo en una mesa de bar y que ser un militante político te pone en otra posición de responsabilidad. Es cierto, son dos posiciones distintas, pero los militantes no son ni más ni menos humanos que vos y yo y pueden estar equivocadísimos en sus caracterizaciones y en sus actos. Ser militante no es ser infalible.

Pero hay aún una diferencia que subsiste: una cosa es estar equivocado en una caracterización de las diferencias y similitudes entre el estado nazi y el estado israelí, y otra muy distinta es justificar mediante razones ingeniosas una masacre masiva. Yo estoy convencido de que hay que ser inflexibles ante las justificaciones de la muerte, que estas justificaciones se agravan cuando se justifica los crímenes ques panifican y ejecutan los estados. Nosotros los argentinos sabemos la diferencia y sabemos también los intentos de equiparar los crímenes de estado y los crímenes particulares: no son lo mismo porque cuando es el estado el que sistemáticamente asesina, el estado adultera su propia razón de ser. Los militantes que ponen la cruz esvástica junto con la estrella de David pueden ser torpes, pero ellos no están promoviendo de esa manera el terrorismo de estado, cosa que sí hacen los elegantes y civilizados justificadores de la masacre, aunque no salgan a la calle con pancartas. No necesitan eso: los grandes medios de comunicación están por lo común felices de amplificar las palabras de los justificadores del terrorismo de estado y los dejan hablar sin casi nunca hacerles una repregunta que los incomoden.

Estoy contra ese intento de introducir el tabú en una discusión politica, de usar a las víctimas de la Shoah como mercancía mediática para producir efectos impresionantes. Eamonn se hace el pelotudo: cuando yo digo que me parece ofensivo que los justificadores de la masacre de Gaza "evoquen en sus discursos a las víctimas de la Shoah porque lo que menos honra a la memoria de esas víctimas es usarlas para justificar los crímenes actuales", él traduce que yo quiero que se olviden a las víctimas de la Shoah o que no se las invoque en un debate contemporáneo. En esa tergiversación, pequeña y cretina, se esconde el intento de anestesiar la sensibilidad mundial ante la matanza en curso (matanza que Eamonn llama elegantemente "los hechos de Gaza"). Yo creo que hay que invocar a las víctimas de la Shoah, pero no para oponerlas a las víctimas de los bombarderos israelíes, sino para ponerlos juntos, para hacernos sentir lo insoportable de la actual matanza antes que se transformen en películas conmemorativas. Porque ahora todavía podemos hacer algo para que las matanzas se detengan y cuando se monten tinglados para evocar sentimentalmente a los miles o decenas de miles o centenares de miles (quién sabe cuándo se detendrá) de masacrados por el ejército israelí ya será tarde y en ese caso sólo lo haremos para lavar nuestars conciencias por ahber consentido la matanza.

Y una nota al pie: decir que en la sociedad argentina "no pasó nada" con las bombas a la Amia y la Embajada de Israel creo que es una injusticia: han pasado y siguen pasando cosas, no es verdad que en la sociedad argentina no se le haya movido el pelo a nadie. Estos actos terroristas (acá sí el término está bien aplicado) permanecen impunes, pero eso no es un indicio de un presunto antisemitismo de la sociedad argentina. ¿Vos recordás cuánto tiempo de idas y venidas nos llevó que el estado argentino asumiera que aquí hubo un terrorismo de estado, cuánto tiempo nos llevo darnos cuenta de que había que quitar el retrato de Videla de las escuelas militares? ¿Sabés cuánto tiempo les llevó y les seguirá llevando a las abuelas encontrar a sus nietos apropiados por los represores? Eso forma parte de la ignominia de nuestra historia, pero esta dificultad no tiene nada que ver con ser antisemitas. Estamos en un país donde todo cuesta mucho, sobre todo la justicia cuesta mucho. Pero no te olvides: estamos en un mundo donde todo cuesta mucho.

Anónimo dijo...

