por Oscar A. Cuervo
La Neige au village: joyita porque dura sólo 49 minutos, pero en realidad un film perfecto. Ojalá muchos directores se animaran a tomarse el tiempo exacto para que sus películas ganaran en precisión, intensidad y sugestión al renunciar al estiramiento que a veces arruina una idea cuando se la lleva a largometraje. Aquí se trata, una vez más, del deseo de una tarde de verano en una ciudad de provincia francesa. Uno no puede evitar acordarse del Guerin de En la ciudad de Sylvia, sobre cuyos pasos parece transitar el joven Martin Rit. Ese mismo aire estival que despierta un deseo inquietante, ganas de ir detrás de una historia posible, angustia de la posibilidad, deseo de perseguir el deseo, sin saber a dónde conduce. A sigue a B, C sigue a A; y luego B sigue a A, que sigue a... Las diversas posibilidades del triángulo. A diferencia de Guerín, aquí no se va tras la Mujer que hay en cada una de Ellas, la cosa no está tan formateada, es, digamos, un deseo polimorfo. Paradójicamente, lo que este deseo tiene de errático, el film de Rit lo gana en concisión. Su estructura es más perfecta que la un tanto irregular de la película de Guerín. Rit sabe que una vez expuesto el laberinto del deseo (A, B, C y el propio espectador siguiéndolos siguiéndose) no hace falta insistir: uno ya cayó en el laberinto y sale del cine buscando seguir a alguien.
Yo creo que esta película no debería perdérsela nadie que desee desear. (Y todavía hay tiempo: ver las funciones que quedan acá).