martes, 7 de febrero de 2023

Aftersun

La opera prima de la escocesa Charlotte Wells es una preciosa película, que crece en potencia emotiva  con las actuaciones inolvidables de Frankie Corio y Paul Mescal.

Sostengo la idea de que una gran cineasta se muestra en los planos iniciales de una película y eso pasa en Aftersun. En el comienzo hay un plano en el que la cámara explora el espacio donde se desenvuelven los personajes. La cámara se centra en el cuerpo de la chica y el padre siempre en un segundo plano, fuera de foco, su cuerpo fragmentado. En una habitación semioscura la cámara bordea la silueta de la niña acostada, podría decirse que acaricia sus curvas incipientes y deja la figura del padre en el fondo del cuadro, desenfocado. Así Wells genera la experiencia del espacio entre los dos y el misterio de su vínculo. Entonces, el foco corrige y un ligero zoom se acerca a la imagen todavía oblicua del padre. La cineasta ya ha trasmitido una percepción puramente cinematográfica, ni literaria ni psicológica ni teatral, del mundo que va a mostrarnos. Placer cinematográfico, sensibilidad e inteligencia para poner en el plano los matices leves que vinculan a los personajes y dejar afuera lo que el espectador debe completar con su propia proyección. Aftersun señala el misterio de ese vínculo, el modo cómo se construye el punto de vista de la niña y la distancia del tiempo como recuerdo -los hechos transcurren en dos planos temporales distintos, los 90 y la actualidad-, los cuidados, los gestos de protección mutua, las miradas deseantes, las vibraciones mínimas perceptibles de una relación intensa que no necesita énfasis expresivos.

Wells dice que una de sus referencias es El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi y la referencia es evidente. Pero Wells se vale de la ductilidad de la ficción para amasar el espacio de los personajes y sus vestigios corporales ínfimos. 

Algo que encontré en varias críticas sobre Aftersun: algunos comentaristas aluden a un lado oscuro de la historia, hasta predicen catástrofes personales que la película estaría anticipando. No lo vi así. El encuentro entre la niña agudamente perceptiva, que abre su mirada al mundo, y su padre joven y algo desorientado -en una escena un grupo de adolescentes los trata como si ellos fueran hermanos-  está lleno de momentos ambivalentes, melancólicos, malentendidos, gestos fallidos, pero junto con ellos y no menos importantes hay otros de comunión amorosa que no conducen al drama, la tragedia o el desgarro, sino a la comedia, la ternura, la inteligencia. El pathos fluye de un lado al otro, tal como sucede con cualquier relación amorosa. Por eso en Aftersun los instantes epifánicos prevalecen. 

La película es aérea y soleada, aunque no excluya algunas oscuridades y sobre todo, silencios, movimientos de cámara que quedan suspendidos en el vacío. Su encanto máximo es que Wells deja aparecer esa vacilación sin que un polo reduzca ni venza al otro. Finalmente la distancia es reconocida a su manera por ambos protagonistas. El silencio es un cuerpo que duerme, pero es posible un gesto protector de la jovencita, supuestamente más frágil que lo que se esperaría de un padre. Si algo hace poderosa a la película es que la mirada de la niña puede comprender, aunque no lo entienda todo, el proceso de masculinidad diversa del padre, su angustia contenida. Esa mirada sabia trastoca cualquier drama o catástrofe en un triunfo amoroso.

Aftersun no connota tragedia ni catástrofes como algunos quieren ver. Es la delicada exploración de un vínculo amoroso y la aparición del erotismo en sus formas no estereotipadas, en el marco de la relación entre el padre y la hija. Hay un sutil deseo que corre entre ellos. Pero el erotismo no se cierra sobre los dos protagonistas, circula más allá de la escena familiar. No es un film edípico, su riqueza de sentidos es más amplia. El padre está rompiendo con un molde de masculinidad que lo oprime y ese tránsito no está exento de dolor pero también se percibe una liberación.

La niña está descubriendo su propio deseo a la vez que el del padre, que no se adecua a lo que la familia patriarcal ordena. Esa fluidez no encierra ninguna crudeza o promesa de tragedia.

Es curioso que el comentarista de Revista Seúl usara Aftersun como contraejemplo para realzar el familiarismo ramplón y meloso de The Fabelmans. Hay que agradecerle porque logra exactamente lo contrario: destacar el clisé reaccionario de SS.

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