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viernes, 5 de noviembre de 2021

La gamificación de la vida

Imagen: Plastic Semiotic (Radu Jude)

ALGUNOS APORTES A UNA DISCUSIÓN AUSENTE

por Gustavo Postiglione

Murió el cine o murió el arte cinematográfico, ganó el mercado. Estoy atento a las convocatorias que suceden aquí, allá y en varias partes referidas a los nuevos universos que presenta el audiovisual o lo que antes llamábamos cine y televisión, hoy expandido en una serie de posibilidades que, si bien no son infinitas, permiten la producción y realización de obras que antes no nos hubiéramos imaginado. Términos: cine - transmedia - inmersivo - gamificación - plataformas, etc. Ya no se habla de obras, porque no son obras, son productos. Ganó la lógica del mercado en todo el abanico de posibilidades, inclusive en aquella industria que también se podía auto denominar arte: Cine: arte e industria, concepto que quedó perdido en las mentes de quienes hoy pueden dirigir los nuevos mercados de las denominadas nuevas narrativas. Hay cosas que comenzaron a cambiar hace un tiempo pero luego ese cambio uniformizó lo que llamamos industria de lo audiovisual en términos narrativos y estéticos. Empezando por festivales, encuentros y las tan mencionadas y deseadas plataformas digitales o de streaming. Para hacer una película o una serie y conseguir financiamiento internacional (o algunos fondos nacionales) es necesario someterse a varias pruebas, una de ellas es la del pitching, que es una exposición en unos pocos minutos de lo que se tiene pensado hacer de manera tal de convencer a un público -potenciales inversores- de que el proyecto es brillante y, por sobre todas las cosas, mejor que el que estuvo antes y el que va a venir después que cada uno haga su “defensa”. A veces este recurso está acompañado de imágenes o video tipo “adelanto” de lo que será, a ese adelanto se lo llama “teaser”, que es algo parecido al trailer de una película que no fue filmada. Estos son todos conceptos de mercado donde lo que importa es la capacidad de venta del producto, pero no la obra, porque en este sistema de seducción lo que seduce es un producto que pueda ser comprado para luego ser vendido y consumido por algo que antes llamábamos público o espectadores y ahora se denomina audiencia. Un poco al estilo de esa nueva política que dejó de hablar del pueblo para hablar de “la gente”. ¿Y el arte? El arte va por otro lado. No me imagino a Bergman haciendo un pitching  de Gritos y Susurros, a Tarkovski uno de Solaris, a Fellini uno de 8 y medio, a Casavettes uno de Opening Night o a Abbas Kiarostami uno de A Través de los Olivos. Seguramente, si esas películas dependieran de un pitching, jamás se habrían hecho. 

Hace unos días me metí via web a escuchar una charla del evento Pulsar que se desarrolla en Rosario y que tiene como objetivo generar encuentros alrededor de la industria audiovisual. En esa charla se hablaba acerca de los videojuegos, de lo que llaman gamificación, que entiendo que es un término castellanizado (gamer en inglés) y puesto en función de lo que los videojuegos representan hoy en el consumo de la sociedad. En un momento, uno de los asistentes a la charla hace una pregunta muy atinada acerca de qué sucede ahora en relación a las lecturas y la conexión con los pibes que consumen fundamentalmente una narrativa vinculada al video juego. Puso de ejemplo los relatos de Asimov y su trilogía que en décadas anteriores podía ser leída por una generación pero que quizás era ignorada por los chicos de la Play. La pregunta apuntaba a si quienes elaboraban los relatos gamer acaso no podían establecer un puente entre la cultura de la lectura literaria y la lectura implantada por esto de la gamificación. La respuesta del expositor, supuestamente un erudito en el tema, me pareció tan desatinada como agresiva para aquél que le hizo esa pregunta, que aparentaba ser un hombre con una idea romántica de la literatura y en su inquietud mencionó aparte de Asimov, a Borges, Cortazar y algunos más. Pero la respuesta fue muy contundente: “Yo no leo literatura” dijo quien daba la charla, "no me formé leyendo", aseveró, “a los sumo leí cómics”. El tipo se llama Ramiro Rodríguez y dirige la Carrera de Medios Audiovisuales de la Universidad de Rafaela y aseveró que su formación era netamente audiovisual, para concluir que hoy no hace falta leer porque los videojuegos en sus relatos, como aquellas nuevas narrativas que se dan a partir del audiovisual, reemplazan a la literatura. Y si no quedaba claro remató con un concepto netamente mercantilista: “si no podes resumir en muy pocas palabras lo que vas a contar, eso ya no sirve y no se puede vender”. Volvemos al pitching. Era un poco como decir "si haces trap, no tenés que saber quien es Miles Davis ni John Lennon". Lo que vale es el mercado y como a la literatura hay que dedicarle un tiempo que no tengo, es más práctico pensar a partir de lo que me genera el universo audiovisual, que aparentemente es un relato que no tiene conexión con lo literario, craso error que demuestra una ignorancia supina. ¿Se puede ser director de una carrera universitaria destinada a lo audiovisual y renegar de la literatura? Parece que sí. ¿Cómo se hace para escribir un guión? Sea para un videojuego, una película o una serie. ¿No hay que saber las reglas básicas de la escritura? ¿Y cómo se aprende a escribir? Se aprende a escribir conociendo reglas que se conocen en la propia lectura. Y el guión, si bien no es literatura, podemos decir que es un género literario. Volvemos al inicio, el cine murió, la obra murió, ganó el mercado.

