por Lidia Ferrari
Acabo de ver la película de Asif Kapadia, el documental sobre Diego Maradona. La vi en dos días. Si no hubiera visto la parte final, cuando el film comienza a relatar el problema de Diego con la droga y la circunstancia dramática de jugar los cuartos de final del Mundial del ‘90 en el estadio San Paolo de Napoli, si no hubiera visto esta parte final, habría quedado en mí una sensación placentera de la relación entre el ídolo y sus fans. El Dios Maradona para Napoli y los napolitanos es una pieza fundamental de la historia de las pasiones del fútbol y, sobre todo, exhibe la manera en que la institución del héroe tiene vigencia en la actualidad.
Pero después vi la última parte, testimonio del derrumbe del ídolo pero, sobre todo, de la mezquindad y de la crueldad de sus admiradores. Podemos descontar la intervención del gran poder económico del fútbol que está detrás de la manipulación mediática para crear y derribar ídolos, pues ese es su negocio. También descontamos que la camorra salga a relucir su poder derribándolo hasta dañarse a sí misma. Descontemos también a la prensa que lo nombra como el Diablo que vive en Napoli, después del partido en que Argentina vence a Italia y la elimina del mundial. Si decidimos eliminar las manipulaciones de la prensa y de los poderosos, sin embargo, pervive la imagen de los admiradores que le dan vuelta la cara a su ídolo. Se pasa del fervor fanático que endiosa a defenestrar sin conmiseración a quien les dio tanto a Napoli y los napolitanos, cuyas proezas deportivas no podrán nunca ser desmentidas.
Que se pueda pasar del endiosamiento a la demonización de modo tan impetuoso puede hacernos pensar acerca de ciertos afectos colectivos. El remate con las operaciones del poder mafioso a todo nivel que persiguen a Maradona hasta suspenderlo por un año y truncarle la carrera, con la anuencia de la FIFA, está entre las infamias más grandes que ha ocasionado el siglo XX a la carrera profesional de alguien que, entre sus defectos, quizás el mayor sea el de no haber sucumbido a la sumisión al poder. Ese poder que lo ha querido destruir estuvo cerca de lograrlo.
La película termina con Diego llorando abatido en la televisión argentina. Pero le falta la historia posterior, cuando va a Cuba y se recupera y sigue siendo el más grande. Tengo la sensación de haber visto dos películas sobre Maradona. Pero no sobre el Diego del esplendor y el del derrumbe, porque Diego no fue vencido. Quien fue vencido es el fragor popular que se viste de idolatría o de ingratitud y crueldad, según los vientos que tiren. Se entiende también que cuando se habla de los ídolos con pies de barro, lo que es de barro es lo que los sostiene, sus idólatras. Es una película excelente para pensar la relación entre el ídolo y su multitud y ver el delicado sostén de la adoración popular que puede, con vientos menos favorables, convertirse en el más cruel y destructivo odio.