Pasolini, a 50 años de su asesinato
Hace unos años los significados de las palabras "obediencia" y "desobediencia" eran profundamente distintos: "obediencia" todavía provocaba el horrible sentimiento que arrastraba tras décadas de contrarreforma, clericalismo y de fascismo; mientras que la palabra "desobediencia" todavía significaba el maravilloso sentimiento que daba el rebelarse contra todo eso.
Todo eso, contrariamente a cualquier lógica histórica, no fue desplazado por una rebelión de los desobedientes sino, inesperadamente, por la primera gran revolución auténtica de la derecha capitalista. La característica más clara de esta revolución capitalista es su carácter destructor: su primera exigencia es desembarazarse de un universo moral que le impide la expansión.
Jóvenes que encarnan la pérdida de los valores y no hallaron los valores de una nueva cultura aceptan con descaro y violencia los valores de la cultura del consumo y a la vez simulan una rebeldía retórica.
Para todos estos jóvenes es válido el modelo del “desobediente”. Ninguno de ellos se considera “obediente”. En realidad, las palabras han invertido su significado: de acuerdo con la ideología destructora del neocapitalismo, el que se cree desobediente y se exhibe como tal es en realidad obediente. El que disiente de este proceso destructor y es considerado obediente por creer en los valores que el capitalismo está destruyendo resulta ser, por tanto, el auténtico desobediente. La destrucción es el signo dominante de este modelo de falsa desobediencia (falta de respeto, burla, desprecio por la piedad) en la que consiste hoy la obediencia de siempre.
Pier Paolo Pasolini, fragmentos de su carta a Marco Panella, Corriere della Sera, 18 de julio de 1975. Publicado en Cartas luteranas. Adaptado por La otra.


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