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domingo, 25 de junio de 2017

Un Arsenal de paradojas en la cocina de los argentinos



por Lidia Ferrari

El gesto político más fuerte y emotivo de Cristina en el estadio de Arsenal, a mi modo de ver, fue cuando hizo subir a Pablo y Graciela, bolivianos, productores agrícolas. Graciela dice y casi no se escucha: “somos los que laburamos la tierra”. Cristina los presenta [1] nombrando lo que producen: frutillas, morrones, lechuga, etc. Es corriente pensar que los que trabajan la tierra son los que se ensucian las manos, sin considerar que es de allí que viene lo que nos alimenta.

Gesto político en contra de las corrientes de opinión hegemónicas. Los “bolitas” son los que, en su mayoría, cultivan las huertas en Argentina. País que fue la tierra prometida de tantos campesinos europeos porque su generosa extensión les ofrecía cumplir el sueño milenario de poseer un pedazo de tierra. ¿Cómo y cuando se llegó a la idea de que cultivar la tierra es tarea de pobres, de los que no tienen nada, de los marginados? ¿Cómo y cuándo se llegó a esa idea tan contraria a algo fundamental para la subsistencia de la vida? ¿Cómo y cuando se llegó a la idea de que la tierra –en una gran extensión- sólo sirve para producir dinero?

Porque efectivamente de la tierra vienen los alimentos que consumimos, ellos son los que nos nutren o nos enferman. La nutrición es esencial se dice, pero esa idea está disociada del saber de dónde proviene lo que comemos. Ese acto tan esencial para la vida lo realizan inmigrantes bolivianos que son denigrados y rechazados por una importante parte de la sociedad que consume sus productos. Hay allí un gesto paradojal. Los que están tan atentos al buen vivir desprecian a quienes le llevan la comida a la mesa.

Hay varios asuntos para pensar. Por un lado, el desprecio por el cultivo de la tierra. Vivo en Italia. Pocas cosas se modificaron en mí respecto de rasgos atávicos de mi ser argentina. Una es mi relación con la comida y mi apreciación de la importancia del cultivo de los alimentos. En Italia la mayor parte de la gente tiene su propia huerta y trata de consumir productos de los cuales conoce su procedencia. Los verduleros tienen una función social estimada y, por supuesto, ellos tienen un medio de vida al que honran y del que viven. La cocina italiana es apreciada en todo el mundo. En verdad no existe una cocina italiana, porque su riqueza proviene de su variedad y de su localismo. Cada región ha sabido en su historia hacer surgir lo mejor de su cocina con los productos locales que difieren tanto de región en región. La originalidad y el sabor de cada cocina está en directa relación a los productos autóctonos de la tierra.

¿Cómo y cuándo perdimos eso que vino con los italianos que somos, pues venimos de un lugar donde el cultivo de la tierra era parte de la vida cotidiana de nuestros abuelos? Mis padres tenían una huerta y la cultivaban amorosamente y de lo que allí se producía comíamos. No por necesidad. El argumento de no valorar el cultivo de una huerta porque es más facíl comprarla en el mercado es muy débil y estúpido. Pero si no queremos o no podemos cultivar nuestra propia huerta, ¿por qué no valorar a quienes lo hacen por nosotros?

El gesto de Cristina, además de valorar ese trabajo esencial, le habla a los xenófobos, a los que creen que los inmigrantes les quitan el trabajo, o les fastidia su presencia. Sin esos inmigrantes ¿quién cultivaría la tierra, si los argentinos la desprecian como tarea?

Con cierta voluntad argentina de querer parecerse a los europeos y denigrar lo que viene de América, se han producido modificaciones en el consumo de ciertos frutos de la tierra. Después de su paso por Italia -en una época donde pocos podían permitirse el viaje a Europa- algunos introdujeron productos que no existían en las verdulerías argentinas. No estaría mal que, con esta vocación de copiar costumbres europeas, se intentara copiar la manera que tienen de tratar el cultivo de la tierra.

Mientras se producía la presentación de Pablo y Graciela en Arsenal, en Cochabamba, Bolivia, tenía lugar la “Cumbre de los Pueblos sin Muros por la Ciudadanía Universal” [2]. Un evento internacional en las antípodas de los pensamientos hegemónicos globales, un evento con una propuesta de futuro que sólo será real si se intenta construirlo. Como dice Evo, “no es posible que haya muros para los migrantes, para los latinos y refugiados mientras no haya muros para las intervenciones militares, para que no nos saqueen los recursos naturales. Por eso, de manera conjunta, el Estado y pueblo debemos hacer un profundo debate mundial sobre la migración en estos tiempos”. La propuesta de la cumbre no fue sólo contra los muros sino por la prodigiosa utopía de una "ciudadanía universal plurinacional".

El gesto político de Cristina es resistencia cultural a un discurso que quiere imponer muros y exclusiones para los inmigrantes, los humildes, y que nos quiere separar de los que cultivan la tierra para llevar la comida a nuestras mesas.


NOTAS

[1] Cristina dice: “La lechuga que ustedes comen, la verdura de hojas que ustedes comen, los tomates y los morrones, escuchen bien los xenófobos por favor. Pablo vino hace 10 años de Bolivia, tiene toda su familia acá, 8 hermanos, madre y padre, trabajan todo el día, toda la semana, sólo los sábados a la tarde no… pero además Pablo está en primer año de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata. Señores, señoras, a los que fruncen la nariz con los compatriotas de la Patria Grande…”.

[2] Ver acá.

1 comentario:

Gaviot dijo...

Hola. Su artículo me llega muy profundo. Me emocioné igual que usted cuando Pablo y Graciela subieron al escenario y Cristina dijo lo que dijo. Vivo en Cipolletti, una ciudad que creció al ritmo de la producción de las chacras. Paulatinamente trabajar en la cosecha o en las chacras se convirtió en "algo de pobres", de "tucumanos o gente del norte" a quienes "arriaban" como si fueran animales para levantar la cosecha. Y los chacareros fueron vendiendo las chacras a los galpones más grandes, porque el trabajo era cada vez más "sacrificado" y sus hijos ya no querían trabajar la tierra. Y entonces llegaron los bolivianos y alquilaron las chacras abandonadas, las desmontaro y convirtieron en quintas productivas para el mercado interno. Y ahí, además de la desvalorización del trabajo de la tierra, entró la xeonofovia que usted describe. Me identifico mucho con lo que dice, porque pone en palabras tan bien escritas lo que sentí con el gesto de Cristina en Arsenal. Gracias y saludos.