lunes, 12 de abril de 2021

Alberto y Larreta: el término medio entre la vida y la muerte es la agonía

Larreta manejó el ritmo del colapso y Alberto lo dejó

El crecimiento exponencial del Covid en el país era previsible en mayo de 2020. Alberto se dejó manejar los tiempos por Larreta que, para diferenciarse de las restricciones duras que propiciaba la provincia de Buenos Aires, empezó a abrir prematuramente las actividades, sin haber tendido ni una línea de ayuda estatal a los sectores porteños perjudicados por los efectos de la recesión económica que las restricciones provocaron. 

Esta lógica perversa, ya en el invierno pasado, provocó un crecimiento preocupante de los contagios en el AMBA. Las decisiones de Larreta están separadas por el cruce de una avenida de la provincia gobernada por Kicillof. Ese incremento después se extendió al resto del  país. Alberto intentó aparecer como el término medio entre Larreta y Axel. La foto que en marzo pasado hizo volar por los aires los índices de aprobación del presidente escondía el peligro evitable que ahora se acerca: la curva de contagios no encuentra techo y el sistema sanitario argentino se aproxima cada día al colapso evitado el invierno pasado. Si en pocas horas el colapso se produce -de hecho ya se registra en las clínicas privadas de CABA-, el gobierno del Frente de Todos habrá perdido su principal logro. En unos días Argentina puede empezar a ofrecer las imágenes terroríficas que nos llegaron durante meses de Brasil.

Cuando en el invierno pasado Alberto se propuso aparecer -con las famosas conferencias tripartitas- como el justo medio entre Larreta y Kicillof, el jefe de gobierno de la ciudad autónoma ya trabajaba para boicotear el plan sanitario nacional. En ese momento y en esa mesa, Larreta instaló el tema de los runners para congraciarse con el gorilismo porteño. 

En la derecha no hay halcones y palomas

A principios de 2021, Larreta y Acuña doblaron la apuesta: impusieron una apurada vuelta a la presencialidad con protocolos objetivamente incumplibles. Una maniobra de marketing político puso en riesgo la salud pública nacional. El gobierno de CABA hizo que las clases empezaran un mes antes de lo habitual, sin margen para gradualidad alguna. Acuña se jactaba de que la presencialidad tenía que ser para todos los chicos todos los días. Si a alguien le quedaban dudas de la hostilidad contra los gremios docentes, el larretismo avisó que los docentes no tendrían prioridad en el plan de vacunación pero la presencialidad sí.

¿Cómo podría el gobierno nacional ponerse como término medio entre dos posiciones si las decisiones de Soledad Acuña llamaban a una segunda ola de contagios prevista por todo el mundo? El larretismo salió a hablar de "cuidados y protocolos". Gobiernan la ciudad desde 2007 y no es un secreto que la destrucción de la escuela pública es su política sostenida, no una serie de errores desafortunados. La inscripción online tuvo desde el comienzo resultados desastrosos, las vacantes de la escuela pública se fueron achicando permanentemente y el negocio de las privadas crecía. Gran parte de la clase media porteña naturalizó que sus hijos fueran a la escuela privada. Desde siempre el larretismo excluyó a los diversos miembros de la comunidad educativa de la mesa de las negociaciones. ¿Alguien podría creer que Acuña iba a cumplir el protocolo? 

Larreta se dedicó desde enero a hostigar a las autoridades de las escuelas y sus docentes. En las reuniones virtuales del verano los propios directores de las escuelas confesaban la inviabilidad de los protocolos pero aceptaban sumisos los aprietes, "hasta que la cosa explote". La falsa conciencia política del docente porteño es un fenómeno tortuoso, con su sumisión a las "órdenes de arriba". Las posturas claudicantes de los sindicatos tienen el margen de maniobra que sus propios afiliados les conceden. Eso, en épocas normales. En pandemia todo se agrava. Las decisiones del funcionamiento escolar pasan a incidir en la salud pública. Por la enorme masa que la comunidad educativa saca a las calles, cualquier saturación en el tránsito hacia las escuelas compromete a la totalidad de la población. La presunta seguridad que ofrecerían los protocolos simulados de Acuña afecta a otro espacio que ya no está en su jurisdicción.

Yo te avisé

En febrero Acuña anticipaba el desastre para cualquiera que estuviera atento: "...la ministra informó que también se tuvo en cuenta un refuerzo de los medios de transporte para llegar a las escuelas. Los datos oficiales indican que los alumnos de primaria el 70% utilizan medios propios, auto o caminando, y solo el 30% usa el transporte público. Y en el caso de la secundaria es el 40%, pero en ambos casos usan el colectivo. Se trabajó con Nación para que haya prioridad para estudiantes y docentes en el uso de transporte público, y ahora se está trabajando en la ampliación del transporte interurbano, para los chicos que vienen de Provincia a Ciudad”. [completo acá].

