Fotos: M.A.f.I.A
Las multitudes movilizadas en la protesta callejera de estos primeros 26 días de marzo están organizadas, con reclamos concretos, identidad política e historia. No es una cuestión de optimismo. La cuestión es más objetiva: estas tremendas movilizaciones (cinco en una quincena), todas distintas, todas opositoras, rompieron la inercia pasiva del primer año macrista, que contó con un despliegue mediático e institucional formidable pero encuentra una calle adversa a pesar de todo. Las multitudes movilizadas le marcaron la cancha no solo al gobierno sino a quienes quieran postularse como oposición. Le marcaron un límite a la rosca cegetista, la única de las cinco marchas donde las bases desbordaron a sus convocantes.
En un debate, alguien pregunta si este marzo con un millón de personas en la calle se parece al fenómeno de los indignados españoles. Absolutamente no. Expresan una oposición política, no indignada, y con tradiciones políticas previas a las que siempre se retorna. Es la sociedad civil que marca no una indignación espontánea sino una conciencia histórica. Eso está muy claro para los que hayamos ido a algunas de todas las que se hicieron: alegría, espíritu combativo y conciencia de qué se quiere. Nada de antipolítica ni de "que se vayan todos". Son cinco goles en el arco contrario. Condición necesaria pero no suficiente para que las cosas empiecen a cambiar. Si pasa algo positivo, no se puede sino celebrar esa movilización organizada. Un sector que se hace sentir en el país, al que los propios medios del régimen no pueden ocultar, pero sobre el que tratan imprimir un significado que sea más aceptable para ellos, como señalar "enfrentamientos" entre los organismos de DDHH (siempre existieron y no impidieron las extraordinarias conquistas históricas conseguidas en 40 años), notas de color sobre si fue Aníbal Fernández o qué le dijo Hebe a Estela, o "desmanes" que no existieron en el acto de la CGT. Estas micro escenas son el modo de narrar las movilizaciones de la prensa amarilla. Los movilizados saben lo que quieren y saben quién es el enemigo.
En conversaciones posteriores algunos "se preocupan" por la posibilidad de que no todos los movilizados sean kirchneristas. Al contrario: el hecho de que no todos lo sean es un punto a favor de las marchas. El crecimiento de la izquierda trosquista, por ejemplo, es una buena noticia. Hay unidad en la acción, que es mucho más significativa que un rejunte electoral. Una izquierda en crecimiento también marca un límite para la rosca de la burocracia sindical: las bases descontentas pueden ser conquistadas por sindicatos de base si la burocracia se pasa de rosca. Creo que al régimen le preocupa esa perspectiva. Ejemplo: AGR Clarín.
Que no todos los movilizados sean kirchneristas (postulemos que la mitad no lo es o no sabe que lo es) desmiente el verso del régimen de que es una movida K destituyente. Desmiente a la cúpula cegetista que dice que fue corrida por un grupúsculo de infiltrados,cuando solo fue que sus propias bases le exigían paro. Es bueno que la sociedad civil en su conjunto se manifieste con diversas identidades políticas, oponiéndose a la política macrista, no respondiendo al "mandato de una conducción". Es al revés: las bases les piden a sus conducciones que se pongan a la altura.
En conversaciones en las que participo preguntan si Cristina conduce o está claramente corriéndose del rol de conductora. No sería inteligente ni conveniente que en este incipiente descontento social ella tuviera que salir a convocar ni decir "yo conduzco". El "vamos a volver" salió espontáneamente desde abajo en varias de las marchas, lo que significa que hay un buen porcentaje que se siente kirchnerista y sabe quién lo conduce. E incluso hay un kirchnerismo cultural (producto de 12 años de avances en la organización popular) que no se identifica como K pero se mueve en la misma dirección.
También escuché a amigos preocupados por quién puede capitalizar este estado de movilización. Esta especulación se ubica involuntariamente en la lógica que quieren superponer los analistas de la derecha: la movilización popular es un bien en sí mismo y no depende de una capitalización posterior. El final de la marcha del 7 de la CGT demuestra que las bases le ponen límites a los que intenten capitalizar. No pueden hacer cualquier cosa ni se van a encolumnar detrás de quien no se oponga claramente. Los sectores sociales movilizados y organizados en torno a identidades políticas definidas previamente son el requisito para que las cosas cambien.
Algunos amigos se rebanan los sesos pensando en cómo se traducen estas movilizaciones en candidaturas electorales. La cuestión de las candidaturas y las elecciones es superestructural, viene después y no antes de la movilización popular. Si no todos son kirchneristas, mejor: eso significa que sectores que votaron a macri están protestando, lo cual es mucho mejor que si solo se movilizaran los kirchneristas: significa que por abajo hay movimiento que los dirigentes no representan (la cgt, el massismo, el Evítala, Randazzo (?), por ejemplo). La obsesión por las alquimias electorales lleva a perderse en los meandros de la táctica (cosa que hacen el massismo, la cgt y los analistas de derecha) y no ver los significados estratégicos del pueblo movilizado. Con este nivel de organización y conciencia política, aún ganando las elecciones, el gobierno del ajuste está complicado. Yo no afirmo "vamos a ganar", sino critico a quien traduce el significado de estas movilizaciones en el sintagma "vamos a perder". Me parece una lectura sorprendentemente desligada de la realidad.
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