por Esther Díaz
En “Esperando a los bárbaros”, Constantino Kavafis se pregunta qué aguardan tantas personas reunidas uno y otro día en el fórum. Esperan a los bárbaros. Los legisladores están expectantes, permanecen sin legislar. De nada valdría diseñar leyes si los bárbaros, cuando lleguen, impondrán las suyas. Los bárbaros finalmente llegaron y trajeron sus bufones y sus leyes. Ciertos bufones alguna vez estudiaron filosofía y hoy hacen reír negando el pensamiento cuestionador -en el que se formaron- para que sus amos, de vez en cuando, les tiren un huesito (sabido es que los poderosos, si son ignorantes y autoritarios, no quieren que sus subordinados piensen). Otros bufones alguna vez estudiaron ciencia y ahora denostan aquello que les permitió ocupar altos cargos. Pero en última instancia, ¿qué se puede esperar de bufones oportunistas y arribistas? ¿Qué se puede esperar de los circunflejos del burgués gentilhombre (que, como el de Molière, es millonario en dinero pero paupérrimo en cultura)? En cuanto a las leyes, es fácil resumirlas. Se invierte el principio de Robin Hood. Roban a los pobres para darle a los ricos. Retomando nuevamente a Kavafis: ¿por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia? Porque hoy llegan los bárbaros que odian la retórica y los largos discursos.