La marcha fue tan grande que dejó con gesto amargo a los trumperonistas y a los que se acomodaron a la idea de dejarse basurear por Papadas. Los que ayer anhelaban des-movilizar y quienes lamentan la movilización pretendieron escaparse por atajos esencialistas: que el mileísmo no es fascismo stricto sensu, que movilizar contra el fascismo implica no hacerlo contra el neoliberalismo o contra el partido demócrata o la socialdemocracia, como si invocando esos espantajos se pusieran automáticamente en el campo correcto, cuando lo único que nos propusieron fue no movilizarnos. La convocatoria antifascista fue pragmáticamente eficaz porque logró convocar a una multitud transversal, festiva, orgullosa de nuestra condición, a la que tanto se quiere doblegar. Salir a la calle a responderle con orgullo al que nos dijo que nos va a perseguir hasta el último rincón donde nos escondamos significa que no nos escondemos y que esperamos al autócrata en la calle que, después de todo, es nuestra.
Después aparece Esteban Schmidt (Parte de inteligencia 20): no quería la marcha, ni fue, él hubiera preferido que fuera minúscula, desprecia a los sectores que marcharon pero se arroga la potestad de aconsejarnos con qué consignas no habríamos tenido que convocarla. Schmidt nos alecciona acerca del peligro de movilizarse "contra" el fascismo porque milei "solo es loco" y "si gana las elecciones" con nuestras consignas sólo lo "empujaríamos hacia un fascismo real". Como si debiéramos ser cuidadosos al nombrar al opresor para no disgustarlo. Su trampa es olvidar que ya hemos sido agraviados, milei ya nos amenazó con persecución y exterminio: nuestro deber no es tranquilizar al opresor sino vencerlo.
¿A quién apoya el dispositivo hegemónico? Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Google), Elon Musk (X) y Tim Cook (Apple) en la asunción de Trump. ¿Algo más hegemónico? Los antiwoke argentinos pregonan que a Trump lo atacan los medios hegemónicos.
Cuando en 1979 veíamos en Apocalypse now al coronel Killgore decir "Me encanta el olor del napalm a la mañana. Huele a victoria" lo considerábamos una hipérbole con fines poéticos de un fascismo en retirada. Hoy Killgore parece refinado al lado de trump, musk o milei.
Mulholland Drive es un film cuya visión trastorna. * No se me ocurre una palabra mejor. Tiene elementos del cine de género: suspenso, noir, film de terror, thriller psicológico, musical. Hay rubias que parecen inocentes y morochas fatales. Hay celos, infidelidad, despecho, uno o varios asesinatos por encargo. Hay objetos que funcionan como indicios, que guían la pesquisa: un par de llaves, un cenicero, una caja azul de contenido misterioso, tazas de café. Pero Lynch no apela a estos códigos para tranquilizar al espectador diciéndole "mirá que se trata de un film de genero" o "disculpame los lugares comunes, la rutina, la falta de rigor, después de todo es un film de género". No: Lynch altera por dentro la función del suspenso, del thriller, del musical, del mcguffin, de las rubias y morochas, de los indicios, hasta lograr empujar al espectador hacia una zona viscosa y renuente a las palabras. Oscurá y húmeda como un beso de lengua
Cine y palabras: ¿hasta dónde el cine puede subordinarse al discurso verbal y hasta qué punto esto no es posible. Es que hay una vibración de la piel, brillos y sombras, texturas visuales y sonoras intraducibles a palabras. La "lectura" que se puede hacer de ellas es limitada, porque mientras tanto Lynch va socavando la tranquilidad de un espectador acostumbrado a "leer" un vocabulario conocido. Lynch trastorna la posición del espectador-lector, hasta hacerlo cuestionarse: "¿qué demonios estoy leyendo?". El cine no es lenguaje, sino "lenguaje", el espectador no lee, sino que "lee". (Solo es posible usar estos términos por analogía). Salí realmente nervioso de ver Mulholland Drive.
La vi cinco, diez veces y siempre vi a la gente saliendo perturbada, irritada; algunas funciones terminaron con risotadas y aplausos sarcásticos, típicos aplausos de espectadores despechados que no admiten que una película los supere. Parece que Lynch no se lleva bien con el hábito del espectador de cine. Esta demanda del cine como relato basa su fuerza en el deseo de todo espectador de "entender" de qué se trata una película. Y por lo común, el espectador supone que entiende la película si puede reconstruir con palabras la cadena de acontecimientos que vemos en la pantalla. ¿Y si una obra apuntara a cuestionar esta exigencia del espectador? ¿Si su autor planteara desafiar esta posición de los espectadores “lineales”? Si es eso, entonces la pantalla se vuelve un espejo en el que aparece la frustración de la inercia del espectador.
Si el espectador reconoce su inercia como tal, si acepta que toda película no tiene por qué acomodarse a ese hábito lineal, entonces la experiencia de mirar la película puede transformarse en otra cosa. No es la película la que falla, sino, en todo caso, la experiencia de ver la película hace aparecer una falla entre la película y el espectador. En el caso de Lynch, esa "falla" es el verdadero asunto de la película.
Yo creo que Mulholland Drive, al igual que Lost Highway, Twin Peaks o Blue Velvet ponen sobre el tapete el deseo infantil de que nos cuenten un cuento y a la vez la imposibilidad de contarlo. Lynch lo logra con la musicalidad envolvente de su banda sonora (en co-autoría con el extraordinario Angelo Badalamenti), en la que no solo las palabras, sino también el silencio, la vibración, los timbres (el grano de la voz de Rebeka del Río), la duración (las larguísimas notas del tema de amor), todo significa. Lo logra también con las texturas visuales: los colores brillantes, los contrastes, la tersura del terciopelo azul, el rouge en los labios de las actrices (y de los actores), la belleza como el comienzo del horror que somos capaces de soportar, el cuerpo en escorzo de ¿Diane? ¿Betty? que está muerta y pudriéndose o sólo durmiendo; el petirrojo que lleva en su pico un horrible insecto...
No creo que a nadie le suene raro si digo que Mulholland Drive es oscura, rabiosamente, una película romántica. Ni si digo que es una historia de amor, de celos, de locura y de muerte en el país de los sueños. Los que la vieron sin darse cuenta de que es una película de amor, no la entendieron. Los que se dieron cuenta saben que no se puede vivir sin verla un a y otra vez
¿Qué se siente en el club Silencio? La voz arrebatadora de Rebeka de Río, cantando "Crying".
* Esta nota fue originalmente publicada el 3 de noviembre de 2010.