Oscar, solo un par de cosas muy cortas respecto de tu muy buen texto. Reconozco mi error de llamar pelotudos o hijos de puta a los militantes que inscribieron la estrella de David igualada a la esvástica, como bien decís eso clausura la discusión política, y no es mi intención. Dos, sigo creyendo que en la sociedad argentina no pasó nada con las voladuras de la embajada de Israel y la AMIA. Creo que tuvo impacto en un sector menor de la sociedad y que además los sucesivos gobiernos (con la excepción del actual) han practicado una especie de extraño negacionismo al respecto. No me parece muy apropiado tu parangón con el camino hacia la verdad y la justicia respecto de los crímenes de la dictadura.
Por lo demás, yo califico de antisemita a quien pinta la esvástica y la estrella de David igualadas, no lo acuso. Al menos trato de no invalidar la legitimidad del reclamo a Israel. La pregunta es, en tal caso, porqué parece correrse el eje de la discusión, si discutimos sobre la pertinencia o no de una actitud que puede ser impropia en una marcha legítima. Pero allí nos iríamos definitivamente a otro lado, o seríamos calificados de enarbolar teorías conspirativas.

Estoy de acuerdo con vos respecto de la legitimidad de la discusión respecto de las condiciones, de la legitimidad y las políticas del estado de Israel. Eso no hace a nadie antisemita. Y podemos hacerlo y tal vez en tal desarrollo las ideas que aquí quedan apretadas, podrían adquirir otra corporalidad.

Ahora bien, tampoco el hecho de calificar a aquella pintada como un acto antisemita, pone a quien lo dice instantaneamente defendiendo las políticas del estado israelí.
Sigo creyendo que la estrella de David representa a todo el pueblo judío, al que no se puede hacer cargo de la política de Israel. Y creo que poner un signo tan fuerte de su identidad junto a la esvástica es un hecho, no solo errado conceptualmente, sino lesivo de lo mejor que el pueblo judío tiene. Creo que habría mejores formas de expresar eso.
Llevando la cuestión muy al límite (casi en estado de hipótesis apresurada), te diría que es una burda manera de graficar la "teoría de los dos demonios". Pero tomalo solo como inicio de un probable manera de explicar los significados que este significante (svástica = estrella) me dispara.

Ese es el punto de discusión. No creo que valga la pena seguir enrulando el rulo en este asunto, que aunque válido, algunos saben aprovechar para distraer la atención o para morigerar el efecto de las campañas contra la acción terrible que está llevando a cabo Israel contra los palestinos. Y la situación nos urge cantar contra la muerte, contra la opresión, contra la negación de identidad y de libertad de todos los palestinos, dentro y fuera de los territorios ocupados.

Me gustó como pones en la mesa el tema del genocidio como tabú. Creo sin embargo que la comprensión de su significado, y no solo para los judíos, es muy complejo. Ha tenido efectos reales de clausura. Y este efecto debería ser incorporado para pensar lo que propones. Incluso para discutir su importancia en la fundación y el desarrollo del estado de Israel.
La frase de Adorno "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", es una buena forma de entender cuanto de cierre, cuanto de final de sueño tuvo el nazismo, y no solo para el pueblo judío. No digo que sea cierta, digo que abre puertas para entender ese efecto de clausura.

Oscar Cuervo dijo...

