En 1986, a mis quince años, recibí como regalo Las doradas manzanas del sol.
El primer cuento que leí, "La Sirena".
Desde aquel día tengo intacto en la memoria ese impacto emocional, melancólico y profundo.
— Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: «Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a ti toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la brevedad de la vida».
Bradbury cuenta el origen de esa historia.
Un día, caminando con su esposa por la playa de Venice, California, vio la estructura abandonada de una montaña rusa y se dijo: ¿qué hace ese dinosaurio recostado en la arena?
Hace diez años armé un club de lectura de sus libros, El Club de la Salamandra. Nos reuníamos cada tanto y yo editaba los cuentos por separado para repartir y proponía algunas lecturas y búsquedas. Para uno de esos encuentros armé un powerpoint con la traducción de "La sirena", para tener la experiencia de una lectura colectiva. Tengo dos discos de lecturas de Ray Bradbury por él mismo. Uno de ellos, Fantastic tales (1979) tiene 14 de sus cuentos. Edité su lectura del cuento acompañándolo de la obra Waiting for Cousteau de Jean-Michel Jarre y, mientras escuchábamos el audio, yo iba pasando las placas del powerpoint de manera simultánea con la traducción. Tiempo después hice la experiencia en un video pero, sin la licencia correspondiente, fuera de mi computadora, el video se ve con la marca de Filmora que ahora es más grande que años atrás. Quizá retome el esfuerzo. [Link al cuento completo]
LA CANCIÓN DE YLLA
Inmediatamente después de Las doradas manzanas... vino la trilogía dorada: Crónicas Marcianas, El Hombre Ilustrado, Fahrenheit 451.
En la primera expedición de las Crónicas Marcianas, la presencia de los hombres de la tierra llega primero, antes que los cuerpos, como música.
Caía la tarde, y mientras se paseaba por entre las susurrantes columnas de lluvia, la señora K se puso a cantar. Repitió la canción, una y otra vez.
—¿Qué canción es ésa?, —le preguntó su marido, interrumpiéndola, mientras se acercaba para sentarse a la mesa de fuego.
La mujer alzó los ojos y sorprendida se llevó una mano a la boca.
—No sé.
El sol se ponía. La casa se cerraba, como una flor gigantesca. Un viento sopló entre las columnas de cristal. En la mesa de fuego, el radiante pozo de lava plateada se cubrió de burbujas. El viento movió el pelo rojizo de la señora K y le murmuró suavemente en los oídos. La señora K se quedó mirando en silencio, con ojos amarillos, húmedos y dulces al lejano y pálido fondo del mar, como si recordara algo.
—Drink to me with thine eyes, and I will pledge with mine (Brinda por mí con tus ojos y yo te prometeré con los míos) —cantó lenta y suavemente, en voz baja—. Or leave a kiss within the cup, and I’ll not ask for wine. (O deja
un beso en tu copa y no pediré vino).
Cerró los ojos y susurró moviendo muy levemente las manos. Era una canción muy hermosa.
—Nunca oí esa canción. ¿Es tuya?, —le preguntó el señor K mirándola fijamente.
—No. Sí… No sé —titubeó la mujer—. Ni siquiera comprendo las palabras. Son de otro idioma.
Ray Bradbury vino a la Argentina dos veces. La primera, en 2007, me la perdí, Cuidando a mi primer sobrino, en Longchamps, vi por tele que estaba en la Feria del Libro firmando libros y yo sin saberlo. Se fue emocionado, diciendo que fue una de las experiencias más maravillosas de su vida, por el afecto de la gente. La segunda, en 2006, otra vez en la Feria del Libro, pero ahora en una video-conferencia; ahí estuve. Me senté atento y emocionado de verlo. Nunca antes había escuchado o leído a Bradbury en primera persona. Luego de ese día volví a coleccionar sus libros y ahí sí empecé a tener libros con sus escritos en primera persona. Esa tarde descubrí que todas las cosas de las que él nos hablaba yo ya las sabía, y las sabía a través de sus cuentos.
Quisiera destacar tres cualidades que se encuentran en sus cuentos a través de tres personajes:
— La curiosidad en Cecy Elliot ("La Bruja de abril", Las Doradas manzanas del Sol).
— La imaginación en Fiorello Bodoni ("El Cohete", El Hombre Ilustrado).
— El cariño en Harrison Cooper ("Los últimos sacramentos", Más rápido que la vista).
Cecy es una brujita que tiene la facultad de meterse dentro de las cosas para saber qué se siente. Puede ser un perro, una paloma, un pétalo, un grillo o el rocío y vivir su experiencia. Un día, decide saber qué es enamorarse.
Fiorello Bodoni logra hacer un viaje inolvidable con sus hijos.