Los "datos oficiales" son de verosimilitud dudosa pero esquivan deliberadamente lo obvio: no hay burbuja posible si un docente viaja de una escuela a otra y está en contacto con centenares de chicos. En la escuela media, los chicos tienen tantos docentes como materias. ¿De qué burbuja hablamos? Aunque los protocolos dibujados se cumplieran a la perfección -hipótesis improbable- el transporte público sobresaturado es un espacio de contagio masivo más gigantesco que cientos de fiestas clandestinas. Las restricciones nocturnas no van a cambiar significativamente el rumbo hacia el colapso. Antes de que las temperaturas disminuyan y las variantes más contagiosas tengan circulación comunitaria era previsible el rebrote que ahora vivimos. Para Larreta nada de esto fue un error. El comienzo de las clases adelantado por Larreta ante la indolencia del gobierno nacional tenía que reflejarse en una curva brutal y así fue.

La línea amarilla describe el nivel de contagios de CABA desde enero hasta hoy. Después de meses de una meseta alta, los contagios empiezan a subir el 5 de marzo de manera sostenida y el incremento se vuelve exponencial. La ciudad más rica del país, con una geografía fácilmente abarcable y una población sin crecimiento desde hace décadas es por lejos la región del país de mayor contagiosidad. Los comportamientos de las curvas de la provincia de Buenos Aires (línea azul) y el promedio nacional (línea roja) se ven arrastrado por el de CABA 20 días después. Como el año pasado: la pandemia entra por esta ciudad y enferma al país.

Pregunta inquietante: ¿no sabía Alberto Fernández que una alteración brusca en CABA arrastraba al resto de la Nación que preside? ¿Ignoraba que cuando el colapso se produzca -lo que en febrero se podía haber evitado- el costo político no lo va a pagar el que dio la señal de largada sino el que dejó hacer? Peor todavía: ¿no registró Alberto que haber evitado el colapso sanitario es el único logro indiscutido de su gestión y está a punto de perderlo? 

El amigo Horacio

El gobierno nacional tomó hace varios meses la descentralización de la política sanitaria, tal vez especulando con que cediendo la gestión de la emergencia a los diversos distritos consolidaba su perfil dialoguista. La descentralización de las políticas educativas durante el menemismo le hizo un enorme daño a la educación pública, transformó al Ministerio de Educación en un organismo sin jurisdicción. Eso pudo evaluarse con el correr de los años. Aplicar el mismo criterio a la gestión de la pandemia deja a los habitantes de los diversos distritos del país a merced de especulaciones de politquería mezquina. Eso y no otra cosa hizo Larreta. Protegido por la casi totalidad de los medios, las decisiones que él tomó terminaron imponiendo la agenda sanitaria. El ministro de educación de Nación Nicolás Trotta, por intereses compartidos, por formación ideológica o por miedo a las críticas se allanó a todos los caprichos de Larreta y Acuña. Resulta difícil pensar que Trotta tiene semejante autonomía cuando es alguien del grupo político más cercano a Alberto. Es inquietante seguir el derrotero de Trotta porque no se encuentran diferencias ni siquiera gestuales con el larretismo.

Para la derecha la cosa está fácil: viene la segunda fase: proclamar el fracaso sanitario del gobierno nacional. Le harán todo el daño que puedan, a costa de los muertos que hagan falta. ¿No se la vio venir Alberto?

Marcelo Rodríguez me comenta: "¿qué cantidad de casos nuevos de covid debería haber por día para que se considere la posibilidad de suspender las clases presenciales, que son la causa más obvia y evidente de esta disparada? Digo, se me ocurre: dos semanas nomás. Si el ritmo de contagios disminuye, habremos encontrado una válvula para ir conteniendo la explosión de casos, sin represión, sin sacar la gendarmería a la calle, sin cortarle el laburo a nadie, hasta que vayan apareciendo más vacunas. Y si el ritmo de contagios no baja, entonces tendremos evidencias de que no es esa la causa, y al menos nos ahorraremos la vergüenza de seguir participando de este proceso de negación colectiva, que va a ser muy difícil de explicar a las generaciones a las que pretendemos educar, si seguimos vivos, claro. ¿El costo? Serían dos semanas más de virtualidad escolar, que sí, de acuerdo, a todos nos embola, pero no es la muerte de nadie".

UTE, el gremio que hasta ahora la vio por televisión, parece que se despierta cuando nos tapa el agua.