Cuando un sistema entra en crisis no para de emitir señales disfuncionales. Esta semana terminó la quietud cambiaria a pesar de las desorbitantes tasas de interés que intentan secar la plaza de pesos. Algunos adjudican el comienzo de esta nueva corrida cambiaria -las corridas se sabe cuándo empiezan pero no cuando terminan, me dijo hace casi un año Mariano Kestelboim- a la preocupación que generó en los mercados internacionales el patético discurso de macri ante la Asamblea Legislativa. Otros dicen que la devaluación del peso y la fuga de dólares son sistémicas: el esquema económico impuesto por el FMI no es sostenible en plazos medianos y sólo funciona como un precario dique que va agrietándose. Las "consultoras de la city" empiezan la rutina de corregir los pronósticos de inflación anual, para arriba, naturalmente. Va a ser mayor que la que anunciaron hace tres meses. Otra vez. Estos predictores no describen posibilidades, existen para crear expectativas favorables al sistema para el que trabajan. No son observadores: son operadores.
Pero en las últimas semanas las rajaduras del macrismo aparecen por uno y otro lado. Los propios medios corporativos que operaron para desinformar a la población durante los primeros tres años del régimen muestran en tiempo real sus signos de disgregación. Ningún otro ejemplo condensa mejor esta descomposición que el espionaje entre diversos alcahuetes del régimen en la mesa tóxica conducida por Fantino. Cuando un sistema de ocultamiento y distracción de la población se impone de manera tan monolítica contra la experiencia de la realidad, el desplome va a resultar muy estruendoso. Es previsible que, a medida que la bronca popular crezca, los operadores mediáticos del régimen queden expuestos a la luz del día, como Drácula en el final de la película.
Hoy es la primera de una sucesión de jornadas electorales que van a funcionar como test parciales de la suerte electoral del macrismo. Previsiblemente ya se multiplican las denuncias de fraude en favor del oficialista MPN. Es bueno que empiecen con un fraude desde el principio, porque nos muestran las cartas con que van a jugar.
Leyendo algunos libros que narraban la genealogía del PRO, lo que más se destacó fue siempre el diseño de su imagen, encomendado a profesionales del engaño. Hoy los signos de herrumbre de estos íconos es trasmitido en vivo, involuntariamente, claro, por los propios medios oficiales. Los movileros de TN la pasan mal cada vez que cubren alguna protesta callejera y desde el piso se intenta recomponer al instante la ilusión que construyen constantemente desde los estudios. Los que están en estudios empiezan a preocuparse por su propia exposición, cuando ya no estén en el cobijo de su jaula de cristal.
Yo lo llamo el poder irresistible de la verdad. Justo cuando en la filosofía mainstream nos explican que la verdad no existe.
Si uno es capaz de recordar el clima social más allá de la imposición de pantallas fugaces, no puede haber olvidado la percepción de diciembre de 2015, cuando el mensaje del poder era que el problema de los Argentina eran los panelistas de 678, los ñoquis de la Cámpora o los militantes kirchneristas. El último spot publicitario que salió de las usinas de Durán Barba y Marcos Peña dice que el problema de la Argentina son los argentinos. Esta progresión no parece poder seguir extendiéndose en términos publicitarios. ¿Qué vendría después?
Quizás sea Rodríguez Larreta el dirigente más sigiloso y menos propenso a la exposición riesgosa de Cambiemos -en contraste con los desquicios de carrió o el propio macri-. Pero la calle ya se ha vuelto adversa también para él. La única diferencia es que él encara una distribución de la pauta oficial que hace que ni siquiera los medios críticos lo pongan en evidencia. En el cierre del carnaval porteño, en el corso de Avenida de Mayo donde Larreta invirtió millones de pesos, la murga los Chiflados de Boedo le recordó que no hay ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos.
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