por Lidia Ferrari
Inmediatamente antes de su asesinato en 1975 Pasolini escribe una serie de notas polémicas en diarios de la época. Épocas antiguas en las que los diarios de circulación masiva producían interesantísimos debates intelectuales. Se ocupa de ese nuevo fascismo que emergía en los jóvenes de los años ’70 y hace un contrapunto con lo que denomina el fascismo “normal”, el de la sociedad de consumo capitalista que producirá una mutación antropológica de los italianos.
Para Pasolini siempre fue posible distinguir entre diferentes culturas en Italia, pero esas culturas cedieron a la homologación de la sociedad de consumo, realizando el sueño interclasista. Dirá que ese nuevo poder no es fácil de reconocer y no está ni en el Vaticano, ni en las fuerzas armadas, ni en los potentes democristianos, ni tampoco en la gran industria italiana. Ese nuevo poder tiene rasgos modernos de una falsa tolerancia. Para Pasolini este nuevo poder capitalista es en realidad una forma “total” de fascismo porque ha homogeneizado culturalmente a Italia.
En 1974 concluye una nota que titula “El poder sin rostro” diciendo: “Porque el viejo fascismo, aunque más no sea a través de la degeneración retórica, distinguía: mientras el nuevo fascismo no distingue más: no es humanísticamente retórico, es americanamente pragmático. Su fin es la reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo”.
La reacción de diversos intelectuales fue inmediata. Lo acusaron de añorar el pasado rural de Italia. Pasolini los despacha a leer a Gramsci y a ver sus propias películas. Lo que le interesa es afirmar que el centro cultural del consumo ha destruido la diversidad de culturas a escala mundial y esto supone, para Pasolini, “el nuevo y más represivo totalitarismo que nunca se haya visto”. Como Italo Calvino había escrito que no conocía a los jóvenes fascistas ni querría conocerlos, Pasolini le dice que su respuesta es muy desafortunada, por dos razones. Primero porque no reconocería a un joven fascista de uno que no lo es, pero, sobre todo, le propone lo acertado que sería encontrar a alguno de estos jóvenes fascistas pues ellos “no son los fatales y predestinados representantes del Mal: no nacieron para ser fascistas. Nadie […] les puso de manera racista la marca de fascistas. Es una atroz forma de desesperación y neurosis que empuja un joven a una tal elección; y quizás habría bastado una sola pequeña diversa experiencia en su vida, un solo simple encuentro, para que su destino fuera diverso”. Un Pasolini lúcido y sensible que nos explica el terrible error que se comete cuando se hace sustancia del ser de un sujeto.
Me detengo en estas palabras de Pasolini porque considero que nos ayudan a pensar el momento presente y a no practicar el mote de fascista livianamente.
Comenta el filme Fascista de Luca Naldini, hecho con imágenes de archivo de la época de Mussolini y dice que hay que verla para constatar que esa gente ya no existe más. Pasolini, tan sensible a los rostros humanos, nos dice:
“Basta un instante de posar tus ojos en esos rostros para ver que esa multitud ya no existe más, que están muertos, que están enterrados, que son nuestros abuelos. Esto es suficiente para comprender que el fascismo no se repetirá de nuevo. Es por eso por lo que una buena parte del antifascismo de hoy, o al menos lo que se llama antifascismo, o es ingenuo y estúpido o pretencioso y de mala fe: porque libra batalla o pretende dar batalla a un fenómeno arqueológico muerto y enterrado que ya no puede dar miedo a nadie. En resumen, un antifascismo cómodo y aplacado. Creo, lo creo profundamente, que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado demasiado bien “la sociedad de consumo”. Una definición que parece inofensiva, puramente indicativa. Pero no. Si uno observa bien la realidad y, sobre todo, si sabe leer en los objetos, en el paisaje, en lo urbano y, sobre todo, en los seres humanos, ve que los resultados de esta despreocupada sociedad de consumidores son la consecuencia de una dictadura, de un verdadero y propio fascismo”.
Para Pasolini la sociedad de consumo es el verdadero fascismo de los años ’70. En términos actuales hablaríamos de neoliberalismo. Todo el tiempo el periodismo publicitario y hasta intelectuales y políticos nos alertan sobre los fascistas redivivos. Esos espejos deformados de los fantoches fascistas de antaño podrían ser una coartada. La coartada para conducir una lucha antifascista que, si seguimos a Pasolini, esconde el vero fascismo en ese neoliberalismo cuyo rostro cambia, muda, se transforma hasta ofrecernos su mejor rostro: el rostro que más te guste, mientras su verdadero rostro, si lo tuviera, perpetra tropelías que conducen a lo peor.
(Hasta aquí un fragmento de mi texto ‘Jorge Alemán y Pasolini contra el retorno de los demonios’, publicado en la revista #LacanEmancipa el 5/07/2019, que se puede leer completo acá).
En esta semana, después de haber visto en Italia en acción una caza de brujas sobre ciudadanos rusos y hasta una censura de un curso sobre Dostoievski en una universidad de Milán, procedimiento de censura que ha visto la aprobación de tanta gente, casi se podría pensar que se trata de un retorno fascistoide, de antiguo cuño. Sin embargo, se hace en nombre del ‘mundo libre’. ¿Qué pensaría Pasolini en estos tiempos?