por Lidia Ferrari
Ciertas políticas de derecha son similares, al menos lo son en Italia y en Argentina. Se montan en la zona de la dicotomía confinamiento-apertura porque allí se juega la centralidad visible de la política en pandemia. Por un lado, porque la gente sufre con el lockdown y la apertura es reclamada por los perjudicados por el cierre y por la gente cansada de la situación. Por otro lado, es el frente con que atacar a los gobiernos que practican políticas de cuidados porque es su costado débil, ya que no tienen chance. O cierran para cuidar o abren para que entre el virus. A la derecha o aperturistas libertarios no les interesa en definitiva esa dicotomía sino porque allí desgastan las medidas de los gobiernos que cuidan, es decir, están haciendo campaña electoral. Si el juego democrático elige un gobierno popular este será desgastado, atacado y, como en Italia, destituido con golpe de palacio. En Argentina, con métodos un poco más inescrupulosos hasta algún juez se llega a oponer a leyes del Estado. Los medios de comunicación están en todos lados trabajando para el Poder, es decir, cualquier partido, movimiento o gobierno con aires de defender intereses populares son atacados con un poder de fuego colosal y fraudulento.
Estamos habituados a personificar en un Hitler, Stalin, Mussolini el autoritarismo y el totalitarismo. La suma del poder público de los poderes corporativos del neoliberalismo es invisible. Su totalitarismo y su autoritarismo están diseminados por doquier: lawfare, hegemonía mediática, cierta política, la colosal maquinaria de las redes sociales, plataformas digitales, finanzas, etc. No creo que la ‘gente’ o el ‘público’ se esté derechizando. Quienes están recurriendo a métodos fascistas son los poderes y sus empleados, a los que no los detiene ni la legalidad, ni la constitución, ni las normas de convivencia democrática. Crean subjetividad. Si el sistema democrático erige gobiernos que no les convienen, usan toda la potencia de sus armas inescrupulosas y delincuenciales para horadarlo y/o destituirlo, lo que convierte al estatus democrático en quasi ficcional.
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