por Lidia Ferrari
Daciana es de Rumania y hace 11 años dejó sus hijos y su marido para venir a trabajar a Italia como badante (cuidar ancianos). Está pensando en volverse a su país. Hoy me dice: será difícil. Ganar poco como se gana en Rumania será difícil para mí. Como conozco su situación para nada apremiante, le digo: No todo es dinero en la vida, ¿no? Y responde: ¡Es cierto! Se le ilumina el rostro. Sí, agrega, mis hijos me preguntan todo el tiempo cuándo voy a volver. Su exigencia para pensar en los euros la lleva a soportar lo que ya no necesita seguir soportando. Ella ha hecho su vida lejos de su familia para poder comprar objetos. Por lo que ella misma, cuenta no era la necesidad imperiosa de no tener para comer. Pudo terminar su casa y ayudar a sus hijos a comprar casa. ¿Qué era lo que la conducía? Ese relato que alcanza a la gente de países que alguna vez se nombraban “detrás de la cortina de hierro”, que vivieron una vida lejos de la riqueza, pero también de la tentación consumista, ahora apresados en la lógica de la obligación de consumir. Realizan una vida desdichada pero que les da una satisfacción, la de que cuando regresen a su pueblo puedan mostrar lo que han comprado. Esta señora está capturada por la lógica de ganar plata (con mucho trabajo y esfuerzo), lo que conduce sus pasos y su vida.
Cuando algún relato pueda hegemonizar otro ideal que el de ganar dinero para poder comprarse un buen smartphone, una camioneta, o unas zapatillas de marca, se estará haciendo algo para socavar la ideología consumista capitalista. ¿Habrá algún futuro donde esto sea posible? La ideología consumista atraviesa todas las capas de la sociedad, pero va al corazón de las clases sociales más vulnerables, induciéndolas a responder con pasividad y aceptación la explotación necesaria para que puedan, al fin, consumir. Así ofrecen su vida a cambio de la bolsa. En la mayoría de casos no hay nadie que les ponga un revolver en la cabeza para que decidan entre el dinero y su vida. Hay otro tipo de coacción que es el ideal consumista que se irradia entre las clases más débiles y los conduce mansamente a la explotación y a aceptar vidas que nada tienen que ver con la vida de la cual parten.
Es la misma ideología que conduce a un abogado trucho a extorsionar a un empresario en el marco de una causa muy sucia para poder comprarse relojes, camionetas, objetos caros. Es el ideal del consumo que conducirá a estos hombres a realizar cualquier estafa para poder conversar entre ellos de sus camionetas, sus marcas, su cilindrada. La ostentación de la posesión de esos bienes forma parte tanto del universo ideológico del abogado trucho como el del mafioso que aparece en la película Anime Nere contando a los otros mafiosos sus recientes adquisiciones que, casualmente, también son relojes caros. Pero también es el universo ideológico de la excelente persona que es Daciana, que debe hipotecar su vida para comprarse objetos que, en su tierra natal, compraría con más esfuerzo o no compraría.
Es el ideal de las jovencitas vietnamitas que van desde una aldea rural a Hanoi para acceder a bienes de consumo y se encuentran con una vida miserable de explotación en las grandes fábricas de las multinacionales de la electrónica. Es el ideal de los hombres de Camboya o Sri Lanka que pagan a traficantes para poder ir a trabajar en la periferia de Dubai, la ciudad de los sueños, y se encuentran apresados en una vida en la que ni siquiera les alcanza para enviar remesas a sus familias. Ya no hay que ir a cazar a los esclavos, ellos vienen solos, porque hay un ideal que se encarna en la necesidad del dinero para poder consumir, y se apropia de las vidas de las personas y sus sueños.
Para la espléndida mujer que es Daciana el hecho de que le haya dicho “no todo es dinero” tiene el valor de la palabra de una persona que quiere y respeta y, sobre todo, que la corre de la compulsión a contabilizar su vida en relación a los euros que perderá de ganar cuando regrese a su casa, donde la están esperando su marido y sus hijos.
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