La ética formal
Eduardo Gijón se aferraba a un argumento
sobre la excelencia de Clint Eastwood
como un náufrago a su breve tabla.
Batiendo los brazos en el agua fría
de su obstinación, antes de hundirse lo intentó:
"¡Lo que pasa es que ustedes se preocupan
del contenido y lo formal a mí solamente me interesa!".
Ahí Elena lo encañonó:
"Yo jamás,
jamás de los jamases
me ocupé del argumento
-y nunca hablé de moral
sino de ética subyacida en lo formal!".
Ernesto, su marido, simulaba
una semisiesta en el sofá.
Al día siguiente el sobrino Julio
cumplía cinco años. Ernesto,
del tedio atormentado en la infantil jarana,
se acuclilló de pronto y lo agarró
con sus grandes manos de los hombros:
"¿Sabes lo que dijo ayer la tía Elena?
¡Yo jamás, pero jamás jamás, me ocupo de los argumentos,
siempre practico la ética formal!"
Y le vendaron los ojos para la piñata.
Edgardo Dobry
Nota del editor: gracias a Carla Maglio
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