A Mirtha Legrand en su cena del sábado en Olivos se le escapó la palabra "derrumbe" para referirse a la crisis autoinfligida en la que se debate el gobierno macrista desde hace varios meses. Mejor dicho: es muy probable que no se le haya escapado. No estamos hablando de la farándula ni de furcios televisivos, sino de alguien que se mantuvo en la cresta de la ola en la sociedad argentina desde hace bastante más que medio siglo. Uno puede pensar todo lo mal que quiera de Mirtha Legrand y de las posiciones políticas que fue asumiendo. Pero ella vio pasar a Perón, Aramburu, Frondizi, Illía, Onganía, Lanusse, Cámpora, Perón, Isabel. Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De La Rúa, etc., etc., Néstor, Cristina y el gato, mientras su capacidad para conectar con audiencias masivas no solo se mantuvo, sino que fue creciendo. Es imposible que le falte astucia, así que hay que creerle cuando dice que ayudó a que gane el gato, tanto como cuando lo chucea "no se me haga el cocorito" o los reta "ustedes no ven la realidad". Así que es difícil que se le escape la palabra "derrumbe".
La nota de ayer de Ricardo Roa en Clarín, "Mirtha Legrand, la desilusionada",está escrita por alguien cuya visibilidad e influencia dependen del dedo de Magnetto; no es el caso de Legrand. Puede haber una lucha intestina entre Magnetto y Mirtha para definir quién sintoniza mejor y antes con el humor social dominante en las clases medias urbanas, lo que luego se propaga hacia el resto de la sociedad. Pero una sola pregunta de ella -"¿cuál es la jubilación mínima?"- tiene para el reforzado blindaje que protege a macri un efecto más nocivo que un millón de horas de Roberto Navarro gritando a cámara. Y al Grupo Clarín no le alcanzarán varios meses de todas sus señales operando full time para reparar el daño causado en esos 5 segundos: la cara del gato al haber sido pescado en falta, su abatatamiento y su incapacidad insalvable para responder a esa sencilla pregunta fuera del coaching.
Mirtha fue contratada por Magnetto como parte de su estrategia para voltear a Cristina (no lo lograron), pero Mirtha no depende del gato ni de Magnetto. Tiene autonomía y se apresta a sobrevivir al derrumbe. Lo de Ricardo Roa de ayer no es una "columna de opinión" sino una manifestación del malestar que en el Grupo causa la evidencia de que alguno de sus contratados no se adecuen a los ritmos de negociación del jefe. Clarín va a abandonar al gato en el momento en el que el costo de descrédito frente a sus audiencias sea más alto que los negocios que aún puede arrancarle. No es sostenible en el tiempo que Clarín se resigne a sintonizar con el núcleo duro del macrismo: está obligado a apuntar a una base social más amplia. Y la felpeada de Mirtha dolió por lo poco que a ella le costó consumarla, precisamente porque sus dardos alcanzan al corazón del cualunquismo que el régimen cree tener atado. Sencillamente: el presidente es humillado en público en una señal amiga, por no saber cuánto gana un jubilado.
Algó falló en la estrategia de marketing: justo en ese tema en el que el macrismo cree que nunca se le puede escapar la tortuga. Una conversación con Mirtha no es lo mismo que una conversación con Susana. La figura de la esposa presidencial como parte de ese triángulo impresiona por su absoluta inconsistencia discursiva y gestual, en comparación con esta anciana de 90 que no necesita a Durán Barba ni ningún troll center para conectarse con el humor social. Pero un equipo de expertos de comunicación no debería desconocer quién es Mirtha. En este sentido, el error del equipo es comparable al de Lopérfido al llevar a De La Rúa a conversar con Tinelli. Hay una fracción de segundo en el que las cámaras captan la cruda verdad.
