miércoles, 21 de octubre de 2020

Nietzsche / Kierkegaard

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Filosofía y doctrina. Hay una discusión que atraviesa la historia de la filosofía acerca de si es preciso fijar una doctrina -¿es la filosofía una teoría?-, o si el pensamiento es otra cosa que puede soportar una tensión, un suspenso que no debe ser fijado en una doctrina. La línea dominante de la filosofía occidental optó por el mandato de que la filosofía se realice como doctrina, es decir: como un conjunto de afirmaciones teóricas que dan cuenta de la realidad de una forma racional y consistente. La filosofía así se "realiza", es decir: se cosifica. Pero ¿qué pasa si una tensión no está históricamente resuelta, si no se deja fijar como una masa doctrinaria? De ser así, toda doctrina filosófica manifiesta un odio hacia la verdad, porque prefiere las teorías aplacadas antes que las tensiones reales.

Kierkegaard era consciente de que la parte decisiva del pensamiento se juega en la comunicación: es decir en los recursos de su escritura y en los lectores posibles. Kierkegaard fue un pensador tenso, pero logró disponer sus tensiones en su dispositivo literario.

Nietzsche manifestó más de una vez con mucha claridad esa desconfianza hacia las doctrinas teóricas y supo detectar ese odio a la verdad que esconde la posición del teórico. Sin embargo, en otros momentos de su vida Nietzsche mismo se dejó tentar por la posibilidad de formular su propia doctrina, la del Eterno Retorno de lo Mismo, la de la Voluntad de Poder, la de la Transvaloración de los Valores. Conceptos que acuñó sin lograr despejarlos. Nombres para sus derrotas. De hecho, no pudo resolver cuál de esos conceptos se sobreponía al otro. Y, a pesar de que durante sus últimos meses de producción filosófica lo ganó una ansiedad incontenible por plasmar una "Obra Capital", el colapso que sufrió en 1889 le impidió llegar a formularla.

El problema de los postnietzscheanos es el deseo de matar esa tensión y fijarla en una doctrina. La tentación doctrinaria está en el propio Nietzsche, pero es su fracaso lo que todavía nos incita a pensar. (Ver Nietzsche Largo acá).

La tensión que le impidió formular una doctrina acabada no es un fracaso o, si lo es, es el fracaso virtuoso de la filosofía misma. Es una inconclusión fértil para nosotros. Si él piensa cuestiones que la época no resolvió y sigue sin hacerlo -el poder de la técnica, la verdad de la ciencia, la voluntad de poder-, si eso no está resuelto en el mundo, no puede estar resuelto en la filosofía. 

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