La decisión de la Corte de ayer no puede ser analizada desde la superficie de su enunciado jurídico, sino desde su acto de enunciación: viene a decirnos que, en el modelo político dominante en el siglo xxi, la democracia está acosada por los poderes de facto del capitalismo salvaje. Se nota cada vez más la enemistad entre el régimen de facto y el poder popular. Hace un año estábamos votando en Argentina. Por ese resultado nos constituíamos en una excepción en una región asfixiada por los neofascismos.
Una Argentina políticamente soberana, socialmente justa y económicamente libre es hoy un mal ejemplo para los pueblos del mundo. Por eso, el acoso a la democracia no se limita a las tramoyas de la oligarquía local sino que tiene dimensiones trasnacionales. Así se entienden las ofensas proferidas por la dictadora boliviana, el fascista Bolsonaro o alguna voz de la extrema derecha española. Para que el mundo se acomode a sus actuales niveles de violencia social y de crueldad, una experiencia democrática en Argentina no debe prosperar.
Hace un año estábamos votando y derrotamos en las urnas a un régimen que intentó instaurar estas prácticas de crueldad con el apoyo de un despliegue de poder inusitado. Pero el poder popular es hoy muy frágil. Hace doce meses yo estaba fiscalizando en la mesa de una escuela del partido de Almirante Brown y nos quedamos contando las boletas hasta las 10 de la noche. Desalojamos del poder político al macrismo en primera vuelta, derrota inédita para un aspirante a la reelección.
El lawfare, como plan continental que se había llevado puestos a Dilma y Lula en Brasil, a Correa en Ecuador, que meses después derrocaría y proscribiría a Evo en Bolivia, había sido vencido en Argentina por la organización popular, de manera pacífica y paciente. La concentración impresionante de poder no pudo imponerse en las urnas. Hasta el día de hoy la ultraderecha sudamericana se siente ofendida por haber sido derrotada políticamente en Argentina. Nuestro error fue creer que la victoria en las urnas alcanzaba: ayer la Corte mostró su genuflexión ante los poderes fácticos, su docilidad ante el apriete y su insolencia ante el poder popular. La Corte es esa extraña institución que en nuestro sistema político nadie vota, un residuo de los sistemas monárquicos y un instrumento del poder económico concentrado. Habrá que tenerlo muy en cuenta si queremos que la democracia aún sea posible.
El apriete mediático a la Corte para que se enfrentara a los poderes legislativo y ejecutivo, sometidos al escrutinio popular, hizo efecto. Una campaña televisiva alcanza para movilizar a un puñado de vociferantes que repiten consignas que no entienden, especialmente diseñadas para ellos, para no ser entendidas, para no dar lugar a ninguna instancia de la argumentación. Son los extras de una trasmisión televisiva que hace el simulacro de "opinión pública", la escueta base empírica en la que se apoyan los pastores televisivos para respaldar sus sofismas. Este puesta en escena es trasmitida en las pantallas como la representación de una pseudo-rebeldía que hoy se llama "libertaria" y en verdad es todo lo contrario: el sometimiento al statu quo y a la opresión social.
Desde la dictadura no se veía en Argentina una desfachatez de las prácticas políticas tan dañina. La diferencia es que ahora es norma planetaria. Durante los años de Videla, aquel régimen era una anomalía en un mundo que se escandalizaba, aunque fuera hipócritamente, por la represión política argentina. En el siglo que empieza las cosas cambiaron: lo que hoy escandaliza es que un pueblo se haga cargo de su destino sin tener que someterse a la humareda tóxica de mentira y exasperación diseminada por el dispositivo mediático 7 x 24. En ese cuadro, los dictámenes del poder más opaco, el más aferrado a la inercia histórica, le prestan un ceremonial de "institucionalidad" a la farsa republicana. Libertades, instituciones, república: son las palabras vaciadas de todos sentido que enarbolan los nuevos fascismos para relatar sus atropellos. Este dispositivo, fundado en el asesinato de la verdad y la justicia, bastamente celebrado por la "nueva filosofía", es lo que se da en llamar lawfare. Hace un año les ganamos en las urnas. Hoy la Corte nos recordó el poder de daño que aún conservan y que empuja a nuestra frágil democracia hacia un abismo.
Los análisis que tienden a disminuir la gravedad de estos atropellos a la democracia son funcionales al avance fascista. Se pierde el tiempo leyendo el acontecimiento en función de un drama psicológico en el que Lorenzetti quiere tal cosa y Rosenkrantz tal otra, mientras Maqueda vendría a inclinar la balanza para tal o cual lado. Eso es un dispositivo teatral que nos hace olvidar la ruda realidad del poder, cuando Trump puede gobernar el país más grande del mundo aunque haya sacado menos votos que su rival y el principal líder político de la historia brasilera puede ser encarcelado y proscripto sin pruebas. Como nunca, el capitalismo salvaje se sacude incómodo los límites que le pudiera imponer la legalidad.
La performance que ayer hizo la Corte es para recordarnos que no les importa ni admiten una derrota en las urnas. Al contrario: el haber sido derrotados los puso más irascibles. Los cinco cortesanos nos acaban de recordar que ellos, a los que nadie votó, pueden, si reciben la orden, arrollar la voluntad popular y derrocar al gobierno.
Se trata de que tomemos nota de que hoy no tenemos adversarios sino enemigos dispuestos a todo. Yo lo comparo a la situación del lunes en Belgrano que terminó con el policía acuchillado: vos podés tratar de hacer todo bien, pero el otro tiene un cuchillo y está decidido a ensartártelo.
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