todos estamos igual

domingo, 1 de agosto de 2021

Basta de llanto

 

Entre tantas muertes de estos meses, la de Palo Pandolfo no fue para mí ni para mis amigos más cercanos una muerte más. Siempre estuvimos atentos a los que fundan su autoridad en su autoría: los artistas populares. Palo es uno de los artistas populares más importantes que dio a luz la Argentina postdictatorial. Su obra y su vida pueden delinear con mayor finura de detalles lo que fue la historia del país después de la dictadura, nuestra vida. 

Palo se hizo conocido en el ambiente del rock porteño en medio de la primavera alfonsinista, con su banda Don Cornelio [por Saavedra] y la Zona [por Tarkovsky]. Conocido, prestigioso y muy querido, nunca masivo, Palo hizo la diferencia: no se sumó al espíritu de esa primavera. Algún ejecutivo de las discográficas lo pensó como posible competencia al pop ligero de Soda Stéreo. Palo con Don Cornelio hizo prevalecer su sensibilidad romántica, su nocturnidad y su proveniencia proletaria. No quiso ser del jet set. No voy a seguir acá los pormenores de la trayectoria de Palo durante 35 años. Sí quiero recordar que el segundo disco de Don Cornelio -los segundos discos suelen ser los que definen la consolidación de una banda de rock-, publicado en 1988, se tituló Patria o Muerte. No hay otro sintagma que suene más anómalo a fines de los 80. Palo, cuando lo conversamos, nos contó que era un disco contra su padre, "un comunista marxista leninista estalinista del orto, uno de los tipos contra los que nosotros cantábamos", pero el disco era también una manera de recusar un dilema funesto: 

"Patria o Muerte era la consigna de Tacuara y la de los Montoneros, de la derecha y la izquierda. Un tema delicado -nos decía Palo-, Patria o Muerte es en definitiva Muerte o Muerte, una cosa de burgueses enloquecidos". Palo decía que si hubiera empezado en los 60 habría sido un desaparecido, pero "fuimos de la generación que escuchó a Lennon y nuestra consigna fue 'Denle una oportunidad a la paz'". 

En su voz, una de las voces capaces de adoptar las inflexiones más rudas y también más dulces que el rock argentino entonó, darle una oportunidad a la paz se canta parado en una encrucijada, de cara al estado de guerra. Patria o Muerte, contra el patriarcado y contra la burguesía enloquecida, es, de todos modos, un rock de violencia desgarrada en la época en la que todos, hasta Pappo y Spinetta, hacían pop. Palo no adoptó la indumentaria dark porque era la moda que venía de los británicos -a pesar de que él siempre amó la música británica. La oscuridad de su rock, en contraste con el vitalismo colorido de los 80 alfonsinistas, es la de la sombra que la Argentina postdictatorial no podía expulsar. Cuando en sus canciones apareció la luz, emergió de en medio de las tinieblas, no de una retórica apolínea. Palo ha sido el más dionisíaco de nuestros rockeros. 

De todos estos ingredientes se compone la autoridad que Palo construyó en estos años. Es su muerte, qué lástima, la que le otorga definitivamente la evidencia de ser uno de los más grandes músicos de acá. De eso venimos hablando con mis amigos. Las épocas tienen períodos presidenciales pero también tienen direcciones espirituales que muchas veces trascienden los mandatos institucionales. Por eso hay que escuchar a Palo para entendernos.  

Palo se desmoronó hace diez días en una calle de Parque Centenario, en el centro geográfico de su ciudad, una tarde en la que todo se oscureció. No tenía la masividad de otras figuras pero la onda expansiva de su muerte se va a ir haciendo sentir junto con la estela de su vida y de su obra. Por sus canciones será difÍcil olvidarlo. Su voz retumbará adentro nuestro.

Diego Skliar, que fue siguiendo lo que publicamos en La otra, me hizo llegar la última entrevista que él le hizo para su podcast La Mar en Coche, hace casi un año. Vale la pena escuchar  con atención lo que Palo dice, estaba narrando de algún modo el crack up que se hizo manifiesto para el mundo hace diez días.



 

En estos días conversamos con mi amigo Maxi Diomedi de las muertes sucesivas de Horacio González y de Palo, que nos pegaron especialmente en el medio del pecho. Los imaginamos conversando y pensamos que ese diálogo quizá hubiera sido posible por medio de Liliana Herrero, la pareja de Horacio, la amiga de Palo. Nos habría gustado escucharlos conversar, aunque solo lo consideramos una fantasía consoladora. Hasta que apareció este fragmento de uno de los últimos programas de radio que hizo Palo, despidiendo así a Horacio:

A medida que los días pasan la muerte de Palo se me hace un cierre de ciclo demasiado drástico para el rock. Se ha ido el último de los clásicos y su pérdida marca la hora del comienzo del final para este movimiento. Palo condensaba lo mejor de todas las tradiciones fundantes: la mística, la lírica, la política, el cuerpo hecho obra, el tango, el rock áspero, la mirada sobre el mundo y la época, Lennon, Spinetta, el Che, el Tata Cedrón, las músicas telúricas, el rito, el pacifismo, la violencia, una ética indoblegable, una voz que nunca nadie jamas tendrá, una inspiración para las melodías hermosas, la luz y la oscuridad, la ternura, la comunión, la inteligencia, la cultura, la calle, la lucha contra la dictadura. Palo era Spinetta, Javier Martinez, Charly, Morís, Tanguito, Luca. Y era uno que no se parece a nadie y los contiene a todos. Era la historia argentina y la noche de los 80 y el campo y la ciudad. La autoconciencia del rock nacional. La originalidad no buscada, la que solo exhalaba de su forma de ser. El surrealismo y la militancia. Era demasiadas cosas en una sola persona, por eso su ausencia no se podrá tapar con 10, con 100, con 1000. El universo tardó millones de años en llegar a Palo Pandolfo y una tarde en perderlo. Nos quedan las canciones y la energía, pero esos rituales arcaicos de sus noches en salones chicos no se repetirán. Palo no tuvo su Gran Rex, su Obras, su Luna Park ni su cancha, a pesar de ser mas grande que muchos que sí llegaron fácilmente. Era un poeta iluminado, un trabajador, un pensador y un militante. Y un cuerpo en sintonía con el universo. Es irrepetible. Los que llegamos a ver su arte en toda su magnitud hemos conocido una belleza singular, no progamable, irrepetible. Ahora nos queda pensar en lo que nos dejó, aun no sopesado en toda su magnitud. Habrá que detenerse por lo menos un día en cada canción y revisar todos los libros de rock nacional en los que no figure: todos ellos quedaron incompletos. 

No creo en la eternidad. Palo nos dice que las cosas más hermosas son mortales.

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