Daniel:
por ahora una sola cosa (despejando los items en los que podemos estar de acuerdo):
Decís:
"Dos, sigo creyendo que en la sociedad argentina no pasó nada con las voladuras de la embajada de Israel y la AMIA. Creo que tuvo impacto en un sector menor de la sociedad y que además los sucesivos gobiernos (con la excepción del actual) han practicado una especie de extraño negacionismo al respecto. No me parece muy apropiado tu parangón con el camino hacia la verdad y la justicia respecto de los crímenes de la dictadura".
No me queda claro por qué no te resulta adecuado el parangón. En realidad ni siquiera se trata de un parangón: estamos hablando en todos los casos de las dificultades que ha tenido (desde siempre) el sistema judicial argentino para que los grandes crímenes no queden impunes. Decime: ¿qué porcentaje de los crímenes que involucran a sectores de poder en Argentina han encontrado una sanción judicial: ¿contrabando de armas? ¿la voladura de Río Tercero? ¿se juzgó alguna vez a los que bomardearon la plaza de mayo en el 55? ¿qué porcentaje de los represores de la última dictadura han sido condenados? ¿Existen las condiciones para juzgar el grave atropello a la libertad de circular que ocasionó el lock out patronal campestre del año pasado? ¿Qué se esclareció de la muerte de Carlitos Jr? Y en menor escala: ¿se resolvieron los crímenes de María Martha o de Nora Dalmasso, en los cuales hay sospechas de que estarían involucrados sectores de poder? ¿Se terminó de entender qué pasó con el caso Cabezas y Yabrán?
Con esto quiero decir que la irresolución de las grandes causas judiciales es una constante histórica de la Argentina contemporánea. No veo un componente antisemita en que la voladura de la Amia y la Embajada tampoco hayan llegado a una resolución juridica. Es un problema estructural de la justicia argentina y no me parece que haya que acudir a una hipótesis de antisemitismo para explicarlo.
Y también hay que tener en cuenta que la causa que investiga los atentados está embarrada por la intervencion de poderes internacionales que presionan para que la investigación se centre en la hipótesis iraní. Es la hipótesis de los Estados Unidos e Israel. Hay investigadores independientes que sostienen que esa hipótesis es cuestionable y que la presión para encaminarla por ese lado tiene que ver con conveniencia de la politica exterior de los países mencionados.
Hay incluso sectores que se desprendieron de Memoria Activa que no están dispuestos a suscribir que la investigación se reduzca a esta hipótesis. Si estas investigaciones están trabadas se puede explicar por estos tironeos entre diversos intereses, combinados con la ausencia de inteligencia confiable en la Argentina. Es una injustiica atribuir este nudo de intereses a la hipótesis de que la sociedad argentina es antisemita. Me parece una hipótesis innecesaria.
Lo que juega definitvamente en contra de el factor antisemita en la irresolución judicial de los atentados es algo que vos señalaste en un mensjae como al pasar: acá existe una comunidad judía numerosa que por décadas ha convivido pacíficamente con otras comunidades, sin que se hayan producido nunca atentados ni remotamente similares a los de la AMIA y la Embajada en los 90. Si el factor antisemita fuera de peso: ¿por qué los actos terroristas se han limitado a estos dos en toda la historia argentina, encuadrados en un contexto internacional que los vincula a factores externos?
Con esto no quiero decir que no existan antisemitas en Argentina, sino que no me parece justo caracterizar a la sociedad argentina de antisemita y dar eso como explicación de la falta de solución judicial de los atentados.
saludos

Anónimo dijo...

Uso político del antisemitismo

Por Ezequiel Adamovsky *

En estos días representantes de la comunidad judía han denunciado un supuesto brote antisemita en Argentina. Que el antisemitismo existe y debe ser combatido, no cabe ninguna duda. Pero no ayuda a ello el uso político que de este tema realizan quienes apoyan las políticas israelíes. El mote de “antisemita” se viene usando con creciente intensidad con la sola finalidad de silenciar a aquellos que se atreven a criticar las injusticias que el estado de Israel viene cometiendo contra los palestinos. Son, sin embargo, cada vez más los judíos que comprenden que el legado cultural milenario de un pueblo no puede atarse a los intereses de un estado militarista.

Prominentes intelectuales como Naomi Klein vienen denunciando un nuevo “apartheid” contra los palestinos y llamando a un boicot contra Israel. Incluso rabinos y soldados israelíes han hecho pública su oposición. Pero además se han hecho oír voces de hartazgo frente a la manipulación de la denuncia “antisemita” y de la memoria del Holocausto. Sir Gerald Kaufman, miembro del Parlamento británico, se quejó públicamente de que el gobierno israelí “explota cínicamente el sentimiento de culpa que hay entre los cristianos por la masacre de judíos durante el Holocausto”, con el solo fin de “justificar el asesinato de palestinos”. Su voz se suma a la de otros, como la del filósofo Michael Neumann, que viene protestando por lo mismo desde hace años. Para Neumann resulta un “escándalo” la atención que recibe el problema del antisemitismo en relación con otras formas de racismo de igual o mayor importancia. Más aún, opina que, teniendo en cuenta que quienes defienden la causa israelí sistemáticamente la relacionan con la identidad judía, no es sino comprensible que haya reacciones antijudías como parte del rechazo de la política del sionismo. Tanto Kaufman como Neumann son descendientes de víctimas del nazismo. En Argentina son varios los que alzaron su voz contra el uso político de la memoria de los sufrimientos del pueblo judío. Entre otros, lo hizo Laura Ginsberg, familiar de una víctima del atentado a la AMIA.

Es preciso reconocer que la forma más preocupante y extendida de discriminación a nivel global no es hoy la que afecta a los judíos. Los árabes y musulmanes vienen siendo objeto de ataques de odio racial en numerosos países. Los prejuicios antimusulmanes son moneda corriente en la cultura de masas (basta ver la cantidad de films en los que se los relaciona con la irracionalidad y el terrorismo). El racismo antiárabe está arraigado en la propia sociedad israelí. Como informó la BBC en 2007, encuestas llevadas a cabo entre jóvenes de ese país mostraron que un 75% opinaba que los árabes eran menos inteligentes y más “sucios” que otros pueblos.