Lo que sucedió el sábado a la noche es lo que viene sucediendo desde hace varios meses, pero ahora de modo fulminante. Como dijo bien Mirtha: el derrumbe. De una construcción imaginaria que se hizo con materiales de diversa procedencia. 2016 fue el año en que el gato estuvo blindado por Clarín, gran parte del PJ y la CGT, el episcopado y gran parte del Poder Judicial. Pocas veces en la historia argentina los factores del poder se alinearon para sostener un proyecto político como en esta ocasión. No se trata del gobierno del PRO, sino del gobierno de las clases dominantes. Las contingencias de la historia hicieron que quien quedara a la cabeza de este régimen fuera mauricio macri. Por astuto e infalible que sea su equipo de asesores (aunque se acaba de demostrar que no lo es), por maciza que sea la coalición social que lo gobierna, en el sistema presidencial que rige a la Argentina el que queda expuesto es el titular del ejecutivo. Y las exposiciones a las que está sometido nos están mostrando una realidad asombrosamente precaria. Por lo tanto, está destinado a dilapidar con mucha rapidez el poder político que las elecciones de 2015 le otorgaron: el derrumbe. Mirtha lo dijo. El triunvigato de la CGT lo entendió en contacto con sus propias bases hace dos semanas.
Pero no todo es estrategia comunicacional. Menem no necesitaba de tanta sobrevida asistida; Cristina los tuvo siempre en contra. No solo se trata de cómo comunicar sino qué es lo que hay para comunicar (o impedir que se comunique). El proyecto político que se quiere llevar a cabo. Carlos Pagni lo está diciendo en sus columnas: si a macri le va bien, hay sectores de "la economía" que van a morir. Cuando Pagni dice "sectores de la economía" hay que pensar en lo que Cavallo llamaba "provincias inviables": están hablando de millones de personas. 2016 fue también el año en que algunos formadores de opinión del progresismo cool se sintieron colegas de Pagni y compartieron amables charlas, llenas de guiños y sarcasmos refinados. Estos formadores llegaron a postular que no estaba gobernando la vieja derecha, que se trataba de algo nuevo. Es obvio: que el macrismo llegó por el voto popular, pero el voto no es un dato suficiente para determinar la estrategia del proyecto. En 16 meses hubo tiempo de sobra para avivarse de que esta nueva derecha es moy parecida a la fea vieja derecha. Su único plan es bajar los salarios, crear un ejército de desocupados y reprimarizar la economía. El manejo de twitter no alcanza a establecer una diferencia cualitativa en el proyecto. Del otro lado está el pueblo argentino, que tampoco es tan nuevo. Hay una tradición de resistencia y movilización ante el ajuste que no inventaron Néstor ni Cristina. Ni nació en las asambleas barriales de 2001. Entonces, la predicción del corrimiento desde "los extremos" (?) hacia "la moderación" que sobrevendría al terminar el mandato de Cristina fue rápidamente falsada.
Dos o tres datos de hoy refutan la "novedad" de la derecha y su "moderación": macri trata de encarar el conflicto salarial con los docentes despreciando torpemente a la escuela pública, nada menos, una de las claves de la historia nacional desde sus mismo cimientos. Patricia Bullrich, otro personaje tradicional de nuestra historia, sale a respaldar la (falta de) firmeza del gobierno diciendo "Vamos a actuar y puede haber consecuencias, pero no significa que vaya a haber un muerto". Y Elisa Carrió, servicial, acusa a los manifestantes de estas semanas de querer desestabilizar al gobierno y suplica: "no hay que reprimir, porque están buscando muertos". El derrumbe y los muertos: un clásico nacional.
La cárcel de Milagro Sala fue el intento temprano de disciplinar la protesta social. No funcionó. El blindaje alrededor de la precaria figura presidencial duró un año. Las amenazas de encarcelar a Cristina perdieron eficacia por dos motivos: cada vez que amenazan sin llevarlo a cabo, enardecen más a su núcleo duro, pero a la vez recelan que meterla presa funcione como un baldazo de querosén para aplacar las llamas. Hoy una torpeza asombrosa los lanzó a demonizar a los docentes, creyendo que podría ser tan fácil como demonizar a Luis D'Elía o a la Morsa.
Un país en guerra contra las maestras es inviable. El enemigo se está equivocando y en estos casos es conveniente no interrumpirlo.
El mayor peligro: que el derrumbe produzca "nuevas muertes".
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