Una mañana, Harrison Cooper se despierta triste, melancólico, y al afeitarse ve por el espejo cómo se le cae una lágrima. Una visita le hace dar cuenta de que con su máquina del tiempo puede hacer viajes a momentos históricos, ahí cae en el por qué de su estado de ánimo y decide visitar a tres de sus escritores favoritos que murieron sin reconocimiento alguno.
Harrison Cooper se puso de pie sigilosamente, echó un vistazo hacia la escalera y luego, cargado con el dulce peso de los libros, entró en aquella habitación en la que las velas ardían a cada lado de la cama, donde el hombre agonizaba recostado, los brazos extendidos a ambos lados, la cabeza hundida en la almohada, los ojos cerrados en una mueca, la boca firme como si desafiara al techo, a la muerte misma, a que lo hundiera hasta ahogarlo.
Al primer roce de los libros, a un lado y luego al otro de la cama, el anciano aleteó los párpados y sus labios agrietados se partieron; de sus fosas nasales escapaba un silbido de aire.
—¿Quién anda ahí? —susurró—. ¿Qué hora es?
—“Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga, cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme a la mar lo antes posible” —contestó el viajero a los pies de la cama, con voz serena.
—¿Cómo? ¿Cómo? —repitió rápidamente el anciano con voz casi inaudible.
—“Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación” —volvió a citar el viajero, que se desplazó para colocar un libro junto a cada uno de los brazos del anciano moribundo, donde sus dedos trémulos pudieran rozarlos, tocarlos y acariciarlos como si estuvieran escritos en Braille.
De a uno por vez, el desconocido sostuvo en alto un libro tras otro para exhibir las cubiertas, luego una página y otra, donde las fechas impresas de aquella novela retozaban en la cresta de una ola para luego encallar para siempre en alguna playa de un futuro lejano.
Los ojos del enfermo se posaron largamente en las tapas, los títulos, las fechas y luego se clavaron en el rostro resplandeciente del viajero. Confundido, exhaló.
—Tienes la mirada de un viajero. ¿De dónde vienes?
—¿Se notan los años? —dijo Harrison Cooper inclinándose hacia él—. Bien, entonces le traigo una Anunciación.
—Esas cosas sólo les ocurren a las vírgenes —musitó el anciano—. No yace aquí ninguna virgen sepultada bajo los libros nunca leídos.
—Sin embargo, yo vengo a desenterrarlo. Traigo noticias de un lugar distante.
La mirada del enfermo se dirigió a los libros que descansaban bajo sus manos temblorosas.
—¿Son míos?
El viajero asintió con solemnidad, pero sus labios dibujaron una sonrisa cuando el rostro del anciano se tiñó de un color más tibio y la expresión de los ojos y la boca se tornó más anhelosa.
—¿Hay esperanzas, entonces?
—¡Claro que sí!
—Te creo. —El anciano tomó aire y preguntó: —¿Por qué?
—Porque lo quiero mucho —dijo el desconocido a los pies de la cama.
CON PASO DE PANTERA *
No aplastes ni arrebates; descubre y conserva;
con paso de pantera ve adonde duermen las verdades minadas
a detonar con sigilo las semillas ocultas
para que en tu estela, invisible, ignorada,
brote una riqueza exuberante y quede atrás
mientras te escabulles fingiendo que eres ciego.
Al volver al sendero que abriste en la jungla
descubre los desechos que hiciste a un lado;
las mínimas verdades y las grandes han aflorado allí
donde antes diste tumbos con loca inconsciencia
o algo parecido. Y así esas minas fueron detonadas
en fácil juego de paso y pisada y hallazgo;
pero sobre todo paso suelto; pisada, muy poca.
Presta atención, pero una pizca.
Desdeña el cuidado, muéstrate distante, haz caso omiso
de las millas, y detrás de tu sonrisa, como gatos,
vendrán a ronronear las metáforas, cada una un orgullo,
una espléndida bestia de oro que llevabas oculta,
convocada ahora en cosechas de sabana
vuelta elefante agamuzado que estremece
y atrona y desencaja para que la mente pasmada,
contemple la belleza pero perciba el defecto.
Luego, visto el defecto, como lunar en la más bella,
apresúrate a reconocer, entero, el Todo.
Hecho lo cual, finge no guardar ningún conocimiento;
con paso de pantera ve adonde duermen las verdades minadas.
* Poema del libro Zen en el arte de escribir (1990).
...
Él no lo sabía, pero era mi mejor amigo.
1 comentario:
Gracias por tan entrañable artículo.
En momentos inverosímiles como éstos, una máquina del tiempo es un dispositivo fundamental.
"Él no lo sabía, pero era mi mejor amigo".
El mío también...
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