En estos encuentros que son muy estimulantes y valiosos para conocer herramientas de producción, como así también la manera de crear nuevos relatos en términos de innovación técnica o entender como funcionan los mercados nacionales e internacionales, no parece discutirse el contenido de la obra, como tampoco la experimentación de los relatos por fuera del mercado. En un momento en que el conservadurismo avanza sobre los sectores más jóvenes, producto del desconocimiento o de la confusión de conceptos tan básicos como “libertad” u “opresión”, etc., etc., es preciso que en espacios como festivales, encuentros y foros de discusión se sumen el debate de ideas por fuera del mercado o como complemento del mercado. No todos los proyectos encajan en un proceso industrial de manera clásica y tradicional. Hay obras que se generan en los márgenes y que aportan a la construcción de la identidad de una nación o de una región, y que deben ser analizadas como parte de un concepto de producción tan importante como los demás. La propia dinámica digital y las nuevas narrativas se nutren de ese tipo de obras y son un aporte necesario a la construcción de nuestra identidad y soberanía audiovisual. ¿Por qué no se generan debates acerca de la soberanía audiovisual o de qué manera las leyes ayudan u obstruyen la construcción de esa soberanía? ¿Es más importante saber como vender una película en un mercado internacional que pensar de qué manera puedo quebrar la lógica de ese mercado, que me impone una manera de producir y hasta de comercializar? 

Desde hace unos años, el debate dentro de esta industria parece más preocupado por encontrar la llave para entrar a Netflix, Amazon, Star, Apple TV, etc., que de buscar -junto a las nuevas narrativas- nuevas maneras de abordar la realidad que a su vez no dependan de formatos pre-establecidos. En este sentido, quizás la lógica de la sociedad a nivel internacional y su corrimiento hacia el conservadurismo ha hecho que también los nuevos relatos, por más que se produzcan desde perspectivas tecnológicas y narrativas novedosas, no dejen de ser parte de un mismo producto y no de obras diversas. Por eso creo que hoy es más innovador el teatro o la literatura que, por más que algunos digan que mueren bajo la revolución digital, son las únicas experiencias artísticas que se mantienen como en su origen y siguen renovándose. Hoy se editan millones de libros en papel y esto se puede comprobar pegándose una vuelta por cualquier librería. Y el teatro sigue siendo una experiencia única y obviamente irrepetible, pero en la que encontramos muchas veces más novedad que en otras disciplinas. No recuerdo a ningún teatrero hablar de su obra como un producto, como sí recuerdo a más de uno o una vinculado al cine hablar de producto en lugar de obra. Y aunque esto parezca una tontería creo que no lo es. Porque se trata de una cuestión conceptual y hasta ideológica. ¿Qué quiero producir y para qué? Sería un buen título para un debate donde se confronten las varias ideas que pululan por aquí cerca.

(continuará) 

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