Indudablemente, la tolerancia que la opinión pública internacional viene mostrando frente a las sistemáticas violaciones de derechos humanos que afectan a musulmanes se explica en buena medida por esos prejuicios. En el mundo de Guantánamo y Abu Ghraib, de las cárceles clandestinas de la CIA en Europa y del fósforo blanco cayendo sobre niños en Palestina, combatir el racismo antiárabe debería aparecer como la prioridad principal para cualquier persona justa. El odio contra árabes y musulmanes es el nuevo antisemitismo.

* Historiador, profesor de la UBA, investigador del Conicet

Anónimo dijo...

Sería interesante escribir la propia, y no copiar y pegar. Mucho más si se trata de cosas españolas que me obligan a leer la palabra "gachupines".
Por lo demás, la analogía entre nazis e israelíes parte de la propia boca de los gobernantes sionistas, como se puede ver en el enlace, y corroborar en la web: durante la invasión a Gaza de marzo de 2008, que dejó 125 palestinos muertos, el viceministro de Defensa israelí declaró que “si continúa el lanzamiento de misiles por parte de Hamas, habrá una ‘Shoah’ peor que la conocida”.
Sí: usó la palabra “shoah”; se manifestó como un posible perpetrador de otra “shoah”…

En ese sentido, hoy la vi a Lubertino con el tartamudeante Tenembaum (que la interrumpió para preguntar “¿quién es Beica?”), y decía que no se puede equiparar la cruz esvástica con la estrella de David. ¿Me pregunto si también será un delito equiparar la bandera alemana que tenía la cruz esvástica con la bandera israelí, que tiene la estrella de David?
Y si quemo una bandera escocesa, o griega, o sueca, que tienen cruces, ¿también seré un delincuente?
¿Y si quemo una bandera vaticana? ¿Y si lo hago para repudiar a Williamson?
Es tan evidente (para mí) que el uso de la esvástica no es para reivindicar el nazismo, sino para tomarlo como paradigma de los masacradores, y equiparar a estos masacradores con aquellos (como podría hacerse con el neozar Putin o con los masacradores de ese lugar fuera del mundo llamado África, por ej.). Pero no se puede. Y como la vida de un palestino equivale a la de cien israelíes, ¿habrá que esperar que los israelíes maten 600 millones de palestinos, de árabes, de musulmanes, para que se pueda?
Es tan grosera la movida de estos sujetos (¿se puede decir "lobby sionista"?), se tergiversa el escrache a Elsztain, para Clarín una foto que dice "sionistas asesinos" es un ejemplo de "antisemitismo"...
Y si sacan esa ley de la que hablan, según la cual será delito negar el Holocausto y el genocidio que padeció el pueblo armenio, sería bueno que no se olviden, entre otros, de los negaSionistas que niegan la Catástrofe palestina, e impunemente dicen, y repiten, que Israel se creó en el desierto. ¡Mierda!, era, como el de Julio A. Roca, un desierto habitado, porque, si era un desierto, ¿cómo es que hubo casi un millón de refugiados? ¿De dónde salieron? ¿Llegaron después?

Lo único que falta es que el anónimo que postea desde España copie y pegue algo de Pilar RAhola.

PD: Parece una tontera repetirlo, pero me molesta que se apropien del concepto de “semitas”: los árabes SON SEMITAS.

Oscar Cuervo dijo...

"Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra".
¿Cómo? ¿no estaba desierta Palestina antes de la fundación de Israel?

Anónimo dijo...

Hola Oscar: yo no soy historiadora ni filósofa, no se si tengo la autoridad o la altura para intervenir en este debate pero no puedo quedarme en silencio, frente a lo que me parece una barbarie social, acaso es necesario matar a mas de UNO, niño anciano mujer o varón para reconocer la intención de matar?,qué ícono puede amortajar a un niño que con su sangre riega un desierto de humanidad que nunca estuvo habitado?
Tu pregunta ironiza con justicia y tus palabras no arman un show si fuera así, mirá la CNN internacional mas seguido a ver si aprendés lo que es un verdadero SHow...
Buenísima! LA OTRA cada vez me gusta mas, siempre leo el blog ...pero no me animaba a escrivir mi opinión, saludos!! Luisa